—¿Y la internaron?
—¡Iban a arrestarla, así simplemente, por el amor de Dios! ¡Sospecha de asesinato!
Hasta que a uno de los cabezasduras se le ocurrió buscar el arma con la que ella podía haberlo abierto en canal, y descubrieron que el rastro de sangre procedía del pasillo. Por aquel entonces, sin embargo, ella debía de haber acabado de perder ya lo que le quedaba de razón, de modo que nos la enviaron. Simplemente le dije al capitán que lo mejor que podía hacer era acusar al Gottschalk de haberle robado su arma, y anular su orden de internamiento inmediatamente. Pero me temo que lo único que hice fue ponerme a gritar para aliviar un poco mis nervios.
Ariadna asintió con aire deprimido.
—Supongo que no esperarás que ninguna fuerza de policía del país arreste nunca a un Gottschalk, ¿verdad? Tienen demasiado miedo a que el próximo pedido sea de armas anticuadas… ¿Qué es lo que has hecho con ella?
—Oh, he dado órdenes de que no sea registrada como paciente, que se le administre simplemente terapia de emergencia en el dispensario, y se le permita descansar un poco allí. Luego he dicho que me la envíen, y hablaré un poco con ella antes de que se marche…, si puede marcharse. Aún no estoy seguro de si su orden de internamiento ha sido procesada o no, puesto que fue una de las últimas que trajeron esta mañana, y si lo ha sido, habrá que encontrarle algún tutor.
—¿Aún no ha cumplido los veintiuno?
—Le faltan unos tres meses.
—Bueno…, probablemente tendrá padres, o familiares de algún tipo.
—A las muchachas de esta edad normalmente no les gusta que sus familias se vean mezcladas en asuntos como este —señaló Reedeth. Comprobó su reloj—. De todos modos, debería llegar aquí en unos pocos minutos, y puedo preguntárselo. ¿Deseas hacerlo tú?
—Hummm… —Ariadna miró a algo que estaba fuera de la vista de Reedeth—. Creo que debería, pero no sé si voy a encontrar tiempo. Esta mañana hemos rebasado la capacidad del hospital con todos esos arrestados, y el doctor Mogshack me ha pedido que relacione cincuenta pacientes verdes para ser dados de alta inmediatamente y tener así un poco de respiro.
—¡Bien! ¡Nunca pensé llegar a ver el día en que se permitiera que algunos pacientes salieran antes de hora!
El rostro de Ariadna se convirtió en una máscara pétrea.
—Eso no tiene ninguna gracia, Jim —dijo.
—No. No, supongo que no. Quien está hablando es la marihuana en un estómago vacío.
Lo siento. Pero supongo que tendrás en mente a Harry Madison para esa lista de altas, ¿verdad?
—Sí, por supuesto…, pensé inmediatamente en él. Pero las computaciones siguen siendo desfavorables. Desearía poder enviarlo directamente a uno de los enclaves nig…, digamos Newark. Pero eso está más allá de la frontera del estado, y… —Se alzó de hombros—. De todos modos —añadió, mientras sus ojos se iluminaban ligeramente—, esto ofrece una solución fácil para el problema de Celia Flamen.
—¿De veras?
Ella lo miró inexpresivamente.
—¡Oh, claro, naturalmente!
—¿Y la penalización por alta prematura?
—Intentaré persuadirle de que olvide el asunto, por supuesto. Después de todo, ayer di-jo que deseaba sacar a su esposa del Ginsberg tan pronto como le fuera posible.
—Oh. Sí, eso puede solucionarlo todo. —Reedeth asintió aprobadoramente—. ¿Está él de acuerdo?
—Todavía no lo sé. Le dejé un mensaje en su casa, en su oficina y en la Holocosmic, pero aún no he tenido respuesta. Ahora que pienso en ello, quizá será mejor que lo pruebe de nuevo mientras se computa la lista de altas. ¿Alguna otra cosa?
—¿Aparte preguntarte qué piensas hacer esta noche?
—A este ritmo voy a estar demasiado agotada —suspiró ella, y cortó la comunicación.
En algún momento de la noche, Morton Lenigo consiguió eludir a los oficiales de Seguridad Interna asignados para seguirle a todas partes, y cuando las cosas se calmaron lo suficiente como para que el asunto llegara a la atención del cuartel general, ya hacía cinco horas que Lenigo se había perdido de vista.
—Suponiendo que Voigt haya mantenido su promesa —dijo Flamen, tecleando el códi-go apropiado en su comred con una serie de chasqueantes clics—, esta línea debería conec-tarnos directamente al ordenador federal que nos ha sido reservado sin ningún tipo de interferencia… Sí, ya está. Ahora le alimentaremos la emisión tal como la tenemos grabada, y dejaremos que la compare con la versión recibida por el público, y extraiga la…, esto…, conclusión lógica. Tiene que haber algo equivocado en la lectura que obtuvimos antes, eso es definitivo. Cero es imposible. —Se preguntó si su convicción sonaba forzada—. Pediré a la IBM que haga también una comprobación, que verifique si el selector de dígitos no eliminó indebidamente las primeras dos cifras. Probablemente hubiera tenido que dar 100.
