Oscuros. El poder de las sombras (32 page)

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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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—Bueno, por mucho que me guste dar sopapos y cargarme a gente, habéis superado de largo vuestro toque de queda. —Arriane silbó y una espesa mancha de Anunciadora se desprendió de las sombras de debajo de las mesas de preparación.

—Esto no lo hago nunca, ¿vale? Si me lo piden, nunca lo hago. Viajar por las Anunciadoras es muy peligroso. ¿Lo has oído, héroe? —dijo pegándole un coscorrón a Miles en la frente. A continuación, abrió los dedos. La sombra adoptó de golpe la forma perfecta de una puerta en medio de la cocina—. Pero voy contrarreloj y este es el modo más rápido de llevaros a casa y poneros a salvo.

—Entendido —dijo Miles como si estuviera tomando apuntes.

Arriane lo miró y negó con la cabeza.

—Ni se te ocurra. Os voy a devolver a la escuela y allí os quedaréis… —Miró fijamente a cada uno de ellos—. O tendréis que responder ante mí.

—¿Vas a venir con nosotros? —preguntó Shelby mostrando al fin un poco de respeto hacia Arriane.

—Eso parece. —Arriane hizo un guiño a Luce—. Estás hecha una petarda, y alguien tiene que vigilaros.

La transposición con Arriane resultó más tranquila que el viaje de ida a Las Vegas. Fue como entrar en un sitio fresco después de haber estado al sol: la luz era un poco más apagada al pasar por la puerta, por lo que fue preciso parpadear un poco y acostumbrar la vista.

Luce se sintió casi decepcionada al verse de nuevo en su habitación después de las luces y la excitación de Las Vegas. Pero entonces pensó en Dawn y en Vera. Miró los objetos conocidos que indicaban que ya estaban de vuelta: dos camas de litera deshechas, las plantas en la repisa, las alfombrillas de yoga de Shelby apiladas en la esquina, la copia de Steven de
La República
con el punto de lectura en el escritorio de Luce… Y algo que no contaba con ver.

Daniel, vestido completamente de negro, atendiendo el fuego de la chimenea.

—¡Ah! —gritó Shelby arrojándose en brazos de Miles—. ¡Menudo susto! ¡Y en mi propio refugio! ¡Eso no está bien, Daniel!

Dirigió una mirada de enojo a Luce, como si ella tuviera algo que ver con aquella aparición.

Daniel no hizo caso de Shelby y se limitó a decir tranquilamente a Luce:

—¡Bienvenida!

Luce no sabía si correr hacia él o echarse a llorar.

—Daniel…

—¿Daniel? —Arriane profirió un grito ahogado. Tenía los ojos como platos, como si hubiera visto un fantasma.

Daniel se quedó helado. Era evidente que él tampoco contaba con encontrarse a Arriane.

—Solo la necesitaré un instante. Luego me iré. —Su voz sonaba culpable, incluso asustada.

—Vale —dijo Arriane asiendo a Miles y a Shelby por el pescuezo—. Ya nos íbamos. —Ninguno de nosotros te ha visto aquí. —Hizo pasar a los dos delante de ella—. Nos vemos luego, Luce.

Shelby parecía tener una prisa tremenda por salir del dormitorio. Miles tenía una mirada tempestuosa y no apartó la vista de Luce hasta que Arriane prácticamente lo arrojó al pasillo y cerró la puerta detrás de ellos con un gran golpe.

Daniel se acercó entonces a Luce. Ella cerró los ojos y dejó que su proximidad la reconfortara. Aspiró su olor y se sintió feliz de estar en casa. No en la Escuela de la Costa, sino en el lugar en que Daniel la hacía sentirse como en su hogar, aunque fuera el más extraño de los lugares y su relación fuera un auténtico embrollo.

Como parecía ser ahora.

No la besó, ni siquiera la había abrazado. A Luce le sorprendió desear que lo hiciera aun después de lo que había visto. La falta de caricias por parte de él le provocó un dolor agudo en el corazón. Cuando abrió los ojos, Daniel se hallaba a pocos centímetros de ella, escrutando cada centímetro de su ser con sus ojos color violeta.

—Me has asustado.

Luce nunca le había oído decir eso, acostumbrada como estaba a ser ella la asustada.

—¿Estás bien? —preguntó él.

Ella negó con la cabeza. Daniel la tomó de la mano y la condujo sin decir nada a la ventana, lejos del calor del fuego y de regreso al frío de la noche, en la cornisa de la ventana por donde en otra ocasión había acudido a ella.

La luna se mostraba oblonga y baja en el cielo. Los búhos dormían en las secuoyas. Desde allí arriba Luce podía ver las olas batiendo suavemente la orilla; al otro lado del campus, brillaba una única luz en lo alto del pabellón nefilim, pero no podía decir si era el despacho de Francesca o de Steven.

Daniel y ella se sentaron en la cornisa con las piernas colgando. Se apoyaron en la leve inclinación del tejado que había detrás de ellos y miraron las estrellas que brillaban apagadas en el cielo, como si estuvieran cubiertas por una capa finísima de nubes. Al poco tiempo Luce se echó a llorar.

