Mi primer muerto (13 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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Sobre mi mesa me esperaba un montoncito de mensajes. Los revisé e hice las llamadas pertinentes, antes de ponerme con los papeles de Jukka. Todavía olía ligeramente a puro en la habitación, así que abrí la ventana y me quedé un rato contemplando el muro de hormigón del edificio que tenía enfrente. Me entró sueño, no tenía ganas de ponerme a hacer nada, pero finalmente conseguí sentarme ante mi escritorio, puse los pies sobre éste y me imaginé que era Philip Marlowe.

Todas las postales que Jukka había conservado no contenían más que inocentes mensajes de familiares y amigos. Muchas eran de Jarmo y de Peter, enviadas durante alguna de sus travesías en velero; la más reciente, de un par de semanas atrás. Me extrañaba que Jukka hubiese guardado aquellas postales. Yo suelo tirarlo todo a la basura, generalmente.

Me sentía como una espía leyendo su correspondencia. Sólo había unas cuantas cartas. Jarmo y Peter le habían enviado preciosas descripciones de su vuelta al mundo en velero, que habían hecho dos años atrás. Leyéndolas, se me olvidó por un momento lo que estaba haciendo. Las cartas de Tuulia eran también de un viaje que había hecho unos años antes por Estados Unidos, recorriéndolo de parte a parte. Eran cálidas, graciosas, únicas... Me reí en voz alta al leer las descripciones que hacía de sus peripecias, y anhelé que alguien me escribiese a mí cartas como aquéllas. Estaba claro que había mucha confianza entre ellos dos.

Antti también le había escrito en un par de ocasiones desde Laponia, durante sus vacaciones de verano. Por lo que contaba, entendí que su entonces novia, Sarianna, estaba haciendo allí las prácticas de veterinaria y que Antti había alternado el trabajo de leñador (me volvieron al pensamiento sus bíceps...) con las vacaciones, mientras preparaba la tesina. Antti había escrito descripciones bastante minuciosas de la naturaleza que lo rodeaba, de los libros que estaba leyendo y de sus ideas para el trabajo final, de las cuales no entendí un pimiento, ya que la teoría matemática de categorías nunca ha sido mi punto fuerte...

En realidad sólo había dos cartas que resultaban interesantes. Una de ellas era de Piia, fechada un par de meses atrás.

«Jukka —empezaba con sobriedad—: ya que no crees lo que te digo, espero que creas lo que te escribo, pues escrito queda. Te he dicho en muchas ocasiones que no deseo ser para ti más que una amiga. No te quiero. Quiero a Peter.» La carta daba a entender que Jukka había estado realmente enamorado de Piia y que había intentado convencerla para que tuviese una relación con él, del tipo que fuera. Piia no había querido serle infiel a Peter, pero, en cualquier caso, algo había sucedido entre ellos dos, porque Piia había escrito: «Sé que te las apañarás para contar las cosas de modo que parezcan feas. Creo que se lo contarás a Peter si te conviene, si ves que puede revertir en tu provecho». ¿Chantaje? Sonaba interesante. Tenía que hablar en profundidad con Piia sobre aquella carta. A lo mejor su hermana, que era tan cotilla, también tenía ganas de contarme más cosas sobre los líos entre ella y Jukka.

La última carta de Antti casi me trastornó. ¿Por qué demonios había elegido yo una profesión en la que me veía obligada a hurgar en las vidas ajenas? Pero esto era lo que había deseado desde pequeña, meterme en la vida de la gente, ayudar, incluso a los que no me lo pedían.

«Jukka, a veces hay que poner lo que uno piensa sobre el papel para poder aclararse. Hay que intentar formularlo de manera que otro también pueda entenderlo. A veces siento que tú me conoces mejor que yo mismo, y por eso intento escribirte.»

La carta de Antti era una petición de socorro a voces desde los límites de la desesperación. Una carta sumamente personal. La fecha era de un año atrás, de cuando Antti se había separado de Sarianna y acababa de ponerse en serio con su tesis doctoral. La imagen que yo tenía de Antti era la de un tipo calmado y distendido, pero estaba claro que en el momento de escribir aquella carta se hallaba angustiado.

Con respecto a la investigación del asesinato, uno de los párrafos de la carta resultaba bastante interesante: «Me preguntaste por qué no me tiraba a Mirja, con lo fácil que lo tenía. Pues precisamente, no es nada fácil para mí. Me parecieron injustos tus jugueteos con ella, aunque ella sea ya mayorcita para saber lo que le conviene. Mirja no es tonta. Nunca he llegado a comprender cuál es la relación que tienes con las mujeres. A veces desearía poder ser tan frívolo como tú, saber tratar a las personas como si fuesen objetos. Tal vez entonces las cosas me resultarían tan jodidamente fáciles como a ti. Haz con tu vida lo que quieras, pero ni se te ocurra hacerle daño a Tuulia, coño».

La cabeza empezó a darme vueltas. Era imposible que lo que había entre Tuulia y Jukka fuese nada serio, ¿o lo era? Me resultaba increíble que alguien tan realista como ella se hubiese enamorado de repente de Jukka, conociéndolo como lo conocía. Pero ¿qué podía decir yo, que no los conocía lo suficiente? Sólo podía imaginármelo.

