Mi primer muerto (18 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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A continuación, llegó el momento de la ofrenda de flores. Sentí cómo crecía la indignación dentro de mí: tantas flores hermosas que de nada servían ya, para alegrar a quien estaba en un ataúd. La madre de Jukka apenas pudo sostenerse junto al féretro por unos instantes, agarrada al brazo de su esposo. Después llegó el turno de los familiares, seguidos por los compañeros de trabajo. La secretaria de Jukka era la encargada de llevar las flores, y Marja Mäki leyó con voz de burócrata una frase de recuerdo de lo más anodina.

Llegó el turno del coro y Toivonen y el bajo del tic en la mejilla fueron los encargados de depositar el ramo ante el féretro. Me pareció interesante que, para hacerlo, no hubiesen elegido a ninguno de los amigos de Jukka —Jyri, Antti o Tuulia—, o a Timo, que era el presidente del coro.

Por lo que pude observar, casi todos los participantes en la ceremonia habían pasado ya a dejar sus flores, con excepción de las mujeres que Jukka mencionaba en su agenda, y el tal T. A. Heikki Peltonen me había dicho que la familia deseaba una ceremonia íntima y que por eso no se había publicado esquela alguna en el periódico.

Había ido a la iglesia en vano...

Y en vano también había esperado que el asesino se derrumbase durante el funeral. Me cabreé aún más de lo que ya estaba al oír a mis sospechosos cantar el Padrenuestro al unísono y con cara de profunda devoción. Hágase tu voluntad, ¿eso era de verdad lo que pensaba el asesino? Según la ética cristiana, hay que encerrar al que mata. Ojo por ojo y diente por diente. ¡Dios, qué ganas tenía de agarrar a quien le había hecho aquello a Jukka! Pero ¿era por venganza o por hacer justicia? ¡Quién era yo para arrojar la primera piedra!

En los comienzos de mi carrera policial, me sentía muy comprometida con los casos que llevaba. Las víctimas me inspiraban compasión, pero al mismo tiempo también deseaba comprender a los criminales. ¿Estaría volviendo a las andadas? Eso era algo que no quería, de ninguna manera. No quería bajo ningún concepto volver a confrontar mi propio sistema moral con cada caso, no quería pararme a pensar en lo condenables que pudieran ser los actos ni en el castigo que éstos merecían. Creía ser más justa al pasar de agente de la ley a ejecutora. Así era, los policías se ocupaban de detener a los mocosos que llenaban con sus grafías las paredes de los edificios oficiales, o a los estudiantillos que se fumaban un porro por primera vez, pero era el juez quien decidía la magnitud del castigo que les correspondía por ello. ¿Estaba hecha yo para semejante responsabilidad?

Toivonen volvió a sentarse ante el órgano y empezó a tocar el
Largo
de Händel. Los asistentes se quedaron sentados esperando a que la familia saliese primero. El padre de Jukka ayudó a su esposa a ponerse en pie y ésta lo hizo vacilante, como si las piernas no la sostuviesen del todo. De repente, se puso a gritar por encima del sonido del órgano:

—¡Tú, monstruo, que has matado a mi hijo! ¡Cómo te atreves a poner siquiera un pie en esta iglesia, cómo te atreves a cantar frente al féretro de Jukka, cómo...! —Su voz se convirtió en un llanto discontinuo y Heikki Peltonen la abrazó contra su pecho, como intentando taparle la boca. Toivonen siguió tocando la pieza, vacilante, y el resto de los asistentes, violentísimos, no sabían adónde mirar, si a las paredes o a sus propios pies. Los miembros del coro ni levantaron la vista. Timo estaba de color púrpura y apretaba la mano de Sirkku como si le fuera la vida en ello, mientras que ella se había llevado el puño a la boca como para ahogar un grito. Piia había enterrado el rostro en el pañuelo y la cara de Jyri estaba completamente crispada. La única que daba muestras de tranquilidad era, cómo no, Mirja.

