Memorias (33 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

BOOK: Memorias
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A veces, se complacen en destrozar salvajemente un libro, o en atacar al autor en vez de al libro. Otras, utilizan la reseña como vehículo para demostrar su propia erudición o para hacer gala de su sadismo impunemente. (A veces las críticas ni siquiera están firmadas).

Son estas reseñas, cuando soy la víctima, las que me enfurecen.

Lester del Rey soluciona el problema no leyendo nunca las críticas (aunque él mismo fue el responsable de una columna de crítica de libros, y era muy bueno).

—Si tienes que leer una crítica, Isaac —me sugirió—, en cuanto llegues a la primera palabra desfavorable, déjala.

He tratado de seguir este sabio consejo, pero no siempre me ha servido.

Mi primera experiencia real realmente desagradable con un crítico se produjo a principios de los años cincuenta, cuando alguien llamado Henry Bott atacó mis libros con ferocidad. En su reseña de
Bóvedas de acero
no mencionaba ningún aspecto del argumento y en su referencia a los antecedentes de la novela había tantos errores ridículos que era evidente que no se había molestado en leer el libro. Yo estaba furioso.

Escribí un artículo denunciando a aquel idiota y lo envié a una pequeña revista de aficionados, pensando que esto me calmaría y que nadie importante lo leería. Pero incluso esto resultó desastroso. Siempre es un error contestar a un crítico por muy incompetente y tendenciosa que sea su reseña. Todos los que leyeron el artículo mandaron una copia al director de la revista en la que había aparecido la reseña de Bott, y él escribió un artículo criticándome.

Me ofrecía la oportunidad de contestar a su editorial. Decidí no correr riesgos y no hacerlo, pero después leí el siguiente número de la revista. Bott, el infame, hacía una crítica favorable de
Lucky Starr. Los piratas de los asteroides
, y fue así porque no sabía que yo era Paul French. (Es el único favor que me ha hecho mi seudónimo). Rápidamente escribí una carta a la revista, dando las gracias a Bott por la reseña en nombre de French y en la última línea descubrí mi identidad. Esto destruyó al villano.

El director de la revista admitió después que lo único que intentaba era crear una polémica que beneficiara a la tirada. Mi diestro final estropeó sus planes y la revista acabó quebrando.

Debo admitir que al principio de mi carrera literaria acepté hacer la crítica de algunos libros de ciencia ficción. Pronto lo dejé por dos razones. Primera, me di cuenta de que no tenía talento como crítico y de que era incapaz de distinguir lo bueno de lo malo. Segunda, me parecía poco ético criticar libros de ciencia ficción. La mayoría de los escritores eran amigos míos y corría el peligro de hacer concesiones para evitar decir algo desagradable. E incluso si no conocía al escritor, era de todas maneras un competidor y ¿podía estar seguro de que era justo con él?

A otros escritores de ciencia ficción parece que no les preocupa este dilema ético. He leído reseñas realizadas por un escritor de ciencia ficción en las que éste vituperaba sobremanera un libro de otro autor del mismo género, competidor suyo. Incluso he sido víctima de tales críticas.

No puedo evitar recordar los nombres de los que han escrito reseñas de este tipo. Tampoco hago nada; nunca levanto un dedo o hablo mal de estos malhechores despreciables. Sin embargo (me digo a mí mismo), algún día, uno de estos gusanos miserables vendrá a pedirme un favor y se lo negaré.

Esto ya ha sucedido. Un escritor que en cierta ocasión me acusó (sin razón) de nepotismo tuvo el increíble descaro de pedirme un favor algunos años después. Favor denegado. Ésa fue mi única venganza.

69. El humor

Una ventaja de ser prolífico es que reduce la importancia de cualquiera de los libros. Cuando se publica una obra determinada, el escritor prolífico no tiene mucho tiempo para preocuparse por cómo será recibido o si se venderá. Para entonces, ya ha vendido varios más y está escribiendo otros y son éstos los que le preocupan. Esto aumenta la paz y la tranquilidad de su vida.

Además, después de haber publicado bastantes libros, uno goza de cierta sensación de "tranquilidad financiera". Incluso si un libro no va bien, toda la obra literaria, en conjunto, está proporcionando dinero y el déficit de uno no se nota. Incluso el editor puede adoptar esa actitud.

También permite experimentar con más facilidad. Si una narración breve no funciona, bueno, ¿qué importa una entre cien?

Una prueba que yo quería hacer consistía en escribir una historia cómica de ciencia ficción. No sé por qué, pero siento el impulso de hacer reír a los demás. Da la casualidad de que cuento los chistes muy bien e incluso he escrito un libro de chistes con bastante éxito, que no sólo contenía seiscientas cuarenta historias divertidas, sino también innumerables consejos sobre cómo contarlas, qué hacer y qué no. Se titula
Isaac Asimov’s Treasury of Humor
(1971).

