Mi primer muerto (31 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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—Me parece que te debo una explicación —dijo pausadamente—. Es mejor que andemos, porque, si no, nos va a entrar frío.

Anduvimos un rato uno al lado del otro sin decir nada. El silencio era reconfortante y Antti no lo rompió hasta que, dejando atrás el paseo, nos metimos por una de las calles en dirección al centro de la ciudad.

—Después del funeral de Jukka me sentí muy mal, muy confundido. No sabía qué hacer. Sólo quería tomar distancia por un tiempo, pensar con calma en lo que había sucedido. Cogí mis trastos de acampar, me metí en un autobús y estuve varios días en el bosque de Nuuksio, meditando sobre lo que había pasado.

—¿Lo supiste todo el tiempo? —Fue más una afirmación que una pregunta.

—Lo sabía y no lo sabía. Era más una intuición. Conocía a Jukka y a Tuulia de toda la vida. Ese fin de semana me di cuenta de que las cosas entre ambos no andaban bien. Estaba más o menos al tanto de los manejos de drogas de Jukka, pero ignoraba que estuviera metido hasta las cejas, como su padre me ha contado. Qué extraño es todo. —Antti se encogió de hombros y las gotas de su impermeable fueron a parar a sus botas en forma de lluvia—. Mi primera reacción fue sentirme herido, por Jukka, por no haberme contado la clase de vida que llevaba.

Cruzamos el parque de Tehtaanpuisto hasta llegar a la calle Albertinkatu. La niebla no era tan espesa en las calles, y la vista alcanzaba más lejos. Empezaba a estar oscuro y en las ventanas ya se veían luces que desde fuera resultaban acogedoras. Una ventana se abrió en alguna parte y por ella salió un chorro fresco de música. Mick Jagger le pedía a alguien que pasara la noche con él.

—Me imaginé que había sido Tuulia, aunque no estaba seguro de por qué lo habría hecho. No fui capaz de contártelo, aunque tal vez habría debido hacerlo. Y tampoco me atreví a hablar con ella, no por miedo a lo que pudiera hacerme, sino por temor a que ella se hiciese daño a sí misma. Y mira lo que sucedió al final.

—¿Has ido a visitarla?

—Lo intenté. La enfermera fue a preguntarle si quería recibirme. No habla todavía, pero al menos asintió con la cabeza. ¿Sabes cuántos años le van a caer?

—Depende de muchas cosas. Si sigue como hasta el momento, me temo que la mandarán directamente al psiquiátrico de Nikkilä.

Habíamos llegado a la esquina de Iso Roobertinkatu. El lugar donde había vivido Jukka estaba tan sólo a una manzana de distancia.

—Acabo de mudarme al piso de Jukka —dijo Antti como si hubiera oído mis pensamientos—. Bueno, ahora es mi piso. Los Peltonen me lo vendieron a precio de risa... Querían librarse de él como fuera. Ya estaba cansado de vivir en pisos compartidos con otros estudiantes, empiezo a ser un poco viejo para eso. Y a
Einstein
le encanta, porque puede salir a dar paseos por el parque Sinebrychoff. —Me miró pensativo y entonces dijo—: Tengo las botas empapadas, creo que lo mejor es que nos resguardemos. Si no tienes nada mejor que hacer, vente conmigo, anda.

En la puerta ya no ponía Peltonen, sino Sarkela, y la vivienda se veía muy diferente, más que nada porque estaba llena de pilas de libros.

—Me pillas con parte de las estanterías en plena fase de construcción. Intenta pasar como puedas. —Antti puso rumbo a su dormitorio navegando con soltura entre los montones de libros, al parecer en busca de unos calcetines secos.

Estirándose sobre una butaca azul estaba el gato más grande que yo había visto en mi vida. La butaca debía de ser su lugar favorito, porque estaba prácticamente cubierta de pelos claros. El gato era más bien claro, pero tenía en la espalda y la cabeza un hermoso dibujo castaño oscuro, casi negro. La cola se le iba aclarando hacia la punta, e iba del gris rayado al negro. El bicho saltó de su asiento y vino a restregarse contra mis piernas sin parar de ronronear. En un momento me dejó los pantalones llenos de pelos. Me agaché para acariciarlo y el ronroneo no hizo sino aumentar.

—Trata a todos los visitantes como potenciales proveedores de comida —me explicó Antti. Se había puesto unos calcetines grises de lana y calculé que debía de calzar por lo menos el cincuenta—. Voy a preparar algo caliente.

El gato se escurrió tras él en dirección a la cocina y yo me quedé curioseando por las pilas de libros. Antti tenía un ejemplar de Henry Parland que yo había sido incapaz de encontrar, a pesar de haberlo buscado por todas las librerías de viejo.

—¿Me lo prestas? —le pregunté en cuanto regresó de la cocina.

Traía dos tazas humeantes.

—Claro. Le he echado a esto un chorrito de aguardiente, espero que no te importe. —Le di un sorbo a mi té e inmediatamente detecté el recio sabor anisado del aguardiente de Muuriala.

—«El té con aguardiente vale doce con cincuenta, catorce, quince. (Dependiendo del sitio.)» —No pude evitar citar a Henry Parland.

—Este sitio es de los baratos —rió Antti al reconocer los versos. Para poder sentarme, quité un montón de libros que había sobre el sofá y los dejé en el suelo. Antti se dejó caer en la butaca azul, y al momento apareció
Einstein
, que, ofendido porque le habían quitado su asiento favorito, vino a sentarse a mi lado. Buscó hábilmente un hueco entre los montones de libros que quedaban y se tumbó.

—¿Podrías contarme lo que pasó realmente en casa de Tuulia? —me preguntó Antti muy serio.

Le di un trago generoso a mi té y empecé a relatárselo, Había repasado lo sucedido una y otra vez, decenas de noches, pero aún no era capaz de hablar de ello con calma. Mi voz tembló al principio y luego me eché a llorar. Al terminar mi historia los dos estábamos deshechos en llanto.

—Me siento culpable en cierto modo —dijo Antti al fin—. Si te lo hubiese dicho todo a tiempo...

—He intentado convencerme a mí misma de que no sirve de nada darle vueltas a lo que pudo haber sido y no fue. Siempre resulta tan fácil decírselo a los demás... Por cierto, ¿te queda más aguardiente de hinojo?

—Vaya, lo has reconocido. Me queda otra botella. Creo que son las últimas. Por cierto, Timo me dijo que por las cañerías de la comisaría se fueron decenas de litros... —Antti trajo de la cocina la botella y unas servilletas de papel para secarnos las lágrimas. Tuve ganas de tocarlo, y por una vez me atreví a hacer lo que el cuerpo me pedía. Nos abrazamos con fuerza, mucho rato.

Luego seguimos bebiendo aguardiente y acariciando al gato. Hablamos hasta tarde, de Tuulia, de Jukka, de la tristeza, de gatos, de todo lo habido y por haber. La botella se acabó y yo me quedé a dormir, feliz y acurrucada entre
Einstein
y él.

Notas

[1]
10.000 marcos finlandeses equivaldrían a unos 1.700 euros.
(N. de la T.)

[2]
En la lengua finlandesa no existe el género.
(N. de la T.)

[3]
En finés, Toivonen quiere decir «pequeña esperanza».
(N. de la T.)

[4]
Lasinen quiere decir «vasito» en finés.
(N. de la T.)

[5]
SUPO: Servicio de Inteligencia de la Seguridad Finlandesa.
(N. de la T.)

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