Los asistentes se pusieron en marcha una vez que los padres de Jukka salieron de la iglesia. Me imaginé que la reunión en el restaurante iba a ser más que tensa. El féretro cubierto de flores se quedó en el altar, esperando a ser incinerado.

Intenté escabullirme del templo sin llamar la atención, pero Antti se me adelantó. Lo oí correr tras de mí por los jardines que lo circundaban, y de repente me agarró con fuerza del brazo, haciéndome daño.

—¡A ver si haces algo ya, y deprisa, demonios! —me bufó con los ojos guiñados, como un gato que se dispusiera a atacar—. Maisa está a punto de volverse loca. Ha prometido vengarse, matarnos a todos. No aguantará mucho tiempo.

—¡Entonces, confiesa! —salté yo, estupefacta e igualmente furiosa. Antti me soltó el brazo y se me quedó mirando horrorizado.

—¡Para que lo sepas, te equivocas de medio a medio! ¡No me extraña que no encuentres al culpable, si lo que pasa es que estás sospechando de mí!

—¡También tú podías haber colaborado un poco más, me parece!

—¡Ahora va a resultar que todo depende de mi colaboración!

El resto de los miembros del coro se habían ido acercando y nos rodeaban. Me vino a la memoria un juego de mi infancia. Uno daba vueltas en el centro con los ojos vendados y luego tenía que adivinar a quién estaba apuntando con el dedo. ¿Sería capaz de encontrar al asesino con aquel método?

—Antti, oye, vamos a hacer un ensayo rápido antes de la reunión —dijo Toivonen. Un par de gotas de aviso me cayeron en la frente. El cielo se había llenado de nubes oscuras mientras estábamos en la iglesia.

—Os he dicho mil veces que no pienso ir al restaurante. Ésta ha sido mi última actuación con el coro. Y además, Miss Marple y yo tenemos una conversación a medias en este momento.

—Antti, te necesitamos. —Dicha por Mirja, la frase sonó a orden.

—Venid, dejadlo en paz. —Tuulia echó a andar llevándose a los demás, y Antti y yo volvimos a quedarnos solos en el jardín de la iglesia. Mirja fue la única que se dio la vuelta para mirarnos.

—Ahora mismo lo último que me interesa es el café con bollos y los recuerdos de infancia de Jukka —me dijo Antti como dándome una explicación, y echó a andar cuesta abajo, en dirección a la calle Runeberginkatu, esperando claramente que yo lo siguiera—. ¿De dónde has sacado que yo maté a Jukka? —me preguntó en cuanto lo alcancé.

—Bueno, ha sido un tiro a ciegas.

—¿Has probado el sistema también con los demás? No ha debido de darte muy buenos resultados, por lo que se ve.

—Pues no, no he probado. Tienes que intentar entender que nada me gustaría más que aclarar quién es el asesino y que estoy haciéndolo lo mejor que sé. Pero no soy la puñetera
superwoman
, así que no puedo adivinar las cosas. Lo que necesito es ayuda, no que me griten. De verdad que no sé aún quién es el culpable, pero tengo mis sospechas. Hay todo tipo de datos que tengo que contrastar, pero eso lleva su tiempo. Si no confías en mis capacidades, pues no confíes, pero a pesar de ello yo tengo que intentar no perder la confianza en mí misma.

Antti le iba dando pataditas a una lata de cerveza aplastada con la punta de sus gastados zapatos negros, y deteniéndose me dijo:

—Lo siento mucho. Es que me he puesto muy nervioso en el funeral... Pienso lo mismo que Maisa, que alguien estaba haciéndose el inocente, aunque... Si yo... Si yo supiera qué cosas tienen significado y cuáles no...

—Lo mejor es que me las cuentes y que me dejes decidir a mí sobre ello. Ni se te ocurra ponerte a jugar al detective privado, y menos aún decirle a nadie, si es que sospechas de alguna persona en concreto, que tú y sólo tú estás al tanto de algo que pueda implicarla. O te encontrarás haciéndole compañía a Jukka allá donde esté, te aviso.

