Read Ponga un vasco en su vida Online
Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Kike Díaz de Rada
Tags: #Humor
A pesar de la dependencia de España por el tema del jamón, Euskadi es un paraíso terrenal. Está bien hecho, bien decorado, como la maqueta de un tren eléctrico; en todos los rincones puedes sacar una foto que sería portada del calendario de cualquier caja de ahorros. Recuerda mucho a los famosos
westerns
idílicos de antes, los que veían nuestros padres; sí, esos en los que trabajaban Yon Baine, Bar Lancaster, Kir Daglas, Gari Cuper, Rober Michun y Clin Isbud, entre otros. El
western
, o «las de vaqueros», como se han llamado siempre, es un género cinematográfico creado por el hombre para contar historias de buenos y de malos, exaltando la virilidad y maquillando un poco la historia de la verdadera colonización del Oeste americano. Y hay que reconocer que a todos nos han enganchado «las de vaqueros» con sus caballos, sus duelos, el tren de carbón, sus pueblos de madera, el
saloon
con puertas de vaivén y el
sheriff
, que te daba una estrella y eras de los buenos. En algunas películas salían indios y en otras no, pero, aunque no asomaran las plumas, todos sabíamos que estaban detrás de las montañas. El mundo del
western
era perfecto, como Euskadi, pero un día algún descerebrado director o productor de Hollywood inventó eso que se dio en llamar «
western
crepuscular». Ya saben a lo que me refiero: esas películas de vaqueros en las que de repente aparecían coches con motor o un teléfono en el burdel. ¡Qué falta de delicadeza! Oír hablar de Nueva York y de las grandes ciudades americanas a un vaquero sin revólver a orillas del río Colorado. Por no hablar de la última moda sensiblera de convertirlos en gays, ¡por favor! Porque creo que tenían una posibilidad mucho mejor los de Hollywood, y era dejar los
westerns
como estaban, con sus diligencias y sus señales de humo, y pasar directamente a las películas de «Chicago años treinta». Ahí sí que son necesarios los coches y los teléfonos, ¿no? Qué manía con lo crepuscular. Si ya sabemos que las cosas cambian y evolucionan, pero ¿hace falta recordarlo en todo momento? Nadie tiene una foto enmarcada de su adolescencia, esa edad crepuscular en la que no eres ni niño ni adulto, sólo un expositor de granos y de complejos, y por algo será.
¿Y qué tiene que ver esto con los vascos? Muy sencillo. Euskadi es hoy como uno de esos
westerns
fronterizos. Las consecuencias de la globalización se están empezando a notar en nuestras verdes praderas. Fenómenos como la inmigración o ese flujo constante de propuestas y estímulos que es Internet están cambiando la manera de vivir del vasco. Volviendo al símil cinematográfico, en esta película ya no es extraño ver indios con gafas y zapatos. Hoy podemos comernos una hamburguesa en el centro de Bilbao, ir a clases de danza del vientre en San Sebastián y se escuchan rumores de que el tanga masculino ha entrado en el territorio por la zona de Vitoria. Sólo son rumores, pero asusta mucho pensar en la posibilidad de encontrarse con uno en el vestuario de un gimnasio.
De todas formas, que no cunda el pánico, no está todo perdido: en el País Vasco todavía se puede seguir disfrutando de las tradiciones. Somos la gran reserva india de Occidente. El vasco conserva costumbres ancestrales que están desapareciendo en otros lugares, como la misa del domingo, pensar en pesetas, llamar «el parte» al «telediario» y tener una familia con todos sus miembros. Todo esto le sonará a película de Berlanga; es normal. Usted, consciente o inconscientemente, decidió renegar de su origen, pero no lo olvide nunca: también nació vasco.
Lo que tiene ahora en sus manos es mucho más que un libro: usted mece con cariño la segunda parte (y última) de
los estudios vascos
. No habrá más. Hemos exprimido la manzana como nunca se había hecho hasta la fecha, se ha extraído hasta el zumo de las pepitas. Beba este néctar a sorbitos o de trago largo. Como usted prefiera.
Lo primero que llamó la atención a Conrad Aguirre nada más llegar al País Vasco fue ver a un trabajador del aeropuerto echando una meada en la rueda de un avión. Esto no hizo sino confirmar su teoría sobre la micción en la intemperie. Funciona también como test de
vasquitud
. Si al leer las siguientes líneas usted esboza una ligera sonrisa o asiente con la cabeza, quiere decir que es más vasco de lo que cree.
