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Authors: Karin Fossum

Tags: #Intriga

No mires atrás (25 page)

BOOK: No mires atrás
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El policía rural miró con gesto triste por la ventana.

—Y ahora seguro que he perjudicado a Halvor contándote esto. Él se merece algo mejor. Es el chico más atento y considerado que he conocido jamás. Cuidó de su madre y de su hermano durante toda su vida, y he oído que ahora vive con la vieja señora Muntz y que se ocupa de ella.

—Así es.

—Y cuando por fin consigue una novia, tiene que acabar así. ¿Cómo está? ¿Ha conseguido superarlo?

—Sí. Tal vez no espere más de la vida que constantes catástrofes.

—Si mató a su padre —dijo el policía rural mirando a Sejer a los ojos—, fue en defensa propia. Salvó al resto de la familia. Era él o ellos. Me cuesta mucho creer que fuera capaz de matar por otras razones. Por lo tanto, no es del todo justo usar esto en su contra. Además, este episodio nunca se ha aclarado del todo. Yo he solucionado el problema a posteriori declarándolo inocente. Dejemos que la duda hable en su favor. —Se llevó una mano a la boca—. La pobre Lilly no sabía lo que hacía al darle el sí a Torkel Muntz. Mi padre fue jefe de policía de este lugar antes que yo. Siempre había problemas con Torkel. Era un pendenciero, pero un hombre guapísimo. Y Lilly era hermosa. Tal vez habrían llegado a ser algo en la vida por separado. Pero, ¿sabes?, hay ciertas combinaciones que no funcionan.

Sejer asintió.

—Hoy habrá una reunión en la sección, y tendremos que evaluar la posibilidad de acusarle. Me temo…

—¿Qué?

—Me temo que no conseguiré que el equipo esté de acuerdo en dejarle en libertad. No después de esto.

Holthemann hojeó el informe y los miró severamente, como si quisiera provocar los resultados mediante la fuerza de su mirada. El jefe de la sección era un hombre al que no atribuiría ninguna perspicacia o posición si, por ejemplo, coincidía con él en la cola de la caja de un hipermercado. Era seco y gris como hierba marchita, con una calva brillante y sudorosa y una mirada velada cortada en dos, detrás de dos lentes bifocales.

—¿Y qué pasa con ese tipo raro del camino de la colina? —preguntó—. ¿Le habéis investigado a fondo?

—¿A Raymond Låke?

—El anorak que cubría el cadáver le pertenecía. Y Karlsen dice que corren ciertos rumores.

—Hay muchos rumores —contestó Sejer secamente—. ¿En cuáles estás pensando?

—Como por ejemplo que se le cae la baba cuando mira a las chicas. También hay rumores sobre su padre, que no padece ninguna enfermedad y que sin embargo se pasa la vida en la cama leyendo revistas pornográficas, dejando al pobre chico cargar con todo el trabajo. Tal vez Raymond haya hojeado alguna a escondidas y se haya inspirado.

—Yo estoy convencido de que se trata de alguien de la zona —apuntó Sejer—. Y creo que intenta engañarnos.

—¿Crees a Halvor?

Sejer asintió con la cabeza.

—Además hay una persona misteriosa que apareció delante de la casa de Raymond. Y de repente el chico jura que el coche era rojo.

—Una historia curiosa. Tal vez fuera un inocente excursionista. Pero si Raymond es medio tonto, ¿vas a creerlo?

Sejer se mordió el labio.

—Precisamente por eso. No creo que tenga astucia suficiente para inventarse algo así. Creo de verdad que alguien se presentó allí para hablar con él.

—¿El mismo hombre que se supone se deslizó furtivamente por la ventana de Halvor y colocó la mochila en la leñera?

—Sí, por ejemplo.

—No sueles ser tan ingenuo, Konrad. ¿Te has dejado llevar por un idiota y por un adolescente?