Ya puestos, me animé y le hablé a Antti de la imagen que me había formado del Cielo, con Jukka pasándoselo bomba, rodeado de mujeres angelicales, dignas de un poster del
Playboy
. Por segunda vez tras la muerte de Jukka, vi reír a Antti. El gesto tenso de su cara se disipó por un momento, dejando paso a una sonrisa que le marcaba dos arrugas perpendiculares a ambos lados de la boca.

—Pues lo tienes fácil, si eres capaz de imaginarte cosas así. Es una idea muy divertida, pero yo no soy capaz de creer en ningún cielo, del tipo que sea. Para mí, Jukka ha dejado de existir, punto. Aunque no del todo, todavía. A pesar de todo, era mi mejor amigo.

—¿A pesar de qué?

—Bueno, tal vez últimamente nuestros valores habían empezado a ser muy diferentes, igual que nuestras costumbres. No podía entender sus líos, esa manera de vivir cada día como si fuera el último. —Antti sonrió con amargura por la elección de sus palabras—. A lo mejor intuía que no iba a seguir haciendo de las suyas por mucho tiempo. Siempre decía que acabaría muriendo de sida, o de un cáncer de hígado. Pero, como suele decirse, sólo el Señor sabe cómo va a llevarnos de este mundo.

Me quedé pensando en qué diría Antti si supiese que yo había leído su carta. De nuevo traicioné mi propósito de relacionarme sólo profesionalmente con los sospechosos. Habíamos llegado a la esquina de una bocacalle que conducía a mi casa y la lluvia empezó a caernos encima con más fuerza cada vez. No me apetecía mojarme.

—Con la que está cayendo, deberíamos meternos en Elite —propuso Antti.

—Iba a decirte precisamente que vivo en esa casa verde de ahí. Si no tienes prisa, podría preparar un café. Eso sí, bollos no tengo.

—Bueno, un bollo sí que comería ahora —sonrió Antti—. Podría contarte algunas cosas sobre Jukka que a lo mejor te sirven de ayuda.

Subimos hasta el tercer piso y, una vez en mi apartamento, le presenté las disculpas de turno por el desorden, aunque, todo hay que decirlo, ese día mi casa estaba excepcionalmente arreglada. Me irritó darme cuenta de que actuaba delante de Antti como una mujer y no como una policía. Preparé el café y llevé a la mesa algo de comer. Por suerte había tenido tiempo de ir a comprar el día anterior. Mientras tanto, Antti estaba dedicándose a husmear por mis estanterías de libros y, al ver mi bajo, que estaba en un rincón del cuarto, pulsó un par de cuerdas.

—Aquel domingo me contaste que conocías a Jukka de toda la vida.

—Desde la escuela primaria. Como a Tuulia. Ya de pequeñajos eran la mar de audaces. Yo era siempre el soso y el prudente, pero no paraba de leer libros de aventuras, así que me inventaba unos juegos estupendos. Jukka había nacido para ser el jefe y para organizar cosas. Y era todo un
showman
. De alguna manera era un tipo duro, usaba a la gente y se aprovechaba de ella. Siempre conseguía lo que quería. Pero uno podía arreglárselas con él si no se dejaba vencer.

Estaba claro que Antti tenía ganas de recordar a Jukka, de sacarlo fuera de sí a fuerza de hablar de él, así que dejé que lo hiciera sin interrumpirlo y fui tomando nota de la imagen de Jukka que iba dibujándome: generoso con el dinero, conquistador y posesivo con las mujeres, ávido de poder, aventurero. Alegre y egoísta. Antti se puso a recordar cosas del colegio; de sus viajes en velero con el hermano de Jukka y Peter Wahlroos, y de los contratiempos que conllevaba pasar tantos días juntos en el barco.

