Piratas de Venus (7 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

BOOK: Piratas de Venus
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Aproveché el rato de mi espera para estudiar las tallas que adornaban el portal formando un marco de cinco pies de ancho. Parecía ser un motivo histórico y en las figuras talladas creí descubrir hechos trascendentales de la vida de un país. El trabajo era magnífico y no se precisaba demasiada imaginación para adivinar que cada uno de aquellos rostros delicadamente ejecutados era el retrato de alguna personalidad fallecida o viviente. En las líneas de aquellas figuras no aparecía ninguna nota grotesca, como suele ocurrir en trabajos similares que se encuentran a veces en la Tierra, y sólo resultaban convencionales los bordes que encuadraban el conjunto, formados con placas.

Aún me hallaba abstraído en el examen de tan excelente trabajo de talla en madera, cuando Duran y Tofar volvieron, haciendo que Olthar, Kamlot y yo les siguiéramos al interior del gran árbol. Atravesamos diversas amplias salas y largos corredores. Por todas partes se observaban los mismos trabajos de talla en la madera de aquel árbol convertido en mansión. Llegamos al pie de una espléndida escalera y por ella bajamos a otro piso. Las estancias que se hallaban en la periferia del árbol recibían luz a través de las ventas, mientras las del interior y los corredores estaban iluminadas por medio de lámparas similares a las que ya había visto en casa de Duran.

Cerca del final de la escalera por la que habíamos bajado penetramos en una espaciosa sala, ante cuya puerta había dos hombres armados con lanzas y sables y ante nosotros, en el fondo de la estancia, se hallaba un hombre sentado ante una mesa cercana a un ventanal. Nos detuvimos a pocos pasos de la puerta. Mis acompañantes se mantuvieron en un respetuoso silencio, hasta que el hombre de la mesa levantó la mirada y les habló. Entonces cruzaron la estancia llevándome con ellos y se detuvieron de nuevo ante la mesa al otro lado de la cual se encontraba sentado el individuo de cara a nosotros.

Habló afectuosamente a los que me acompañaban llamándoles por su nombre y cuando le contestaron lo hicieron empleando el calificativo de Jong. Era un individuo de aspecto excelente, de facciones enérgicas y continente autoritario. Vestía de un modo similar a todos los hombres que había visto en Venus, distinguiéndose únicamente de ellos en que llevaba en la cabeza un filete que sostenía un disco de metal, que le caía en medio de la frente. Pareció interesarse mucho por mí y me examinó detenidamente mientras escuchaba lo que le decía Duran, el cual, sin duda alguna, debía de estar contándole la historia de mi extraña y repentina aparición la noche anterior.

Cuando Duran hubo concluido el llamado Jong me habló muy serio y con tono cariñoso. Por pura cortesía le contesté, aunque sabía que no me iba a entender mejor que yo a él. Se puso a sonreír y a mover la cabeza y después comenzó a hablar con los otros y por último hizo sonar un gong de metal que tenía a su lado, sobre la mesa. Se levantó y dando la vuelta, vino hasta donde yo me encontraba. Examinó mis prendas de vestir cuidadosamente, palpando el tejido y discutiendo con los otros, probablemente, sobre la materia con que estaban confeccionadas. Examinó la piel de mis manos y de mi cara, tocó mis cabellos y me hizo abrir la boca para examinar mis dientes.

Todo aquello me recordó un mercado de caballos o de esclavos. “Acaso —pensé— esto último será lo que se acerca más a la realidad”.

En aquel momento entró un individuo que supuse sirviente y una vez hubo recibido instrucciones del llamado Jong, se marchó de nuevo, mientras yo seguía siendo objeto de minuciosas investigaciones. Mi barba, que estaba sin afeitar desde hacía cuarenta y ocho horas, provocó muchos comentarios. Una barba rala y rojiza no es cosa atractiva a ninguna edad, y por esto suelo afeitarme diariamente cuando tengo los utensilios necesarios. No puedo decir que toda aquella requisitoria me agradase mucho, pero la manera como se desarrolló carecía de toda intención de molestarme conscientemente y mi situación allí era tan delicada que mi prudencia me aconsejó no demostrar ningún resentimiento por las familiaridades que conmigo se tomaba el individuo al que llamaban Jong. Obré con cordura.

De pronto, penetró en la estancia un sujeto y presumí que le había ido a llamar el sirviente que había salido poco antes. Al acercarse comprobé que se parecía mucho a los demás. Era un bello tipo, que aparentaba unos treinta años. Hay quien se lamenta de la monotonía, pero para mí nunca existió la monotonía en la belleza, incluso cuando las cosas bellas son idénticas, lo que no ocurría exactamente entre los habitantes de Venus. Todos eran bellos, pero cada uno de una manera distinta.

