Nadie es más que nadie (21 page)

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Authors: Miguel Ángel Revilla

Tags: #Biografía, #Política

BOOK: Nadie es más que nadie
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Otro de los cambios drásticos que se han producido en los últimos cincuenta años es el paso de la economía real a la economía virtual. Hace sesenta años, cuando yo nací, en Salceda (Polaciones), el más rico del pueblo era Jesús, porque tenía cien vacas. Tenía más prados que los demás para alimentarlas, más invernales con hierba. Y eso se traducía en que cada año, el 2 de septiembre, en la feria de San Antolín, vendía unos cincuenta animales de recría, lo cual le permitía matar más cerdos que los demás, comprar mejor vino, etc. Todos entendíamos por qué Jesús tenía un ligero diferencial en el modo de vida con relación a los demás. Los ejemplos serían interminables.

Hoy esto ha cambiado radicalmente, y para mal. Los ricos actuales no necesitan arriesgarse con una vida de sacrificio, ni complicarse creando miles de puestos de trabajo. El empresario, que es el motor de la economía, se arriesga, invierte, innova y crea riqueza. Hoy está siendo sustituido por el especulador. Estamos sustituyendo la economía real por la economía virtual.

Creo haber leído cómo un tal Soros publicó con «orgullo» que había ganado mil millones de euros en una semana especulando con la libra esterlina. Hace poco asistí a una conversación en la que un empresario real contaba cómo había ganado con una plantilla de dos mil cuatrocientos trabajadores el 1,5 por ciento de su volumen de ventas. Su interlocutor se mofaba de él, contándole como él mismo, sin ningún empleado, había ganado el doble. Mi amigo, el empresario real, que vive en Cantabria, le preguntó con curiosidad a qué se dedicaba. El otro le respondió que era bróker.

Se nos ha ido de las manos la economía por falta de liderazgo político y moral. Luego volveré sobre este tema. Pero los que me estén leyendo posiblemente se están preguntando «¿Y qué? Lo que nos interesa es saber cómo se sale de esta». No me voy a esconder. Me voy a mojar, como he hecho toda la vida.

UNA PROPUESTA VISIONARIA

Con las dotes de previsión de las que a veces he hecho gala, el día 25 de enero de 2011 me invitaron a pronunciar una conferencia en el Club Siglo
XXI
de Madrid. Allí había ministros, empresarios y banqueros, entre ellos Emilio Botín. Creo que he sido el primero en decir algo que entonces sonaba a utopía y hoy defiende toda Europa menos la señora Merkel.

En mi conferencia expliqué que la Unión Económica Europea se ha construido con los pies. La libre circulación de mercancías, la libre circulación de trabajadores y, más tarde, la libre circulación de capitales se fueron implantando sin decir nada de las políticas fiscales, la moneda única común y los endeudamientos controlados. La bonanza económica de los últimos veinte años fue tapando las deficiencias del sistema comunitario.

Cuando llegó el ciclo de depresión salieron a flote todos los errores cometidos. Lo primero que debió hacer la Unión Europea fue amarrar la política fiscal y financiera común. Un Banco Central Europeo único. Un Tesoro Europeo único. Estas dos instituciones tendrían que haber precedido a la creación del euro como moneda única comunitaria. Si se tiene una moneda común y ya no caben las soluciones monetarias, que permitían con las devaluaciones reajustar los desequilibrios entre países, no hay más solución que tener el mismo rigor en la política monetaria, para lo cual hay que desprenderse de las autonomías nacionales en esta materia y ponerse a las órdenes de un organismo supranacional. Sin ese control, cada país ha ido a su bola. Impuestos dispares, endeudamientos sin control…

Si a un alemán un euro le sirva para comprar en España y a un español para hacerlo en Alemania con el mismo valor, no es de recibo que el endeudamiento alemán salga a los mercados con un coste a cinco años del 1,8 por ciento, mientras el endeudamiento español o el italiano salen al 7,25 por ciento. ¡Así cualquiera! Si no se corrige pronto, esta situación va a estallar.

Hay quien dice que, después de haber provocado y perdido dos guerras mundiales, Alemania está ganando la tercera sin armas, con la economía.

En la conferencia del Club Siglo
XXI
reclamé la puesta en marcha, junto al euro común, del endeudamiento al mismo coste para todos. Es decir, el eurobono. Naturalmente que para que llegue ese momento hay que hacer profundas modificaciones. Los países han de homologar sus políticas fiscales. El Banco Central Europeo y un Tesoro Público único exigirán el cumplimiento riguroso de esas políticas monetarias únicas y determinarán el techo de endeudamiento de cada país. Los que cumplan estarán en el euro y en el eurobono. Los que no, se situarían fuera.

Si esta solución no llega será el fin de la moneda común, lo cual traería consecuencias catastróficas y sería la mejor noticia para la saga de «nuevos empresarios», que realmente son sanguijuelas sin escrúpulos.

