Read Ponga un vasco en su vida Online
Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Kike Díaz de Rada
Tags: #Humor
Por tanto, es muy extraño toparse con uno en Asia y África por razones culturales y de subdesarrollo, ni en Estados Unidos, ni en Sudamérica, ni en toda la Europa civilizada y racionalista, porque en ningún lugar de éstos sirven un pintxo que merezca la pena. Encontrar un vasco en esos sitios es más difícil que montar un museo de la miniatura en Bilbao.
Un recuento hecho recientemente en Japón reveló que la empresa Mitsubishi no tiene un solo trabajador vasco en su plantilla a pesar de que es una de las fábricas que mejor pagan del mundo. Pero el menú de la cantina incluye pescado crudo todos los días y eso es demasiado (véase
sushi
en nuestro Diccionario sentimental).
Tampoco es buen sitio para encontrar a un vasco las pistas de baile donde se escuchen ritmos calientes. Naturalmente, el vasco sale a divertirse por la noche a discotecas y verbenas, pero nunca se aparta de su territorio natural: la barra del bar. No lo arrancan de ahí y lo llevan a la pista ni aunque lo tironee del brazo la mismísima Naomi Campbell. De hecho, hay vascos que prefieren una luxación de hombro por culpa de los tirones que salir a la pista y bailar un reaggetón. ¿Por qué?
Conrad Aguirre, en su libro
La cadera de los vascos. Razones de una inmovilidad
, nos descubre el origen de este comportamiento. Los vascos tienen el hueso de la pelvis soldado a las vértebras lumbares, lo que impide cualquier movimiento del culito a derecha e izquierda, hacia delante y hacia atrás. La salsa, el merengue, la samba, la lambada y el reaggetón están vetados para esas caderas; como mucho, la pelvis vasca podría enfrentarse a una conga en una boda… o a
Paquito chocolatero
. Pero poco más. Según concluye Conrad Aguirre en su estudio, el vasco sólo mueve la cadera una vez en su vida, y es cuando se le rompe.
El vasco es el rey de la parrilla, pero no es muy amigo de la barbacoa. Desde que la barbacoa se independizó de la pared y se hizo portátil, el vasco le ha dado la espalda. Normal. No vas tú a confiar un besugo que te ha costado cincuenta euros a un asador portátil de jardín que cuesta la mitad, que se usa de pascuas a ramos y que se enciende con carbón sintético. Una comida de verdad exige una parrilla con sus brasas como puños, su campana adosada a la pared y su tejadillo de tejas tradicionales. La barbacoa, como mucho, sirve para asar choricillos, pancetas y demás chucherías cárnicas.
Vamos a dejarlo claro de una vez por todas: el vasco es amigo de las catas, sí. De hecho, los cursos que más éxito han tenido últimamente en Euskadi son aquellos que te enseñan a distinguir un vino peleón de un gran reserva. La gente paga un dineral por aprender algo que te llevará a dejarte una fortuna en la vinacoteca. Pero esa moda que empieza a extenderse de hacer catas de tónicas y de otras bebidas sin alcohol, como aguas, gaseosas y limonadas, están vedadas en el País Vasco.
A diferencia de la mujer, el hombre vasco odia los probadores. Le producen una claustrofobia galopante. Por eso compra la ropa por encargo. Sí, sí, ha leído bien. Primero se la encarga a su madre, luego a su mujer y finalmente a sus hijas. Si no dispone de elemento femenino en su vida, se las ingenia para encontrar unos almacenes cuyas tallas se aprende de memoria y que le permiten comprar la ropa sin probársela. Tanto es así que hay una leyenda urbana que dice que un hombre vasco no puede comprarse ropa solo (véase la Novena parte. Mitos y leyendas).
Conrad Aguirre ha demostrado que el vasco viaja fundamentalmente por placer y que las dos razones que lo obligan a salir de Euskadi son: para ligar o para ir a su segunda vivienda, que suele estar en un lugar donde se vive
casi
tan bien como en Euskadi. Y casi tan bien como en Euskadi, con tapas y pintxos, jamón serrano y paella de marisco, corderito y verdura fresca… así sólo se vive en España.
A principios del siglo
XX
los vascos emigraban en busca de trabajo, como todos los europeos, y montaban colonias en sus lugares de destino. A principios del siglo
XXI
los vascos salen de vacaciones y montan urbanizaciones de chalés adosados en sus lugares de destino. ¿Cuáles son?
