Mi primer muerto (24 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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—Ésa fue la impresión que me dio —confirmó ella.

Le dije a Anu que era probable que más tarde necesitase su declaración firmada y pareció satisfecha al oírlo.

Cogí el paquete del laboratorio. Contenía la botella que habíamos encontrado en casa de Jukka, los resultados de los análisis y algunas fotos. Les eché un vistazo y solté un silbido. La cosa empezaba a ponerse interesante. Guardé la botella de aguardiente en mi armario, no fuera que alguno de los chicos se sintiese tentado, especialmente Kinnunen. Y de paso ya tenía la botella que necesitaba para mi oficina...

Conseguí un coche y la colaboración de Koivu, que volvía a estar de buen humor y fresco como una lechuga. Alabé los buenos resultados que había conseguido el sábado por la noche, cosa que lo hizo reír de satisfacción.

—No veas si había carne en el mostrador esa noche. Con dinero uno consigue lo que quiera, ya sean chicas o chicos —me explicó—. ¿Te acuerdas de aquella estonia a la que detuvimos por robarle la cartera a un cliente? Creo que fue un par de días antes del asesinato de Peltonen. Pues a lo mejor que esa fulana podría saber algo del asunto.

—¡Bravo, Koivu! Entérate de si sigue en la trena y consigue un permiso para interrogarla, ¿lo harás? Tenemos que hacer primero un par de interrogatorios —le dije. Koivu ya estaba dándole a las teclas del teléfono del coche y buscando información. Resultó que la estonia seguía en prisión preventiva en Pasila.

Primero fuimos al barrio de Koskela para visitar a Tomi Rissanen, alias Tomppa. Hicieron falta muchos timbrazos para que el muchacho —de una belleza casi angelical— nos abriese la puerta frotándose los ojos como si acabase de despertar. Llevaba puesto un tanga blanco, digamos que minimalista, que ponía de relieve el broceado de su musculoso cuerpo.

—Koivu y Kallio, de la Brigada Criminal —dije mostrándole a Tomppa mi identificación—. Tenemos que hacerte unas preguntas sobre uno de tus... amigos.

Tomppa parecía más perplejo que asustado, ¿le habría avisado Mäki? Visto más de cerca parecía un colegial al que no se le debería haber perdido nada por el Kaivohuone. No me extrañó que estuviese tan solicitado, porque tenía que ser un gustazo mirar y poder tocar a un bomboncito como él. Los Mäki debían de compartir sus gustos en cuanto a hombres, porque Tomppa habría podido pasar por el hermano menor de Jukka.

El muchacho nos confirmó que había pasado la noche con Mäki en el hotel Vaakuna. El recepcionista de guardia esa noche también nos lo había confirmado, de manera que había que eliminar a Mäki de la lista de sospechosos.

—Hay que ver lo amable que has sido con el chico —comentó Koivu con una mueca cuando volvimos a meternos en el coche.

—Cómo iba yo a molestar a un caramelito como ése... De ningún modo. Y ahora, hablando en serio, tengo más que vistos a los tipos como él, de mi época en la Brigada de Orden. Se ríen de las amenazas y de los consejos, hasta que ya es demasiado tarde.

Conduje por la carretera de Tuusulantie hasta incorporarme al cinturón III, y conseguí encontrar sin ayuda de Koivu el concesionario de maquinaria agrícola donde trabajaba Timo. En el patio delantero había todo un despliegue de tractores y trilladoras que me trajeron a la memoria recuerdos de mi infancia, cuando cada verano ayudaba a mi tío Pena a amontonar el heno en almiares. ¡Lo que me gustaba presumir de fuerte! Porque, además de saber conducir el carro y el tractor, era la que más paja levantaba con el bieldo, más aún que mi primo, que tenía dos años más que yo. Mis hermanas se conformaban con ayudar a mi madre a preparar las comidas. A ella no le gustaban aquellos veranos en la granja, porque para ella significaba quedarse todo el día en la cocina —el tío Pena era solterón— haciéndoles la comida a los segadores. Supongo que habría preferido sentarse en la hierba a leer novelas de Agatha Christie. Por supuesto, yo siempre me imaginé que hacía lo que había elegido, porque creía que los adultos solamente hacían lo que les daba la gana.