A Alemania en la actual coyuntura le va muy bien, pero no debería tirar más la cuerda. Su éxito radica en buena medida en la prosperidad de sus vecinos, a los que inunda de productos de alto valor añadido. Gracias a ello disfruta de una de las balanzas comerciales con mayor superávit del mundo. Sin el entorno que le compra caro, Alemania también será arrastrada.

Aquí está la única solución de supervivencia de una Europa desconcertada. Además de imponer rigor en las cuentas públicas, la Unión Europea tiene que reforzar los mecanismos de solidaridad. Por razones históricas y estructurales no todos los países de la Unión tienen el mismo nivel de desarrollo. El objetivo de cualquier entidad supranacional de sus características tiene que ser propiciar un desarrollo sostenido y solidario. Se hace preciso, por ello, reforzar los instrumentos que corrijan las desigualdades con fondos amplios de compensación para las regiones y los países con menores rentas.

Y DE AQUÍ, ¿CÓMO SE SALE?

Pero pasemos a hablar de España.

Me llama la atención que los gobernantes españoles, tanto los que han salido como los que han entrado, no pasen de repetir frases que no dejan de ser lugares comunes. Hay que acabar con el paro, hay que recortar gastos, hay que estimular la economía productiva… Pero ninguno dice en qué sector hay que volcar los esfuerzos. Dónde tiene España su futuro y su ventaja comparativa.

Los dos pilares del desarrollo económico español en los últimos años han sido la construcción de viviendas y el turismo. Tardaremos cinco años en recuperar un cierto ritmo de crecimiento en la construcción, ya que primero habrá que dar salida al millón de viviendas acabadas y no vendidas. En cuanto al turismo, es un gran activo de nuestra economía, pero superar las cifras de 2011 va a ser muy difícil. La inestabilidad política de países competidores como Túnez, Egipto, Grecia o Turquía desviaron a España cantidad de turistas que permitieron cerrar un año excepcional, pero difícilmente reproducible.

¿Vamos a competir en la producción de bienes de equipo con alemanes o japoneses? Parece claro que no. ¿Dónde está a medio y largo plazo el nicho de empleo en nuestro país? En las energías renovables.

El gran economista austriaco Joseph Alois Schumpeter dijo en 1925 que los países que estaban en la vanguardia del desarrollo eran aquellos que atisbaban los cambios de los sectores emergentes y se sumaban a ellos.

No somos conscientes de la amenaza que pesa sobre el planeta. Si no reducimos las emisiones de
CO2
nos lo cargamos. Dentro de veinte años, utilizar carbón o petróleo será denostado por todos. Las fuentes de energía del futuro no pueden ser contaminantes.

El desarrollo de la humanidad a ritmos acelerados comienza en el siglo
XVIII
y está ligado a las energías. En los últimos trescientos años hay tres etapas claramente diferenciadas. Los siglos
XVIII
y
XIX
son los siglos del carbón como fuente de energía. Una energía que propicia la aparición de la máquina de vapor y, con ella, trenes y barcos. La industria siderúrgica y la textil sitúan a Inglaterra en el origen de la revolución industrial. En el siglo
XX
la fuente de energía que mueve el mundo es el petróleo, que simplificando da lugar a la industria del automóvil. El siglo
XXI
será el de las energías renovables. No cabe duda.

Históricamente, las fuentes energéticas han sido un lastre para España. Hemos tenido carbón, pero de costosa extracción y mala calidad comparado con el de otros lugares de Europa. Y de petróleo, ni para mecheros. España paga todos los años en gas y petróleo cuarenta mil millones de euros. Somos el país europeo con mayor dependencia energética del exterior. Una factura insoportable, que apenas se compensa con los ingresos del turismo.

La nueva fuente de energía es una oportunidad única para nuestro país. Lo tenemos todo para ser autosuficientes en el futuro. Tenemos viento, sol y mar. Tenemos la tecnología y las empresas españolas están en la vanguardia en esta materia. Por eso es increíble que no estemos volcados en el apoyo de las energías renovables, como lo están ya Estados Unidos, los países nórdicos o Inglaterra. Urge un pacto de Estado en torno a esta materia. No se trata solo de ahorrar al año cuarenta mil millones de euros, con todas las políticas de I+D+i, educación, sanidad… que se podrían hacer con esta astronómica cantidad. Es que alrededor de esta opción se va a generar una industria capaz de acabar con la terrible lacra del paro. La industria del petróleo ha dominado el mundo en los últimos cien años y su poder aún es inmenso. Pero el petróleo se acaba y contamina. No es ya una energía imprescindible. ¿Alguien cree que sin petróleo no hubiéramos tenido coches o aviones? El hombre fue a la luna hace cuarenta años sin necesidad de petróleo.