Ninguna pista es tan fiable como el nuevo mapa del euskera elaborado por Euskaltzaindia, la Academia de la Lengua Vasca. En su última entrega titulada
¿Dónde se habla euskera en España?
señalan claramente la expansión del idioma vernáculo en la última década siguiendo los pasos de la expansión de las segundas viviendas.
Si miramos el mapa detenidamente, enseguida nos damos cuenta de que los vascos para las vacaciones son de mar o de montaña, así de radicales; en el llano del interior no se les ha perdido nada.
Los que son de mar buscan su refugio en la costa mediterránea, salvo que sean bilbaínos; entonces lo buscarán en Castro Urdiales y la costa cántabra con incursiones cada vez más frecuentes hacia Llanes y otros pueblos costeros de Asturias. Los demás buscan el calorcito de Torrevieja, Cambrils, Salou y Peñíscola.
Los que son de montaña se concentran en el Pirineo, salvo que sean bilbaínos; entonces ocupan la parte montañosa de La Rioja.
En todos estos lugares el euskera es un idioma estacional, de verano, pero con gran fuerza. De hecho, en la piscina de Santo Domingo de la Calzada se oye más euskera que en la de Hernani (Guipúzcoa) y hay menos cloro.
Del contacto del euskera con las lenguas locales están saliendo variedades dialectales hasta ahora impensables: el euskera bodeguero, el euskera salouense, el euskera anglosajón y el euskera panticuto.
Euskera bodeguero
. Es el más fácil de aprender. Originario de las zonas de bodegas de La Rioja fundamentalmente. También lo llaman
euskera peleón
. Nace de las conversaciones entre el euskera de los vascos que visitan las bodegas y la forma de hablar de los operarios riojanos de éstas. No es muy complicado, pues la mayoría de las palabras son como en el castellano pero terminan en -a: vinoa, Logroñoa, gradoa, etcétera.
Euskera salouense
. También conocido como
portaventuro
. Nace de las conversaciones entre los vascos que veranean en Salou que acuden a Port Aventura y los que regentan los chiringuitos de allí, aunque también se cree que nació en las largas colas de espera para subir al Dragon Khan. Se puede ver reflejado en alguno de los carteles que anuncian los menús en los chiringuitos del parque, donde palabras como chopitos o besamel son ahora txopitos o betxamel. Consiste en escribir las palabras castellanas con grafía euskérica.
Euskera anglosajón
. También conocido como
euskera internacional
o
anglovascón
. Esta es una variedad dialectal que nace en puntos de encuentro comunes de ingleses y vascos: los bares de Benidorm. Curiosas son las frases que se oyen, como, por ejemplo, «Camareroooo, beste bat» que sería «Camarero, otra más». Eso sí, en la escritura barren para su casa, ya que lo ponen «Besthe Bath». También hay que decir que se suelen armar sus líos, pues cuando se despiden son capaces de entonarte un
adeu
.
Euskera panticuto
. Este euskera nace de las conversaciones que mantienen los vascos con las gentes de los pueblos de las zonas pirenaicas donde veranean, corno Panticosa, Jaca, etcétera. Se caracteriza por introducir «pues» y «la hostia» en todas las frases. «La hostia, pues; habrá que hacer una excursión al monte, pues».
Al vasco no le gusta pasar inadvertido, no es amigo de mimetismos, así que no le resultará complicado reconocerlos allí donde estén. Aun así, vamos a facilitarle el trabajo para que no pierda el tiempo en la búsqueda, que ya lo perderá luego en la captura. Además, con esto de los estatutos y las reivindicaciones, hay catalanes, por ejemplo, que podrían confundirse con vascos en un guateque.
Nosotros hemos diferenciado dos formas de reconocer a los vascos: de cerca, por el aspecto físico; de lejos, a simple vista.
Esta es, sin duda, la forma más rápida de distinguir a un vasco. Se basa en el sencillo método de observar qué hace la persona en determinado medio físico. Para-que nos entendamos: si alguien saca una esterilla en la playa y, en lugar de tumbarse a la bartola, se pone de rodillas mirando a La Meca, está claro, ¿no? No es vasco. Pues así.
Hay que tener un poco de paciencia y esperar a la hora del pago. El vasco es el que desenfunda la cartera más rápido para pagar, dejando claro que lo va a hacer él. Si hay otro en el grupo que quiera pagar, habrá un enfrentamiento que se resolverá gracias a la complicidad del vasco con el camarero; con una simple mirada él sabrá a quién tiene que cobrar: al vasco, claro.
