Cam le apartó las flechas.
—Son mortales.
No lo parecían; si ni tan siquiera tenían punta. Tan solo eran unas varillas de plata acabadas en un extremo romo. Sin embargo, una de ellas había hecho desaparecer a la chica.
Luce parpadeó varias veces.
—¿Qué acaba de ocurrir, Cam? —El tono de su voz era duro—. ¿Quién era?
—Una Proscrita —respondió Cam sin mirarla, con los ojos clavados en el arco de plata que llevaba en la mano.
—¿Una qué?
—Son ángeles de la peor calaña. Estuvieron de parte de Satanás durante la revuelta, pero no llegaron a pisar el mundo subterráneo.
—¿Por qué no?
—Ya conoces a ese tipo de gente. Son como las chicas que quieren que las inviten a una fiesta a la que no tienen intención alguna de asistir. —Hizo una mueca de disgusto—. Cuando terminó la batalla intentaron echarse atrás y regresar rápidamente al Cielo, pero fue demasiado tarde. En las nubes solo tienes una oportunidad. —Miró a Luce—. Al menos, la mayoría de nosotros.
—De modo que si no están en el Cielo… —A ella le seguía resultando difícil hablar con naturalidad de esas cosas—, ¿están en el Infierno?
—Para nada. Aún recuerdo cuando volvieron con el rabo entre las piernas. —Cam lanzó una risotada siniestra—. En general, aceptamos a todo el mundo, pero incluso Satanás tiene sus límites. Los expulsó de forma permanente y, como castigo a su ofensa, los dejó ciegos.
—Pero esa chica no estaba ciega —musitó Luce, recordando cómo seguía con el arco a Cam. Si no le había dado era porque él se había movido más rápido. Con todo, Luce sabía que a esa chica le faltaba algo.
—Sí, sí lo estaba. Simplemente, emplean otros sentidos para percibir el mundo. Son capaces de ver de otro modo, lo cual tiene sus limitaciones y también sus ventajas.
Cam no dejaba de escrutar la hilera de árboles. A Luce se le heló la sangre al pensar que podía haber más Proscritos agazapados en el bosque armados con arcos de plata y flechas.
—Bueno, ¿qué le ha ocurrido? ¿Dónde está ahora?
Cam la miró fijamente.
—Está muerta, Luce.
Finito
. Adiós.
¿Muerta? Luce contempló aturdida el lugar en el suelo donde había ocurrido todo. Estaba tan vacío como el resto del aparcamiento.
—Pensaba que no podíais matar a los ángeles.
—Solo con una buena arma.
Cam mostró a Luce las flechas una última vez; después las envolvió en un trozo de tela que se había sacado del bolsillo y se las metió en la chaqueta de cuero.
—Estas cosas son difíciles de conseguir. Pero deja ya de temblar, no pienso matarte.
A continuación, se dio la vuelta y empezó a comprobar una por una las puertas de los coches que quedaban en el aparcamiento; observó una camioneta de color gris y amarillo que tenía la ventana del conductor bajada y sonrió. Deslizó el brazo en su interior y desbloqueó la puerta.
—Ya puedes estar contenta de no tener que regresar a la escuela a pie. Vamos, entra.
Cam abrió la puerta del copiloto y Luce se quedó boquiabierta. Miró por la ventana abierta y vio que él estaba puenteando el vehículo.
—¿Te crees que me voy a meter en un coche robado contigo después de ver cómo matas a alguien?
—De no haberla matado —replicó él mientras manipulaba debajo del volante—, ella habría acabado contigo, ¿vale? ¿Quién crees que envió esa nota? Te hicieron salir de la escuela para matarte. ¿Acaso eso no te hace entrar en razón?
Luce se apoyó en la capota de la camioneta indecisa. Recordó la conversación que había mantenido con Daniel, Arriane y Gabbe justo antes de abandonar Espada & Cruz. Los tres le habían advertido de que la señorita Sophia y otros de su secta podrían ir tras ella.
—Pero esa chica no parecía… ¿Los Proscritos forman parte de los Ancianos?
Para entonces Cam ya había logrado poner en marcha el motor. Se apeó rápidamente, rodeó el vehículo y metió a Luce en el asiento del copiloto con brusquedad.
—¡Vamos! ¡En marcha! ¡Esto es como obligar a un gato a moverse!
Cuando por fin logró tenerla sentada, le pasó el cinturón de seguridad.
—Por desgracia, Luce, tienes más de un enemigo. Y por eso te voy a devolver ahora mismo a un lugar seguro como lo es la escuela.
Aunque a ella no le parecía inteligente estar a solas en un coche con Cam, tampoco tenía la certeza de que permanecer ahí fuera sola resultara lo más prudente.
—Un momento —dijo mientras él giraba en dirección a la Escuela de la Costa—. Si los Proscritos no forman parte del Cielo ni del Infierno, ¿a qué bando pertenecen?
—Los Proscritos son una desagradable sombra gris. Por si no te has dado cuenta, hay cosas aún peores que yo.
