Nadie es más que nadie (22 page)

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Authors: Miguel Ángel Revilla

Tags: #Biografía, #Política

BOOK: Nadie es más que nadie
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Las energías renovables y las infraestructuras son las grandes medidas de choque para atacar el problema del paro, que no ha provocado aún un estallido social por el alto porcentaje de economía sumergida que existe en nuestro país, por la solidaridad de las familias y porque destinamos cuarenta mil millones de euros al seguro de desempleo. De otra manera y con un paro superior al 21 por ciento, ya estaría rota la convivencia social.

Claro que también hay medidas de menor calado que exigen su aplicación a gritos. El apoyo a los empresarios autónomos, que son los más numerosos en España, tres millones. Hacer una reforma laboral. Los convenios colectivos en nuestro país se firman por sectores (metal, alimentación, minería…), lo cual genera todos los años titulares como este: «El sector de industrias del metal firma un convenio colectivo con los sindicatos a nivel nacional de un incremento salarial de dos puntos más el
IPC
». Es una costumbre que causa perplejidad en Europa. En un sector determinado hay de todo, empresas que se forran, otras que no ganan y algunas que pierden. Si una empresa con pérdidas continuadas durante varios años se ve obligada a cumplir el convenio, el futuro inexorable es el cierre.

Estamos atravesando una etapa de morosidad en los pagos como no se había conocido. Si ya es problema vender, cobrar se convierte en una odisea. El hecho de que el Gobierno cobre el
IVA
de las ventas a la hora de emitir la factura y no cuando se cobra agudiza el problema, porque muchos empresarios añaden a sus problemas de impago la penalización de este impuesto. ¡Un disparate!

El absentismo laboral es otro problema en España. Hay una enfermedad nueva, que en mis años mozos no se conocía en Cantabria, y que los partes médicos llaman baja psicológica.

¿SE VAN A SEGUIR ESCAQUEANDO LOS RICOS?

Y es necesaria una profunda modificación del sistema fiscal.

En el mes de mayo de 1929, en Estados Unidos, el presidente Hoover pronunció el tradicional discurso de la Unión. Quedó una frase para la historia: «Nunca Norteamérica ha estado más cerca de la prosperidad absoluta». Entre octubre y la Nochevieja de ese año quebraron todos los bancos, la tasa de paro llegó al 50 por ciento, la Bolsa quebró y cerró. Las colas de indigentes abarrotaron las calles. Hay una extraordinaria película de los años setenta que refleja perfectamente el paso de una sociedad de la opulencia ficticia a la miseria. Se llama Esplendor en la hierba. Muchos pensaron que aquello era el final del capitalismo, cuando además ya en la Unión Soviética se había implantado con fuerza un sistema antagónico, el comunismo. La llegada providencial, en 1930, de Keynes salvó el sistema. En Estados Unidos había imperado un liberalismo heredero de la Francia del ministro Colbert, que patentó otra frase famosa: «Laissez faire». «Dejar hacer». Es un sistema en el que las fuerzas de la economía, sin injerencias gubernamentales, son el mejor regulador del sistema. El Estado está para tener un ejército y una policía que nos proteja. El sistema impositivo debe reducirse al mínimo. En ese modelo de barra libre y con el boom económico posterior a la Primera Guerra Mundial, entre 1918 y 1929 la economía se disparó. Pero era un gigante sin base sólida. Sin controles, ni regulaciones, ni impuestos que redistribuyeran la riqueza, los ricos se hicieron inmensamente ricos y los pobres no llegaron a ser una clase media con capacidad de demanda. Un 10 por ciento de la población acumulaba el 80 por ciento de las rentas. Y todos sabemos que el motor de la economía es la capacidad de demanda. Cuando ese 10 por ciento de la población se atiborró de bienes y servicios, el resto de las gentes no secundaron las compras por falta de renta. La economía americana ya tenía solidez para producir en masa todo tipo de cosas. Y al fallar la demanda, se hundió el sistema productivo.

Voy a poner un ejemplo que creo que va a ser entendido por todos. Si un individuo acumula seis mil millones de euros comprará una casa, un coche y comerá muy bien todos los días, pero no más de tres veces. Tendrá una docena de trajes, se irá de vacaciones dos veces al año… Si esos seis mil millones están en posesión de diez personas, se comprarán diez casas, diez coches, comerán diez personas, comprarán trajes e incluso se irán de vacaciones. La capacidad de demanda varía notablemente. Si no hay un reparto un poco equitativo de la renta, la economía se colapsa.

Keynes afirmó que el sistema capitalista era salvable, pero con profundas reformas: mayor presencia de los Gobiernos en la economía, implantación de un sistema fiscal progresivo sobre la renta que detrajese, vía impuestos, cantidades importantes de los que poseían altas rentas para inyectar esa recaudación hacia las capas de población más depauperadas. Se impuso un sistema fiscal draconiano, que permitió un trasvase de rentas y originó en pocos años la recuperación de la demanda y el afloramiento de una poderosa clase media.

