Memorias (32 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

BOOK: Memorias
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Ser un escritor prolífico también tiene sus desventajas. Complica su vida social y familiar, ya que debe estar concentrado. No le queda más remedio. Tiene que estar escribiendo o pensando en su obra prácticamente en todo momento y no tiene tiempo para nada más.

Esto es difícil para su mujer. Janet es la tolerancia personificada, además me tiene mucho cariño a mí y a todos mis caprichos y peculiaridades, pero incluso ella protesta algunas veces y se queja de que no hablamos lo suficiente.

Mi hija Robyn es muy cariñosa, como ya he dicho. Hace poco le pregunté:

—Robyn, ¿qué tal padre he sido?

Quería que me dijera que era un padre amante, generoso, afectuoso y protector (lo que me gusta pensar que he sido y soy), pero reflexionó y por fin dijo:

—Bueno, has sido un padre ocupado.

Supongo que es aburrido para una familia tener un marido y un padre que nunca quiere viajar ni ir de excursión, a fiestas o al teatro, que lo único que desea es sentarse en una habitación y escribir. Estoy casi seguro de que el fracaso de mi primer matrimonio se debió en parte a esto.

Cuando estaba terminando mi libro número cien, Gertrude me dijo con acritud:

—¿Para qué sirve todo esto? Cuando te estés muriendo te darás cuenta de todo lo que te has perdido en la vida, de todas las cosas maravillosas que te podías haber permitido con el dinero que ganas y que ignoras en tu insensata búsqueda de más y más libros. ¿Para qué te servirán los cien libros?

—Cuando me esté muriendo, inclínate sobre mí para oír mis últimas palabras. Serán: "¡Qué horror! ¡Sólo cien!"

Haber llegado a cuatrocientas cincuenta y una obras, como ahora, no ayuda mucho. Si fuera a morirme ahora, estaría murmurando. "¡Qué horror! ¡Sólo cuatrocientas cincuenta y una!" (Éstas serían mis penúltimas palabras. Las últimas serían: "Te quiero, Janet.") [Lo fueron. —Janet.]

En una ocasión en que me entrevistaba Barbara Walters, mientras hablábamos antes de la emisión pareció muy interesada por mi prolífica obra y me preguntó si no me gustaba hacer alguna otra cosa en vez de escribir.

—No —le contesté.

—Y si un médico le diera seis meses de vida, ¿qué haría? —me preguntó.

—Teclear más de prisa —le respondí.

67. Problemas de escritor

Todos los escritores tienen problemas. En mi caso, el más divertido es el de hacer frente a la gente que no cree o no puede creer que sea tan prolífico. Y no es que yo esté todo el día hablando de eso. No le digo a nadie: "Hace un buen día, y, a propósito, he publicado tropecientos libros."

Pero es un tema que surge de vez en cuando. Allá por 1979, acababa de aparecer el primer volumen de mi autobiografía, y dio la casualidad de que era mi libro número doscientos. Estaba en una fiesta o algo parecido y alguien que no me conocía y que nunca había oído hablar de mí (por desgracia hay millones de ellos) me preguntó:

—¿A qué se dedica?

—Escribo —le dije, que es mi respuesta tipo.

Esperaba que me preguntara qué era lo que escribía, pero no lo hizo. Lo que me dijo fue:

—¿Cuál es su editorial?

—Tengo varias, pero Doubleday es la más importante. Ha publicado las tres octavas partes de mis libros —fue mi respuesta.

Interpretó mi contestación como un alarde de vanidad. Enarcó las cejas, hizo una mueca de desprecio y añadió:

—Supongo que con esa observación quiere decir que ha escrito ocho libros y que Doubleday ha publicado tres.

—No —le respondí con serenidad—. Quiero decir que he escrito doscientos libros y Doubleday ha publicado setenta y cinco.

Los que estaban a mi alrededor de la mesa y sí me conocían sonrieron, y mi interlocutor puso cara de idiota.

Un caso parecido me ocurrió unos siete años después, cuando acababa de publicar mi libro número 365. estaba esperando el ascensor en Doubleday con un ejemplar en mis manos cuando un joven llegó corriendo. Era nuevo en la empresa y quería conocerme. Me dio un apretón de manos y me preguntó:

—¿Cuántos libros ha publicado, doctor Asimov? (Me preguntan esto a menudo.)

Le mostré el libro y respondí:

—Éste es mi libro número trescientos sesenta y cinco.

En ese momento, entró en el vestíbulo un señor que no me conocía.

Le dije al joven:

—He publicado un libro por cada día del año.

El extraño que en ese momento me estaba adelantando sonrió de manera paternal y replicó:

—Estoy seguro de que hay días en que uno se siente así. —Y siguió su camino.

