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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Órbita Inestable (15 page)

BOOK: Órbita Inestable
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—¡Oh, eso es un pueril juego de salón!

—Lo siento. —La miró fijamente—. ¿Estás poniendo en duda un análisis de ordenador extraído de tu propio dossier?

—¿Has tenido la osadía de escarbar en mi dossier personal?

—Por supuesto que no. Pero tan pronto como ella terminó de profetizar le pedí a mi robescritorio que identificara a quiénes se referían más probablemente cada una de las secciones de su oráculo, y a ti te nombró inmediatamente. En cuanto a los demás… No, piensa un poco en ello, deberías ser capaz de descubrir al menos a uno de los otros dos. Siempre se ha dicho que las pitonisas hablaban con acertijos, pero sospeché de dos de sus destinatarios antes incluso de que los ordenadores los confirmaran.

—Será mejor que me siente —murmuró Ariadna, y se dirigió hacia una silla. Tragando dificultosamente saliva, prosiguió—: Bien, supongo que uno de ellos era Celia Prior Flamen.

—Naturalmente. La madre superiora…, la prioresa.

—Pero no hay nada destacable acerca de eso. Flamen es una figura pública, y aunque no creo que él haga alarde de que su esposa se halla aquí, no es difícil saberlo.

—¿Y estar segura de que se hallaba entre la audiencia? No se vistió de verde hasta esta mañana.

—Sí, pero…

—No estoy discutiendo —cortó Reedeth—. Tan sólo estoy diciendo que el oráculo es un buen diagnóstico encapsulado. Ella odia el que su marido se dedique únicamente a su carrera, ¿no?

—Hummm… Sí, entiendo: «Hamlet la ignoraba», significando que su esposo está siempre en el centro del escenario. Concuerda, te lo admito. ¿Qué más dijo…, algo acerca de envidiar a Ofelia?

—Exactamente. Sin mencionar «y luego todo terminó». Ella quedó recluida aquí. Como una monja enclaustrada. Según la terminología imaginada por Mogshack, las células del Ginsberg se llaman retiros. Así que en esencia lo que la pitonisa dijo, y los ordenadores parecen haber confirmado, es que ella nunca hubiera debido ser traída aquí porque encerrar-la la permite alimentarse con una dieta de autocompasión. ¿No te hace sentir eso un poco más feliz de que Flamen nos haya amenazado con sacarla de aquí?

—Bueno, obviamente, si los ordenadores dicen que ella estará mejor fuera… Pero ¿cómo la ayudará el enviarla de vuelta a su marido? Principalmente era su compañía lo que ella no podía soportar.

—Busquemos pues una alternativa. Yo no sé lo que ella necesita, pero tiene que ser algo que la permita expresar sus más violentas emociones. Uno no puede escapar de las tensiones autogeneradas huyendo del estrés exterior. En un caso como el suyo se necesita la presión externa como una fuente de distracción.

—Comprobaré eso —murmuró Ariadna—. Pero aceptar la palabra de una pitonisa… ¿Qué va a decir Mogshack?

—Va a llorar la pérdida de una paciente. Siempre lo hace. Pero no tienes que aceptar su palabra sin apoyos. Mogshack difícilmente podrá cuestionar el juicio de sus bienamados ordenadores. Todo lo que ha hecho Lyla Clay ha sido dirigir nuestra atención hacia lugares a los que antes no habíamos mirado. Fue una idea genial la tuya, ¿sabes? Quizá debiera haber una pitonisa en el personal de todos los hospitales mentales.

Ella le dirigió una pálida sonrisa.

—¿Quién era el tercer sujeto? —dijo tras una pausa—. No puedo imaginarlo.

—Para ser sincero, creo que yo tampoco lo imaginé. Aunque lo tenía en mente, puesto que siempre lo tengo en mente. Harry Madison.

—¿Qué? Ponme la grabación, por favor. No acabo de verlo en absoluto.

Reedeth dio instrucciones al robescritorio para que lo hiciera, y cuando hubieron terminado una vez más de escuchar la aguda y clara voz de Lyla mientras ascendía hacia un inexplicable clímax de terror, Ariadna agitó desconcertada la cabeza.

—¡El mayor de los mentirosos! ¡Un hombre que no está muerto! ¿Qué conexión puede tener eso con Harry?

—Pregunté, y eso es lo que recibí a cambio. —Reedeth inspiró profundamente—. La única conclusión a la que puedo llegar es que…, bien, quizá él les ha dicho a los ordenadores más de lo que nos ha dicho a nosotros.

—¿Qué quieres decir?

—Mira, todo el mundo sabe que Harry Madison es apto para ser dado de alta desde hace meses, pero se halla atrapado aquí por una maraña de legalismos. No puede ser dado de alta como la ley exige porque el ejército no quiere saber nada de él. Yo no puedo darlo de alta bajo mi propia responsabilidad porque no es legal…, sólo puedo responsabilizarme de él dentro de los muros de este hospital. Y es el único nig en este lugar, lo cual significa que es evitado por la mayor parte de los demás pacientes. ¿No crees que no resulta extraño el que, pasando todo el día con sus máquinas, haya terminado por hacerlas sus confidentes?