Estoy convencido de que dentro de veinte años un coche movido por gasolina será tan curioso como un Seat 600 lo es hoy. Los coches eléctricos, cuya energía la producirán los parques eólicos, tendrán ochocientos kilómetros de autonomía. En los garajes comunitarios de nuestras casas habrá un cargador para las baterías, cuyo consumo aparecerá en el recibo de la luz de nuestros domicilios.

Cuando dejé el Gobierno de Cantabria, habíamos licitado la producción de tres mil megavatios de energía eólica en mar y tierra. Ocho grandes empresas optaban a su implantación con una inversión de más de mil millones de euros y la creación de diez mil puestos de trabajo. El nuevo Gobierno del
PP
lo ha parado. Es incomprensible. Los Gobiernos no deben limitarse a tomar medidas de tipo fiscal, monetario o social. Deben tener claro el futuro. Y el futuro son las energías renovables, donde España debe ser una potencia mundial. Créanme que podemos ser el Kuwait del futuro en la producción de energía. Pero hay que empezar ya.

España tiene a día de hoy tres hipotecas insostenibles. Pagamos cuarenta mil millones de euros por la importación de crudo y gas. Otros cuarenta mil por el subsidio de desempleo. Y cuarenta mil más en intereses por la deuda. Un país que ha de apartar del presupuesto de cada año ciento veinte mil millones en gastos fijos no tiene futuro. Tiene que luchar con rigor para eliminar este lastre. Esas tres partidas están conectadas y se pueden aminorar, primero, y eliminar, a largo plazo. La eliminación de la primera tendrá consecuencias para la eliminación parcial de las otras dos. Ya he dicho que España puede abastecerse de energía renovable en veinte años. Ha habido días de fuerte viento en 2010 en los que en España hemos llegado a producir gracias a esa fuente el 40 por ciento del consumo. Y también he dicho que la industria que genera esta producción de energía es la que potencialmente más empleo va a generar, con lo que reducimos el paro y el coste del subsidio de desempleo. La tercera hipoteca, la de los intereses de la deuda, también se reduce, porque parte del endeudamiento está motivado por la importación de energía.

La falta de una apuesta clara por este sector constituye, obviamente, un error. Pero no es el único. Otro de los errores de bulto del Gobierno saliente ha sido parar la obra pública en plena recesión. Una medida que va en contra del manual de supervivencia de un economista. Cuando hace año y medio se tomó esta medida, yo puse el grito en el cielo. Recientemente dos de los más prestigiosos premios Nobel de Economía, Paul Krugman y Joseph Stiglitz han dicho lo mismo que yo vengo denunciando reiteradamente como una gran metedura de pata. Porque para pensar así no hace falta ser Nobel, ni siquiera economista. Basta tener sentido común.

En épocas de recesión o atonía de la inversión privada, el relanzamiento de la obra pública es una medicina eficaz, puesta en práctica con éxito en muchos países y en circunstancias similares. El padre de esta receta fue el gran Keynes, de quien ya he hablado y que en los años treinta del siglo pasado salvó al capitalismo.

La obra pública, la construcción de carreteras, vías férreas, puertos, abastecimientos y saneamientos… exigen una gran demanda de mano de obra directa y revitaliza el sector industrial de la obra civil. Pero además, este tipo de actuaciones, cuando se acaban, contribuyen a la modernización del país y lo hacen más competitivo.

El parón de esta actividad llevado a cabo por el ministro Blanco ha sumado al paro producido por la construcción de vivienda residencial otros cincuenta mil trabajadores, además de abandonar infraestructuras que ya estaban ejecutadas en más de un 50 por ciento. Una auténtica calamidad, máxime cuando no era precisa en aras del compromiso de reducción del déficit, porque todas las grandes empresas constructores de España se ofrecieron al ministro para continuar las obras programadas y posponer su cobro al año 2015.

El Gobierno chino, al que le sobra liquidez y le faltan materias primas para mantener el crecimiento sostenido de su economía entre el 8 y el 10 por ciento, se está ofreciendo a financiar grandes infraestructuras por el mundo a plazos superiores a veinticinco años a cambio de suministros garantizados de petróleo, aceite, cemento, e incluso alimentos. Muchos países han firmado con China acuerdos. Recientemente, Grecia y Brasil.

Hace poco más de un año, cuando aún era yo presidente de Cantabria, recibí a una delegación china que había pasado por Madrid con no mucho éxito en su gestión. Los chinos financian infraestructuras no inferiores a mil millones de euros (aquí encajan perfectamente los
AVE
s) y los plazos que conceden para su amortización van de veinticinco a cuarenta años. En su país escasea un producto esencial para su desarrollo, la piedra caliza de la que se obtiene el cemento. Vinieron pues a plantear a España la posibilidad de financiar infraestructuras a cambio de cemento. Ya sabían que nuestro país tiene capacidades infinitas para producir ese material. Parece elemental pensar que, además de seguir con el programa de inversiones públicas, ese sistema generaría un gran empleo en el sector de las empresas cementeras. Toda la dificultad radicaba en ajustar los precios y actualizarlos.

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