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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (40 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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Daniel, en cambio, parecía incómodo, y tenía buenos motivos para estarlo. No se habían hablado desde que la había visto besando a Miles, y ahora se encontraban ante la mejor amiga de Luce y ante Cam, el ex enemigo… o lo que fuera, de Daniel.

Sin embargo…

Daniel estaba en su casa. A muy pocos metros de la casa de sus padres. ¿Perderían la cabeza si supieran quién era él en realidad? ¿Cómo podía presentarles a un chico que era responsable de miles de muertes y hacia el que ella se sentía atraída prácticamente siempre como un imán? ¿Alguien imposible, escurridizo, misterioso y a veces incluso miserable cuyo amor ella no comprendía? ¿Alguien que colaboraba con el diablo, ¡maldita sea!, y a quien —si creía que presentarse allí sin ser invitado y con ese demonio era una buena idea— tal vez no la conocía tan bien?

—¿Qué hacéis aquí?

Habló en un tono de voz seco, porque no podía hablar con Daniel sin hablar también con Cam y no podía hablar con Cam sin desear arrojarle algo pesado a la cabeza.

Cam habló primero.

—¡Feliz Día de Acción de Gracias para ti también! Nos dijeron que el mejor sitio para pasar este día era tu casa.

—Hemos conocido a tu amiga en el aeropuerto —añadió Daniel con el tono insípido que usaba cuando él y Luce estaban en público.

Era un modo de hablar muy formal y de inmediato ella ansió estar a solas con él para ser ellos de verdad. Así, ella le agarraría por la solapa de aquel estúpido abrigo y le sacudiría hasta que se lo contara todo. Aquello había ido demasiado lejos.

—Nos pusimos a hablar y compartimos el taxi —prosiguió Cam haciéndole un guiño a Callie.

Callie sonrió a Luce.

—Yo me imaginaba cómo sería una reunión íntima en casa de los Price, pero esto es mucho mejor. Así podré hacerme una mejor idea de todo.

Luce notó que su amiga le escrutaba la cara intentando saber qué pensar de esos dos chicos. Sin duda ese Día de Acción de Gracias se estaba volviendo incómodo a toda velocidad. No era así como se suponía que tenían que ir las cosas.

—¡Es la hora del pavo! —gritó su madre desde la puerta. Su sonrisa se truncó en una mueca de confusión al ver la gente que había fuera—. Luce, ¿qué ocurre?

Llevaba su viejo delantal de rayas verdes y blancas anudado en torno a la cintura.

—Mamá —dijo Luce haciendo un gesto con la mano—, esta es Callie, y Cam y…

Le hubiera gustado extender la mano para tocar a Daniel, o hacer algo, cualquier cosa que indicara a su madre que él era alguien especial, alguien único. Y también para hacerle saber a él también que todavía lo quería, que todo cuanto había entre ellos iba a salir bien. Pero lo único que hizo fue quedarse parada.

—Este es Daniel.

—Está bien. —Su madre miró a los recién llegados con suspicacia—. Bueno, pues, hum, ¡bienvenidos! Luce, cariño, ¿puedo hablar contigo un momento?

Luce se acercó a su madre hasta la puerta después de levantar un dedo a Callie para indicarle que regresaría en un instante. Siguió a su madre por el vestíbulo, por el pasillo a oscuras decorado con fotografías enmarcadas de la infancia de Luce, y hasta el acogedor dormitorio de sus padres, que estaba iluminado con una lámpara. Su madre se sentó sobre la cama blanca y cruzó los brazos.

—¿No tienes que contarme nada?

—Lo siento mamá —dijo Luce desplomándose en la cama.

—Mira, no quiero excluir a nadie de una comida de Acción de Gracias, pero ¿no te parece que hay un momento en que hay que poner un límite? ¿No te bastaba con un coche lleno de gente?

—Tienes razón, mamá —dijo Luce—. Yo no he invitado a toda esa gente. Estoy tan sorprendida como tú de que hayan aparecido todos.