El llamado Jong estuvo hablando con el recién llegado durante unos cinco minutos, seguramente explicándole todo lo que le habían contado de mí y dándole determinadas instrucciones. Cuando hubo acabado, el otro se me acercó y me invitó a seguirle y, minutos más tarde, me hallaba en otra estancia situada a la misma altura. Tenía tres grandes ventanas y estaba amueblada con varios pupitres, otras diversas mesas y sillas. La mayor parte de las paredes estaban cubiertas de estanterías en las que descansaban lo que yo supuse libros. Había millares de ellos.

Las tres semanas siguientes fueron deliciosas e interesantísimas. Durante este tiempo, Danus, a cuya dirección se me había confiado, me enseñó el idioma de Venus y me dijo muchas cosas concernientes a este planeta, sobre sus habitantes y su historia. Hallé fácil de dominar el idioma, pero no intento describirlo detalladamente. El alfabeto tiene veinticuatro letras, cinco de las cuales representan sonidos vocales, los únicos que las cuerdas vocales de los moradores de Venus pueden articular. Las letras tienen todas el mismo valor, no existiendo las mayúsculas. Su sistema de puntuación difiere del nuestro y resulta mucho más práctico. Por ejemplo, antes de comenzar a leer una oración, ya se sabe si es exclamatoria, interrogativa o simplemente expansiva. Se usan mucho los caracteres gráficos similares a la coma y al punto y coma. El punto no existe. Estos signos de puntuación se manejan de un modo semejante a nuestro sistema y se colocan al final de cada frase. Los signos interrogativos o exclamativos preceden a la oración, determinando su naturaleza.

Una peculiaridad de su lenguaje, que lo hace más fácil de manejar, es la ausencia de verbos irregulares. La raíz de los verbos no sufre ninguna alteración para formar la voz, el modo, el tiempo, el número o la persona. Esto se obtiene utilizando varias palabras auxiliares.

A la vez que me dedicaba a aprender a hablar el idioma, aprendía también a leerlo y escribirlo, y pasé muchas horas gratísimas en la gran biblioteca de la que Danus era director, mientras éste se ausentaba para atender sus otras obligaciones, que eran numerosas. Era director del Cuerpo de Médicos y Cirujanos de su país, médico y cirujano del Rey y presidente de la Academia de Medicina y Cirugía.

Una de las primeras cosas que me preguntó Danus, tan pronto como hube adquirido la práctica inicial del idioma, fue de dónde venía. Pero cuando le dije que procedía de otro mundo que se hallaba a más de veintiséis millones de millas de Amtor, que es el nombre que dan a Venus, movió la cabeza con un gesto de escepticismo.

—No hay vida más allá de Amtor —me dijo—. ¿Cómo va a haber vida donde todo es fuego abrasador?

—¿Cuál es tu teoría sobre...? —pregunté. Pero me detuve en seco. En el lenguaje de Amtor no hay una palabra que traduzca la nuestra “universo”, ni tampoco “sol”, “luna”, “estrella” o “planeta”. El maravilloso cielo que se ofrece a nuestras miradas, en la Tierra, les es desconocido a los habitantes de Venus, sumidos eternamente en la penumbra que ocasionan las dos capas de nubes que rodean a este planeta. Volví a preguntarle:

—¿Qué es lo que crees que rodea a Amtor?

Dirigióse a un estante y volvió con un grueso libro que abrió para mostrarme el bello mapa de Amtor. Observé que aparecían tres círculos concéntricos. Entre los dos círculos interiores había una franja circular llamada Trabol, que significaba “tierra caliente”. En aquella porción del mapa y al borde de los dos círculos, se veían las fronteras de los mares, continentes e islas, y en algunos puntos la franja se adentraba en las líneas fronterizas como para determinar los lugares en los que audaces exploradores habían osado desafiar los peligros de desconocidas e inhóspitas tierras.

—Esto es Trabol —explicó Danus poniendo el dedo sobre la porción del mapa que acabo de describir someramente—. Rodea por completo a Strabol, que se halla en el centro de Amtor. Strabol es extremadamente caluroso. Su territorio está cubierto por enormes bosques y una vegetación frondosa, y poblado por grandes fieras, reptiles y pájaros. Los cálidos mares encierran monstruos en sus profundidades. Ningún hombre de los que se han aventurado a adentrarse en Strabol ha vuelto.

“Más allá de Trabol —continuó, poniendo el dedo en la banda exterior que llevaba el nombre de Karbol (tierra fría) —se halla Karbol. Aquí hace tanto frío como calor en Strabol. Existen extraños animales y algunos viajeros audaces que llegaron hasta tales tierras volvieron contando cosas terribles de hombres feroces cubiertos con pieles. Se trata de un país inhospitalario al que difícilmente se llega y que pocos se han atrevido a franquear por temor a verse atraídos hacia los bordes y sumidos en el hirviente mar.

—¿Qué bordes? —pregunté. Me miró asombrado.

—No puedo creer que hayas venido de otro mundo y me hagas esas preguntas —repuso—. ¿Pretendes hacerme creer que no sabes nada de la estructura física de Amtor?

—Nada sé de la teoría que me has apuntado —contesté.

