Tras observar que se han ido juntos, predigo una aparición personal suya en la Tri-V, a nivel planetario, y como resultado de ello…
—¡Jim, eres un maniaco! —exclamó Ariadna—. ¿Qué te ocurre? ¡Olvida eso! No estoy de humor.
—Falso. Crees que no lo estás, pero realmente lo estás. Hubiera debido darme cuenta de ello por mí mismo, pero fue necesaria una pitonisa para revelarme la verdad. Independientemente de que Ariadna se ponga en contacto de nuevo con ustedes, señor Kazer, le aseguro que yo sí lo haré.
—¡Jim, cállate! —gritó Ariadna.
—No lo haré. Es culpa tuya. Tú me prohibiste asistir a la sesión en persona, ¿no? Si me hubieras permitido estar, quizá hubiera descubierto acerca de mí algo tan revelador como lo que yo he descubierto acerca de ti. Pero dígame, señor Kazer, ¿por qué la abofeteó usted y la sacó de su trance?
Terriblemente embarazado ante lo obvio que resultaba, por la expresión de Ariadna, lo trastornada que estaba por el comportamiento de Reedeth, Dan dijo vacilante:
—Bueno, esto… Bien, supongo que observó usted que después del primer par de oráculos ella cayó en un círculo recurrente: «Mientras yo estaba haciendo eso y aquello me encontré a un hombre que esto y eso otro». Eso es lo que llaman una trampa de eco. Uno no puede dejar que una cosa así siga adelante. He oído de pitonisas que cayeron en una de ellas y nunca lograron salir.
—Entiendo —asintió Reedeth—. Curioso… Nunca antes había pensado en las pitonisas como en alguien sujeto a los azares de la profesión. Pero creo que nunca las había tomado demasiado en serio. A partir de ahora, sin embargo, le aseguro que no voy a volver a subes-timarlas.
Dan le dirigió una pálida sonrisa de apreciación. Hubo una pausa. Cuando quedó claro que no iba a decirse nada más, recogió su grabadora y se dirigió a Ariadna.
—Doy por supuesto que los honorarios…
—Le serán enviados tal como acordamos —restalló Ariadna.
—Bien… Bien, entonces eso es todo, supongo. Buenas tardes.
Apenas hubo desaparecido, Ariadna se volvió para enfrentarse a Reedeth.
—¿Y qué demonios ocurre contigo? —llameó—. ¿No tengo ya bastantes problemas sin tenerte a ti actuando como un estúpido? ¡Flamen acaba de amenazar con llevarse a su esposa!
—¿Y por qué debería importarte eso? Está bajo contrato privado, ¿no? Así que podemos sacar un buen provecho de ello. Además, cualquier hombre que se interesara realmente por su esposa sentiría lo mismo que él después de ver lo que le han hecho unos cuantos meses de tratamiento aquí.
—¡Jim! —Palideció, horrorizada—. ¡El doctor Mogshack puede estar escuchando!
—No lo que estamos diciendo ahora. Esta mañana hice venir a Harry Madison para que reparara mi robescritorio, y lo dotó de algunos artilugios nuevos realmente interesantes.
Vamos…, suelta todo lo que tienes dentro sin preocuparte. No hay nadie que pueda escucharte excepto yo.
Ella se lo quedó mirando un largo instante, la boca enormemente abierta. Cuando él alargó una mano para tomar la suya y llevársela de allí, ella lo siguió como un niño confiado.
«¿De qué infiernos sirve intentar mantener la seguridad interna si Inmigración hace algo tan estúpido como permitir a Morton Lenigo que entre en el país? Y cuando uno tiene que enfrentarse con una pandilla de incompetentes del culo como los míos de esta tarde…»
Yo soy el que ha perdido la cabeza, pensó Flamen mientras ajustaba los controles de su deslizador conectándolos a las computadoras de ordenamiento del tráfico y aguardaba a que le hicieran un hueco en el esquema general. ¿Cuál es la penalización por romper el contrato mes-a-mes de la hospitalización de Celia…, un cuarto de millón?
—Como si no tuviera ya bastantes problemas —murmuró.
A su lado, hundida en la esquina del asiento como un pajarillo asustado Lyla jugueteaba con el dobladillo de su yash, y o bien no le oyó o lo ignoró.
Cuando el deslizador se alzó por encima de las torres que rodeaban el hospital, sin embargo, suspiró audiblemente y se relajó. Flamen la miró de soslayo.
—¿Qué la hizo dedicarse a mencionar a mi esposa? —preguntó.
—¿Cuándo? Oh, quiere decir mientras estaba profetizando. ¿Lo hice?
Flamen suspiró.
—Me gustaría saber qué puedo hacer con todo esto. ¿Es usted simplemente una actriz lista? ¿Se trata tan sólo de un truco hábilmente dispuesto? Sabía que había oído el nombre de Dan Kazer antes, en algún lugar, y mientras salíamos lo he situado. Era el mack de Michaela Baxendale, ¿verdad?
—Sí.