Prior estaba tironeándose el labio inferior.
—Sí, supongo que no hay ninguna otra explicación —murmuró.
—Bien, ya está.
Flamen echó hacia atrás su silla giratoria y empezó a levantarse.
—¿Quiere decir…? —Diablo dudó—. ¿Quiere decir que ya ha terminado por hoy?
—Bueno…, sí, por supuesto. Sólo tenemos una emisión al día, de lunes a viernes.
—Pero parece como si no haya hecho usted nada —dijo Diablo—. Quiero decir… Bueno, tengo la sensación como si me hubiera perdido algo.
—Intenté explicárselo todo a medida que lo hacía —dijo Flamen—. Pero si hay algo que olvidé…
—No, supongo que se trata simplemente de que no estoy acostumbrado a trabajar con su clase de equipo. —Diablo agitó la cabeza, con una expresión de desconcierto en su rostro—. Déjeme ver si lo entendí bien. Todo lo que necesita hacer usted es seleccionar los temas, ¿correcto? Y efectuar las reconstrucciones a partir de las grabaciones que encuentra usted almacenadas, y recitar el comentario para que quede grabado también. Entonces, ¿to-do lo demás es automático?
—Por supuesto. —Flamen parecía ligeramente desconcertado—. Siempre disponemos exactamente de quince minutos… o, para ser completamente exactos… catorce minutos y cuarenta y cinco segundos para permitir la inserción del indicativo de control de la estación al principio y al final. Y los anuncios están pregrabados, naturalmente, y el nuevo material es ajustado automáticamente de modo que encaje con el tiempo disponible. El último ordenador de la fila es el que efectúa el montaje de todo el material y, a menos que los propios ordenadores de la Holocosmic pongan alguna objeción, ya tenemos la cinta lista.
—¿Suelen poner muchas objeciones?
—Oh… Digamos que tenemos que cambiar algo una vez por semana, por término medio. De hecho, es demasiado.
Diablo pensó en aquello por un rato. De pronto, se echó a reír.
—Debo sonar como un auténtico ratón de campo —dijo—. Sin embargo, es un shock para mí. Entienda, estoy acostumbrado a trabajar de las nueve de la mañana a las nueve de la noche durante cinco y a menudo seis días a la semana, con un par de pausas de media hora para comer algo si tengo suerte. Esto, comparado con lo que yo hacía en Blackbury, es la perfección. Tenga en cuenta que tan sólo ese pequeño fragmento con Uys y el Mayor Black hubiera tenido que planearlo al menos con una semana de anticipación para conseguir un tal lujo de detalles. Sin contar con el buscar a los actores y ensayar la escena, y repetirla las veces que fuera necesario hasta que quedara bien. —Hizo una pausa, mirando especulativamente a Flamen—. ¿Le importa si le hago una pregunta muy personal?
—Depende. Pruebe.
—¿Cuánto cobra usted por estas tres horas diarias de trabajo?
—Oh… Bueno, es algo del dominio público, si sabe usted dónde mirar, y supongo que no es nada de lo que deba sentirme avergonzado. Cien mil al mes, más o menos. Tenga en cuenta que de ello hay que deducir el alquiler y el mantenimiento de los ordenadores, esta oficina, el sueldo de Lionel, lo que debo pagar a mis informadores que un par o tres de veces al año me dan algo realmente sensacional que yo no podría deducir sin acceso a fuentes confidenciales, gastos diversos como comprar códigos secretos de ordenador y cosas así.
—Y…, ¿y mi sueldo ahora, también?
—¡Dudo que pudiera pagarlo! —Flamen dejó escapar una risita humorística—. No, como usted sabe, usted deseaba adherirse a la letra del contrato con Blackbury, así que está usted a cargo de los fondos federales. Por pura curiosidad, sin embargo, ¿cuánto le pagaban a usted en Blackbury?
—Dos mil —dijo Diablo tras una breve vacilación.
—¿Dos mil? —Prior casi se cayó de su silla—. Oh…, pero supongo que era neto, ¿no?
—Por supuesto. No tenía que pagar a nadie ni ningún alquiler de ordenador. Incluso tenía un apartamento financiado por la ciudad con un alquiler de tan sólo cien, ningún coste de oficina, nada.
—Suena como si, teniéndolo en cuenta todo, estuviera usted mejor pagado que yo —dijo Flamen, y miró su reloj—. Bien, ¿digamos mañana a la misma hora?
—Hay una luz parpadeando en tu comred —dijo Prior—. ¿No vas a responder?
—Maldita sea. Sí, claro. —Flamen se dejó caer en su asiento y extrajo la hoja de papel facs de la ranura—. Oh, es esa doctora del Ginsberg que quiere ponerse en contacto conmigo. Será mejor que la llame.
—¿Debemos…? —sugirió Prior, empezando a dirigirse hacia la salida.
—Muchacho, varios millones de personas están a punto de ver a Celia con su bata de hospital, ¿no? ¿Crees que debo ocultárosla, a ti y al señor Diablo?