Luce cruzó las manos en el regazo, deseosa de regresar a su habitación, donde se podía sentir a salvo, o por lo menos fingirlo. ¿Por qué creer a Cam? A fin de cuentas, había caído en sus mentiras muchas veces antes.
—No hay nada peor que tú. Lo que quisiste… lo que intentaste hacer en Espada & Cruz fue algo horrible. —Ella negó con la cabeza—. Solo intentas volver a engañarme.
—No es cierto. —Su voz reflejaba menos enojo del que ella esperaba. Cam parecía considerado, apenado incluso. Se encontraban ya en el largo y serpenteante camino de acceso a la Escuela de la Costa.
—Nunca quise hacerte daño, Luce.
—¿Y por eso llamaste a la batalla a todas esas sombras mientras yo estaba en el cementerio?
—El bien y el mal no están tan claramente definidos como te imaginas. —Miró por la ventana hacia los edificios de la Escuela de la Costa, que en aquel momento parecían oscuros y desiertos—. Tú eres sureña, ¿no? Bueno, al menos en esta vida. Como buena sureña entenderás la libertad que se toman los vencedores en el momento de reescribir la historia. Es una cuestión semántica, Luce. Lo que tú consideras el mal es, en mi opinión, un mero problema de connotación.
—Daniel no piensa así. —A Luce le hubiera gustado afirmar que ella no pensaba así, pero aún no sabía lo suficiente. Seguía pareciéndole que ella aceptaba como mero acto de fe muchas de las explicaciones de Daniel.
Cam aparcó la camioneta en una zona de césped que había detrás de la residencia, se apeó, rodeó el vehículo y fue a abrir la puerta del acompañante.
—Daniel y yo somos las dos caras de una misma moneda. —Le tendió la mano para ayudarla a bajar, pero ella le ignoró—. Sin duda para ti debe ser doloroso oír esto.
A ella le hubiera gustado decirle que eso era imposible, que no era cierto, que no había ninguna semejanza entre Cam y Daniel, por mucho que Cam se empeñara. Sin embargo, en la semana que llevaba en la Escuela de la Costa, Luce había visto y oído cosas que contradecían lo que había creído en otros tiempos. Pensó en Francesca y Steven. Procedían del mismo lugar: hubo un tiempo, antes de la guerra y de la Caída, en que solo existía un bando. Cam no era el único en afirmar que la separación entre ángeles y demonios no era tan nítida.
En su ventana la luz estaba encendida. Luce se imaginó a Shelby sentada en su alfombrilla de color naranja, con las piernas cruzadas en la posición del loto y meditando. ¿Cómo entrar allí y hacer como si no acabara de ver morir a un ángel? ¿Cómo fingir que cuanto había ocurrido esa semana no la había dejado hecha un mar de dudas?
—Los acontecimientos de esta tarde quedarán entre tú y yo, ¿de acuerdo? —dijo Cam—. Y, de ahora en adelante, haznos a todos un favor y no vuelvas a salir del campus. Aquí no te meterás en problemas.
Ella pasó a su lado, fuera de la luz de los focos de la camioneta robada, y se sumergió en la oscuridad que cubría los muros de la residencia.
Cam volvió a la furgoneta y dio gas al motor haciendo un ruido molesto. Antes de marcharse, bajó el cristal de la ventanilla y gritó a Luce:
—¡Ha sido un placer!
Ella se volvió.
—¿El qué?
Él sonrió y apretó el acelerador.
—Salvarte la vida.
Trece días
—A
quí está —Una voz chillona atronó al otro lado de la puerta de Luce a primera hora de la mañana siguiente. Alguien estaba golpeándola—. ¡Por fin está aquí!
Los golpes eran cada vez más insistentes. Luce no sabía qué hora era, pero sí que era demasiado pronto para las risitas tontas que se oían al otro lado de la puerta.
—Tus amigas —exclamó Shelby desde la parte alta de la litera.
Luce salió de la cama refunfuñando. Levantó la vista hacia Shelby, que estaba tumbada boca abajo en la litera, completamente vestida con vaqueros y un chaleco rojo grueso, haciendo el crucigrama del sábado.
—¿Alguna vez duermes? —musitó Luce acercándose al armario para coger la bata de cuadros de color violeta que su madre le había hecho cuando cumplió trece años y que todavía le quedaba bien.
Apretó la cara junto a la mirilla y vio las caras deformadas y sonrientes de Dawn y Jasmine. Iban vestidas con bufandas de colores y orejeras peludas. Jasmine sostenía una bandeja con cuatro tazas de café, mientras Dawn, que llevaba una gran bolsa de papel marrón en la mano, volvía a aporrear la puerta.
—¿Piensas hacer que se marchen, o llamo al servicio de seguridad del campus? —preguntó Shelby.
Luce, sin hacerle caso, abrió la puerta, y las dos chicas entraron como una exhalación en la habitación hablando a toda prisa.
—¡Por fin! —dijo Jasmine riendo y entregando a Luce una taza de café antes de dejarse caer en la cama deshecha—. Tenemos tantas cosas de que hablar…
Aunque ni Dawn ni Jasmine la habían visitado antes en su habitación, a Luce le gustó que se comportasen como si estuvieran en su casa. Le recordaron a Penn, que había «tomado prestada» la copia de llave de la habitación de Luce para poder entrar en ella cuando surgiera la necesidad.