Piia, Tuulia y Mirja. ¿Jukka jugueteaba con Mirja? ¿Y ella lo había permitido? Era evidente que el concepto que yo tenía de aquella gente no tenía nada que ver con la realidad. En ese momento me hubiese gustado tener una botella en mi oficina, al estilo de Marlowe, para poder al menos refrescarme las neuronas... A lo mejor Kinnunen tenía alguna escondida en su armario. En lugar de whisky, tuve que conformarme con un vaso de algo parecido a cacao de la máquina del pasillo. Con el café ni me atrevía.

Jukka parecía estar metido en líos amorosos con cada una de mis sospechosas. Con Sirkku en Alemania, con Piia durante la primavera, un año atrás con Tuulia, antes de eso con Mirja... ¡Menos mal que en Vuosaari no se había reunido todo el coro!

Seguí estudiando el resto de sus papeles. Encima del montón había un sobre que resultó contener la auditoría de las cuentas de la ACUEF y su cierre anual. Al parecer, Jukka era el segundo interventor de cuentas y Jyri era el tesorero. Y luego estaban Timo, que desempeñaba las labores de presidente, y Sirkku, que era la secretaria. Cómo no... A ambos les iba el cargo que ni pintado.

Jukka había pagado la última cuota de la hipoteca de su piso en mayo, cosa que me pareció digna de asombro. Durante los últimos años había ido amortizando la deuda a base de pagos relativamente grandes. A lo mejor sus padres le habían dado un anticipo de la herencia. Anoté que tenía que llamar a Heikki Peltonen para preguntarle por los asuntos de dinero de su hijo, y también para enterarme de la fecha exacta del entierro.

Jukka había ido guardando cuidadosamente los extractos de sus cuentas y todos los papeles de Hacienda. Tenía incluso fotocopias de la declaración del año anterior y de todas las facturas de los gastos deducibles. ¡Ojalá yo fuese tan minuciosa y regular en lo que respectaba a mis asuntos de dinero! Me pregunté de qué demonios vivía aquel tipo, ya que en la práctica todo su sueldo había ido a parar al pago de la hipoteca. Vale que éste era dos veces el mío, pero, en cualquier caso, devolver un préstamo de doscientos cincuenta mil marcos en el plazo de tres años me parecía una proeza. Y aquel coche tan elegante... del que no había rastro por ninguna parte, ni préstamo, ni contrato de
leasing.
Encontré una copia del seguro del coche en el que figuraba el valor de tasación, algo más de cien mil marcos.

Empezó a sudarme la frente en cuanto me puse a revisar los extractos del banco. El sueldo le llegaba con regularidad, pero, además, de vez en cuando aparecían ingresos sorprendentemente grandes en su cuenta corriente, todos ellos efectuados por él mismo. Un depósito a plazo fijo de cincuenta mil marcos había vencido en diciembre.

Fui al servicio, me lavé la cara y saqué otro cacao espantoso de la máquina. El teléfono me interrumpió en un par de ocasiones, pero conseguí acabar el trabajo, lo que me hizo sentir sorprendida y muy satisfecha.

A tenor de los papeles que acababa de revisar, quedaba claro que, además de su sueldo, Jukka había tenido otra abundante fuente de ingresos. Dudaba que tal entrada de dinero procediese simplemente de la venta de alcohol ilegal. A no ser que la producción fuese enorme, claro. Alcohol, mujeres y dinero... a eso se reducía la huella que Jukka había dejado en el mundo. La combinación me resultaba familiar, directamente sacada de un tema de rock... «Elemental, querida Kallio», me dije, sin poder reprimir una mueca de desagrado.

En los extractos de su cuenta corriente figuraban muchos pagos hechos con tarjeta en diferentes bares y restaurantes, señal de que Jukka los frecuentaba. Se veía también que a menudo era él quien pagaba los gastos de la ACUEF en el bar donde habitualmente se reunían, y también la asiduidad sorprendente con la que visitaba algún que otro club de fama dudosa, como el Hesperia. Nunca hubiese imaginado que Jukka fuese de los que necesitaban pagar para tener compañía en la cama, pero, al fin y al cabo, quién era yo para decir nada, a lo mejor era lo que le gustaba.

—¡Despierta! —me gritó Koivu desde la puerta, sacándome de golpe y porrazo de mis pensamientos.

—Bueno, ¿qué tal por Kaarela?

—Un muermo. Y ahora debería irme a Malmi, a visitar a unos gitanos a los que han apuñalado. ¿A ti no te han llamado para que acudas? —Koivu se dejó caer pesadamente en la silla que había frente a mí, se metió en la boca tres chicles de xilitol y me ofreció el resto.

—Gracias. Pues no, a ese guateque no me han invitado, a lo mejor es un asunto de Miettinen.

—¿Había algo interesante en los papeles de Peltonen?

—Lo había y a espuertas. Koivu, ¿has ido alguna vez de putas al Hesperia?