Esta obra vio la luz debido a que en cierta ocasión Gertrude, yo y otro matrimonio nos dirigíamos en coche al hotel Concord de los montes Catskill. Como siempre, yo estaba desesperado por tener que ir, aunque no era más que para un fin de semana, y para ahogar mis penas conté una serie interminable de chistes durante el viaje en coche. La otra mujer me dijo:

—Eres muy bueno, Isaac. ¿Por qué no escribes un libro de chistes?

Empecé a decir que quién lo publicaría, pero me echaron una bronca, alegando que cualquiera de mis editores lo haría. En consecuencia, me pasé todo el fin de semana en el Concord con un pequeño cuaderno de notas que había comprado, garabateando todos los chistes que se me ocurrían. Lo hice incluso cuando fuimos a la sala de fiestas (se supone que es la mayor del mundo) y tuvimos que aguantar un ruido ensordecedor. Fue lo que me permitió sobrevivir en un lugar tan espantoso.

Así que era natural que quisiese escribir una historia divertida. Al principio de mi carrera intenté el humor con
Ring Around the Sun
(
Future Fiction
, marzo de 1940),
Robot AL-76 Goes Astray
(
Amazing
, febrero de 1942) y
Christmas on Ganymede
(
Startling
, enero de 1942). El humor de las tres historias era bastante infantil y, respecto a su calidad, están muy cerca del final de la lista de mis relatos.

El problema era que intentaba imitar las payasadas de otros relatos de ciencia ficción y eso no se me daba bien. Hasta que no me di cuenta de que mi humorista preferido era P. G. Wodehouse y de que lo mejor para mí sería imitarle —utilizar mi léxico y decir tonterías con la cara seria— no empecé a tener éxito con mis obras de humor.

Mi primer relato "wodehousiano" fue
The Up-to-Date Sorcerer
(
F&SF
, julio de 1958). A partir de ese momento, las cosas me resultaron mucho más fáciles. En los años ochenta empecé a escribir una serie completa de relatos sobre un pequeño demonio llamado Azazel, al que la gente recurría constantemente y que hacía lo que le pedían, pero siempre con consecuencias desastrosas. Muchos de esos relatos se reunieron en
Azazel
(1988) y adopté un estilo tan "wodehousiano" como pude.

No me avergüenza ser "poco original" en esto, y es algo que nunca he tratado de ocultar. Sam Moskowitz, que ha escrito muchos estudios sobre la historia de la ciencia ficción, dice, con bastante acritud, que soy el único escritor de ciencia ficción que reconoce haber sufrido alguna influencia. Todos los demás, según él, dan a entender que su obra es la producción original de una mente que no le debe nada a nadie.

Creo que Sam exagera. Estoy seguro de que cualquier escritor, si se le presiona, admitirá estar influido por algún otro escritor al que admira. (Por lo general es Kafka, Joyce o Proust, aunque para alguien tan humilde como yo sean Cliff Simak, P. G. Wodehouse o Agatha Christie.) ¿Y por qué no? ¿Por qué no tomar como modelo a alguien que merezca la pena? Ninguna imitación es realmente servil. Estoy seguro de que por muy del estilo de Wodehouse que sea uno de mis relatos, no puedo evitar tener algo del estilo Asimov. (Por ejemplo, mi humor es claramente mucho más cruel que el de Wodehouse).

Sin duda, es difícil explicar por qué se produce este fuerte impulso que nos empuja a escribir humor, no sólo a mí sino también a muchos otros escritores. Después de todo, el humor es difícil. Otro tipo de obras no tienen que dar en la diana. Los círculos exteriores del blanco también tienen su premio. Una historia puede tener algo de suspenso, un poco de romanticismo, un toque de terror y así sucesivamente.

Esto no ocurre con el humor. Es divertido o no lo es. No hay término medio. El humor sólo puede dar en el blanco.

Luego está el hecho de que es algo subjetivo. La mayoría de la gente estará de acuerdo en el suspenso contenido en un relato, en su naturaleza romántica, en el misterio o el horror que encierra. Pero sobre el humor, seguro que hay graves desacuerdos. Lo que para uno es divertidísimo, para otro no es más que una estupidez, así que incluso mis mejores relatos cómicos a menudo son denostados por lectores, que los consideran estúpidos. (Evidentemente, no son más que personas ignorantes, tristes y sin sentido del humor a las que no hago ni caso).

Dicho esto, volvamos al mundo del humor hablado. Ya he dicho que cuento muy bien los chistes; a ello contribuyen mis obras de ficción. Un montón de esas anécdotas son en realidad historias muy cortas que tengo que contar con gran habilidad para asegurarme que encierran humor. Puedo hablar de cinco a diez minutos y mantener el interés de la audiencia antes de soltar la frase final que encierra toda la gracia.

Me encantan esas anécdotas, porque la gente que las escucha nunca las puede repetir con éxito. Si las quieren oír de nuevo, deben recurrir a mí. Muy de vez en cuando (ya que no las cuento muy a menudo), me convencen para que las repita. Saben el chiste final, pero quieren oír toda la historia.