—Es que tenemos tan poco tiempo para estar contigo… Nos encanta conocer a tus amigos —dijo la madre de Luce acariciándole el pelo—, pero nos hacía más ilusión pasar un rato contigo.

—Sé que es una gran imposición, mamá. —Luce volvió la mejilla hacia la palma abierta de su madre—. Daniel es especial. No sabía que iba a venir, pero como está aquí, necesito pasar un poco de tiempo con él, igual que contigo y con papá. ¿Te parece bien?

—¿Daniel? —repitió su madre—. ¿Ese rubio tan guapo? ¿Vosotros estáis…?

—Sí. Estamos enamorados.

Por algún extraño motivo, Luce temblaba. A pesar de las dudas que tenía sobre su relación, decir en voz alta a su madre que quería a Daniel lo hacía más verdadero, le recordaba que, pese a todo, ella lo quería de verdad.

—Entiendo. —Su madre asintió sonriendo sin que sus rizos color castaño peinados con laca se movieran—. Bueno, tampoco podemos echar a patadas a todo el mundo menos a él, ¿no?

—Gracias, mamá.

—Dale las gracias también a tu padre. Y, cariño, la próxima vez avísanos con un poco más de tiempo. De haber sabido que traías a casa a un chico especial, habría bajado del desván el álbum de fotografías de cuando eras un bebé.

Le hizo un guiño y estampó un beso en la mejilla de Luce.

De regreso a la sala de estar, Luce se dirigió primero a Daniel.

—Me alegro de que al final hayas podido estar con tu familia —dijo él.

—Espero que no estés enfadada con Daniel por haberme traído —intervino Cam. Luce quiso ver cierta altanería en la voz, pero no la encontró—. Estoy seguro de que a los dos os gustaría que yo no estuviera, pero —miró a Daniel— un pacto es un pacto.

—Desde luego —respondió Luce en tono frío.

La cara de Daniel no delataba nada hasta que se ensombreció. Miles acababa de entrar del comedor.

—Hum… Oye, tu padre está a punto de hacer un brindis. —Miles tenía los ojos clavados en Luce de un modo que ella pensó que posiblemente lo hacía para no cruzar la mirada con Daniel—. Tu madre me ha pedido que te pregunte dónde quieres sentarte.

—Oh, en cualquier sitio. ¿Tal vez al lado de Callie?

Luce sintió cierto pánico cuando pensó en todos los invitados y en la urgencia de mantenerlos a la máxima distancia posible entre ellos. Y a Molly, lejos de todos.

—Debería haber hecho tarjetas para la mesa.

Roland y Arriane se habían apresurado a colocar la mesa de jugar a las cartas junto a la de comer de tal modo que ahora el banquete llegaba incluso a la sala de estar. Alguien había puesto un mantel de color dorado y blanco, y sus padres incluso habían sacado la vajilla de cuando se casaron. Las velas estaban encendidas, y las jarras, llenas de agua. Al poco, Shelby y Miles sacaron unos cuencos humeantes de judías verdes y puré mientras Luce se sentaba entre Callie y Arriane.

La cena de Acción de Gracias, pensada en principio como una comida íntima, había pasado a ser para doce comensales: cuatro humanos, dos nefilim, seis ángeles caídos (tres de cada bando, del Bien y del Mal) y un perro disfrazado de pavo con su cuenco con sobras debajo de la mesa.

Miles fue a sentarse delante de Luce, pero Daniel lo fulminó con una mirada amenazadora. Él entonces retrocedió y, cuando Daniel iba a tomar asiento, Shelby le quitó el sitio. Con una sonrisa y cierta actitud triunfante, Miles se sentó a la izquierda de Shelby y delante de Callie mientras que Daniel, con una actitud algo molesta, se acomodó a la derecha, frente a Arriane.

Alguien daba patadas a Luce por debajo de la mesa, intentando llamar su atención, pero ella no apartaba la vista del plato.