—Él le proporcionó toda su fortuna, pero ella ha seguido siendo un fraude. Siempre lo fue. Y parece que nunca tuvo la delicadeza de darle una tajada de sus beneficios al tipo que la lanzó. ¿La ha conocido alguna vez?
—No. A Dan no le gusta ni siquiera que se hable de ella.
—No me sorprende. Es una mujer que pura y simplemente me repele.
Una vez más consideró, y desechó, la idea de preparar un programa sobre ella. No había nada que pudiera revelar acerca de ella, por desagradable que fuera, que el público no supiera ya.
Además, si las cosas seguían tal como estaban yendo actualmente, no habría programa de Matthew Flamen por mucho tiempo. Ni siquiera se atrevía a pensar en cómo sería su enfrentamiento con Prior mañana por la mañana cuando, además de la disputa de hoy, el otro descubriera que había programado material sobre el cual ni siquiera había efectuado ninguna consulta, y ni siquiera lo había sometido a aceptabilidad antes de hacerlo seguir adelante.
Pero seguía decidido a utilizarlo. Había conseguido algún metraje excelente; se podrían llenar con él unos buenos cuatro minutos.
Además, una publicidad gratuita así quizá ayudara a ablandar a Mogshack y sus colegas si se habían ofendido acerca de su estallido respecto a Celia.
Y sin embargo: Celia… Agitó la cabeza. No servía de nada seguir pretendiendo que tenía el corazón roto por su separación, ni siquiera fingir que se había sorprendido cuando su internamiento se había revelado necesario. Durante meses ella había parecido vivir tan sólo cuando se peleaban, y eso no era normal en ninguna escala de valores. Sin embargo, había sido un terrible shock descubrir que ella se mostraba completamente fría hacia él, que a fin de cuentas seguía siendo su esposo, como si se enfrentara a un total desconocido.
A su lado, Lyla estaba trasteando con algo. Con el rabillo del ojo la vio sacar del bolsillo de su nix la botellita plana de la que había tenido un atisbo antes, y deslizaría en la bolsa de su yash.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—¿Se refiere a las sibs?
—¿Sibs?
—Una abreviatura de «píldoras sibilinas». Aquí están.
Le tendió la botellita. Llevaba una chillona etiqueta amarilla con el nombre de una famosa compañía farmacéutica impreso en ella.
Flamen leyó lentamente la etiqueta.
—¡Dios mío! Si eso es lo que realmente pienso que es… ¿Quiere decir que realmente tomó usted doscientos cincuenta miligramos de eso hace menos de una hora, y salió usted de la habitación por su propio pie?
—Digamos que se quemó durante el trance, o al menos eso supongo. Pero es más bien fuerte para alguien que no esté acostumbrado a ello. Dan lo probó en una ocasión, y fue enviado a una órbita tan alta que pensé que nunca iba a volver a bajar. Quizá no lo hizo. Abofetearme para sacarme del trance… ¡El maldito estúpido!
—¿Y compra usted esto en la farmacia?
—Bueno, no se trata de algo que una pueda fabricarse en el horno de su cocina —dijo Lyla ásperamente—. Se supone que está hecho a partir de la fórmula de Diana Spitz, la primera de las grandes pitonisas…, a finales del siglo pasado, me dijo alguien.
Realmente asombrado, Flamen le devolvió la botella.
—Está bien, la creo. No sabe usted lo que está diciendo cuando se halla en trance. Nadie puede permanecer consciente cargado de este modo.
—Así que cuénteme lo que se supone que dije acerca de su esposa. ¿Y por qué debería haberla mencionado, de todos modos?
—Estaba allí, entre el público.
—¿Quiere decir que la doctora que…? ¡Oh, no! —Los ojos de Lyla se abrieron enormemente—. ¡Dios mío! Lo siento terriblemente señor Flamen. Estaba…, esto…, distraída. Simplemente no me di cuenta. ¿Se trata de algo grave?
—Cuando la llevaron allí me aseguraron que no lo era. Pero… ¡Pero maldita sea! Conozco a mi propia esposa mejor que pueda nunca cualquier doctor, y expertos o no expertos digo que no está mejor desde que ingresó en el Ginsberg, sino peor. Hablando de ello…
Se interrumpió. ¿Cuáles podían ser las consecuencias, si se demostraba que uno de los pacientes de Mogshack había empeorado demostrablemente como resultado de su tratamiento? Una irresistible marea de excitación llenó la mente de Flamen. Nunca había hurga-do en una vaca sagrada de ese tamaño desde…, bien, quizá desde el asunto que le había garantizado su promoción desde una emisora local hasta una red a nivel mundial, hacía cinco años.
—Sí —dijo en voz alta—. ¡Sí, lo haré! ¡Ya es hora de que alguien le tire de la barba al doctor Mogshack!
—Entonces puede empezar usted diciéndole a la gente que hay en el Ginsberg un hombre que es mucho más racional que el director.
—¿Qué? ¿Quién? —Flamen volvió bruscamente la cabeza.
Lyla había apoyado las manos en sus sienes y estaba oscilando, aturdida.
—Yo…, no lo sé. Supongo que esta vez no he quemado totalmente la sib, con Dan despertándome de un bofetón. Me oí a mí misma diciendo eso, pero no sé por qué lo dije, y no sé a quién me refiero.