—¿Tuvisteis alguna diferencia de pareceres a causa de sus líos de faldas, por ejemplo? ¿Intentó alguna vez meterse entre Sarianna y tú?

—Claro que lo intentó también con ella, pero Sarianna le paró los pies y le dejó bien claro que mejor ni lo intentase. No —continuó Antti como rechazando la pregunta que yo tenía en la punta de la lengua—, nuestra relación no se terminó por culpa de Jukka. Era sólo que ya no teníamos nada en común. Así que acabo de cargarme tus motivos, ¿o no era eso lo que pensabas?

Intenté ruborizarme lo menos posible. A pesar de lo relajado de la situación, nuestra conversación tenía un aire a interrogatorio. Me daba pena que Antti sólo me viese como una funcionaria, y que sus ganas de sincerarse no tuviesen nada que ver con la amistad.

—¿Qué me dices del resto de las mujeres que estaban comprometidas, como su jefa?

Antti se echó a reír mientras se metía un trozo grande de pan en la boca.

—Vaya, también estás enterada de eso... Cómo iba Jukka a dejar en paz a una mujer tan elegante, o ella a él... Me huelo que el juego era limpio por ambas partes.

—¿Y cómo era de limpio el juego de Jukka con Piia?

—Creo que estaba más enamorado de ella de lo que él mismo podía admitir. Tal vez era por el hecho de que fuese imposible, algo que casi nunca le había sucedido, no poder conseguir lo que deseaba. Seguro que se trataba de un reto para él.

—¿Pasó entre ellos algo de lo que Jukka hubiese podido valerse más tarde para chantajear a Piia?

—¿Chantajear? —Antti me miraba como si lo hubiese abofeteado.

—Estos últimos tiempos la cuenta de Jukka contenía... vamos a decir que demasiado dinero. ¿Y si parte de éste provenía de los Wahlroos?

—No creo que Jukka fuese ningún chantajista... O qué sé yo, a estas alturas a lo mejor ya no sé nada. —Antti tenía la mirada fija en el fondo de su taza de café y parecía meditar. Le serví lo poco que quedaba en la jarra y se preparó su tercer bocadillo de queso—. Tenía otras formas de ganar dinero —dijo por fin.

—¿Ilegales?

—¡Si yo lo supiera! Esto empieza a parecerse a un interrogatorio.

—Eres libre de marcharte cuando quieras, si no te apetece contestarme —le dije con frialdad.

—Perdóname. Es que esto me resulta un poco difícil, porque al final eres policía.

—Lo soy, es cierto. Y quiero hacerte unas cuantas preguntas. ¿Timo y Jukka eran amigos? Y Sirkku, ¿también lo era?

—Bueno, Sirkku y Jukka debieron de tener algún rollo hace tiempo, en Alemania, hace mucho de eso... No eran amigos, pero se soportaban, vaya. Timo es un tipo algo tieso, creo que no le gustaba demasiado el estilo de Jukka.

—¿Jukka y Mirja?

—Una vez.

Intenté que no se me notase el entusiasmo que había despertado en mí enterarme de aquello.

—Fue un intento desesperado de Mirja por ponerme celoso —continuó Antti—. Yo no la odio, como hace Tuulia, por ejemplo, pero la devoción que me tiene me resulta jodidamente embarazosa y además yo no puedo corresponderle de la misma manera.

—¿Nunca ha habido nada entre vosotros? —Mi pregunta no tenía nada que ver con el caso, pero deseaba enterarme, aunque al mismo tiempo odiase mi curiosidad.

—Pues no. No tengo la costumbre de acostarme con nadie por compasión, así que ese motivo tampoco va a valerte. No estaba celoso porque a Mirja le gustase Jukka, sino que más bien estaba cabreado con Jukka por los métodos que utilizaba.

—¿Y qué métodos eran ésos?

—Mejor que le preguntes a Mirja, porque yo ya he hablado demasiado sobre sus asuntos.

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