Cuando llegamos, Timo estaba llevando sacos de abono al patio en un tractor. Se alteró mucho cuando le dije que tenía que venir con nosotros, y tuve que explicarle a su jefe que lo necesitábamos para que nos ayudase en una investigación, y que era muy importante que nos acompañase. No quería ensombrecer la reputación de Timo innecesariamente, pero de todas formas me quedé pensando por qué me tomaba siempre la molestia de ser tan amable.

—Ayer me hubiese gustado interrogaros a Sirkku y a ti, pero resultó que os habíais ido de la ciudad —le dije en tono de reprimenda una vez en el coche—. ¿No habíamos quedado en que teníais que informarme en caso de desaparecer?

—Sólo nos fuimos a Muuriala, a mi casa, vamos... —se justificó Timo, algo turbado—. No pensamos que fueras a necesitarnos durante el fin de semana.

Fuimos al centro. Dejé a Timo y a Koivu en el coche mal aparcado encima de la acera, y crucé la avenida en dirección a los grandes almacenes, en cuya sección de cosmética trabajaba Sirkku. Allí la encontré. Se había maquillado de una manera llamativa y acorde a su trabajo, pero la verdad es que no lo había hecho muy bien. Llevaba demasiado de todo y me pareció que el tono rosa chillón con que se había pintado los labios no le sentaba bien. Bajo las luces fluorescentes parecía una muñeca que hubiese crecido demasiado. Pero quién era yo para hablar... Al verme de repente en uno de los espejos de aumento tuve que mirar a otro lado.

—Bueno, Sirkku, la cosa se está poniendo interesante, así que vas a venirte a Pasila a que te interroguemos. ¿Anda tu jefa por aquí para que pueda decírselo?

Sirkku buscó apoyo en uno de los mostradores de venta, y al hacerlo unos cuantos frascos de perfume que estaban allí dispuestos cayeron al suelo con gran estrépito. Miró tan sobresaltada a su alrededor que una copia de la Barbie que estaba un poco más allá de nosotras se acercó al instante a preguntarnos qué pasaba. Era la jefa de la sección.

—Necesitaría la ayuda de la señorita Halonen para una investigación que estamos llevando a cabo. La traeré de vuelta dentro de una hora, más o menos.

Sirkku se fue para cambiarse el uniforme de trabajo y fichar. A lo mejor hasta le descontaban la hora perdida... Pero qué bobada pararme a pensar en cosas que ni me iban ni me venían. Llevé a Sirkku hasta el coche y noté que, al ver a Timo, palidecía bajo la capa de maquillaje. Ordené a Koivu que pasara al asiento de atrás con Timo, y le indiqué a Sirkku que se sentara junto a mí, en el asiento del copiloto. Me fijé en cómo le temblaban las manos, con las uñas pintadas de rosa. En realidad ya no necesitaba preguntarle nada, porque, tal como se estaba comportando, ya me estaba diciendo bastante.

Se calmó un poco en cuanto entraron en mi despacho y Timo tomó su mano entre las suyas. Koivu nos trajo café y té y una Coca-Cola para él. Saqué la botella de aguardiente del armario y Koivu hizo un gesto de alborozo. Tuve que hacerle una mueca para que se comportase como era debido, aunque la idea de echarle un chorrito de aquello al té empezó a parecerme atractiva de repente...

—¿Os suena de algo esta botella? ¿O queréis que la abra para que la probéis, a ver si os refresca la memoria? —Ambos se miraron y finalmente Timo dijo con voz apagada:

—Sí que nos suena. —Se había puesto pálido.