—¿Literalmente?

—Los ordenadores lo identificaron instantáneamente como el tercer sujeto. Obviamente saben más sobre él que yo. Puede que sepan más sobre él incluso que él mismo. No debe ser la primera vez que ocurre algo así. Y hablando de ello… —Su voz se arrastró hasta desaparecer, mientras se acariciaba pensativo la barba con dedos engarfiados.

—¿Sí?

—¡Acabo de recordar algo! —Agitado, Reedeth se tensó—. Mira, mientras tú estabas arreglándolo todo para la pitonisa, le pregunté a mi robescritorio lo que pensaba Mogshack de Flamen yendo por ahí cargado con su equipo de grabación, y obtuve una respuesta que… Bien, francamente, en aquel momento pensé que se trataba de una especie de agudeza, y entonces se produjo algo que me distrajo, de modo que hasta ahora no he vuelto a pensar en ello. Ariadna, ¿has conocido alguna vez a una máquina que haga chistes?

—¿Que haga chistes? —hizo eco ella, incrédula—. ¡No, por supuesto que no!

—¡En ese caso, no es tan sólo sobre Madison que los automatismos saben más que yo, sino también sobre Mogshack! ¡Dios mío! ¡Esto es terrible!

Mirándole desconcertada, Ariadna dijo:

—Jim, tú…, ¿qué es lo que pasa? De pronto pareces distinto. ¡Pareces viejo!

—No me sorprende —respondió él sombríamente—. Veamos si puedo recuperar la grabación. —Miró su reloj—. La hora debió de ser… hummm… Oh, aproximadamente entre las catorce treinta y las quince.

Volviéndose hacia el robescritorio, le ordenó que revisara las grabaciones que había efectuado durante aquel período.

—Encuéntrame el pasaje relativo a las razones del doctor Mogshack para aprobar la presencia de Matthew Flamen —concluyó.

Hubo una pausa. Obedientemente, la máquina emitió de nuevo el diálogo, puntuándolo con un tictaqueo de fondo que señalaba el tiempo.

Reedeth: ¿Qué piensa Mogshack de esta idea… Flamen grabando el show para una posible transmisión?

Automatismo: Cualquier publicidad que pueda ayudar a disipar las aprensiones generalizadas acerca de las condiciones en este hospital, donde tantos ciudadanos del estado de Nueva York van a pasar probablemente parte de su…

Reedeth: ¡Mira, no quiero un panfleto de relaciones públicas! No es lógico que Mogshack esté de acuerdo con la publicidad que puede proporcionarle un hurgón como Flamen y su emisión. La gente lo asocia principalmente con denuncias y escándalos. Así que, ¿por qué debería Mogshack dar su permiso para esta grabación?

Automatismo: El doctor Mogshack aprueba cualquier cosa que pueda favorecer sus am-biciones personales.

Reedeth: ¿Y cuáles son éstas?

Automatismo: Conseguir finalmente que toda la población del estado de Nueva York, y preferiblemente la de todos los Estados Unidos, se halle sometida a sus cuidados.

Un clic cortó en seco el sonido grabado de la risita de Reedeth, pero esta vez aquello no le pareció en absoluto divertido.

46
Porqués, después del acontecimiento.

«Incluso con las ventajas de un cierto grado de perspectiva histórica, como la que podemos esperar gozar desde nuestro punto de vista algunas décadas más tarde, no es fácil definir las razones por las que la sociedad de finales del siglo veinte inició de forma tan violenta un proceso de fragmentación siguiendo a un período relativamente largo de consolidación y homogeneización. Dos factores hacen el análisis especialmente difícil: primero, la mente humana no está particularmente bien adaptada a reunir y sintetizar información procedente de fuentes separadas (p. e. la experiencia personal con el contenido de un libro de texto de historia, datos de una página impresa con los de la Tri-V), y la pretendida simplicidad lineal de la era Gutenberg —si existió alguna vez— llegó a su fin antes de haber afectado a más de una minúscula proporción de la especie; y segundo, el proceso no solamente está siguiendo adelante…, sino que se está acelerando.

»Sin embargo, uno puede señalar tentativamente tres causas principales que, como los acontecimientos tectónicos en los estratos profundos de la corteza terrestre, no solamente producen reverberaciones sobre enormes áreas, sino que realmente crean discontinuidades lo suficientemente agudas como para ser atribuidas a una causa única: lo que uno podría llamar deslizamientos de tierras psicológicos.

»El más impresionante de estos tres es, con mucho, el imprevisible rechazo de la racionalidad que nos ha abrumado. Quizá uno pueda argumentar que tal fenómeno había sido previsto a través de la adopción para esta subcultura técnicamente brillante, los nazis, de la
Rassenwissenschaft
, la
Welteislehre
precientífica de Hoerbiger, y similares dogmas incon-gruentes. Sin embargo, no fue hasta aproximadamente dos generaciones más tarde que el principio emergió en una forma completamente redondeada, y resultó claro que la más querida ambición de un gran número de ejemplares de nuestra especie era abdicar completamente del poder de la razón: idealmente, de gozar del mismo tipo de vida que una rata de laboratorio con electrodos implantados en los centros de placer de su cerebro, muriéndose alegremente de hambre al alcance de toda la comida y bebida que pudiera desear.