Recordarán que el famoso Al Capone murió en la cárcel de Alcatraz no por haber ordenado la muerte de decenas de personas, sino porque le cazaron evadiendo impuestos.

Naturalmente que en España no estamos hoy como estaba Estados Unidos en 1929, pero todos sabemos que aquí los que tienen mucho no pagan mucho. Las grandes fortunas se escaquean. Hay miles de trucos para que un rico no pague.

Los impuestos en España distan mucho de ser progresistas, que es la clave de un impuesto justo; es decir, aquel que grava más al que más tiene y poco o nada al que menos posee. Pero los impuestos más importantes en España son ciegos, no tienen en cuenta el nivel económico del sujeto y, además, no tienen escapatoria.

A la gran mayoría que tenemos una nómina, ya nos han cobrado antes de que el sueldo llegue a nuestras cuentas. Y el
IVA
afecta a todos los productos, incluidos los más modestos y de uso cotidiano. Hoy tener un coche utilitario no es un lujo, pero la gasolina grava igual al obrero que va por las mañanas a trabajar que al banquero que gana al año diez millones de euros de sueldo.

España sufre además una evasión fiscal escandalosa por parte de quienes más debieran contribuir al reequilibrio de las rentas. Los que tienen mucho dinero tienen muchas vías para escabullirse, a diferencia de quien vive de una nómina.

En España hay dos instrumentos que permiten a las grandes fortunas pagar muy poco. En primer lugar, las Sociedades de Capital Variable (
SICAV
), que gozan de un régimen fiscal muy favorable y cuya constitución no está al alcance del común de los mortales. Son solo para privilegiados. El capital mínimo para crearlas es de 2,4 millones de euros. Estas sociedades sirven para invertir y especular con valores mobiliarios. Mientras las demás tributan a un tipo impositivo de entre el 20 y el 30 por ciento, estas lo hacen al uno por ciento. Y mientras no distribuyan dividendos, reduzcan capital, transmitan acciones o se liquiden, los socios no tributan. Es decir, se crean y ya no se tocan. Se transmiten de unos socios a otros, a hijos, nietos…, de generación en generación, sin volver a tributar, pues ya procuran los fundadores vivir en regiones donde el impuesto de sucesiones esté derogado o se aplique de forma simbólica.

El otro instrumento que permite sortear en parte la dureza del fisco son las Sociedades de Inversión Inmobiliaria (
SII
). Desde 2009 y por la dificultad que representaba para los grandes patrimonios la condición impuesta a las sociedades de inversión inmobiliaria para que la inversión en vivienda prevalezca sobre la destinada a locales, se crearon a la carta unas sociedades cotizadas de inversión en el mercado inmobiliario, que exigen un capital mínimo de 1,5 millones de euros. Su actividad principal es la inversión directa o indirecta en activos inmobiliarios, tanto en viviendas como en locales comerciales, residencias, hoteles, garajes, oficinas, con el fin de alquilarlos o venderlos después de un periodo de tiempo.

Estas sociedades tributan al 19 por ciento, frente al 30 por ciento de las normales. Y además gozan del privilegio de distribuir los beneficios entre los socios sin que estos tengan que tributar un céntimo. Un ejemplo aclarará este farragoso asunto.

Imaginemos un beneficio por alquiler de locales de trescientos mil euros. Si aplicamos el impuesto a una persona física pagaría 133.000 euros y le quedaría una renta disponible de 167.000. Sin embargo, si es socio único de una de esas sociedades abonaría solo 57.000 euros y el resto, 243.000, se los queda sin tener que tributar más.

Debemos tener en cuenta además la economía sumergida que existe en nuestro país y que representa un volumen, según diversos organismos, de entre el 20 y el 25 por ciento del Producto Interior Bruto. De estar en el círculo controlado por Hacienda, supondría más de doscientos mil millones de euros.

¿Por qué España está a la cabeza de Europa en economía sumergida? Por muchos factores educativos y culturales arraigados en nuestro país desde hace siglos y que no hemos sido capaces de desterrar por desidia y falta de medios dedicados a la represión.

Cualquiera de nosotros ha oído alguna vez la expresión «con
IVA
o sin
IVA
» y conoce sus consecuencias. También conocemos casos de personas que desempeñan trabajos mientras cobran el desempleo, subsidios o pensiones no contributivas. Qué decir de trabajadores que no aceptan un empleo si se les pone la verdad en la nómina, aunque ello signifique cotizar menos a la Seguridad Social y, por lo tanto, menor pensión en el futuro. En mayor escala, ahí están las empresas buzón, que emiten facturas falsas y al cabo de un tiempo desaparecen, sin haber declarado nada a Hacienda. O las que situadas en paraísos fiscales emiten facturas por servicios no prestados o por un coste muy superior al recibido.

EL ADOCENAMIENTO DE LA PROSPERIDAD

Paralelamente a las medidas económicas aquí apuntadas, es tiempo de psicólogos y sociólogos, que debieran dictar lecciones desde programas de máxima audiencia, con clases de ética y sentido común.

