Nadie es más que nadie (23 page)

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Authors: Miguel Ángel Revilla

Tags: #Biografía, #Política

BOOK: Nadie es más que nadie
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Hacer algo por los demás produce unas sensaciones que a mí me colman. En los últimos treinta y cinco años de mi vida no he cogido ni un día de vacaciones. No lo he necesitado. Hay siempre tanto que hacer…

Quien tiene vocación intenta hacer las cosas bien y se le nota. Y el primer problema que encontramos al analizar la bajísima credibilidad de la clase política es la llegada a esta actividad de muchas personas movidas no por la vocación, sino por la búsqueda de un modus vivendi. Gentes que no han hecho otra cosa en su vida más que política. Que no han acreditado su valía en otras actividades de la vida. Son peligrosos, fundamentalmente por dos razones. En primer lugar, porque suelen ser incompetentes. Y además, porque al no tener otra alternativa se aferran a los cargos como lapas y son capaces de mentir y pisar cabezas con tal de supervivir. Son capaces de articular discursos bien construidos, ponen poses estudiadas, pero yo descubro que no dicen lo que piensan. No se creen lo que dicen.

Manuel Llano (Sopeña, 1898-Santander, 1938) es mi autor cántabro preferido. Tengo siempre en la mesilla de noche sus obras completas. En 1930 escribió lo siguiente:

«La palabra tiene que estar de acuerdo con la conciencia y el discurso con el ejemplo. Ser en la calle la personificación exacta, el reflejo fidelísimo de lo que se dice en la tribuna o en el púlpito. Ejemplo, ejemplo… La falta de ejemplaridad es la engendradora de los grandes fracasos en religión y en política».

¡No me digan que no siguen plenamente vigentes estas palabras! ¡Son tantos los que dicen una cosa y hacen otra que la gente ya no se cree nada!

Así se produce la sensación de que todos los políticos son unos corruptos. Sinceramente creo que no es así. Conozco a mucha gente honrada en la política, probablemente la mayoría. Pero basta que un pequeño número meta la mano para que cunda la tendencia a generalizar.

El ser humano tiene un componente de egoísmo y avaricia. La diferencia de unas personas con otras está en su escala de valores, en lo que cada uno necesita para alcanzar una felicidad relativa y despojarse de un pecado muy habitual, la envidia. Naturalmente, todos necesitamos un mínimo que nos garantice una vida digna. Pero no todos evaluamos igual esa necesidad.

Para mí, ser feliz no es caro. Me basta con tener salud. Poder salir un día a cualquier río de Cantabria con una caña para pescar unas truchas, jugar una partida de tute con los amigos, recoger setas en mayo, contemplar una puesta de sol sobre los Picos de Europa desde Peña Labra, sentirme querido por muchos… Eso es para mí parte de la felicidad. Muy barato.

Si tu meta es tener una o dos mansiones, un yate, ir de vacaciones quince días a las Maldivas, a pescar salmón en un coto de Islandia o a cazar osos en los Urales la cosa cambia. Eso es carísimo. Si la ambición te ciega, te desliza inexorablemente a meter la mano. Así se llega a la corrupción. Y en esta materia, todo es empezar. Siempre hay un primer día.

HAZ LA VISTA GORDA, REVILLA

Yo también lo tuve. En el año 1987 era portavoz del Grupo Parlamentario Regionalista en el Parlamento de Cantabria, con cinco diputados. Nadie tenía mayoría absoluta. Yo conocía a un empresario, ya fallecido, a quien había saludado varias veces. Se dedicaba al mantenimiento de la obra pública. Uno de mis mejores amigos en aquellos años, compañero de pupitre en Los Salesianos, me llama una mañana y me dice: «Nos ha invitado a comer F.R., que es un tío fantástico, y luego jugamos un tute». Le dije que sí. Como vivía cerca del Parlamento, mi amigo pasó a recogerme en su coche a las dos de la tarde y nos dirigimos al restaurante Rhin, sobre la segunda playa del Sardinero. Allí habíamos quedado a comer. En el trayecto solo me habló de lo buena gente que era quien nos invitaba a comer. Cuando llegamos ya no estaba esperando. Había reservado una mesa en un habitáculo para nosotros solos.

El menú, sin llegar al que me ofreció en 1972 Antonio Mira en Sniace, se le aproximaba. El empresario era parco en palabras. Nos pasamos la primera hora hablando de fútbol, naturalmente del Racing. Cuando ya estábamos en el café y la copa, mi amigo, dirigiéndose a él, dice:

—Oye, se lo cuentas tú, o se lo cuento yo.

—Tú, tú… —replicó rápido.

—Mira, Revilla, de la aprobación de estos presupuestos depende que este amigo gane mucho dinero en un contrato de señalizaciones de obras que le tienen prometido. Tú no tienes que hacer ningún pacto. Basta con que aprobéis los presupuestos y este hombre, que es muy generoso, pone cien millones de pesetas donde tú me digas. Yo me encargo de ello.