Sejer sintió un enorme malestar. No le gustó la reprimenda, y tal vez estuviera a punto dejar que el olfato y la intuición vencieran a los hechos. Halvor era el más cercano. Había sido el novio de la víctima.

—¿Halvor contó algún detalle? —prosiguió Holthemann, levantándose de la silla y sentándose sobre el escritorio, desde donde podía literalmente mirar a Sejer desde arriba.

—Oyó arrancar un coche. Posiblemente un coche viejo, tal vez con un cilindro estropeado. El sonido procedía de la carretera principal.

—Hay un sitio allí donde los coches pueden dar la vuelta. Muchos se paran.

—Ya lo sé. Dejémosle en libertad. No irá a ninguna parte.

—Después de lo que has contado y en cualquier caso, posiblemente es un homicida. Pudo haber matado a sangre fría a su propio padre. Me parece algo bastante grave, Konrad.

—Pero quería mucho a Annie, aunque fuese a su manera. Y eso que ella era arisca con él.

—Se impacientaría y perdería los estribos. Si ese joven voló la cabeza a su padre, debe de tener un carácter explosivo.

—Si realmente mató a su padre, cosa que ignoramos, sería porque no le quedaba otra opción. Toda la familia estaba a punto de sucumbir, tras muchos años de malos tratos y abandono. Además recibió una puñalada en la sien. De hecho, creo que habría sido absuelto.

—Es muy posible. Pero el hecho es que posiblemente sea capaz de matar. No todo el mundo lo es. ¿Tú qué opinas, Skarre?

Skarre, que estaba mordiendo un bolígrafo, movió la cabeza negativamente.

—Me imagino más bien a un homicida algo mayor —contestó.

—¿Por qué?

—Ella estaba en una forma física extraordinaria. Annie pesaba sesenta y cinco kilos, y la mayor parte de ellos eran músculos. Halvor solo pesa sesenta y tres, lo que quiere decir que eran más o menos iguales. Si hubiera sido Halvor el que la empujó al agua, habría encontrado tanta resistencia que se habría manifestado en ella en forma de lesiones externas, como arañazos y rasguños. Pero todo indica que el homicida fue claramente superior en fuerzas, probablemente mucho más pesado que ella. Diría que Annie tenía más fuerza física que Halvor. No quiero decir que no hubiera podido, pero creo que le habría costado bastante.

Sejer asintió silenciosamente.

—Bien. Suena probable. Pero entonces partimos otra vez de cero. No hemos encontrado a nadie en el entorno de Annie con un motivo aparente.

—Halvor tampoco tiene un motivo aparente.

—Solo tenía la mochila, y además una intensa relación emocional con la víctima. Yo soy el responsable aquí, y esto no me gusta, Konrad. ¿Y Axel Bjørk? Un borracho amargado, con un genio peligroso. ¿No podría haber algo por ahí?

—No tenemos ningún fundamento para creer que Bjørk estuviera en Lundeby el día en cuestión.

—Bueno, según lo que se desprende del informe, ¿os interesa más un niño de dos años?

Holthemann sonrió, esta vez sin condescendencia.

—El niño no, lo que nos interesa es la reacción de Annie ante su muerte. Hemos intentado averiguar la razón del cambio de personalidad que experimentó; tal vez tenga algo que ver con el niño. O con el hecho de que estuviera enferma, claro. En realidad, esperaba encontrar otra cosa.

—¿Como por ejemplo qué?

—No lo sé muy bien. Eso es lo difícil de este caso. No tenemos ni idea de qué clase de hombre estamos buscando.

—Un verdugo, tal vez. Mantuvo la cabeza de Annie bajo el agua hasta que murió —dijo Holthemann brutalmente—. Aparte de eso, ni un rasguño.

—Por eso creo que estuvieron sentados junto a la orilla charlando en confianza. Tal vez ese hombre la tuviera pillada de alguna manera. De repente le pone una mano en la nuca y le hunde la cabeza en la laguna. Todo en un segundo. Pero pudo habérsele ocurrido antes, tal vez mientras estaban en el coche o en la moto.