Luce bajó la vista hacia su café y tragó saliva, a sabiendas de que no podía ponerse sentimental ahora ante aquellas tres.
Dawn estaba en el baño hurgando en los armarios junto al lavamanos.
—Como miembro del comité de planificación, creemos que deberías participar en el discurso de bienvenida de hoy —dijo y, levantando la vista hacia Luce con incredulidad, preguntó—: ¿Cómo es que no estás vestida aún? El yate va a zarpar en menos de una hora.
Luce se frotó la frente.
—¿De qué estás hablando?
—¡Oh, vaya! —Dawn gruñó de forma exagerada—. ¿Amy Branshaw? ¿Mi compañera de laboratorio? ¿La del padre con un yate enorme? ¿Te suena algo de lo que he dicho?
Entonces a Luce le vino todo a la cabeza. La excursión en yate por la costa. Jasmine y Dawn habían presentado su fantasioso proyecto como una propuesta educativa al comité de eventos de la Escuela de la Costa, esto es, a Francesca, y, no se sabía como, habían conseguido su aprobación. Luce se había mostrado dispuesta a colaborar, pero no había hecho nada. En ese momento recordó la expresión de Daniel cuando se lo contó y cómo rechazó al instante la idea de que Luce pudiera pasárselo bien sin él.
Dawn hurgaba en el armario de Luce. Al final sacó un vestido de manga larga y de color berenjena, se lo lanzó a Luce y la empujó hacia el baño.
—No olvides ponerte leggins debajo. En el mar hace frío.
Entretanto, Luce desconectó el móvil del cargador. La noche anterior, después de que Cam la llevara a la escuela, se había sentido tan aterrorizada y sola que había roto la regla número uno del señor Cole y había enviado un mensaje de texto a Callie. Si el señor Cole supiera cuánto necesitaba escuchar una voz amiga… seguramente se enfadaría mucho con ella, pero ya era demasiado tarde.
Abrió la carpeta de los mensajes de texto y se acordó de cómo le habían temblado los dedos mientras escribía ese texto plagado de mentiras:
¡Por fin tengo móvil! Mala recepción. Llamaré cuando pueda. Aquí todo va bien, pero te echo de menos. ¡Escribe pronto!
Callie no había respondido.
¿Estaba enferma? ¿Ocupada? ¿Fuera de la ciudad?
¿La ignoraba por haberla ignorado?
Luce se miró al espejo. Tenía mal aspecto y se sentía fatal. Pero se había comprometido a ayudar a Dawn y a Jasmine, así que se puso el vestido y se recogió el pelo rubio con un par de horquillas.
Cuando salió del baño, Shelby se estaba sirviendo el desayuno que las chicas habían traído en la bolsa de papel. Realmente resultaba apetitoso: pastas danesas de cereza y buñuelos de manzana; bollos y rollitos de canela, y tres tipos de zumo distintos. Jasmine le pasó un enorme bollo de salvado y un canuto de crema de queso.
—Alimento para el cerebro.
—¿Qué es todo esto?
Miles asomó la cabeza por la puerta levemente entornada. Luce no le veía los ojos, que estaban ocultos bajo la gorra de béisbol que llevaba, pero el pelo castaño se le salía por los lados y en la cara se le dibujaban unos grandes hoyuelos al sonreír. Dawn lanzó unas cuantas risitas de inmediato por el simple motivo de que Miles era mono y de que Dawn era así.
Pero Miles, sin embargo, no se dio por enterado. De hecho, en un grupo de chicas propiamente dicho él se mostraba más relajado y tranquilo que la propia Luce. Tal vez se debiera a que tenía muchas hermanas, o algo así. No era como los otros chicos de la Escuela de la Costa, que mantenían una reserva fingida. Miles era auténtico.
—Y tú, ¿es que no tienes amigos de tu mismo género? —preguntó Shelby fingiendo estar más molesta de lo que se sentía en realidad. Ahora que Luce conocía un poco mejor a su compañera de habitación, empezaba a considerar casi encantador el humor negro de Shelby.
—Por supuesto. —Miles entró en la habitación tranquilamente—. El problema es que mis amigos no acostumbran aparecer en mi cuarto con el desayuno.
Cortó un enorme rollito de canela de la bolsa y le pegó un gran bocado.
—Estás muy guapa, Luce —dijo con la boca llena.
Luce se sonrojó, Dawn dejó de reírse, y Shelby tosió contra su manga.
—¡Qué incómodo!
Luce pegó un respingo al oír el aviso de los altavoces del pasillo. Los demás la miraron como si estuviera loca, pero ella seguía acostumbrada a los anuncios de castigo que comunicaba la secretaría del director en Espada & Cruz. En lugar de eso, la voz cristalina de Francesca se coló en la habitación.
«Buenos días, Escuela de la Costa. Para quienes queráis acompañarnos en la excursión de hoy en yate, el autobús que nos llevará al club náutico partirá dentro de diez minutos. Nos reuniremos en la entrada sur. ¡No olvidéis abrigaros!»