Porque él estaba loco por ella o ella por él. Porque su cuerpo había pasado por tantas cosas, entrando y saliendo de Anunciadoras, atravesando estados, y yendo de un pasado reciente al presente. Porque su corazón y su cabeza estaban confundidos y estar cerca de Daniel complicaba aún más las cosas. Porque Miles y Shelby parecían odiarlo. Por el horror patente en el rostro de Vera al reconocer a Luce. Por todas las lágrimas que su hermana había vertido por ella, y por el daño que Luce le había vuelto a hacer al aparecer en su mesa de blackjack. Por todas sus otras familias desconsoladas, hundidas en la tristeza porque sus hijas habían tenido la mala suerte de ser la reencarnación de una estúpida chica enamorada. Porque pensar en esas familias hacía que Luce echara tremendamente de menos a sus padres en Thunderbolt. Porque era la auténtica responsable del secuestro de Dawn. Porque tenía diecisiete años y todavía estaba viva contra todo pronóstico. Porque sabía lo suficiente para temer lo que el futuro pudiera depararle. Porque entretanto eran las 3.30 de la mañana y llevaba días sin dormir y no sabía qué más podía hacer.

Entonces él la abrazó, inundándole el cuerpo con su calor, atrayéndola hacia él y meciéndola en sus brazos. Ella sollozaba e hipaba, y deseó tener un pañuelo para limpiarse la nariz. Se preguntó cómo era posible sentirse tan mal por tantas cosas a la vez.

—Chissst —susurró Daniel—. Chissst.

El día anterior Luce se había sentido muy mal al ver a Daniel queriéndola hasta el olvido en aquella Anunciadora. La violencia insoslayable que parecía formar parte de su relación le había parecido infranqueable. Pero ahora, y sobre todo después de haber hablado con Arriane, Luce presentía que algo grande estaba a punto de ocurrir, algo que tal vez alteraría el mundo entero y que amenazaba a Luce y a Daniel. Los rodeaba, en el éter, y afectaba al modo en que ella se veía a sí misma y también a Daniel.

La mirada de impotencia que había visto en los ojos de Daniel poco antes de morir… ahora le parecía que formaba parte del pasado. Le hizo pensar en la forma en que la había mirado después de su primer beso en esta vida, en la playa cercana a Espada & Cruz. El sabor de sus labios en los suyos, el roce de su respiración en el cuello, sus manos fuertes en torno a ella: todo había sido maravilloso… excepto el terror que se leía en sus ojos.

Pero hacía tiempo que Daniel no la miraba de esa forma. Su mirada ahora era implacable, como si ella irremediablemente fuera a permanecer con él. Las cosas eran distintas en esta vida. Todo el mundo lo decía, y Luce también lo notaba: era una revelación cada vez más creciente en su interior. Se había visto morir y había sobrevivido. Daniel no tendría que sobrellevar él solo su castigo nunca más. Era algo que podían hacer juntos.

—Quiero decirte algo —confesó ella con la cara hundida en la camisa de él mientras se secaba los ojos con la manga—. Quiero hablar antes de que empieces tú.

Notó su barbilla acariciándole la coronilla cuando él asintió.

—Sé que tienes que ser muy cuidadoso con lo que me cuentas. Ya sé que otras veces he muerto. Pero no me voy a ir a ningún sitio esta vez, Daniel. Lo presiento. O, por lo menos, no lo haré sin oponer resistencia. —Intentó esbozar una sonrisa—. Creo que sería bueno para los dos que dejaras de tratarme como si fuera una pieza delicada de cristal. Así que te pido como amiga, novia, y como el amor de tu vida que soy, que me tengas más en cuenta. De lo contrario, me siento sola, nerviosa y…

Él le cogió la barbilla con el dedo y le hizo levantar la cabeza. La miraba con curiosidad. Luce supuso que la interrumpiría, pero no lo hizo.

—No me fui de la Escuela de la Costa para enojarte —prosiguió—. Me fui porque no comprendía la importancia de permanecer aquí. Y al hacerlo puse en peligro a mis amigos.

Daniel sostuvo su cara frente a la suya. El color violeta de sus ojos prácticamente refulgía.

—Te he fallado muchas veces antes —susurró él—. Y puede que en esta vida me haya pasado de prudente. Debería haber sabido que pondrías a prueba cualquier límite que se te impusiera. No serías la chica que quiero si no lo hicieras. —Luce supuso que le sonreiría, pero no lo hizo—. En esta ocasión hay tanto en juego y he estado tan centrado en…

—¿Los Proscritos?

—Son los que se llevaron a tu amiga —explicó Daniel—. Apenas saben distinguir la derecha de la izquierda, y mucho menos de qué parte están. —Luce pensó en la chica a la que Cam había disparado con la flecha de plata, y en el muchacho atractivo de mirada vacía de la cafetería.

—Están ciegos.

Daniel bajó la mirada hacia sus manos y se restregó los dedos. Parecía sentirse mal.

—Sí, están ciegos, pero son brutales. —Levantó una mano y recorrió con el dedo uno de los rizos rubios de ella—. Fuiste lista al teñirte el pelo. Te mantuvo a salvo cuando yo no podía llegar a tiempo.

