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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (18 page)

BOOK: Órbita Inestable
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Avanzando lentamente, como a través de aguas profundas, puso el seguro al peso, la cadena en la puerta, abrió, miró por la rendija hacia la derecha con el arma preparada, y allí había un hombre joven de rostro serio con un traje negro, sujetando a Dan con ambas manos, mientras la sangre chorreaba de su vientre, descendiendo por sus piernas y manchando el suelo en el caliente y fétido aire de la noche.

Dan adelantó débilmente una mano para sujetarse a la jamba, y ella no pudo cerrar lo suficiente la puerta para quitar la cadena, y el Gottschalk tuvo que echarlo hacia atrás y él gritó débilmente, y cuando Lyla consiguió abrir del todo la puerta después de un tiempo interminable casi cayó a través de ella. Entre Lyla y Bill lo condujeron hasta la rota cama y lo tendieron en ella; al principio no consiguieron enderezarlo para ver la herida en su vientre, pero cuando finalmente consiguió dominar lo suficiente el dolor como para tenderse de espaldas con las piernas estiradas, con un poco de ayuda pudieron ver que se trataba de un corte monstruoso por el que se veían confusamente las protuberancias de los órganos internos. Sus ojos estaban cerrados y su rostro blanco como el papel, y al cabo de un momento su respiración se debilitó.

—¡Vaya a buscar a un doctor! —dijo Lyla, con un colosal, increíble esfuerzo para no vomitar.

—No vendrá ningún doctor esta noche —dijo Bill—. Hay toque de queda.

—¡Pero no podemos dejarlo morir! —Lyla giró sobre sus talones, corrió al cuarto de baño, buscó desinfectante, vendas, cualquier cosa que sirviera, regresó con las manos vacías y sollozando, las lágrimas que brotaban de sus ojos picoteándole curiosamente en las mejillas, como moscas arrastrándose por ellas.

—Me temo que está muerto —dijo el Gottschalk, y soltó la muñeca en la cual había estado controlando el pulso.

—¿Qué?

—Lo siento mucho. —Pálido él también, el Gottschalk evitó sus ojos, mirando a la sangre que había manchado todo su traje negro—. Debe de haber sido golpeado con un hacha, supongo, o quizá con un sable. Es un milagro que consiguiera subir en el ascensor y gritar lo suficientemente fuerte como para que yo lo oyera cuando llegó a este piso.

Lyla permanecía inmóvil como una estatua de cera, registrando las palabras pero sin reaccionar.

—¡Oh, si la gente tomara en serio las advertencias que les damos! —prosiguió el Gottschalk tristemente, agitando la cabeza—. Hubiera debido ir armado… ¡Hubiera debido poder defenderse! No se necesita entrenamiento para utilizar cosas como un quemador, y nadie con una simple hacha o espada puede acercarse lo suficientemente a uno como para golpe-arle.

—¿Qué es lo que está diciendo? —dijo Lyla muy lentamente.

—Digo que si él hubiera ido armado, si hubiera sido capaz de protegerse a sí mismo…

Las implicaciones de la expresión de Lyla penetraron demasiado tarde en la mente del Gottschalk, y se interrumpió, alarmado.

—Salga de aquí. Es usted un devorador de cadáveres. Es usted asqueroso. No es usted humano.

—Vamos, mire, señorita…

—¡Es usted un demonio!

Lyla estaba medio atragantándose con sus propios sollozos; no consiguió encontrar las palabras adecuadas para expresar el odio que había estallado en su mente. Había dejado caer la pistola sobre la mesa de la cocina cuando había ayudado a trasladar a Dan, o de otro modo hubiera disparado contra el Gottschalk allá donde estaba ahora de pie. Aparte aquella, ¿de qué otra arma disponía? El Lar estaba al alcance de su mano; lo cogió y se lo arrojó, y le golpeó en mitad de la frente. El hombre lanzó un grito y alzó sus manos, estúpidamente, demasiado tarde.

—¡Fuera! —le gritó Lyla, y alzó la gran bandeja de cobre con ambas manos, corriendo hacia él.

El puño alzado del hombre la hizo resonar como un gong quebrado, y la voz de Lyla ascendió a una cúspide de aborrecimiento:

—¡Gottschalk! ¡Gottschalk! ¡Gottschalk!

Volviéndose en redondo, corrió hacia la cocina para recuperar la pistola, y el corrió tras ella, sujetando su brazo, haciéndole perder el equilibrio, pasando junto a ella y corriendo desesperadamente hacia la puerta, forcejeando para abrirla… y dando un brusco salto hacia atrás mientras el peso caía sobre sus guías mal engrasadas con un retumbar que hizo estremecerse el edificio.

—Desearía que le hubiera aplastado —dijo Lyla, alzándose del suelo—. Necesita usted que lo aplasten, como a una cucaracha.

