Mi primer muerto (7 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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No había hecho más que colgar cuando me llamó el jefe de nuestra división, mi superior por encima de Kinnunen. Me dijo que teníamos que reunirnos a primera hora de la mañana y añadió brevemente que Kinnunen estaría fuera de servicio dos o tres días «a causa de un virus estomacal», así que durante ese tiempo recaería en mí la responsabilidad de aclarar la muerte de Jukka.

Pensé que tal vez iba a ser necesario que un buceador buscase en el fondo de la playa que rodeaba el embarcadero, por si estuviese allí el objeto con el que Jukka había sido golpeado, aunque probablemente el agua salada ya habría borrado las posibles huellas.

Por otra parte, no estaba claro cómo había muerto Jukka. ¿Por qué motivo mi cabeza lo concebía como un asesinato, cuando aún no había prueba alguna de que lo fuera? Tal vez sólo se tratase de un homicidio, porque parecía algo hecho apresuradamente, y cabía la posibilidad de que las huellas del responsable estuvieran aún en el arma.

Después del jefe me llamó Mahkonen, el forense, que confirmó que la causa de la muerte había sido el ahogamiento. El golpe en la cabeza habría dejado a la víctima sin sentido por unos momentos, pero no habría bastado para matarla. Jukka se había caído o lo habían empujado para que cayese al mar, y por desgracia los pulmones se le habían llenado de agua. Mahkonen aún no estaba seguro de si el resto de las contusiones que presentaba el cuerpo habían sido causadas por una pelea, o porque éste se hubiese golpeado contra las rocas de la playa. Por lo menos la contusión que presentaba en una de las mejillas era anterior a la muerte, eso estaba claro. El cuerpo presentaba un nivel elevado de alcohol en la sangre, así que no se podía excluir la posibilidad de que Jukka hubiese resbalado y se hubiese golpeado la cabeza antes de caer al mar. Pero ¿con qué podía haber tropezado yendo descalzo por un embarcadero vacío?

—El golpe se lo dio, o se lo dieron, entre las tres y las cuatro de la madrugada, si damos por sentado que el chico cayó al agua inmediatamente. No hay ninguna sustancia rara en la herida, así que podemos suponer que el golpe provino de un objeto sólido y rígido.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Pues, por ejemplo, que no se trata de una piedra quebradiza. Por otra parte, el objeto es romo, aunque no necesariamente liso, a juzgar por los bordes de la herida.

—¿Cuánta fuerza fue empleada en el golpe?

—Depende más que nada del arma. Si es grande y pesada, hasta un niño habría podido hacerlo. Así que, si todos tus sospechosos son adultos, no dejaría a ninguno de ellos fuera.

No había nada sorprendente en el dictamen de Mahkonen, ni tampoco nada que arrojase nueva luz sobre el caso. Conseguí llegar a mi casa después de las nueve. La noche anterior había tenido dificultades para dormir, así que me dieron ganas de tomarme una copa, aunque no tenía más alcohol en casa que una botella de licor de kiwi —flojucho y asquerosamente empalagoso— que me había traído de recuerdo tras un viaje en barco a Suecia, hacía ya medio año. Por un momento pensé en salir a tomarme una cerveza, pero temí que la cosa volviera a escapárseme de las manos y que tras la primera cerveza viniese una segunda, una tercera... Ni siquiera estaba de humor para ser sociable, y menos aún para aguantar a los intrusos, que en mi bar habitual abundaban.

Por suerte me llamó uno de mis antiguos compañeros de escuela y se nos fue media hora intercambiando cotilleos de gente que conocíamos. Mi colega era como la Agencia de Información de Finlandia: siempre disponía de multitud de historias que contar y a menudo éstas eran tan jugosas que a su lado los asesinatos parecían asuntillos triviales.

Me quedé contemplando desde la ventana un tranvía que pasaba, mientras organizaba en mi cabeza la información que había acumulado. Los periódicos vespertinos no habían salido aún, pero temía que ya habría unos cuantos periodistas a la caza del artículo. Estábamos casi en la segunda mitad del verano y Finlandia estaba cerrada por vacaciones, de manera que había que sacar noticias de donde fuera. Yo no tenía ganas de salir en los titulares. «Mujer policía a cargo de la investigación. El asesinato sigue sin resolverse.» Sólo de pensarlo se me ponían los pelos de punta...

A mi llegada, la central de Pasila hervía ya como un hormiguero. Sobre la mesa me esperaba la orden del jefe de que fuese a su despacho a presentarle el informe del caso. Puse mi mejor cara de subinspectora de servicio y me presenté con paso decidido en su oficina, que siempre estaba envuelta en la neblina gris de sus cigarros. A no ser que esté bebida, no puedo soportar el humo del tabaco, y se lo demostré a mi jefe claramente. Lo mismo me daba si se quería fumar cinco puros a un tiempo, con tal de que no me envenenase a mí. A lo mejor se creía uno de esos protagonistas de las series de televisión estadounidenses, con sus puros y sus escritorios monumentales. ¿Tendría también una botella de whisky en un cajón?