—Ese tipo debió de mojarse y llenarse de barro —indicó Skarre.

—Pero ¿alguien vio alguna moto en el camino de la colina?

—Solo un coche a gran velocidad. Pero Horgen, el dueño de la tienda, recuerda la moto. Por otra parte no recuerda haber visto a Annie. Tampoco Johnas la vio sentarse en la moto. Él la dejó allí, pudo ver la moto y que la chica se dirigía hacia ella.

—¿Tienes alguna otra novedad?

—Magne Johnas.

—¿Qué pasa con él?

—No mucho, la verdad sea dicha. Tiene pinta de estar lleno de esteroides anabólicos, y miraba de reojo a Annie de vez en cuando. Ella lo rechazaba. Tal vez sea un tío que no aguante el rechazo. Además, de vez en cuando va a Lundeby a visitar a los viejos amigos. Y tiene una moto. Ahora se interesa por Sølvi. Al menos hay que tenerlo en cuenta.

Holthemann asintió.

—¿Y Raymond y su padre? Se ha podido comprobar que Raymond se ausentó de la casa durante bastante tiempo, ¿no?

—Fue a la tienda, y al volver estuvo mirando cómo dormía Ragnhild.

—Maravillosa coartada, Konrad —dijo Holthemann sonriendo—. Tengo entendido que ese muchacho es un inmaduro e impulsivo montón de músculos con la capacidad cerebral de un niño de cinco años.

—Exactamente. Y no hay muchos asesinos de cinco años.

Holthemann protestó:

—Pero ¿le gustan las chicas?

—Sí, pero no creo que sepa qué hacer con ellas.

—De modo que insistes, ¿eh? Por otro lado, sé que no te falta olfato, pero tienes que saber una cosa —añadió socarrón, levantando un dedo y señalándole—: no eres el protagonista de una novela policíaca. Procura conservar la sangre fría.

Sejer echó la cabeza hacia atrás, riéndose de tan buena gana que Holthemann se sobresaltó.

—¿Hay algo que no he entendido? —Metió un dedo por debajo del cristal de las gafas y se dio un masaje en el globo ocular. Luego parpadeó varias veces y continuó—: Bueno, si no ocurre algo pronto, quiero que se acuse a Halvor. ¿Por qué, por ejemplo, el homicida quiso llevarse la mochila?

—Si llegaron al lugar en coche, lo dejarían donde se puede dar la vuelta, y la mochila se quedaría dentro —opinó Sejer—. Luego puede que le resultara demasiado duro volver a subir para tirarla al agua.

—Suena razonable.

—Una pregunta —prosiguió Sejer, captando la mirada de Holthemann—. Si las huellas de la hebilla de Annie excluyen a Halvor, ¿lo dejarás en libertad?

—Déjame pensarlo.

Sejer se levantó y se acercó a un mapa que había en la pared. El camino desde Krystallen, pasando por la rotonda, la tienda de Horgen y subiendo por el camino de la colina hasta la laguna, estaba señalado en rojo. Annie estaba representada por unas figuritas verdes con imán en aquellos puntos del camino en los que había sido vista. Se parecía al hombre verde de los discos de los pasos de cebra. Había una figurita delante de su casa en Krystallen, otra en el cruce de Gneisveien, donde había cogido el atajo, otra en la rotonda donde había sido vista por una mujer en el momento de entrar en el coche de Johnas, y otra en la tienda de Horgen. También estaban representados junto a la tienda el coche de Johnas y una moto. Sejer cogió la figura de Annie que estaba en la tienda y se la metió en el bolsillo.

—¿Quién se encuentra más cerca? —murmuró Sejer—. ¿Halvor es el más cercano? ¿Qué posibilidad hay de que alguien tuviera tiempo de recogerla en ese corto período desde que se marchó de la tienda hasta que fue encontrada? Del hombre de la moto no se sabe nada. Nadie vio a Annie sentarse en la moto.