La primera lección tendría que dejar claro que no hay milagros, que la suerte es una coyuntura que se produce en un porcentaje infinitesimal a través de loterías, quinielas, casinos, bingos y demás instrumentos que azuzan el sueño de los mortales. No hay más remedio que trabajar y recuperar el estímulo por el trabajo.

Alguien me dirá, y con razón, que hay muchísima gente que quiere trabajar y no encuentra trabajo. Pero entre los años 1990 y 2007 llegaron a España cinco millones de personas para atender oficios que ya no querían los españoles. No queríamos ser albañiles, ni camareros, ni cocineros, ni marineros en barcos de pesca, ni conductores de camiones, ni taladores de árboles… Solo queríamos ser funcionarios.

Los españoles hemos sido durísimos a lo largo de la historia. Nuestros abuelos y padres han trabajado como burros dentro y fuera de nuestro país. Hemos convertido zarzales entre riscos en praderías que parecen greens de un campo de golf para que pasten las vacas. Hemos construido casas y cabañas a mil quinientos metros de altura, subiendo a hombros los materiales. Hemos sacado carbón de las entrañas de la tierra y hemos pasado más épocas de guerra y hambre que otra cosa.

La prosperidad nos adocenó. Nuestros padres, que no habían tenido estudios, tenían como meta que todos sus hijos hiciesen una carrera. Ambición y sueños lógicos. Cinco hijos, cinco abogados o ingenieros. Se perdieron el valor y el prestigio de los oficios. Mientras en Europa sí conservaban su reconocimiento los buenos cocineros, o los buenos mecánicos, aquí se olvidó la Formación Profesional. Miles de licenciados engrosan las listas del paro. No hay nada más frustrante. Alguien tendría que habernos advertido hace años que no todos podemos ser licenciados, que eso es un derroche insoportable, por no hablar de quienes tardan diez años en acabar una carrera.

La prosperidad trajo situaciones asombrosas. Todos tenemos algún amigo prejubilado con cincuenta o cincuenta y cinco años. En Europa no salen de su asombro. Hoy, cincuenta años es casi la mitad de la vida. A muchos nos originaría un trauma retirarnos a esa edad.

De todas las maneras, no quiero cerrar este capítulo sin hablar de un tema que ya ha originado alguna polémica. Las estadísticas oficiales dicen que el paro medio de Europa está en el 10 por ciento de la población activa. Algo más del doble en España. Pero del 21 por ciento del paro español hay un 5 por ciento que no son parados, son quietos. Ni en pleno boom de los años noventa, cuando las obras se llenaban de carteles pidiendo albañiles y encofradores o los restaurantes, cocineros y camareros, la tasa de paro bajó del 7 por ciento. Ese 5 por ciento de quietos que existe en España en Alemania no llega al 2 por ciento.

Por lo tanto, aparte de las medidas económicas, es imprescindible que los españoles asumamos la realidad. No éramos tan ricos como nos creíamos. No estamos en la Champions League. Solo una vez que bajemos unos cuantos peldaños podremos volver a subirlos, con paso más firme y realista.

POLÍTICOS EN BANCARROTA
ESTO NO ES UN NEGOCIO

Una reciente encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (
CIS
) destaca un dato extraordinariamente preocupante. Solo un 10 por ciento de los españoles confía en la clase política. Si tenemos en cuenta que la solución a la crisis económica que sufrimos deben darla los políticos, el informe del
CIS
se revela aterrador.

La clase política está en los últimos lugares de valoración por parte de los españoles. No es un tema menor, ni mucho menos. ¿Por qué hemos llegado a esta situación en España? Yo tengo mi teoría y voy a exponerla a continuación.

Hay profesiones cuyo ejercicio no concibo sin altas dosis de vocación. Los misioneros en África o Hispanoamérica sacrifican su vida para aliviar la miseria, motivados sin duda por una profunda vocación. Los médicos que en contacto con el dolor y las enfermedades intentan todos los días salvar vidas necesitan tener vocación. Los profesores que forman a niños y jóvenes…

Pero quizá el trabajo que más vocación precisa, y que muchas veces menos ejercientes vocacionales tiene, es el de aquellos que se dedican al servicio público. Es decir, los políticos.

Yo soy político y me siento orgulloso de serlo. Abandoné actividades muy lucrativas por un impulso que me llevó a intentar plasmar sueños en realidades, con el objetivo de beneficiar a mis conciudadanos. He vivido experiencias tan gratificantes en el ejercicio de la vida pública que nos las cambiaría por nada. En 1995, tras llegar por primera vez al Gobierno de Cantabria, conocí pueblos de mi querida Cantabria sin agua, ni carreteras, con gentes resignadas que nunca habían recibido nada de los poderes públicos. Lograr que un día llegara la carretera hasta la puerta de su casa, que tuvieran agua corriente en sus domicilios, que contaran con alumbrado público me ha producido tal alegría interior que he llegado a llorar de contento. Y no cambiaría vivencias como estas por disfrutar de un crucero con Flavio Briatore, el yerno de Aznar o el mismísimo Berlusconi y sus compañías.

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