Se lanzó de nuevo sobre la pistola, aún en la mesa, pero él fue más rápido… No temblaba con la impresión de un amante muerto. Su esperanza y su ambición eran causar muchas muertes. Era un vendedor de armas por convicción, tranquilo e incluso un poco feliz de ver que sus productos tenían una tal demanda, capaz de intentar forzar una venta a la cabecera de una cama con un cadáver. Le puso la zancadilla mientras ella tendía la mano hacia el arma, la recogió él, y le dio la vuelta en su palma, cogiéndola por la culata, con un movimiento fruto de la práctica. Allá en el suelo, ella lo miró con odio en sus ojos.

Respirando pesadamente, él hizo girar la cigüeña y alzó el peso con una mano, clavó el seguro, el arma alzada, vigilando intensamente a Lyla. Abrió la puerta, echó una mirada para asegurarse de que el pasillo estaba vacío, salió, y cerró la puerta tras él.

—Oh, Cristo —dijo Lyla. Luego, cuando se dio cuenta de que estaba sentada sobre un charco de la sangre de Dan, pegajosa en su desnuda pierna, dijo de nuevo—: Oh, Cristo.

No hubo respuesta.

52
Reproducido del Guardian de Manchester del 11 de enero de 1968

Peligro de guerra de guerrillas en los Estados Unidos.

Nueva York, 10 de enero

Un oficial retirado de la Inteligencia del Ejército de los Estados Unidos ha sugerido que los disturbios en las ciudades norteamericanas pueden conducir a una guerrilla prolongada a gran escala implicando grandes unidades del ejército, que sería tan difícil de reprimir como las actividades de la guerrilla en el sudeste asiático.

En el número de enero de la Revista del Ejército, el coronel Robert B. Rigg escribe:

«Hasta ahora, las causas de la violencia urbana han sido emocionales y sociales. La organización, sin embargo, puede transformar esas causas en causas políticas de gran potencialidad, dando como resultado un estado de violencia o incluso un estado de guerra prolongado.

»El hombre ha construido con hierro y cemento una "jungla" mucho mejor que la que la naturaleza creó en Vietnam. Esas junglas de cemento y ladrillo pueden ofrecer una mejor seguridad a los francotiradores y guerrillas urbanas que la de que gozan los vietcong en sus junglas, entre sus altas hierbas y pantanos.»

La guerrilla urbana podría ser fomentada por la China comunista o Cuba, dice. Algunos círculos de la Inteligencia de los Estados Unidos son conscientes de que los más peligrosos conspiradores en los ghettos son impulsados por miembros del ala prochina del partido comunista de los Estados Unidos.

Ni la utilización generalizada de armas de fuego ni la negociación política pueden ser efectivas contra las guerrillas urbanas, dice.

«Hay medidas que ofrecen una mejor solución si deseamos que nuestras ciudades no se conviertan en campos de batalla: penetración por la policía, y confianza en los métodos tradicionales del FBI. Tales esfuerzos deben empezar ahora a fin de impedir que la violencia de la guerrilla organizada gane impulso.

»Es preciso escribir un manual completamente nuevo de operaciones militares, tácticas y técnicas respecto a esta naturaleza de guerra urbana. Las unidades del ejército deben ser orientadas y entrenadas a fin de que conozcan la jungla de cemento y asfalto de cada ciudad norteamericana.»

El coronel Rigg dice que el realizar regularmente maniobras en las grandes ciudades podría resultar ser un elemento descorazonador de la insurrección urbana. —Reuter.

53
Hipótesis relativa a lo anterior, para los propósitos de esta historia.

O no se hizo, o no funcionó.

54
Calle de la División, Tierra.
Lyla Clay posee un talento supernormal.
Dan Kazer ha sido su amante durante dos o tres años.
Que la Calle de la División, Tierra, pasa exactamente por el centro de cada individuo.
Matthew Flamen está horrorizado de lo que se le ha hecho a su esposa.
El hombre es un animal gregario: construye ciudades.
Celia Prior Flamen se abocó a las drogas porque se sentía abandonada e ignorada.
Los citados más arriba son seres humanos.
Lionel Prior es el manager del último de los hurgones especializado en revelaciones escandalosas.
Lyla Clay trabaja como pitonisa, considerándolo como un trabajo normal.
Pedro Diablo es famoso mundialmente por su propaganda antiblanca.
Dan Kazer ha estado comercializándola como un producto de éxito.
Harry Madison es un paciente en un hospital mental.
Matthew Flamen deja pasar los meses sin ir a ver a su esposa en el hospital.
James Reedeth está preocupado acerca de mantener a Madison en el hospital de forma injustificada.
Celia Prior Flamen agradeció su internamiento porque eso le daba la oportunidad de convertirse en una monja.
Ariadna Spoelstra está enamorada de Reedeth.
A Lionel Prior le gusta mantener a toda costa las apariencias.
Elías Mogshack está dedicado al ideal de la salud mental.
Pedro Diablo tiene más ascendencia blanca que ascendencia negra.
Hermán Uys es un sudafricano blanco experto en razas.
Harry Madison posee un don único en el mantenimiento de circuitos complejos.
Morton Lenigo está decidido a derribar los Estados Unidos blancos.
James Reedeth nunca ha intentado realmente que Madison sea dado de alta.
Xavir Conroy escribió en una ocasión.
Ariadna Spoelstra sostiene que «el amor es un estado de dependencia» y peligroso para un psiquiatra.
Xavier Conroy, incapaz de comprometerse, se ha visto obligado a dedicarse a la enseñanza en una universidad canadiense de poca categoría.
Elías Mogshack se aferra a sus pacientes como un avaro.
El hombre no es un animal social:hace la guerra.
Hermán Uys está en la fanáticamente melanista Blackbury.
Morton Lenigo tuvo que esperar casi tres años para que se le permitiera su entrada oficial en los Estados Unidos.
Los citados más arriba son seres humanos.
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Los negocios como siempre, más o menos