—Pero iba a encontrarse con alguien, ¿no?

—Iba a casa de Anette.

—Eso fue lo que dijo a Ada Holland. Tal vez tuviera una cita —repuso Holthemannn.

—En ese caso se habría arriesgado a que Anette llamara a sus padres para preguntar por ella al no haber ido a su casa.

—Se conocían. No llamó.

—Es verdad, lo sé. Pero ¿y si nunca salió del coche de Johnas? Imagínate que fuera así de sencillo.

Sejer se levantó y dio unos pasos con la mente llena de preguntas.

—Nos estamos basando únicamente en el testimonio de Johnas.

—Por lo que sé, es un respetable empresario que tiene su propio negocio y un historial limpísimo. Además, debería tener una deuda con Annie, porque ella le libró de vez en cuando de un niño muy complicado.

—Exactamente. Ella lo conocía. Y él tenía buenos sentimientos hacia ella. —Cerró los ojos—. Tal vez Annie cometiera un error.

—¿Qué acabas de decir?

Holthemann escuchó con más atención.

—Me pregunto si cometió un error —repitió Sejer.

—Desde luego. Se fue con un asesino hasta un lugar completamente solitario.

—Eso también. Pero me refiero antes. Le subestimó, pensando que estaría segura con él.

—No creo que el tío llevara un cartel colgado del cuello —objetó secamente Holthemann.

—¿Y si además lo conocía? Si ella era tan prudente como dices, debía de conocerlo bien.

—Tal vez tuvieran un secreto entre ellos. ¿Por ejemplo un asunto de cama? —propuso Holthemann sonriendo.

Sejer volvió a colocar la figura de Annie junto a la tienda y se volvió dubitativo.

—No sería la primera vez que ocurriera —continuó el jefe de la sección—. Algunas chicas tienen fijación por hombres mayores. ¿Tú has notado algo de eso, Konrad? —le preguntó sonriendo alegremente.

—Halvor dice que no —contestó Sejer en tono cortante.

—¡Por supuesto! No soporta ni pensar en esa posibilidad.

—Algo que ella pensaba revelar. ¿Es eso lo que quieres decir? ¿Alguien con mujer, hijos y un buen sueldo?

—Solo estoy pensando en voz alta. El forense dice que no era virgen. —Sejer asintió—. A Halvor le dejó probar, al fin y al cabo, aunque apenas. En mi opinión, todos los hombres de Krystallen podrían ser posibles candidatos. La veían todos los días, en verano y en invierno. Veían lo guapa que se estaba poniendo. La recogían cuando necesitaba transporte, ella cuidaba de sus hijos, entraba y salía de sus casas, confiaba en ellos. Son hombres adultos a quienes ella conocía bien, hombres a los que no habría dado la espalda si hubieran aparecido ante ella. Veintiuna casas, menos la suya, nos proporcionan veinte hombres. Fritzner, Irmak, Solberg, Johnas… un montón de tipos. Tal vez uno de ellos la deseara.

—¿La deseara? Pero si ni la tocó.

—Tal vez alguien le interrumpiera en su propósito.

Sejer miró fijamente el mapa de la pared. Las posibilidades se amontonaban. No entendía que alguien pudiera matar a una persona sin tocarla. No usar el cuerpo sin vida, no buscar joyas o dinero, ni dejar junto al cadáver señas aparentes de desesperación, rabia, o alguna otra perversa inclinación, sino simplemente colocarla bien, acomodarla con consideración, dejando la ropa ordenada y doblada a su lado. Levantó la útima figura que representaba a Annie. La apretó fuertemente entre los dedos un instante, y volvió a colocarla en su sitio con desgana.

Luego echó a andar lentamente en dirección a la laguna.

Escuchó e intentó imaginárselos caminando por el sendero.

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