Yo no daba crédito. Sin acabar el café, ni haber comenzado la copa, me levanté. Sin crispación, lanzando una risotada, le pegué un cachete con la palma de la mano en su amplia calva y le dije:

—Jamás vuelvas a dirigirte a mí.

Y abandoné la mesa.

Salí pitando, pero a los pocos metros me alcanzó «mi amigo», el intermediario.

—Espera, que te llevo en el coche.

Yo ya iba directo a la parada de taxis, pero subí al coche. Se hizo un silencio que duró cinco minutos. A la altura de la calle reina Victoria, paró el coche y me dijo indignado: «¡Tú eres tonto!». Me insultaba a gritos, lo cual me hizo pensar que tanto interés por su parte no era debido únicamente a que quisiera tener un amigo millonario. Abrí la puerta del coche y me despedí con un portazo. Jamás he vuelto a saludarle. Hice los dos kilómetros hasta el Parlamento andando.

No tenía testigos para presentar una denuncia. Al final sería mi palabra contra la suya. Pero sí quise hacer una denuncia global del asunto en un lugar que tuviese eco público. Quería dar una rueda de prensa en Madrid. Yo era un perfecto desconocido fuera de Cantabria y recurrí a un íntimo amigo, Miguel Ángel Aguilar, que era en aquel momento director general de la agencia
EFE
. Él me dio direcciones de periodistas para que les invitara y me reservó una sala en un hotel llamado Convención, que me cobró por su uso veinticinco mil pesetas. Convoqué la rueda de prensa a las doce del mediodía. Fui en mi coche desde Santander. A las once ya caminaba por la acera del hotel, nervioso y preocupado por mi capacidad de convocatoria.

La sala tenía una tarima con una mesa, una silla y un micrófono para mí y no menos de cincuenta asientos para los periodistas. A las doce en punto llegó Miguel Ángel Aguilar con una periodista y un fotógrafo de la agencia. Fueron los únicos asistentes. Jamás se había dado en ese hotel una rueda de prensa con menos éxito, a pesar de lo sugerente del motivo de la convocatoria: la corrupción en Cantabria. Me sentí abatido. Sin embargo, mis declaraciones tuvieron difusión, porque la agencia
EFE
las distribuyó por toda España.

La respuesta a mi denuncia fue brutal. Después de aquel incidente, a nadie se le ha ocurrido jamás tentarme. Si hubiera caído en la tentación, seguro que ahora sería muy rico, pero absolutamente infeliz.

Caer en la corrupción es sencillo y por ello siempre habrá corruptores y corruptos. Por eso es necesario poner en marcha mecanismos disuasorios y ejemplarizantes. Es cierto que hay leyes específicas, pero son lentas y tienen recovecos, gracias a los cuales casi nunca nadie va a la cárcel. Urge pues devolver a los ciudadanos la credibilidad en la política y para ello no basta con practicar al pie de la letra las palabras de Manuel Llano. Como siempre habrá corruptos, porque va en los genes de muchos, urgen mecanismos que garanticen que quien la hace la pague.

Y no todos los delitos son iguales. No es lo mismo quien roba para comer que quien lo hace teniéndolo todo para tener aún más. Ni es lo mismo el robo privado que el robo público. El trabajador que roba a su empresa estafa al propietario o propietarios. Quien roba en la Administración pública roba a todos los españoles. El castigo no debe ser igual.

El dinero invertido por un Gobierno en reforzar la Fiscalía Anticorrupción es el mejor empleado. Paralelamente, son necesarias leyes que permitan rapidez específica para actuar contra los delitos de quienes se dedican a administrar el dinero de todos.

EL TRAGO MÁS AMARGO DE MI VIDA

Ya he comentado que el
PRC
obtuvo en 1983 representación parlamentaria con dos diputados, insuficiente para contar con grupo parlamentario, porque la ley en Cantabria exige un mínimo de tres escaños. Con harto dolor de mi corazón, no pude ser el portavoz del Grupo Regionalista, sino del Grupo Mixto.

Cada vez que en mis intervenciones me proclamaba portavoz regionalista, el presidente de la Cámara me llamaba al orden para recordarme: «Portavoz del Grupo Mixto». Tenía un despacho de veinte metros y una secretaria.

La legislatura de 1983 a 1987 fue muy tormentosa. El Partido Popular tuvo varias escisiones, al igual que el Partido Socialista. Poco a poco fueron desertando de ambos partidos diputados que aterrizaban en el Grupo Mixto, del que yo era presidente. A mitad de la legislatura estábamos en el Mixto catorce de los treinta y cinco diputados que componíamos el Pleno. Más de un tercio de los parlamentarios habían practicado el transfuguismo. Y yo, como presidente de aquella Torre de Babel, tenía que pagar a cada uno su retribución mensual, que recuerdo era de ochenta mil pesetas. Generalmente, ese pago lo hacía con un talón al portador.

Uno de los que aterrizó en el Grupo Mixto fue Adolfo Linares, cura párroco de Ruente, alcalde de Ruente y portavoz del
PSOE
al comienzo de aquella legislatura, que acabó como el Rosario de la Aurora. Ninguno de los tránsfugas volvió a repetir como diputado.