—Si se trata de algo personal, por supuesto no deseo inmiscuirme —dijo Diablo, medio alzándose también.
—No, es otra cosa más o menos pública, de modo que no me importa.
—Como quiera. —Diablo vaciló de nuevo, sin embargo—. Ahora que pienso en ello, de todos modos… Discúlpeme, pero la gente se comporta de distinto modo por aquí, y no querría cometer ningún
faux pas
. ¿Me está llamando usted señor como un acto de discriminación?
—¿Qué? —Con la mano apoyada en el teclado de la comred para pulsar el código del Ginsberg, Flamen alzó la vista—. Perdón, no he acabado de entenderle.
—Me estaba preguntando —dijo obstinadamente Diablo— si no me estará usted llamando señor Diablo todo el tiempo debido a que soy nig.
—¿Qué otra cosa podría…? Oh, ahora entiendo. Ustedes en los enclaves gozan de esa «fraternidad», ¿verdad? ¿Se llaman siempre entre sí por los nombres de pila?
—Bueno…, más o menos. Quiero decir, cualquiera con quien vaya a trabajar regularmente, al menos —especificó Diablo—. Y pensé que la sociedad blanc sería igual.
—Acostumbraba a serlo, tengo entendido. Apostaría a que en tiempos de mi padre las cosas eran también así. —Flamen frunció el ceño, apartando su mano del tablero de la comred—. Sí, le recuerdo bromeando acerca de lo bien que tenías que conocer a alguien antes de saber cuál era su apellido y poder buscarlo en el listín telefónico. Pero en una ocasión leí algo al respecto… ¡Naturalmente! Un artículo de Xavier Conroy; ahora lo recuerdo. Decía algo acerca de la necesidad de afirmar la individualidad y de que los nombres de pila eran más numerosos que los apellidos. Eso me sorprendió porque hay varios centenares de miles de Matthew por ahí en nuestros días, mientras que toda la gente que se apellida Flamen en todos los Estados Unidos son familiares míos de una u otra forma…, una sola familia. Esparcidos por todas partes y sin ningún contacto entre sí, por supuesto, pero si uno revisa sus historias puede unirlos los unos a los otros. Y eso que yo no tengo uno de los nombres de pila realmente comunes: Michael, David, John, William…
—¿De modo que llaman ustedes a la gente señor automáticamente?
—Yo le aconsejaría que lo hiciera también. Lionel, ¿cuánto tiempo pasó antes de que empezara a llamarte por tu nombre de pila?
—Después de que te casaras con Celia, supongo —dijo Prior—. Pero a mí no me importaba que me llamaras simplemente «Prior» cuando trabajábamos juntos antes de eso.
—¿Desea saber cómo llamarnos? —dijo Flamen, mirando fijamente a Diablo—. Infiernos, personalmente no me importa cómo me llame la gente…, no busco una confirmación de mi status. Pero supongo que por motivos de seguridad, por un tiempo al menos, será mejor que nos atengamos a un cierto formalismo: Flamen, Prior. Nada de señor excepto ante terceros. ¿De acuerdo?
—Gracias —asintió Diablo—. Yo…, esto… Bien, no me había dado cuenta de que abandonar Blackbury sería hasta tal punto como ir a un país extranjero. —Sus ojos vagaron por la habitación—. Todo parece tan extraño —añadió, en un estallido de franqueza—. Supongo que me tragué toda esa propaganda acerca de los enclaves siendo realmente todavía parte de los Estados Unidos, pero gozando de un poco más de autodeterminación de la acostumbrada. Oiga, ¿puedo pedirle un favor?
—Oigámoslo.
—¿Podría usted…, esto…, aislar ese ordenador que hace reconstrucciones a partir de imágenes almacenadas? Es el tipo de gadget con el que he estado soñando sin saberlo durante toda mi vida. Me siento como un chico de las montañas con un banjo hecho de cuero de vaca y cuerdas de alambre escuchando por primera vez una guitarra.
Flamen intercambió una mirada interrogadora con Prior, que lo frenó de forma decidida de ofrecer ningún tipo de respuesta.
—¿Quiere ver usted si puede hacerlo funcionar? —preguntó—. Espero que podamos arreglarlo, pero dudo que sea hoy. Tengo que pedir a alguien de la IBM que venga y pro-grame el código adecuado… Yo estaba acostumbrado ya a un equipo similar antes de que me instalaran éste. Probablemente lo mejor será enviarle una maqueta a su apartamento, para que practique y aprenda los códigos antes de enfrentarse a la auténtica máquina.
—Eso es una gran idea —asintió Diablo—. Seguramente será lo mejor que pueda hacer.
Pero lo siento…, me temo que le distraje de hacer su llamada con todas estas preguntas.
—No se preocupe. Dudo que sea algo urgente.
Flamen se volvió a la comred.
Prior se agitó un poco, con repetidas miradas a Diablo, claramente incómodo ante aquella exposición de asuntos particulares a alguien que era un desconocido, un nig, y un rival en su profesión. Aquel proceso de pensamientos fue casi audible: supongamos que Diablo era readmitido en Blackbury y decidía explotar lo que había averiguado para desacreditar a Flamen…