A pesar de Susan Calvin, mis primeros relatos de ciencia ficción a veces han sido considerados como sexistas debido a la ausencia de mujeres. Hace unos años, una feminista me escribió criticándome por ello. Contesté amablemente, explicándole mi completa inexperiencia respecto de las mujeres en esa época.
"Eso no es una excusa", fue su respuesta furiosa.
Me callé. Es evidente que no tiene ningún sentido discutir con fanáticos.
A medida que mis obras progresaban, mis personajes femeninos empezaron a mejorar. En
El sol desnudo
, presenté a Gladia Delmarre, como parte romántica, y creo que funcionó bien.
Apareció de nuevo en
Los robots del amanecer
(1983), donde estaba todavía mejor, en mi opinión. En esa obra, incluso dejé claro que héroe y heroína tenían relaciones sexuales (adúlteras, ya que el héroe era un hombre casado), pero no daba detalles explícitos y el episodio era esencial para el argumento. No lo incluí como adorno.
En realidad, en mis escasas novelas escritas últimamente, me he acostumbrado a excluir no sólo cualquier vulgarismo sino también cualquier palabrota. Es difícil, ya que la gente utiliza este tipo de expresiones (y mucho peores) de manera rutinaria. Lo hago, en parte, como rebelión deliberada contra la libertad literaria actual y también como un experimento. Sentía curiosidad por saber si los lectores lo notaban. Parece que no. (¿Se ha dado cuenta de que en este libro no hay vulgarismos ni palabrotas?)
Sin embargo, he tenido problemas con la censura. No me refiero a mis versos picantes. Nunca me dieron problemas porque jamás los enviaron a bibliotecas o a escuelas. Tampoco se vendieron demasiado, porque a mis lectores no les va mucho el estilo de esos versos. Los escribí única y exclusivamente para divertirme.
Mi obra
Isaac Asimov’s Treasury of Humor
recibió algunos duros golpes. A lo largo de todo el libro hice hincapié en mi deseo de no utilizar vulgarismos innecesarios. Podía incomodar a los lectores y no añadían humor a la historia. En realidad, subrayé que el humor es más efectivo cuando sólo se hace alusión a lo escabroso. El lector llena la laguna mental según sus gustos y yo presentaba varios ejemplos de bromas en las que los detalles obscenos se habían suprimido para mejorar la historia.
Pero los dos últimos chistes del libro ejemplificaban casos en los que el uso de vulgarismos era necesario. El último mostraba la manera en que la utilización abusiva de un determinado vulgarismo le priva de todo su significado.
En algún lugar de Tennessee, el
Treasury of Humor
fue atacado con virulencia. Se afirmaba que los dos últimos chistes eran una representación de todo el libro, y no se aludía a mi reparo al uso de vulgarismos.
No resulta sorprendente. Los censores puritanos, en su intento de eliminar todo lo que no les gusta, no dudan en distorsionar, engañar y mentir. En realidad creo que prefieren hacerlo. Pero fracasaron. El libro fue eliminado de las estanterías de la escuela pero permaneció en la biblioteca municipal. Espero que la publicidad sirviera para que lo leyeran más estudiantes, aunque si esperaban algo obsceno de verdad se debieron sentir decepcionados.
(Lo que me sorprende de todo esto es que los alumnos de la escuela, si son como los que yo he conocido, conocen y utilizan libremente la palabra obscena que aparece en los dos últimos chistes. Y también, supongo, los propios censores, ya que deben estar saturados de tanta hipocresía).
Los robots del amanecer
también recibió sus ataques. A los padres de una ciudad del estado de Washington les horrorizó el libro y pidieron que fuera retirado de la biblioteca de la escuela. Algunos de los que firmaron la petición reconocieron que no lo habían leído, porque no leían "basura". Bastaba con llamarlo basura y quemarlo.
Uno de los miembros del consejo escolar tuvo el valor de leerlo. Dijo que no le había gustado (tenía que ponerse del lado de los ángeles si quería conservar su empleo), pero tuvo el valor suficiente para confesar que no veía nada obsceno en él. Así que el libro siguió allí.
En una época en la que los libros obscenos se publican sin ninguna prevención y las chicas los leen abiertamente en el autobús, me asombra que alguien, en alguna parte, pierda el tiempo con mis inofensivos volúmenes. A veces, sin embargo, me gustaría que la gente que se dedica a eso no fuera tan mediocre y petulante, y que atacara de verdad alguno de mis libros. ¡Cómo mejorarían mis ventas!
Algo más que he evitado en mi prolífica obra de ficción es el guión "apocalíptico" (con una pequeña excepción de la que hablaré).