En el siguiente cuatrienio, 1987-1991, el
PRC
alcanza los cinco diputados y se encumbra al famoso Juan Hormaechea, del Partido Popular, a la Presidencia de Cantabria.

Aquella legislatura no fue menos tormentosa. A raíz de mi denuncia en Madrid sobre la corrupción, se inició contra mi persona una campaña como muy poca gente habrá sufrido en su vida. Con tres años de retraso y en una rueda de prensa, el cura párroco de Ruente y exdiputado socialista denuncia que Miguel Ángel Revilla le adeuda la retribución de diputado del año 1986, aproximadamente ochocientas mil pesetas, por lo que ha presentado la demanda ante el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria. Y anuncia que hasta que cobre se situará todos los días en el Paseo de Pereda con un burro y un cartel con el siguiente texto: «Revilla, devuelve la calderilla».

Yo no salía de mi asombro. A esas alturas, ya ni recordaba cómo les había pagado. Pregunté a otros exdiputados y me dijeron que con un talón al portador. Con ese documento, yo no tenía prueba de haberles pagado. La cosa me alarmó más cuando me comentaron que el cura Linares había preguntado en alguna ocasión por el sistema que yo había utilizado para pagarles. Estaba convencido de que a él también le había pagado de esa forma.

Todos los días y durante meses, el cura y su burro se situaron en la calle más céntrica de Santander reclamándome el dinero. ¡Pueden ustedes imaginar mi situación! Yo que he hecho de la honradez el pilar principal de mi vida, cuestionado públicamente y nada menos que por un sacerdote.

Me fui a ver al obispo de Santander, «el piadoso» monseñor Juan Antonio del Val:

—Señor obispo, usted me conoce a mí y a mi familia. Usted sabe que esto es una calumnia, su párroco miente y con toda seguridad alguien le paga por hacerlo.

Con las manos puestas en actitud de rezar, el obispo me dijo:

—Quisiera creerle, pero entenderá que entre la palabra de un sacerdote y la suya, tengo que creer al sacerdote.

Me levanté indignado y grité como despedida: «Ha de saber que en todos los estamentos sociales hay mala gente y hasta curas hijos de puta».

Mientras tanto, la denuncia por apropiación indebida seguía su curso en el Tribunal de Justicia de Cantabria. Nombré abogado a mi compañero diputado y actual portavoz del Grupo Parlamentario Regionalista, Rafael de la Sierra, persona concienzuda y seria donde las haya. El tema tenía muy mala pinta porque, aparentemente, yo no podía acreditar que le había pagado, por más que todos los exdiputados de aquel Grupo Mixto testificaron que lo había hecho religiosamente. Rafael de la Sierra se dirigió a la reserva de datos del Banco de Santander en Segovia reclamando los talones, por si se descubriera algún detalle. Pero no sabíamos si, pasados varios años, esos documentos se conservaban o habían sido destruidos.

Fue convocado el juicio en el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria contra Miguel Ángel Revilla por apropiación indebida. Un día antes, a las nueve de la mañana, recibo una llamada de Rafa de la Sierra en estos términos: «Baja rápidamente a la cafetería Frypsia, que tengo que darte una buena noticia…». Y añadió: «¡Eres un desastre!». No quiso adelantarme nada más.

No tardé ni cinco minutos en presentarme en el lugar de la cita. Allí, sentado en una mesa, estaba Rafa con una carpeta y muchos papeles, entre ellos un montón de talones. Y, ¡oh sorpresa! Eran nominativos, con la firma al dorso de quien los había cobrado, Adolfo Linares. ¿Quién me iluminó a mí para pagar a todos al portador menos al cura?

Rafa me pidió total discreción para soltar la bomba en pleno juicio. Y llegó el día de autos. El Tribunal, en pleno. La sala, abarrotada de periodistas. El cura Linares, con sonrisa beatificada. Yo, en el banquillo de los acusados. Suena una campanilla y el presidente de la Sala pronunció las palabras de rigor: «¡Se abre la sesión!». En ese momento se levantó mi abogado y compañero de toda la vida y con voz enérgica dijo: «Cuestión de orden. Acaban de llegar pruebas irrefutables de que el acusador cobró los talones. Se adjuntan los cheques bancarios que han llegado del Banco de Santander, debidamente endosados y cobrados por el demandante».

El juez, a la vista de la prueba presentada, suspendió el juicio y solicitó que se enviasen los talones a la Central de Investigación de la Guardia Civil en Madrid para la prueba pericial de la firma. Un mes después, la Guardia Civil emitió un informe concluyente: «De manera indubitada la firma pertenece a Adolfo Linares». El acusador pasó de oficio a acusado y fue condenado por acusación falsa. Mi honor, restablecido.

El cura Linares fue nombrado párroco de Ampuero, parroquia de la que depende la Virgen Bien Aparecida, patrona de Cantabria. En la primavera de 2011, en uno de sus múltiples viajes a Ibiza, desapareció. Su moto fue encontrada al lado de unos acantilados. Nada ha vuelto a saberse de él. No sé si Dios le habrá perdonado… Yo sí.

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