Pero los escritores tienen problemas mucho peores que éste. Después de todo, la vida de un escritor es intrínsecamente insegura. Cada proyecto supone empezar de nuevo y puede ser un fracaso. El que una obra anterior haya sido un éxito no es una garantía contra el fracaso de la siguiente vez.

Además, como se ha dicho tantas veces, escribir es una labor muy solitaria. Puedes hablar sobre lo que estás escribiendo y discutirlo con tu familia, tus amigos o tu editor, pero cuando te sientas delante de la máquina de escribir, estás a solas con ella y nadie te puede ayudar. Tienes que sacar cada una de las palabras de tu doliente cerebro.

No es de extrañar que los escritores se vuelvan misántropos y se den a la bebida para aliviar su sufrimiento. He oído decir que el alcoholismo es una enfermedad laboral de los escritores.

Una joven que buscaba datos para un artículo que estaba escribiendo debió de darlo por supuesto, porque me llamó por teléfono y me preguntó de buenas a primeras:

—Doctor Asimov, ¿cuál es su bar favorito y por qué?

—¿Bar? —le contesté—. ¿Quiere decir un sitio en el que se toman bebidas alcohólicas?

—Sí.

—Lo siento —añadí—. A veces atravieso un bar para entrar al restaurante, pero nunca me detengo en ninguno. No bebo.

Se produjo una breve pausa y después me dijo:

—¿Es usted Isaac Asimov?

—Sí —respondí.

—¿El escritor?

—Sí.

—¿Y ha escrito usted cientos de libros?

—Sí —le dije—. Y los he escrito todos completamente sobrio.

Murmuró algo y colgó el teléfono. Según parece la desilusioné.

La cuestión es obvia: ¿por qué no bebo?

La respuesta (si no tiene en cuenta la severa educación que me dio mi padre) es que, como escritor, no soy inseguro. Con excepciones sin importancia, he vendido todo lo que he escrito durante cincuenta años.

No obstante, tal vez el obstáculo más grave al que un escritor se enfrenta es el "bloqueo mental".

Se trata de una dolencia grave y cuando un escritor la padece se encuentra mirando perplejo una hoja de papel en blanco en la máquina de escribir (o una pantalla vacía de ordenador) y no puede hacer nada para llenarla. Las palabras no llegan. O si lo hacen, no son en absoluto adecuadas y rápidamente son borradas o lanzadas a la papelera. Además, la enfermedad es progresiva, ya que cuanto más dura la incapacidad, más seguro es que continúe.

En relación con esto recuerdo una viñeta que vi una vez. Mostraba a un escritor sentado ante la máquina de escribir. Necesitaba un afeitado. Sobre su mesa había varias tazas de café vacías. El cenicero estaba desbordante de colillas. El suelo a su alrededor estaba cubierto de hojas de papel rasgadas y arrugadas y una niña se hallaba a su lado, diciéndole algo. El pie de la viñeta decía: "Papá, cuéntame un cuento". Es un ejemplo de humor negro.

En la vida real, algunos escritores de ciencia ficción, y muy buenos, se han quedado bloqueados durante temporadas que a veces han durado años. Varios de ellos, y muy buenos, han sido prolíficos durante algunos años y después se han parado en seco. Tal vez porque ya lo habían escrito todo; a lo mejor ya habían dicho cuanto tenían que decir y no se les ocurrió nada más; y puede que también esa sea la razón por la que se quedan bloqueados. Un escritor no puede escribir en un papel cuando no le queda nada (por lo menos temporalmente) en su mente.

Por tanto, puede que el bloqueo mental sea inevitable y que, en el mejor de los casos, un escritor tenga que hacer una pausa de vez en cuando, durante un intervalo más corto o más largo, para permitir que su mente se vuelva a llenar.

Entonces, ¿cómo me he librado de ese bloqueo, si nunca paro? Si hubiese estado metido en un único proyecto literario supongo que no lo habría logrado. Con frecuencia, cuando estoy trabajando en una novela de ciencia ficción (el género más difícil de todos los que trato) me siento profundamente harto e incapaz de escribir una sola palabra más. Pero no dejo que esto me vuelva loco. No miro perplejo una hoja en blanco. No me paso dos días y dos noches sacudiendo la cabeza y falto de ideas.

En vez de eso, dejo la novela y sigo con cualquiera de los otros doce proyectos que tengo en la mano. Escribo un editorial, un artículo o una historia corta, o trabajo en uno de mis libros de ciencia ficción. Para cuando me canso de estas cosas, mi mente ya se ha puesto en marcha y se ha vuelto a llenar. Vuelvo a la novela y, de nuevo, me siento capaz de escribir con soltura.