—¿Lista? —Luce estaba horrorizada—. Dawn hubiera podido morir solo porque a mí se me ocurrió manipular un frasco de lejía barata. ¿Cómo puedes considerar inteligente algo así? Si… si mañana me tiñera el pelo de negro, ¿tú crees que de pronto los Proscritos podrían encontrarme?

Daniel negó con la cabeza con brusquedad.

—No deberían haber entrado en el campus. Jamás deberían haber puesto sus manos en ninguno de vosotros. Trabajo día y noche para mantenerlos alejados de ti y de toda la escuela. Alguien los ayuda y no sé quién.

—Cam.

¿Qué otra cosa podía hacer él allí?

Pero Daniel negó con la cabeza.

—Sea quien sea lo lamentará.

Luce se cruzó de brazos. Todavía se notaba la cara enrojecida por el llanto.

—Me figuro que esto significa que no voy a poder ir a casa por Acción de Gracias. —Cerró los ojos intentando no imaginarse la cara de decepción de sus padres—. No, mejor no me lo digas.

—Por favor. —Daniel estaba serio—. No será por mucho tiempo.

Ella asintió.

—Lo que dura la tregua.

—¿Qué? —Él la agarró por los hombros—. ¿Cómo sabes…?

—Lo sé. —Luce deseaba que él no se diera cuenta de que había empezado a temblar y que el temblor aumentaba conforme intentaba actuar con más seguridad de la que sentía—. Y sé que pronto llegará un momento en que tú inclinarás la balanza entre el Cielo y el Infierno.

—¿Quién te ha dicho eso?

Daniel arqueó los hombros hacia atrás, en un intento de evitar que se le abrieran las alas.

—Lo he deducido. Cuando no estás aquí ocurren muchas cosas.

Por un instante la mirada de Daniel dejó entrever algunos celos. Al principio, a Luce le pareció casi reconfortante ser capaz de provocar algo así en él, pero no quería que se sintiera celoso, y menos aún cuando se traía entre manos tantas cosas importantes.

—Lo siento —dijo ella—. Lo último que ahora necesitas es que te distraiga. Parece que eso que haces… es realmente serio.

Ella lo dejó ahí, esperando que con ello Daniel se sintiera más cómodo y le contara más cosas. Tal vez aquella era la conversación más franca, honesta y madura que habían mantenido jamás.

Pero muy pronto un nubarrón que no creía siquiera que la pudiera amenazar cruzó el rostro de Daniel.

—Quítate todo eso de la cabeza. No tienes ni idea de lo que crees que sabes.

Luce fue presa de la decepción. Él seguía tratándola como a una niña. Un paso adelante, y diez atrás.

Recogió las piernas y se puso de pie en la cornisa.

—Hay una cosa que sí sé, Daniel —dijo bajando la mirada hacia él—. Que, si de mí dependiera, no habría dudas. Que, si el universo me esperara para inclinar la balanza, optaría por el bando del bien.

Daniel tenía sus ojos de color violeta clavados en el bosque oscuro.

—Optarías por el bando del bien —repitió. Su voz parecía entumecida a la vez que desesperadamente triste. Más triste de lo que ella le había oído jamás.

Luce tuvo que contener el impulso de agacharse y pedir disculpas. En lugar de ello, se dio la vuelta y dejó a Daniel. ¿Acaso no era obvio que él tenía que optar por el bien? ¿No es eso lo que haría cualquiera?

14

Cinco días

A
lguien los había delatado.

El domingo por la mañana, mientras el resto del campus aún permanecía extrañamente silencioso, Shelby, Miles y Luce se encontraron sentados en fila a un lado del despacho de Francesca, a la espera de ser interrogados.

El despacho de la profesora era más grande que el de Steven. También era más luminoso, tenía el techo alto e inclinado y tres enormes ventanas que daban al bosque en dirección al norte, cada una de ellas adornada con unas cortinas gruesas de terciopelo de color lavanda descorridas para mostrar un cielo asombrosamente azul. La única obra de arte de la estancia era una gran fotografía enmarcada de una galaxia que colgaba sobre un magnífico escritorio con revestimiento de mármol. Las sillas de estilo barroco en las que estaban sentados eran bonitas pero incómodas. Luce no conseguía dejar de moverse.

—Una nota anónima, ¡y un huevo! —musitó Shelby haciendo referencia al seco e-mail que había recibido cada uno de ellos de parte de Francesca esa mañana—. Esa desgraciada cotorra inmadura de Lilith.

Luce no creía que Lilith ni ningún otro alumno hubiera podido saber que habían abandonado el campus. Alguien más había puesto sobre aviso a sus profesores.

—¿Por qué tardan tanto?

Miles señaló con la cabeza en dirección al despacho de Steven, que estaba al otro lado de la pared y en el que se oían las voces de sus profesores discutiendo en voz baja.

—Es como si estuvieran decidiendo el castigo antes de escuchar nuestra versión de los hechos. —Él se mordió el labio inferior—. Por cierto, ¿cuál es nuestra versión de los hechos?

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