Muy sencillo. Lleva el jersey por los hombros. Generalmente, es de color rabioso: fucsia, pistacho, amarillo chillón… Colores con los que nunca se pasearía por su tierra. ¿Y a la vasca? Ellas llevan la rebequita colgando del brazo «por si acaso». Si en el paseo marítimo hay chiringuito, será fácil: el que esté apoyado en la barra durante horas.
Es el que se atreve a entonar la segunda voz del famoso
Cumpleaños feliz
llamando la atención de todos los presentes. Hay un tópico que dice que los vascos cantan bien. Lo malo no es el tópico, lo malo es que se lo creen. También será el que intente apagar las velas de la tarta de un solo soplido, aunque sean setenta.
El vasco es el que va vestido con sotana. También es el único que tiene barriga, pero, en su caso, no es por las amebas. La mujer vasca en África va de blanco con la cabellera tapada y, si tiene barriga, mejor no comentarlo en el pueblo.
Bueno, ahí lo difícil es encontrar a alguien que no sea vasco,. Por ejemplo, si usted ve a un individuo más flaco de lo normal, más alto de lo normal, desnudo de cintura para arriba y con una bandera norteamericana en las manos, que corre paralelo al escapado, casi seguro que no es vasco. Tampoco lo es el que va disfrazado de diablo con tridente y todo, como en el tren Chu-chu. Pero todos esos que van con ikurriña, bocata de tortilla y pancarta o espray para pintar el suelo, cantando alegres y vestidos de naranja no son seguidores del Dalai Lama. Aunque cueste creerlo, son seguidores de Iván Mayo.
Generalmente, cuando uno se encuentra cerca de un vasco, lo sabe. Si habla, lo delata el acento y, si no habla, ya se sabe que es vasco. De todas formas, y para que no tenga usted dudas, vamos a decirle en qué partes de su físico puede fijarse para confirmar sus sospechas sin tener que preguntarlo.
Si por algo se caracteriza el vasco es por su falta de expresividad. Es el único ser humano capaz de saludar a alguien, moviendo la cabeza pero manteniendo el gesto neutro. Aun famoso mimo estadounidense se le caía la baba mientras estaba de vacaciones en un agroturismo del País Vasco cada vez que lo saludaban los caseros cuando salía a pasear. Téngalo en cuenta.
Si al mirar la nariz del hombre o la mujer que tiene cerca de usted le vienen a la cabeza palabras como: águila, desproporción, rapaz, tremenda, gancho, enorme, abrelatas, pobre chica o brujería, puede que esté delante de un vasco. Pero hay que tener en cuenta que, debido a la mezcla con otras culturas, también hay vascos chatos y narigudos en Teruel, así que no vamos a sacar conclusiones precipitadas sólo porque tengamos delante a una persona con pico.
Los vascos se distinguen del resto de los humanos por llevarse la dentadura completa a la tumba. Aunque sea una prótesis. A un ciudadano vasco no puede faltarle un diente a partir de los 5 años. Hasta esa edad se permiten agujeros en las paletas dentales, sobre todo para no dejar sin trabajo al ratoncito Pérez. Pero a partir de ahí a los que no hay que dejar sin trabajo es a los dentistas, esa pobre gente antaño dedicada a la noble tarea de sacarnos las muelas cuando dolían y ahora empeñada en sacarnos la pasta volviéndolas a poner. Así vemos jubilados en Benidorm con la dentadura milagrosamente íntegra, luciendo una sonrisa de galán impropia de su edad y con una blancura dental que se diría que en toda su vida no han tomado ni un maldito café. La dentadura es un lujo que el vasco se permite con una liberalidad olímpica.
En el caso de las mujeres, sólo mantiene su color original hasta que cumplen la mayoría de edad. A partir de ahí comienza su transformación; primero aparecen las extensiones y los colores violentos; por ejemplo, el azul y el fucsia, como símbolo de una libertad absoluta. A los 30 aparecen/las mechas color champán y el pelo, sea del color que sea, vira hacia un rubio cada vez más claro, como con nostalgia de la primera juventud. Esta tendencia dura hasta los 45. Con el divorcio el carácter se endurece; hay que volver a ligar, a buscar una segunda oportunidad y el pelo se vuelve
colorao
. Esas mujeres de rompe y rasga llevan el fuego en la mirada… y en la cabeza. En la jubilación el pelo se va aclarando hasta llegar al blanco con reflejos de un azul tan intenso que puede ser confundido con el pelo de su nieta. Así que podemos decir que el recorrido cromático del pelo de las vascas es totalmente circular.