En cuanto todo el mundo estuvo sentado, el padre de Luce se puso de pie en la cabecera de la mesa mirando a la madre al otro lado, e hizo chocar el tenedor contra la copa de vino tinto.

—Tengo fama de dirigir uno o dos discursos interminables en estas fechas. —Se rió—. Pero nunca hemos recibido a tanta gente joven y hambrienta en casa, así que iré al grano. Quiero dar las gracias a mi querida esposa Doreen, a mi adorada hija Luce y a todos vosotros por acompañarnos. —Fijó la vista en Luce y dibujó una mueca especial que hacía cuando se sentía especialmente orgulloso—. Es maravilloso ver cómo progresas, que te has convertido en una jovencita muy guapa con muchos y fantásticos amigos. Esperamos que todos vuelvan de nuevo. Salud para todos. Por la amistad.

Luce se esforzó por sonreír, esquivando las miradas furtivas que se dirigían todos sus «amigos».

—Tiene toda la razón. —Daniel rompió el silencio incómodo que siguió y alzó la copa—. ¿Qué tiene de bueno la vida sin amigos en quienes confiar?

Miles apenas lo miró, y hundió la cuchara de servir en el puré de patatas.

—Dicho por el mismísimo señor Confianza.

Los Price estaban demasiado ocupados haciendo pasar las bandejas a los extremos opuestos de la mesa como para darse cuenta de la mirada severa que Daniel dirigió a Miles.

Molly empezó a servir en el plato de Miles una buena ración de su aperitivo de langostinos picantes, que nadie había probado aún.

—Di «basta» cuando tengas suficiente.

—Uau, Molly, guarda un poco de ese picante para mí. —Cam alargó el brazo para coger la cazuela de langostinos—. Dime, Miles, Roland me contó que hiciste un buen alarde de habilidad en esgrima hace unos días. Supongo que eso volvió locas a las chicas. —Se inclinó hacia delante—. Luce, tú estabas allí, ¿no?

Miles se quedó a medio gesto en el aire con el tenedor. Sus grandes ojos azules parecían confusos acerca de las intenciones de Cam, como si este esperara oír decir a Luce que sí, que las chicas, incluida ella, se volvieron realmente locas.

—Roland también dijo que Miles perdió —comentó Daniel plácidamente, y pinchó un poco del relleno.

Al otro extremo de la mesa, Gabbe mitigó la tensión con un ronroneo intenso de satisfacción.

—Dios mío, señora Price, estas coles de Bruselas son un bocado celestial. ¿No te parece, Roland?

—Hummm —asintió Roland—. Realmente me transportan a tiempos más sencillos.

Entonces la madre de Luce empezó a recitar la receta mientras su padre se extendía acerca de la producción local. Luce, por su parte, intentó disfrutar de aquel extraño tiempo con su familia, y Callie se inclinó para decirle que todo el mundo parecía fabuloso, sobre todo Arriane y Miles. Sin embargo, había muchas cosas que había que atender. Luce sentía como si tuviera que desactivar una bomba en cualquier momento.

Unos minutos más tarde, tras pasar por segunda vez el relleno entre los comensales, la madre de Luce dijo:

—¿Sabes? Tu padre y yo nos conocimos cuando teníamos tu edad.

Luce había oído esa historia unas trescientas cincuenta veces.

—Él era
quarterback
del Athens High. —Su madre hizo un guiño a Miles—. En esa época los tipos atléticos también volvían locas a las chicas.

—Sí. En efecto, había doce Trojans y dos que estábamos en el primer equipo. —El padre de Luce se echó a reír, y ella esperó a que dijera la frase de siempre—. Solo tuve que demostrarle a Doreen que fuera del campo no era un tipo tan duro.

—Me parece fabuloso que ustedes tengan un matrimonio tan sólido —dijo Miles mientras cogía otro de los famosos bollos de levadura de la madre de Luce—. Luce tiene suerte de tener unos padres tan sinceros y francos con ella y con los demás.