Malhumorado, la boca amarga, el estómago revuelto por la falta de sueño, Matthew Flamen se sentó con el ceño fruncido en su deslizador mientras contaba los minutos perdidos mientras el ordenador de tráfico de Ninge alimentaba a los controles cambio de rumbo tras cambio de rumbo. Era un día claro aunque caluroso, y desde una altitud de quinientos metros podía ver hasta lejos. De los tres UR mencionados en las noticias de la mañana —los ataques del Último Recurso que habían hecho necesario el volar toda una manzana en torno a los nidos de francotiradores—, los del Harlem y del East Village habían sido controlados, pero del Bronx todavía brotaba una columna de humo como un negro pilar ascendiendo recto hacia el cielo. La causa de los cambios de rumbo, sin embargo, era el flujo de naves federales transbordando gente de la ciudad a los campos de internamiento de Westchester; todos los demás vehículos estaban siendo desviados de aquel pasillo aéreo reservado.

En un momento determinado se encontró dirigiéndose en línea recta hacia una dirección diametralmente equivocada.

Maldijo para sí mismo, preguntándose qué se había apoderado de él ayer mientras estaba preparando la emisión. Pese a la alta valoración que había obtenido el caso Lenigo, lo había desechado como ridículo, y media hora antes de su emisión del mediodía todas las estaciones nigblancs estaban emitiendo alegres noticiarios de urgencia, y los Patriotas X

estaban agrupándose a miles en el Kennedy.

—¡Habría que llegar al fondo de eso! —declaró en voz alta—. Quiero decir, nadie toma al gobierno en serio en estos días, ¡pero esto es una locura!

Medio azarado por emitir algo tan obvio, se calló, mesándose pensativamente la barba.

La cuestión seguía en pie, sin embargo: ¿qué podía haberle ocurrido al Servicio de Inmigración para facilitarle el visado a Lenigo? ¿Chantaje? Tenía que ser algo así, en el estricto sentido contemporáneo de uno de los enclaves nig sujetando un cuchillo apuntado contra el cuello federal. ¿Qué, quién, dónde? ¿Blackbury? Imposible. El Mayor Black se estaba volviendo firmemente cada vez más paranoico, como lo atestiguaba el que hubiera expulsado a Pedro Diablo únicamente por razones genéticas, y bajo el simple testimonio de Uys además…

El problema que lo había preocupado durante todo el desayuno regresó brevemente: ¿era posible, con lo que pudiera contarle Diablo en la oficina, preparar una historia sobre la presencia de Uys en el país? ¿Estaba Campbell lo suficientemente ansioso como para dejar que trasluciera aquello que obviamente había sido tan sólo una confidencia, según juzgaba Prior, a cambio de una total cooperación en el caso Diablo?

¿Y quién era ese Diablo como persona, de todos modos? Como figura pública, cualquiera en el medio de las comunicaciones de cualquier tipo tenía una imagen preconcebida de él, un propagandista brillante, salvaje, completamente destructivo, cuyos programas enlatados eran recibidos con gritos de alegría en África y Asia. Pero aquello era en esencia irrelevante. Allá en los días pioneros de los media, casi inmediatamente después de la cruda y primitiva era de la radio dominada por el doctor Goebbels, aquel otro genio instintivo del período fronterizo, Joe McCarthy, se decía que había saludado a un antiguo amigo en una fiesta, después de haberle hecho perder su trabajo, la mayor parte de sus amigos, y conse-guirle la adquisición de varios millones de nuevos enemigos, con la exclamación: «No te he visto mucho últimamente… ¿Acaso has estado evitándome?».

Flamen asintió con la cabeza. Sí, aquel hombre había tenido una premonición del esquema del futuro: la escisión público/privado, nig/blanc, rico/pobre, izquierda/derecha, conformista/no conformista, todo. Pero después de tanto tiempo sintiéndose identificado con la política de Blackbury, ¿era posible que Diablo siguiera manteniendo aquella división esencial que podría permitirle hallarse al mismo nivel que el resto de la gente del oficio?

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