—No me da el sueldo.

—Pues hoy vas a ir con la foto de Jukka, ¿o tienes algo mejor que hacer? Ya le diré al jefe que has hecho horas extras. Les preguntas a las profesionales si lo conocían y les insistes en que se trata de la investigación de un asesinato. Ya sabes, como en las series de la tele.

Koivu se entusiasmó. Por fin algo que poder contarles más tarde a sus compañeros del equipo de baloncesto...

—Es mejor que vayas tú y no yo —continué.

—Ya, como seguro que no tienes zapatos de tacón ni medias de rejilla...

—Por cierto, creo que debiste de quedarte con las revistas porno...

—Uy, si tenía que irme a Malmi... —exclamó Koivu, y se precipitó a la puerta—. Luego paso otra vez y hablamos de lo de esta noche, ¿vale? —me gritó desde la puerta con la cara roja como un tomate.

Me pregunté si Koivu era realmente el hombre que tenía que mandar al Hesperia. A lo mejor el chaval acababa siendo víctima de alguna profesional avezada y me lo desplumaban. Por un momento me sorprendió mi actitud maternal, pero entonces sonó el teléfono y me ordenaron que fuese a Malmi.

7

Que al pararse, a la muerte lo entrega

El miércoles por la mañana, el viento fuerte del norte transformó el mes de agosto en mes de octubre. Con gusto me habría quedado en la cama. La noche pasada se me había ido en Malmi, en medio de un caos total. Dos familias gitanas habían decidido ajustar cuentas a navajazos, con el balance de un muerto y tres heridos. Koivu y yo habíamos ido y venido de Malmi a los hospitales intentando aclarar quién había apuñalado a quién.

Pasadas las nueve, mandé a Koivu a casa, porque estaba agotado. Había llegado a la conclusión de que era mejor dejar lo del club nocturno para después de ir al trabajo de Jukka. A lo mejor sus frecuentes visitas a los bares se habían debido a que acompañaba a los clientes de la empresa. Aunque me parecía raro que en ese caso pagase con su propia tarjeta.

Al llegar a la oficina, le hice al jefe un informe telefónico de lo sucedido en Malmi, y hacia las diez Koivu y yo ya estábamos camino de Niittykumpu, la empresa en la que trabajaba Jukka. Me había maquillado con más atención de lo habitual y, además de la consabida falda del uniforme, me había puesto una camisa más holgada que la del día anterior. Por la noche, en un arrebato de heroísmo, había puesto una lavadora, aunque lo que realmente me apetecía era desplomarme en la cama en compañía de lord Peter Wimsey. Ya me habría gustado tener a un mayordomo como Bunter, que cuidase de mi ropa...

Koivu iba al volante del descacharrado furgón que nos había tocado en suerte, cuya radio emitía sin cesar mensajes y avisos entrecortados. Íbamos charlando sobre los sucesos de Malmi. En esta profesión a veces le entra a una un rollo algo esquizofrénico, con tantos casos abiertos al mismo tiempo y sin poder ocuparse de ellos en condiciones.

Había acordado una cita con el director del departamento en el que trabajaba Jukka por medio de su secretaria. Ésta había mencionado repetidamente a «Marjamäki» durante nuestra breve conversación, y será porque no soy una feminista muy espabilada, pero asumí desde el principio que la persona a cargo de la dirección de la unidad de desarrollo y cooperación exterior de una empresa de metalurgia y minería como aquélla tenía que ser un hombre. «Nada más lejos de la realidad», pensé cuando la ingeniera superior Marja Mäki se levantó de su sillón tras el escritorio para recibirnos a Koivu y a mí.

—Soy la subinspectora Kallio, y éste es el agente Koivu, de la Brigada de Investigación Criminal. Buenos días —le dije desde la puerta con mi voz más oficial.

La ingeniera Mäki tenía el mismo aspecto que las empresarias eficientes que salen en las revistas femeninas, es más, parecía salida directamente de una de ellas: un cuerpo estilizado realzado por el buen corte del traje negro que vestía, camisa de seda gris y zapatos planos de excelente calidad. Un discreto maquillaje y las joyas a juego con el traje, naturalmente, daban el toque final a su cuidado aspecto. Tenía una voz educada y grave, casi masculina. Inmediatamente me arrepentí de no haberme planchado mejor la camisa. Y se me había olvidado limpiarme los zapatos, para variar...

Mäki le pidió a su secretaria que nos sirviese un café. Por su parte se conformó con una infusión y ni siquiera tocó los bollos recién hechos que la secretaria nos trajo. En cambio, yo me las apañé divinamente para comerme uno y ponerme la falda perdida de migas.

—El ingeniero Peltonen era un buen trabajador, competente en su especialidad y de trato muy agradable —dijo la ingeniera para romper el hielo—. Llevaba cuatro años al servicio de la empresa. Lo contratamos cuando estaba haciendo su trabajo de fin de carrera y quedamos tan satisfechos de los resultados que le ofrecimos un puesto fijo. Tenía un dominio excepcional de varios idiomas; además del inglés, hablaba francés, ruso, estonio y alemán.

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