La madre sonrió encantada.

Pero antes de que pudiera decir nada, Daniel intervino:

—El amor es mucho más que eso, Miles. Señor Price, ¿no le parece que una relación de verdad es algo más que simple diversión y juegos? ¿Que exige algo de esfuerzo?

—Claro, claro. —El padre de Luce se limpió los labios con la servilleta—. ¿Por qué si no se habla del compromiso del matrimonio? Si duda, el amor tiene altibajos. Así es la vida.

—Bien dicho, señor Price —dijo Roland con un apasionamiento que no cuadraba con su cara tersa de adolescente—. Yo también he vivido mis altibajos.

—Oh, vamos —intervino Callie para sorpresa de Luce. La pobre creía que todos eran lo que aparentaban—. Hacéis que todo parezca muy grave.

—Callie tiene razón —dijo la madre de Luce—. Sois jóvenes y alegres, deberíais pasarlo bien.

Pasarlo bien. ¿Así que ese ahora era el objetivo? ¿Acaso alguna vez pasarlo bien había sido posible para Luce? Se quedó mirando a Miles, que sonreía.

—Yo me lo paso bien —dijo articulando cada sílaba para que Luce le leyera los labios.

Aquello cambiaba las cosas por completo para Luce, que no dejaba de mirar una y otra vez alrededor en la mesa y se daba cuenta de que, pese a todo, ella también se lo estaba pasando bien. Roland fingía sacarle la lengua a Molly enseñándole un langostino en su lugar y ella se reía, quizá por primera vez en la vida. Cam intentaba halagar a Callie, ofreciéndose incluso a untarle la mantequilla en el bollo, algo que ella declinó con una mueca de sorpresa y una negación tímida de cabeza. Shelby comía como si estuviera entrenándose para una competición. Y alguien le seguía acariciando los pies por debajo de la mesa. Ella cruzó la mirada con los ojos de color violeta de Daniel. Él le guiñó un ojo y ella sintió un cosquilleo en el estómago.

Aquella reunión tenía algo de extraordinario. Era el Día de Acción de Gracias más animado desde que la abuela de Luce murió y los Price dejaron de ir a la zona pantanosa de Louisiana para pasar las vacaciones. Ahora esa era su familia: toda esa gente, ángeles, demonios, o lo que quiera que fuesen. Para bien o para mal, en tiempos complicados con sus altibajos, e incluso para momentos de diversión. Como su padre acababa de decir: así era la vida.

Para ser una chica con cierta experiencia en la muerte, la vida —y punto— era la cosa por la que Luce de pronto se sintió más completamente agradecida.

—Bueno. Ya estoy harta —anunció Shelby al cabo de unos minutos—, de tanta comida, claro. ¿Los demás estáis llenos? Vamos a recoger todo esto. —Soltó un silbido y dibujó un lazo en el aire con un dedo—. Ya tengo ganas de volver a ese reformatorio al que vamos todos, hum…

—Ayudaré a quitar la mesa. —Gabbe de puso de pie de inmediato y empezó a apilar platos, mientras arrastraba a la malhumorada Molly a la cocina con ella.

La madre de Luce seguía dirigiéndoles miradas furtivas a todos, intentando ver el encuentro desde la perspectiva de su hija. Lo cual era imposible. Había captado la idea de Daniel con rapidez y no dejaba de mirar a los dos de un lado a otro. Luce quería una oportunidad para demostrar a su madre que lo que ella y Daniel compartían era algo sólido y maravilloso, distinto a cualquier otra cosa en el mundo, pero tenían demasiada gente alrededor. Lo que debería haber parecido fácil resultaba difícil.

Andrew dejó de mordisquear las plumas de fieltro que tenía en torno a la nuca y empezó a emitir gañidos en dirección a la puerta. El padre de Luce se puso de pie y fue a buscar la correa del perro. Fue un alivio.

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