¿Y de dónde saco estas anécdotas? Pues de quienes las cuentan resumidas y mal. Después, las elaboro para convertirlas en historias cortas. Una vez vi que un conocido escuchaba con deleite una historia que yo estaba contando y cuando terminé, le dije:

—Si fuiste tú el que me la contó.

—Pero no de este modo —me contestó riéndose todavía.

A veces mi facilidad para contar chistes me crea problemas. En cierta ocasión estaba en televisión con el gran humorista Sam Levenson y me dijo:

—¿Conoce el chiste del astronauta judío?

Debería haber contestado: "No, Sam, cuéntemelo", para que pudiera contarlo. Pero me olvidé de que estaba en televisión y respondí:

—Sí, lo conozco.

—Entonces cuéntelo usted —me dijo Levenson mientras se recostaba enfadado.

Me quedé estupefacto. No estaba preparado. Ni siquiera estaba seguro de que fuera el mismo chiste, pero empecé:

"Un israelí le dice a un estadounidense:

"—¿Crees que llegar a la Luna ha sido algo tan extraordinario? Los astronautas judíos vamos a llegar al Sol.

"—No podréis —protestó el estadounidense—. ¡El calor! ¡La radiación!

"—No seas estúpido —dijo el israelí—. ¿Crees que estamos locos? Iremos por la noche."

El chiste era éste y la gente se rió, pero yo sudé un montón.

Mi tendencia a pasar por alto pequeñas cosas como micrófonos y cámaras apareció de nuevo hace unos seis meses durante una entrevista radiofónica en el hotel Algonquin. Estaba conmigo un músico con su mujer, que era muy llamativa. Una de las preguntas era si el sexo obstaculiza el proceso creativo. Por supuesto lo negué taxativamente. El músico también lo hizo pero admitió que la noche anterior a un gran concierto, por lo general, se abstiene.

Después de lo cual, susurré a media voz a la mujer:

—Llámeme esas noches.

Entonces me di cuenta de que había susurrado directamente encima del micrófono. Una expresión de horror apareció en mi cara, pero, por fortuna, la entrevista no era en directo y se pudo eliminar la frase.

70. Sexo literario y censura

Pese a lo prolífico de mi obra nunca he experimentado ni con la vulgaridad ni con el sexo.

Cuando empecé a escribir, los redactores de la prensa escrita o de los medios audiovisuales no podían usar un lenguaje vulgar, ni siquiera ciertas palabras. Por esa razón, los vaqueros siempre decían cosas como: "Tú, maldito bribón, te atraparé y te mataré", cuando es evidente que ningún vaquero habla así. Todos sabemos lo que dicen realmente, pero entonces no se podía imprimir ni repetir.

Palabras como "virgen", "pecho" y "embarazada" tampoco se imprimían ni decían. En algunos ambientes incluso era imposible decir "Ha muerto", había que sustituir la frase por "Ha pasado a mejor vida", "Descansa en paz" o "Se ha reunido con sus antepasados".

Este tipo de remilgos era un fastidio para los escritores, incapaces por ello de presentar el mundo tal y como era, así que se produjo un gran alivio cuando en los años sesenta se permitió el empleo de vulgarismos en las obras literarias e, incluso hasta cierto punto, en televisión. Los cursis estaban horrorizados, pero viven en algún país de nunca jamás y no estoy de humor para preocuparme por ellos.

Sin embargo, a pesar de todo esto, no me he unido a la revolución. Esto no se debe a que yo sea un remilgado. He publicado cinco libros de quintillas jocosas y picantes que he creado yo y que son bastante obscenas. Además, no me he escondido bajo un seudónimo, aparecen con mi nombre.

Pero son versos jocosos. En el resto de mi obra, no hay ni sexo ni vulgaridad. En realidad, en mis primeros relatos las mujeres estaban excluidas. Incluso en 1952, cuando escribí
The Martian Way
(
Galaxy
, noviembre de 1952), omití a las mujeres. El argumento no lo requería. Horace Gold insistió, irascible como siempre, en que incluyera a una mujer o no aceptaría el relato.

—Cualquier mujer —me dijo.

Así que transformé a uno de mis personajes en una mujer gruñona. Horace protestó pero le hice un gesto expresivo con la cabeza y dije:

—Un trato es un trato.

Así que tuvo que aceptarlo. No obstante, escribió mal mi nombre en la portada, puso Asimov con dos eses. No me extrañaría que a propósito.

Introduje algunas mujeres en las primeras narraciones, pero mi primer personaje femenino logrado fue Susan Calvin, que aparecía en algunos de mis relatos de robots. Salió por primera vez en
Liar
(
ASF
, mayo de 1941). Susan Calvin era una solterona poco atractiva, una "robopsicóloga" muy inteligente, que luchaba hasta el final en un mundo de hombres y que siempre ganaba. Eran relatos sobre la "liberación de la mujer" que se adelantaron veinte años en el tiempo y no me dieron mucha fama. (Susan Calvin se parecía mucho, en algunos aspectos, a mi querida esposa, Janet, a quien no conocí hasta diecinueve años después de haber inventado a Susan.)

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