—Bueno, ¿y se puede saber por qué? Supongo que sabes lo que contiene.

—Aguardiente casero —respondió Timo trabajosamente.

—¿Y quién lo habrá hecho? Me refiero al de esta botella y a las decenas de litros que encontramos en casa de Jukka, aunque allí no había ni rastro del alambique ni de nada más, como tampoco lo hay en la casa de Vuosaari. En cuanto la pida, seguro que consigo una orden para registrar vuestros respectivos domicilios.

—Allí no... ¡Ay! —chilló Sirkku de dolor por el apretón que Timo acababa de darle en la mano.

—Allí no qué... ¿No están ya los alambiques para hacer el aguardiente? Porque vuestras huellas están en casi todas las botellas —mentí descaradamente—. Y seguramente tus huellas, Sirkku, tienen que estar también en el desván de Jukka. —Aquella trampa tan básica surtió el efecto deseado en la aterrorizada muchacha.

—¡No pueden tener mis huellas, porque fue Timo quien embotelló el aguardiente!

—Imbécil... —suspiró Timo, soltando bruscamente la mano de ella. Tuve que morderme los labios para no echarme a reír. Parecían una de esas parejas que salen en las comedias baratas. El maquillaje escandaloso de Sirkku resultaba grotesco a la luz del día y la cara de Timo era la de un latifundista de provincias que acabara de ser pillado haciendo aguardiente por el alguacil de su pueblo.

—¿Dónde está hecho, entonces? —La pregunta iba dirigida a Sirkku, pero Timo pareció decidir que lo mejor era que él tomase las riendas. Así las cosas, empezó a confesar despacito y con claridad, pensándose cada palabra antes de decirla.

—En Muuriala hacemos nuestro propio aguardiente desde siempre. El padre de mi abuelo fue el que empezó con la costumbre, en tiempos de la prohibición, y todos hemos continuado. Yo llevaba botellas de vez en cuando, cuando había alguna fiesta del coro o de la asociación de estudiantes, y el verano pasado Jukka me preguntó si podía proporcionarle unas cuantas botellas a cambio de dinero, claro. Se lo pregunté a mi padre, que es quien principalmente lo ha estado haciendo estos últimos años, pero se negó rotundamente. En Muuriala nunca ha habido costumbre de vender el aguardiente, porque solamente se hace para el consumo de la familia. Me jodió bastante, porque Jukka opinaba que a cada botella se le podía llegar a sacar una ganancia del doscientos por cien, teniendo en cuenta que el cereal era gratuito, claro, al ser de la cosecha de nuestra finca. Me aseguró que lo quería para vendérselo a sus compañeros de trabajo.

»Yo empecé a plantearme la posibilidad de montarme los aparatos aquí, en la ciudad, pero por aquellos días me pareció muy complicado. Hasta que un día, cuando Sirkku y yo ya habíamos empezado a salir, Jukka volvió a sacar el tema durante una fiesta.

—Así era Jukka, siempre convenciendo a la gente de que hiciese todo tipo de cosas —interrumpió Sirkku visiblemente furiosa.

Timo volvió a cogerla de la mano.

—Es verdad, Jukka le hacía a Sirkku todo tipo de sugerencias. En cualquier caso, ella se comprometió a echarme una mano montando los alambiques, como ya sabes ha hecho químicas, y así fue como hicimos los primeros cincuenta litros de aguardiente. Le dimos la mitad a Jukka y la otra mitad nos la quedamos. Por cierto, está muy bueno con Coca Cola —le dijo Timo a Koivu con cierto tono de orgullo.

—¿Y qué pasó después? —apremié irritada. Me molestaba que me dejasen fuera por sistema cada vez que se trataba de un rollo «de hombres».

—Después hicimos otra tanda para la fiesta de primavera del coro, y la tercera es la de hace dos o tres semanas, que, por cierto, ha sido la más grande, el doble, porque conseguimos una caldera mayor.