Quise librarme como pude del caso mencionándole que conocía a la víctima, pero el intento no tuvo éxito, ya que en aquel momento no había nadie más que pudiese ocuparse de llevarlo.

—Nada más llegar esta mañana ya me han llamado de estupefacientes para pedir refuerzos. Al parecer están a punto de hincarle el diente a una red de distribución y algunos de los chicos se han pasado de impetuosos deteniendo a gente sin importancia. Y ya se sabe que los camellos no sueltan prenda. No tenemos un solo efectivo libre en este momento para darles apoyo. Kinnunen va a estar ausente esta semana... Acaba de llegarme su baja médica. Los agentes con más experiencia están sobrecargados de trabajo... Bueno, vamos, que si haces el favor de ocuparte de esto... —El jefe se puso a mordisquear el cigarro con aire de incomodidad. El alcoholismo de Kinnunen era un secreto a voces del que al parecer sólo podían hablar entre ellos los trabajadores con más antigüedad de la comisaría—. Se nota que le vas pillando el tranquillo a la rutina de la profesión. La baja por enfermedad de Saarinen se prolongará hasta después de septiembre, parece, así que aquí no te va a faltar el trabajo. Si sales adelante con todo esto, podemos incluso plantearnos la posibilidad de darte un ascenso... Sois tan pocas las mujeres en el cuerpo que... —El jefe estiraba las palabras como si le costase decirlas.

—Bueno... eso ya lo veremos más adelante —contesté. No quería prometer nada, porque en realidad lo que quería era dejarlo lo antes posible, pero tampoco me convenía irritar al jefe más de lo indispensable.

—El padre del muchacho de Vuosaari, el ingeniero Peltonen, ¿viene a verte hoy? Ándate con ojo, que no es un tipo cualquiera. Forma parte de la junta directiva de Neste. Y como su otro hijo está en esa competición de vela tan famosa... el caso puede llegar a tener una publicidad lamentable. —El jefe tenía la tez tres tonos más gris que de costumbre. Normalmente la gente enrojece al sofocarse, pero él solía volverse poco a poco del color de la ceniza, hasta que su rostro se convertía en la antítesis de todos los colores existentes.

Me sorprendió que estuviese tan informado de la brillante posición de Peltonen y supe que la había cagado. Habría sido mucho más fácil trabajar con un jefe menos temeroso de la autoridad. Me había visto obligada a seguir de cerca la investigación de un caso de violación en el cual estaba envuelto un político en ascenso, y el temor del jefe por perder su puesto había entorpecido tanto el avance de ésta que la víctima terminó por retirar los cargos. Yo no estaba a cargo del caso —aunque generalmente, por suerte, los casos de violación se nos adjudicaban a las mujeres—, pero conocía a uno de los colaboradores de la investigación, el subinspector Männikkö, cuyos relatos hacían que el caso pareciese una telenovela. La víctima era una mujer de mediana edad, la cual, según los periódicos sensacionalistas de la tarde, habría tenido relaciones con varios hombres. Al final, la historia se fue distorsionando hasta que el culpable acabó convertido en víctima inocente de una conspiración. El político en ciernes se entregó a su papel de mártir, alegando que la mujer lo había inventado todo para destruir su reputación, y los diarios quisieron creerle. Desde entonces, nuestro jefe se mostraba aún más temeroso si cabe cada vez que en algún caso salía a relucir el nombre de un alto cargo.

—Karppanen también se ha ido de vacaciones. Estamos muy necesitados de personal, pero puedes llevarte a Koivu para que te ayude si lo necesitas y compartir a Miettinen con Savukoski, que anda ahora con un homicidio a raíz de un robo, que confiemos que se lo quite de encima lo antes posible. Y Virrankoski volverá pronto de sus vacaciones.

El teléfono del jefe sonó y me escapé de su despacho indicándole por señas que tenía prisa. No quería ni pensar en la posibilidad de prolongar mi sustitución, aunque fuese la solución más sencilla a mi problema de elección de carrera y me ayudase a posponer de nuevo la decisión otro medio año, o más.

También mi teléfono sonaba con insistencia cuando llegué a mi despacho.

—Hola, soy Hiltunen, llamo de Vuosaari. —Lo recordaba del día anterior, un muchacho rubio y muy activo cuya voz denotaba en ese momento lo ansioso que estaba—. Bueno, yo... es que creo que he encontrado el arma homicida...

—¿Qué? —Salté, sorprendiéndome por el grito que acababa de dar—. ¿Qué dices que has encontrado?

—Es una especie de hacha y tiene manchas de sangre... estaba debajo de la sauna, detrás de unos arbustos. ¿Qué hago, la llevo a Pasila yo mismo?

—Mando a un fotógrafo ahora mismo. Si hay algún compañero contigo, que se quede y tú vienes en cuanto estén las fotos. Tocad lo menos posible el lugar, que yo iré esta tarde, si es que me da tiempo.