—¿Uno de los pacientes?
—Yo… Sí. —Lyla intentó frotarse la frente a través de la molesta capucha del yash, descubrió que no podía, y en un acceso de rabia se arrancó el torpe atuendo—. ¡Oh, esta cosa es horrible! Dan dice que tengo que llevarla durante todo el tiempo porque de otro modo el seguro queda invalidado, ¡pero él no tiene que ir de un lado para otro medio asfixiado! Cristo, me he sentido tan asustada de pronto. Nunca me sentí así tras un trance, antes. ¿Tiene usted algún trank aquí?
—¡Por supuesto!
Flamen accionó el distribuidor. Ella tomó la píldora y se la tragó en seco.
—Ya está —dijo finalmente—. Lo siento. Me hubiera gustado poder decirle más, pero no podía seguir soportando la presión.
Flamen vaciló.
—No le gustó el Ginsberg, eso resulta obvio —dijo finalmente.
—Me retuerce las tripas.
—¿Por qué?
—No lo sé. —La voz de Lyla era nuevamente firme, y consideró la pregunta desapasionadamente—. No me gustó la atmósfera cuando llegué. Dan dijo que tenía algo que ver con las secreciones epidérmicas de los pacientes, pero no era algo que yo pudiera oler, sino más bien… Oh, no puedo definirlo.
—¿Acaso las pitonisas son sensibles a cosas que otra gente no capta, ni siquiera cuando se halla en trance?
—Bueno, supongo que a veces capto cosas. Pero es algo que también hacen algunas amigas mías que no son pitonisas.
Hubo una pausa. En el intervalo, Flamen estudió varias vías a través de las cuales podía meter un gato en el palomar de Mogshack, y llegó a la deprimente conclusión de que si deseaba probar que el tratamiento que estaba recibiendo había hecho que Celia empeorara en vez de mejorar, probablemente iba a tener que evaluarla. Y una evaluación computarizada de la personalidad era algo terriblemente caro, reservado normalmente para individuos tales como personalidades gubernamentales o grandes ejecutivos de gigantescas corporaciones de cuyo buen juicio dependía la suerte de millones.
Sin embargo, quizá sus propios ordenadores pudieran sugerir una alternativa; no eran lo mejor del mundo, pero estaban excepcionalmente bien alimentados con información. Y estaba también aquella sorprendente alusión de Lyla acerca de un hombre mucho más cuerdo que el director en el Ginsberg. Aquello podía señalar un camino a seguir.
—¿Puede imaginar usted a veces lo que significan sus oráculos? —preguntó.
—Oh, a veces. Conozco muy bien los atajos que utiliza mi subconsciente.
—¿Cree usted poder identificar a la persona que mencionó hace un momento, al hombre que es más racional que Mogshack?
Lyla estudió la pregunta con una expresión de duda.
—Nunca había visto antes a ninguna de las personas que formaban el público de hoy —dijo finalmente—. Pero supongo que tal vez pueda detectar algún indicio útil. Tendría que oír la grabación, por supuesto… Eso es lo más importante. ¿Cree que podría escuchar la suya? Sólo Dios sabe cuándo volverá Dan a casa con la grabación que hizo él.
—Por supuesto que puede. Ahora mismo, si quiere. Además, creo que es justo que usted la vea antes de ser transmitida, en caso de que haya algo que prefiera que no use. Bien…, si es que a usted no le importa venir sola a mi casa…
Lyla dejó escapar una risita irónica.
—¿Cree que soy una neopuritana? Ese es un lujo que no puedo permitirme.
—Sí, supongo que sí —asintió Flamen—. No es la actitud, sino lo que hay que hacer para mantenerla. Hummm. No había pensado en ello de esta forma, pero encaja: las ropas extra que hay que comprar con mayor cantidad de tejido en ellas, las comreds extra de modo que uno no tenga que estar nunca solo en una habitación con nadie sino que pueda tratar con ellos a distancia…
—No estaba pensando en eso —interrumpió Lyla—. Quería decirle simplemente que no puede existir una pitonisa puritana. El subconsciente es completamente amoral, ¿no? Dice la verdad, y… Bien, como dicen, «la verdad es una dama desnuda». Si yo pudiera, tomaría eso literalmente y nunca llevaría nada excepto joyas…, ni siquiera nix como esos. Es sorprendente lo que ayuda… Le diré algo muy curioso para probarlo. Fui enviada a una escuela muy tradicional, con uniformes y todo lo demás, increíblemente victoriana, y yo jamás tuve la más ligera sospecha de que podía llegar a convertirme en una pitonisa hasta que me fugué de él. Vine a Nueva York, no tenía ni un centavo. Dormía en el suelo en casa de desconocidos, me cubría prácticamente con harapos porque mis ropas se estaban rompiendo, y de pronto, cuando llevaba encima más suciedad que ropa, bang. Ahí estaba el talento. Al principio me asustó, pero me adapté. Y finalmente, tras conocer a Dan, empecé a imaginar cómo podía aumentarlo.