—¿De dónde sacabais las botellas?, porque eran todas iguales.

—Parte de ellas eran botellas viejas de Muuriala, y otras las sacó Jukka de por ahí.

—¿Y de quién fue la idea de aromatizarlo con hinojo?

—De Jukka. Yo le había contado que en nuestra finca lo cultivábamos, entre otras cosas, y él me dijo que le daría al aguardiente un sabor más fresco... como pasa con el anís.

—Entonces, le vendiste parte a él.

—Sí, aunque... —Timo parecía confuso—, la verdad es que empezó a parecerme raro que cada vez nos exigiera hacer más. Yo no habría querido vendérselo a demasiada gente. No me parece que sea un crimen, si uno lo destila para sí mismo —dijo, poniéndose a la defensiva—, eso es lo que destila todo el mundo en mi pueblo. Pero es que Jukka quería unas cantidades bastante respetables y nunca quiso contarnos a quién se las vendía ni dónde.

—¿Os pagaba por adelantado?

—Sí, bueno... menos este último encargo. —Timo se quedó callado de repente y Sirkku lo miró asustada.

—Vamos, sigue —le dije intentando imponer cierta autoridad a mi voz. Me parecía rarísimo que, siendo Timo del este de Finlandia, su manera de expresarse fuese tan lenta y pesada, algo que era más característico de la zona de Häme, en el sur del país.

—Bueno, cuando Jukka llamó el jueves por la noche —dijo Sirkku haciéndose cargo de las riendas con determinación— dijo que necesitaba todo el aguardiente que tuviésemos almacenado, inmediatamente. En ese momento no tenía dinero para pagarnos, pero dijo que lo haría el sábado, en Vuosaari, cuando ya hubiese vendido una parte. Esa misma noche se acercó con su coche para buscar las botellas y nos dijo que de allí se iba a venderlo enseguida.

—Pero después de su muerte las botellas seguían en su casa y el sábado no os pagó —afirmé—. ¿Discutisteis con él por el dinero? —Ambos se miraron sin decidirse, y finalmente Timo habló:

—Bueno... mientras estábamos en la sauna le dimos vueltas a lo que debíamos hacer. No había forma de conseguir el dinero... Hay que tener en cuenta que para nosotros se trataba de una pérdida de varios miles de marcos, nada de calderilla, vamos... Y Jukka estaba muy raro todo el tiempo, esquivándonos y eso...

—Y cuando a la hora de acostarnos intentamos entrar en su cuarto para hablar con él, resultó que había cerrado la puerta por dentro —volvió a intervenir Sirkku acaloradamente.

—Entonces decidimos volver a intentarlo al día siguiente —siguió Timo—. Pero Sirkku se despertó de madrugada para ir al baño y... bueno, mejor que lo cuentes tú misma —le dijo bruscamente a su novia, que de nuevo se había puesto pálida.

—Sí... Subí al baño del piso de arriba y había una peste insoportable... Alguna de las vomitonas de Jyri, seguramente. Abrí la ventana y entonces vi que Jukka estaba en el embarcadero. Pensé que no tendría tiempo de despertar a Timo, así que decidí correr a la playa y exigirle yo misma la pasta. —Sirkku hizo una pausa para respirar hondo y se tomó de un sorbo el culo de café frío que le quedaba en el vaso y que debía de estar asqueroso, a juzgar por la mueca que hizo al tragárselo. Aunque tal vez aquel gesto de desagrado se debiese a los recuerdos de lo que estaba contando...

—Pero Jukka no te dijo que iba a pagaros —la apremié—. ¿No te llegó a decir que aún no había vendido el aguardiente?

—Para nada. Lo único que hizo fue reírse de mí y decirme que no tendríamos que haber sido tan ilusos. Ahí fue cuando monté en cólera y le pegué.

—¿Cómo que le pegaste? —Yo no podía con mi asombro—. ¿Conque?

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