A los vascos les gusta orinar al aire libre. Hay quien lo necesita hacer todos los días y quien puede pasar con dos o tres veces al año. Esto puede que se deba a su carácter primitivo y a la tendencia que tienen a delimitar constantemente el territorio. No estamos hablando de un capricho ni de una costumbre: es un impulso tan inconsciente como incontrolado. La imperiosa necesidad de mear fuera del tiesto ha hecho que los vascos hayan tenido que inventarse innumerables excusas para poder seguir haciéndolo en la era moderna con las ciudades llenas de retretes y urinarios públicos. ¿Por qué creen que tienen tanta afición a practicar deportes al aire libre, como el montañismo? Porque les permite regar con sus aguas menores montes, campos, bosques y valles sin tener que dar explicaciones. Dice Conrad Aguirre en su libro
Orines salvajes
que, dentro de las meadas en la naturaleza, hay dos que aportan mayor satisfacción: una es la «meada al vacío», que se realiza al borde de un barranco o acantilado, y siempre con viento a favor. En ésta, el meón se ilusiona imaginando que la fuerza y el caudal del chorro al salir se mantienen con la misma intensidad a lo largo de todo el precipicio, aunque sea de cien metros. Los que la han probado hablan de una sensación de bienestar y de una mejora considerable en los niveles de autoestima. La otra micción que resalta Conrad es la «orina escultórica», la que se realiza en una superficie moldeable, que pueda cambiar de forma al entrar en contacto con el orín a presión. La arena de la playa es una de las superficies preferidas por muchos artistas; escriben el nombre, dibujan animales, corazones, etcétera. Hombre, con la próstata mal hay que conformarse con poner la inicial, y si es una «i», mejor. Pero, si uno quiere llegar a la catarsis, sólo se puede conseguir de una manera: con la meada en la nieve, lo máximo en expresión. Aquí el vasco experimenta el poder transformador, ya que no sólo la colorea, sino que también la derrite. La seguridad personal que se obtiene después de un
alivio
en Baqueira Beret, por ejemplo, no la da ninguna carrera universitaria. ¿Será éste uno de los motivos por los cuales los Pirineos están llenos de vascos? Sí, lo es.
Y para acabar con este pequeño homenaje a la escatología les diremos que la «meada al aire libre» también se practica en pueblos y ciudades. Es lo que se da en llamar «el graffiti fisiológico»; una de cada tres meadas que el vasco realiza durante el fin de semana es en pared. Y luego está la clásica «entre coche y coche en cuclillas», muy practicada por las mujeres.
Ésta es la idea que le transmitimos en
Todos nacemos vascos
: como en Euskadi no se vive en ningún sitio, y de este modo nos lo viene recordando el Gobierno vasco en sus distintas campañas turísticas: «País Vasco, ven y cuéntalo», «Euskadi, con mucho gusto»… Así lo entendió también nuestro antropólogo americano Conrad Aguirre, que después de las nueve semanas y media que duró su estancia a punto estuvo de comprarse casa en Santurce y cambiar su gorro por la txapela. Y en uno de sus momentos de lucidez acuñó un nuevo eslogan: «Aquí se vive de piuta madre», decía entre vino y vino —cómo les gusta a los guiris decir tacos foráneos—. El problema es que, aunque el resto del mundo quisiera venirse al norte, o, lo que es lo mismo, vivir como Dios, sería imposible: no cabríamos. ¿Quizá deberíamos haber dicho: «País Vasco, ven y cuéntalo, pero no a todo el mundo»? Puede ser. La cosa es que Conrad encontró la solución —para seguir disfrutando de la NBA en directo sin renunciar a la pelota vasca—: usted puede vivir como los vascos aunque no esté en el País Vasco. ¿Cómo?
Poniendo un vasco en su vida
.
¿Quiere saber usted si necesitaría poner un vasco en su vida para mejorar su nivel de bienestar? Este test se lo aclara. Responda sinceramente a las siguientes preguntas, medítelas unos instantes y luego mire la solución debajo de cada una de ellas.
1.
Cuando abren un bar nuevo en su calle, ¿qué siente?
—Si la respuesta es que no siente nada, usted lleva una vida descafeinada.
—Si lo que siente es júbilo o alegría, usted sí aprecia los placeres de la vida.
2.
Cuando visitó la Alhambra en pleno mes de agosto a cuarenta grados, ¿qué echó de menos durante las tres horas del recorrido?
—Si la respuesta es «más tiempo para disfrutar del monumento como se merece», siga visitando monumentos; usted no es humano.
—Si echó de menos un bar aunque fuera de estilo mozárabe, ahórrese también visitar la catedral de Burgos o el acueducto de Segovia. ¡Usted lleva el arte dentro!
3.
Lea estos dos relatos:
A.