La humanidad ha estado dañando el planeta y su equilibrio ecológico desde que aprendió a fabricar instrumentos de piedra y empezó a reunirse en bandas para cazar a los grandes herbívoros. No me cabe la menor duda de que las bandas de cazadores son responsables de la desaparición de los magníficos mamuts y de los demás grandes mamíferos que vagaban por la Tierra hace miles de años.
Hace diez mil años, los seres humanos descubrieron las técnicas de la ganadería y la agricultura e iniciaron lentamente el proceso de destrucción del medio ambiente debido al exceso de tierras agrícolas y de pastoreo.
A pesar de todo, lo que los seres humanos hacían en sus peores excesos bélicos y de rapiña no pudo causar daños graves al planeta hasta 1945. En ese año explotó la primera bomba nuclear y la revolución industrial, alimentada de petróleo barato, se aceleró. Ahora somos perfectamente capaces de dañar el planeta sin posibilidades de repararlo en un plazo de tiempo razonable y, en realidad, lo estamos destruyendo.
Los escritores de ciencia ficción nos dimos cuenta de esto antes que otros, e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial los relatos sobre el desastre nuclear se hicieron muy populares. En realidad, ya se estaban escribiendo narraciones de este tipo antes de que llegaran las noticias del bombardeo nuclear de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Los agentes del servicio de inteligencia estadounidense llegaron incluso a investigar a
ASF
porque publicó
Deadline
, de Cleve Cartmill, en el número de marzo de 1944: describía una bomba nuclear con demasiada precisión.
Como casi siempre sucede, los relatos acerca de la muerte nuclear se hicieron tan populares que dominaron el género y murieron víctimas de su propio éxito ya que los lectores se hartaron de su constante repetición. Siguieron otros tipos de obras apocalípticas, relatos de una atmósfera envenenada, de una superpoblación increíble, etcétera, y la ciencia ficción se tiñó de rojo y gris.
Esto, en cierto modo, resultó útil. El escritor de ciencia ficción Ben Bova dice que los escritores como él son
scouts
enviados por la humanidad para vigilar el futuro. Vuelven con recomendaciones para mejorar el mundo y advertencias sobre su destrucción. En tiempos como éstos, en los que la humanidad trabaja complacida en su autodestrucción, debe ser advertida del peligro una vez tras otra.
No obstante, nunca me he sumado a la procesión de pesimismo y muerte. No porque no crea que la humanidad es capaz de destruirse a sí misma, lo creo de corazón y he escrito numerosos artículos sobre diferentes aspectos del problema (sobre todo acerca de la superpoblación). Es sólo que pienso que ya hay suficientes escritores de ciencia ficción que gritan: "¡El día del juicio final está cerca!" y nadie me echará en falta si no estoy entre ellos.
Claro que en
Un guijarro en el cielo
, describo una Tierra destruida por la radiactividad, pero la humanidad de la Tierra, en este libro, es parte de un gran imperio galáctico, de manera que la destrucción de un pequeño mundo no significa nada para la humanidad en su conjunto.
Mis libros tienden a celebrar los triunfos de la tecnología más que sus desastres. Esto también es válido para otros escritores de ciencia ficción, sobre todo Robert Heinlein y Arthur Clarke. Es extraño, o quizá significativo, que los Tres Grandes sean todos "tecnológicamente" optimistas.
Ya he mencionado que he cultivado de forma deliberada un estilo simple e incluso coloquial y en este capítulo querría profundizar más en este tema.
Orson Scott Card, uno de los mejores escritores de ciencia ficción contemporáneos, es muy generoso al aprobar mi obra. Piensa que es especialmente clara y que mientras otros escritores tienen algunas particularidades que permiten imitarlos, yo no tengo ninguna y, por lo tanto, nadie puede imitarme con éxito. (Debo subrayar que es él quien dice esto, no yo. Puesto que no tengo talento como crítico, no opino nada sobre este asunto).
Otros no son tan amables. Consideran mis novelas demasiado coloquiales y mi estilo demasiado aburrido.
De nuevo, al no ser crítico, no sé como definirme a mí mismo. Por fortuna, Jay Kay Klein viene en mi defensa.
Jay Kay es un individuo rechoncho y bastante calvo, con una sonrisa fácil y una mente rápida, cuya presencia es bienvenida en todas las convenciones de ciencia ficción. Es el principal fotógrafo del género y nunca va sin su cámara. Ha hecho miles de fotografías de personalidades de la ciencia ficción, incluyéndome a mí. En una ocasión me recogió en una docena de instantáneas besando a diferentes mujeres jóvenes. Las expuso en la pantalla, acompañándolas de un comentario que hizo estallar en carcajadas a la audiencia, y a mí también.
Jay Kay definió dos tipos de estilos, y yo profundizo en su tesis convirtiéndola en mi teoría del "mosaico y la luna de cristal".