Esta dificultad periódica para conseguir que broten ideas me recuerda lo irritante de la eterna pregunta: "¿De dónde obtiene sus ideas?"

Supongo que a todos los escritores les plantean esta cuestión, pero para los de ciencia ficción la pregunta por lo general se plantea así: "¿De dónde saca sus extravagantes ideas?"

No sé que respuesta esperan, pero Harlan Ellison suele contestar: "De Schenectady. Hay una fábrica de ideas a la que estoy suscrito, así que todos los meses me mandan una idea nueva".

Me pregunto cuánta gente se lo cree.

Hace unos meses me hizo esa pregunta uno de los mejores escritores de ciencia ficción cuyo trabajo admiro. Llegué a la conclusión de que llevaba bloqueado una temporada y me llamaba por teléfono debido a mi fama de ser inmune a esa situación.

—¿De dónde sacas tus ideas? —quiso saber.

—Pensando, pensando y pensando, hasta que estoy a punto de reventar —le respondí.

—¿Tú también? —me dijo aliviado.

—Por supuesto —afirmé—. ¿Acaso creías que era fácil dar con una nueva idea?

La mayoría de la gente, cuando les digo esto, se siente profundamente molesta. Todos estarían mucho más dispuestos a creer que necesito usar LSD o algo así para que me vengan ideas mientras disfruto de un estado alterado de la conciencia. Si todo lo que tiene que hacer uno es pensar, ¿dónde está el encanto?

A esa gente le aconsejo: "Intente pensar. Descubrirá que es mucho más difícil que tomar LSD."

68. Los críticos

Cuando apareció Un guijarro en el cielo, ¡inocente de mí!, esperaba que
The New York
Times anunciaría de manera inmediata el día de su publicación. Por supuesto no lo hizo, ni entonces ni nunca, y pronto aprendí que las "reseñas de prestigio" prácticamente no existían para escritores como yo.

Un ejemplo, ninguno de mis libros ha sido ni siquiera mencionado en
The New York Times
, aunque yo, como ser humano, sí lo he sido.

Enseguida aprendí algo más. Cuando las críticas de mis libros empezaron a aparecer en publicaciones menores (y los editores y las empresas especializadas en recortes que contraté al principio me las enviaban) descubrí que no siempre eran favorables y que me desagradaba, mejor dicho, que odiaba una crítica desfavorable.

Estas reseñas son otra fuente de inseguridad especialmente perniciosa, ya que dicha inseguridad aparece tras la publicación del libro. ¿Qué dirán los críticos? ¿Puede una mala crítica acabar con un libro, después del trabajo que ha costado?

Los escritores creen que los críticos tienen un gran poder, pero sólo son imaginaciones. Cualquier reseña (aunque sea desfavorable) es útil, porque menciona el libro y contribuye a divulgarlo. O, como se dice que afirmó Sam Goldwyn: "La publicidad es buena. La publicidad favorable es todavía mejor."

Pero aunque los críticos no tengan el poder de acabar con un libro, sí pueden herir el frágil ego de un escritor. Por tanto, no es sorprendente que, en general, los escritores detesten a los críticos y abominen de ellos. Se podría escribir un ensayo muy largo (y divertido para los que no sean críticos) sólo citando todas las vituperaciones lanzadas por los escritores a las cabezas de los críticos.

Un escritor declaró en una ocasión: "Un crítico es como un eunuco en un harén. Ve lo que se hace y puede criticar la técnica, pero no puede hacerlo por sí mismo." Y yo he dicho: "Un crítico no es considerado como un profesional hasta que no haya presentado pruebas irrefutables de que pega a su madre".

Pero dejemos los prejuicios aparte y señalemos que los críticos buenos y profesionales desempeñan una labor muy útil. La afirmación de que "no pueden hacerlo por sí mismos" no siempre es cierta, y si lo fuera, ¿qué? No hace falta poder poner huevos para saber que uno de ellos está podrido.

El talento de la crítica y el de escribir son diferentes. Soy un buen escritor pero carezco de aptitud crítica. Soy incapaz de juzgar si algo que he escrito es bueno o malo, ni siquiera comprendo por qué debería ser una cosa u otra. Sólo puedo decir: "Me gusta esta historia" o "Se lee con facilidad", u otras observaciones banales que no suponen un juicio.

El crítico, aunque no escriba como yo, analiza lo que escribo y señala los defectos y las virtudes. De esta manera guía al lector e incluso ayuda al escritor.

Dicho esto, debo recordar que estoy hablando de los críticos de gran calibre. Por desgracia, la mayoría de los que nos encontramos son personas insignificantes en las que no se puede confiar, sin ninguna calificación para el trabajo, aparte de una capacidad rudimentaria para leer y escribir.

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