Un hacha... sonaba repugnante y convencional a un tiempo. Se notaba que Hiltunen estaba orgulloso de sí mismo. Apenas veinte añitos, un chiquillo aún. Ojalá no hubiese borrado todas las huellas. Si la sangre era de Jukka, habría que empezar a hablar de asesinato. ¿Qué narices hacía el hacha en la playa?, normalmente ese tipo de herramientas se guardaban en alguna caseta...

Antes de que Heikki Peltonen llegara intenté llamar a Jaana, a Kassel, pero las líneas para hablar al extranjero estaban saturadas. Por suerte había encontrado su número en la parte de atrás de una felicitación navideña. La había conservado porque el Papá Noel que aparecía en ella, aparte de tener un buen cuerpo, llevaba como único atuendo la barba y un gorrito. Años atrás había empapelado una pared entera con fotos de chicos guapos; llegué a reunir una colección bastante notable, pero al final acabé harta de lo repetitivas que eran las imágenes. La mayoría de las fotos masculinas que se consideran eróticas acaban resultando aburridas si una las contempla por un tiempo demasiado prolongado.

Heikki Peltonen fue puntual. A raíz de nuestra conversación telefónica me lo había imaginado en edad de jubilarse, tripón, un caballero canoso que dedicaba los domingos a navegar tranquilamente en su velero. En realidad, Peltonen me pareció muy joven para ser el padre de Jukka, porque aparentaba estar en los cuarenta, aunque debía de tener como mínimo unos cincuenta y tantos. Tenía un cuerpo flexible y en su rostro exhibía un bronceado ganado a fuerza de fines de semana de navegación. Estaba claro que Jukka había heredado de él su aspecto de rubio vikingo. La tela del traje gris oscuro de Peltonen se parecía sospechosamente a la seda. El apretón de manos y la mirada que vino a continuación me hubiesen hecho sonrojar en otras circunstancias, aunque no soy del tipo de mujer a la que le gustan los hombres mayores. No tuve que preocuparme por cómo empezar la conversación, porque fue él mismo quien lo hizo.

—¿Señorita o señora Kallio? De verdad que deseo que la muerte de mi hijo Jukka sea aclarada lo antes posible. Un accidente como éste ya es lo suficientemente doloroso sin interrogatorios de la policía. Pretender que mi esposa, en el estado en que se encuentra, conteste a sus preguntas es exigir demasiado. Y al parecer también han obligado ustedes a venir a los amigos de Jukka para interrogarlos.

—Lo siento mucho, pero tenemos que considerar todas las posibilidades. Alguno de ellos pudo estar presente en el momento de su muerte.

—¿Está usted diciéndome que a mi hijo lo mataron?

—Es pronto para decir eso. Pero hay que tomar en cuenta esa posibilidad.

—Los amigos de Jukka son jóvenes educados, ¿qué razón iba a tener ninguno de ellos para matarlo? Y si resulta que ha sido un asesinato, cosa que no creo ni por un segundo, tiene que haber sido necesariamente alguien de fuera. Esta primavera ha habido numerosos robos en casas de verano, y en los alrededores de la nuestra había mucha gentuza acampada.

Me parecía improbable que un aficionado hubiese decidido robar en una de las villas durante el mejor fin de semana del verano, pero lo dejé hablar.

—Y podría ser también que Jukka tropezase, simplemente... seguramente bebieron demasiado y el embarcadero está resbaladizo a veces.

—Sí... pero ¿con qué se golpeó la cabeza, entonces? El filo del embarcadero queda a una altura considerable de la superficie del mar, así que el agua no puede haber limpiado la sangre. En el hipotético caso de que Jukka se hubiese golpeado contra éste, las señales serían visibles. Tengamos en cuenta, además, que el filo se ha ido desgastando y redondeándose con el paso del tiempo, de manera que un golpe no habría dejado una señal tan profunda en el cráneo. Y tampoco hay piedras junto al embarcadero con las que hubiese podido golpearse. Las más cercanas son las que se encuentran en el lugar en que Jukka apareció flotando, pero ya hemos comprobado que es imposible darse con ellas al caer desde el embarcadero.

Los chicos de la Científica se habían reído lo suyo de la prueba —que más bien había consistido en chapotear en el agua—, pero la habían llevado a cabo de todos modos.

Peltonen había venido por datos, estaba claro. No iba a convencerlo de nada sólo con teorías. Para mí no se trataba de una situación desconocida; era habitual que ante un hombre mayor y con poder yo acabase interpretando el papel de interrogada. Ya ni me inmutaba ante las preguntas sobre mi estado civil, ni intentaba corregir a los que me llamaban «señorita» a pesar de mi cargo de subinspectora. Daba igual. Estaba harta de intentar cambiar el mundo cada vez que me encontraba con una insignificancia que me molestase. También uso bolsas de plástico, y de vez en cuando caigo en la tentación de comprar el yogur en envase individual en lugar de en cartón de litro, que sería lo más ecológico.

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