—No se trata de una teoría —rectificó suavemente—. No pueden explicarse de otra manera los diversos fenómenos de la naturaleza. Amtor es un vasto disco, como una gran cazuela, provista de bordes. Flota en un mar de rocas y metales fundidos, hecho que queda irrebatiblemente demostrado por la erupción ocasional de tales materias ígneas por las cumbres de algunas montañas cuando se abre un agujero en la superficie. Karbol, el país frío, es una sabia previsión de la naturaleza que atempera así el terrible calor que proviene constantemente de los bordes externos de Amtor. Sobre Amtor y rodeándola completamente, hay un caos de fuego y llamas del que nos protegen nuestras nubes. A veces, se han producido resquebrajamientos en la masa de nubes y entonces el calor de arriba, si el resquebrajamiento se produce de día, resulta tan intenso que aniquila la vegetación y destruye la vida. La luz que brilla a través de las hendiduras es cegadora. Cuando el resquebrajamiento se produce de noche, no ocasiona calor, pero entonces se ven arriba las chispas de fuego.

Traté de explicarle la forma esférica de los planetas y que Karbol era simplemente la parte más fría que rodeaba uno de los polos de Amtor, mientras Strabol, la zona calurosa, se hallaba situada en la región ecuatorial; que Trabol no pasaba de ser una de las dos zonas templadas, hallándose la otra hacia la región ecuatorial, que es un franja trazada en medio de un globo, y no, como él suponía, un área circular del centro del disco. Me escuchó cortésmente, pero se limitó a sonreír negando con la cabeza cuando hube terminado.

Al principio, no podía ya comprender cómo un hombre con tan manifiesta inteligencia, tan educado y tan culto pudiera sostener tales creencias, pero cuando me puse a considerar que ni él ni ninguno de sus antecesores habían visto nunca el cielo, comencé a comprender que no existía un gran fundamento para establecer otra teoría, y las teorías deben ser fundadas en algo. Asimismo, me di cuenta como nunca de lo que significaba la astronomía para la raza humana de la Tierra, en lo que se refiere al avance de la ciencia y de la civilización. ¿Acaso habrían existido tales progresos de haber permanecido el firmamento eternamente oculto a nuestras miradas?

Pero no me declaré vencido y le llamé la atención sobre el hecho de que aquella teoría, de ser correcta, tendría como consecuencia que las fronteras entre Trabol y Strabol, la zona templada y las zonas ecuatoriales, debían de ser mucho más cortas de las que separaban realmente a Trabol de Karbol, tal como se observaba en el mapa. En cambio mi teoría demostraba todo lo contrario, lo que se comprobaría y debía haberse comprobado ya si se hubieran hecho las necesarias mediciones, como al parecer revelaban las marcas del mapa.

Él admitió que se habían realizado tales mediciones y que hicieron resaltar la aparente discrepancia que yo anotaba, pero la explicó ingeniosamente utilizando una teoría amtoriana sobre la relatividad de la distancia, que procedió a explicarme.

—Un grado es la milésima parte de la circunferencia de un círculo —prosiguió. (Tal es el grado amtoriano, ya que sus sabios no habían gozado de la ventaja de un sol visible que les sugiriese otra división de la circunferencia de un círculo como hicieron los de Babilonia)—. Y poco importa el largo de la circunferencia. Su medida es de mil grados. El círculo que separa Strabol de Trabol es necesariamente de mil grados de extensión. ¿Admites esto?

—Desde luego —contesté.

—Muy bien. Entonces, ¿admitirás que el círculo que separa a Trabol de Karbol mide exactamente mil grados? Hice un gesto de asentimiento.

—Las cosas que son iguales a otra son iguales entre sí, ¿no es cierto? Por consiguiente, los confines interiores y exteriores de Trabol son de igual extensión y ello es verdad por la evidencia de la teoría de la relatividad de la distancia. El grado es nuestra unidad de medida lineal. Sería ridículo decir que cuanto más se alejara del centro de Amtor mayor sería el número de unidades de distancia. Lo que ocurre es que parece mayor, pero en relación con la circunferencia del círculo y en relación con la distancia, desde el centro de Amtor, es precisamente exacto.

Hizo una breve pausa y prosiguió:

—Ya sé que en el mapa no parece lo mismo ni las mediciones coinciden, pero ha de serlo, ya que si no lo fuera resultaría obvio que Amtor sería mayor en la parte en que se acerca al centro y más pequeña en el perímetro, lo que resulta manifiestamente ridículo y no exige refutación. Estas discrepancias aparentes ocasionaron a los antiguos una considerable perturbación, hasta que, hace unos tres mil años, Klufar, el gran hombre de ciencia, estableció su teoría de la relatividad de la distancia y demostró que las reales y aparentes mediciones de distancia pueden reconciliarse multiplicando cada uno por la raíz cuadrada de menos uno.

Juzgué el argumento totalmente falso, pero no repliqué nada. Es inútil discutir con un hombre que puede multiplicar cualquier cosa por la raíz cuadrada de menos uno.

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