José paró con su hijo en un área de servicio de la autopista en un lluvioso día de marzo. Se acercaron a la burra del bar, donde había una rebanada de pan con una merluza pinchada con un palillo. La mahonesa tenía un ribete amarillo gelatinoso alrededor y el baño se abría con una llave que había que pedir al camarero. José tomó el plato combinado número siete porque en la foto de encima de la barra era el que mejor pinta tenía. Su hijo comió macarrones.
B.
José salió de la autopista con su hijo mientras el sol acariciaba suavemente sus mejillas y paró en Aranda en el acogedor bodegón Rafael. Degustó un cordero asado en su salsa acompañado de pan de leña y un crianza junto a las barricas de roble que adornaban ese noble rincón del Duero. Su hijo comió macarrones.
¿Con cuál de los dos relatos se identifica? Está claro.
4.
¿Qué hace usted cuando le sobra una barra de pan del día anterior?
A. Hago miguitas de pan seco y las esparzo por el balcón para que las coman los gorriones. El balcón acabará hecho una porquería entre el pan y las cagadas de los pajarracos.
B. La utilizo para hacer torrijas y migas con chorizo, dos platos tradicionales que harán las delicias de toda la familia.
Si ha elegido el relato y la opción B, usted sí sabe vivir; si ha optado por la A, ¡es usted un desalmado!
5.
Si va al concurso de la tele
Cifras y letras
y le sale esta serie de letras seguidas, ¿qué lee?
T
R
E
S
T
A
U
R
A
N
T
E
T
Si ha leído «AURA» o «TRES», es usted un retorcido y, además, le eliminarían del concurso. La vida le pone placeres delante y usted no los ve.
6.
Conteste a esta pregunta sólo si es usted mujer: ¿hace cuánto que no le cocinan un plato con cariño?
A. Nunca me han cocinado un plato con cariño.
B. Nunca me han cocinado un plato.
C. Ya ni me acuerdo.
D. Hace poco, pero le faltaba sal.
Si eligió de la A a la C, directamente deje el test; a usted le urge poner un hombre vasco en su vida, de los que disfrutan cocinando. Vaya a buscarlo.
7.
Hay una palabra que no pertenece al mismo campo semántico. ¿Cuál es?
Hamburguesa, ketchup, patatas congeladas, alitas de pollo, refresco en vaso de cartón, muñequito de Star Wars, jamón de pata negra.
Si ha dejado fuera el soldadito de Star Wars, es un insensible y le faltan reflejos. Vive usted perdido, sin fuste, sin nada…
8.
Está usted convaleciente en un hospital y durante el día le han hecho tres visitas. ¿Cuál es la que más valora?
A. La de unos familiares que se han recorrido trescientos kilómetros en coche, a los que hacía mucho que no veía y que, durante el tiempo que ha durado la visita, no han parado de animarlo.
B. La de su pareja, que nada más salir del trabajo ha ido a verlo con un ramo de flores y que no se ha separado de usted hasta bien entrada la noche.
C. La de un familiar de su compañero de habitación, que le ha ofrecido un bocadillo rico de jamón de jabugo que le había sobrado.
Si ha elegido las respuestas A o B, y sin desmerecer a su familia, usted no se va a curar en la vida.
O léase las memorias de san Juan de la Cruz. Quizá su camino sea otro; no descarte la vida contemplativa.
Si usted ha decidido liarse con un hombre vasco, no hay tiempo que perder. Eso sí, una vez se le haya puesto uno delante, comprobará que es muy fácil: cazar a un soltero vasco es como disparar a un elefante a un metro de distancia. Cae fijo. Es más, no le hará falta ni munición; en cuanto vea el arma, se va a hacer el muerto él sólito. Usted sólo tiene que evitar cometer los errores que le detallamos después de la publicidad.
Como se muestre en la primera semana de noviazgo, así va a ser durante todo el matrimonio. El único cambio que va a experimentar es el de las tallas de ropa. El pantalón de la talla 48 que llevaba el día del disparo —digo, del flechazo— habrá que donarlo, pasado un mes, a alguna asociación benéfica. Sí, es el motivo por el cual muchos inmigrantes parecen txikiteros de Bilbao. Al vasco le gusta la vida tranquila y ordenada. ¿Que a usted puede aburrirle? Sí, pero también tiene sus ventajas, porque nunca le dará un sobresalto del tipo: «Me dio el punto, me cogí el coche y fui a Albacete a comprar unos patines». Imposible para el vasco y más si es domingo y juega el Athlétic. Definitivamente, el vasco no arriesga salvo en el tinte de pelo cuando llegan las primeras canas, momento en que se puede meter un negro zaino que lo ven desde Albacete y quedarse tan ancho.