«Aproximadamente un sesenta por ciento de los pacientes que se encuentran ahora en hospitales mentales por toda Norteamérica se hallan allí debido a que hicieron todo lo que pudieron por conseguir esta ambición con ayuda de drogas psicodélicas.

»Pero este no es el único nivel en el cual son detectables los efectos del proceso. Resulta notorio que una de las industrias punteras del siglo veintiuno es el negocio de amuletos e ídolos, encabezado por la multimillonaria corporación de Conjuh Man Inc, con su dominio absoluto de todos los enclaves nigs y de la mayor parte de los países ex coloniales, y extendiéndose rápidamente a zonas supuestamente más sofisticadas bajo la fachada de firmas tales como Lares y Penates Inc.

»Por una vez resulta perfectamente claro el porqué de este éxito tan rápido y resonante. Nuestra sociedad ya no está gobernada por individualidades, sino por los titulares de oficinas; su complejidad es tal que la situación de la persona media puede compararse con la del miembro de una tribu salvaje, con sus horizontes encerrados dentro de un valle, para quien el conocimiento del ciclo de las estaciones es una conquista intelectual difícil de conseguir, y cuya única reacción posible cuando se halla enfrentado con la sequía, o la inundación, o una plaga en las cosechas, es suponer la existencia de espíritus malvados a los que hay que aplacar mediante sacrificios y expiaciones. No existen, disponibles para el público, contrapartidas económicas a las predicciones meteorológicas. Los datos con los cuales podríamos establecerlas y transmitirlas por los medios de difusión se hallan celosamente guardados por los sacerdotes que sirven a los dioses de las corporaciones, y los profanos se ven obligados a enfrentarse con las consecuencias físicas de misteriosas e incomprensibles estaciones. Tomémonos unas vacaciones; a nuestro regreso podremos descubrir que un punto de referencia urbano ha desaparecido tan completamente como si un terremoto hubiera borrado del mapa una montaña…

«Estrechamente ligado a este factor se halla el segundo, que puede ser denominado como la socialización de la paranoia. En una sola generación, la ansiedad individual motivada por nuestra incapacidad a enfrentarnos a los recursos combinados de las corporaciones computarizadas, agencias gubernamentales y otros cuerpos públicos, ha dado como resultado la proliferación de leyes contractuales, cuya industria se ha convertido en algo mucho más importante que la publicidad. Una simple compra puede convertirse en una disputa de semanas de duración subsecuente al sometimiento de un contrato a tres, cuatro o más consultores computarizados. Hay contratos para todo…, para un simple empaste dental, uno debe evaluar, discutir, corregir, y finalmente firmar un documento de cinco o seis mil palabras. Los padres firman contratos con las escuelas para la educación de sus hijos; los doctores los redactan con sus pacientes, y si los pacientes están demasiado enfermos o demasiado alterados mentalmente como para someterse a un examen por ordenador, se niegan a seguir adelante con el tratamiento hasta que alguien que sea legalmente
compos mentís
se ofrezca para actuar como representante legal. En la más rica sociedad de toda la historia, nos com-portamos como avaros aterrados por la idea de perder la más mínima moneda.

«Aceptando que detrás del sonriente rostro de ese vendedor, la grave simpatía de ese doctor, la formal autoridad de ese burócrata, yace el indescriptible poder de un ordenador megacerebral, nos vemos conducidos de una forma natural a rodearnos de símbolos de poder exclusivamente nuestros, y los más baratos y —podríamos decir— los más vividos de tales símbolos son las armas.

»Dos veces a lo largo de mi vida he visto a mi país amenazado con volar en pedazos como un neumático desgarrado: la primera vez durante las insurrecciones negras de principios de los ochenta, y de nuevo durante el gran miedo a la guerra de los noventa. El primero de esos acontecimientos creó una nueva palabra en nuestro idioma, y el segundo la clavó permanentemente en nuestras mentes. El monopolio fundado por Marcantonio Gottschalk se halla deliberadamente estructurado según las líneas de una familia…, esa unidad social básica que un hombre siente que está defendiendo cuando instala ventanas-imagen blindadas en vez del antiguo cristal, planta minas tan cuidadosamente como si fueran macizos de rosas en su jardín delantero. Y la técnica ha demostrado ser psicológicamente adecuada. »Hoy en día la familia media cambia sus armas tan a menudo como nuestros abuelos cambiaban sus coches; hace revisar sus granadas con tanta asiduidad como sus extintores; marido, esposa y chicos pequeños acuden a los ejercicios de tiro del mismo modo que la gente acostumbraba a ir antes a los bolos. Se da por supuesto que esta noche, o mañana, o en cualquier momento, va a ser necesario matar a un hombre.

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