Hay obras que se parecen a un mosaico de cristales de los que vemos en las vidrieras de colores. Estas ventanas son bellas en sí mismas y dejan pasar la luz en fragmentos de colores, pero no podemos ver a través de ellas. De igual manera, existe el estilo poético, que es bello en sí mismo e influye con facilidad en las emociones, pero también puede ser denso y resultar arduo de leer si uno intenta imaginar lo que está sucediendo.
La luna de cristal, por otro lado, no encierra ninguna belleza en sí misma. Idealmente, no debería ni verse, pero a través de ella se observa todo lo que sucede fuera. Éste es el equivalente de un estilo sencillo y sin adornos. Idealmente, al leer estas obras, uno ni siquiera se da cuenta de que las está leyendo. Las ideas y los acontecimientos se limitan a fluir de la mente del escritor a la del lector sin ninguna barrera entre los dos. Espero que sea esto lo que esté sucediendo cuando lea este libro.
Escribir de una forma poética es muy difícil, pero también lo es escribir con claridad. De hecho, tal vez la claridad sea más difícil de conseguir que la belleza, si me permiten continuar con la metáfora del mosaico y la luna de cristal.
El cristal de colores usado en las vidrieras se conoce desde tiempos inmemoriales, pero eliminar el color del cristal resultó ser una tarea tan difícil que no se resolvió hasta el siglo XVII. En comparación, la luna de cristal es una invención reciente y fue el gran triunfo de la habilidad de los vidrieros venecianos, que guardaron el secreto durante largo tiempo.
Lo mismo ocurre con el estilo. En el pasado, todos los estilos eran adornados. Lea una novela victoriana, por ejemplo. Lea incluso a Dickens, el mejor de esa época. Hasta hace relativamente poco, el estilo de algunos escritores no se ha convertido en simple y claro.
Este estilo, para mí, tiene sus ventajas. He recibido varias cartas de gente que me dice que odiaba leer hasta que tropezó con uno de mis libros y, por primera vez, vio que la lectura era algo agradable. Incluso algunos disléxicos se dieron cuenta de que mis libros se podían seguir poco a poco, y su lectura mejoró gracias a ellos. Una vez recibí la carta de una madre agradecida a cuyo hijo había aficionado a la lectura.
Estas cosas son agradables. Escribo en primer lugar por placer personal y para ganarme la vida, pero resulta maravilloso descubrir que, asimismo, se ayuda a los demás.
Pero ¿cómo se consigue escribir con claridad? No lo sé. Supongo que se debe tener una mente ordenada y cierto talento para ordenar los pensamientos y poder saber exactamente lo que se quiere decir. Aparte de esto, no puedo añadir nada más.
Puesto que he mencionado algunas de las cartas que recibo, voy a profundizar más en ello.
La mayoría de las cartas que me remiten son, por supuesto, muy agradables. Proceden de gente que ha leído uno de mis libros (a veces muchos), le ha gustado y es tan amable que escribe y me lo dice. Al principio trataba de contestar todas las cartas, aunque fuera con una postal de agradecimiento. Debo admitir, sin embargo, que a medida que pasan los años y mis fuerzas decaen, mis obligaciones como escritor aumentan y cada vez me resulta más difícil hacerlo. Temo estar volviéndome perezoso y ya no contesto todas las cartas.
Una parte de éstas están escritas por jóvenes, a mano y en papel pautado. Afirman que han leído algunos de mis relatos en la escuela y que les han gustado. La última frase por lo general suele ser: "Por favor, respóndame." Es casi imposible no hacerlo, porque ellos no entienden eso de "Estoy demasiado ocupado" y les molesta muchísimo no recibir contestación. Sería muy desagradable, así que mando más postales.
Debería mencionar, de paso, que la postal es un gran invento. Ahorra tiempo y franqueo. Sacrifica la intimidad, pero nunca he escrito una postal que no quisiera que el cartero leyera.
No podía faltar el caso de la joven directora con la que flirteaba en broma. (Cuando era joven lo hacía constantemente con cualquier mujer y ninguna de ellas me tomaba en serio, lo cual, ahora que lo pienso, no es exactamente como para vanagloriarse.) Le escribí una postal y, por puro hábito, terminé con una frase de doble sentido.
Me llegó la respuesta por carta: "Querido Isaac. Hasta ahora he recibido muchas proposiciones, pero nunca en una postal."
Pero estoy divagando…
Existe un "modelo" de carta que considero un disparate. Es el que empieza: "Soy fulano de tal de 7° grado de la escuela tal y mi profesor me ha pedido que escriba a algún autor y le haga algunas preguntas sobre su trabajo." A continuación siguen las preguntas más triviales que pueda imaginar, siempre las mismas. ¿Cuándo empecé a escribir? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Dónde consigo mis ideas? ¿Voy a escribir una nueva obra?
Cuando empezaron a llegar, las contestaba brevemente, pero cuando ya eran montones, mi enfado fue en aumento.