A Horace Gold (un escritor y editor de ciencia ficción del que hablaré más adelante) le gustaba decir que Lester "tenía el cuerpo de un poeta y el alma de un camionero" y estoy de acuerdo con él. Por desgracia, Horace intentaba completar el epigrama diciendo: "E Isaac tiene el cuerpo de un camionero y el alma de un poeta." Creo que está equivocado en las dos acusaciones.
Lester es una de esas personas a las que he tenido la buena suerte de conocer. Es un hombre honesto, cumplidor de su palabra y totalmente digno de confianza. Después de todo, en este mundo se conoce tanta hipocresía y sordidez, a tanta gente que miente y difama, en cuya palabra no se puede confiar, que a veces se siente la dolorosa sensación de que la vida es un cubo de basura en el que los hombres no somos más que las peladuras de plátano podridas. A pesar de todo, un hombre honesto refresca el aire viciado por un millón de falsarios. Por ese motivo valoro tanto a Lester y a los demás hombres honestos que he encontrado dentro y fuera de la ciencia ficción.
Hay una historia en la literatura moralista judía en la que Dios se abstiene de destruir este mundo perverso y pecador en consideración a los pocos hombres justos que nacen en cada generación. Si yo fuera religioso, creería en ello con devoción, y nunca estaré lo bastante agradecido por haber conocido a tantos hombres justos y a tan pocos malvados.
Lester ha tenido cuatro mujeres. No sé si hay algo en los escritores que favorece el divorcio. A lo mejor, los escritores están tan ensimismados, como en parte requiere su profesión, tan consumidos por su obra, que tienen muy poco tiempo, o ninguno, para dedicarlo a sus familias. Supongo que son muy pocas las mujeres que pueden soportarlo durante mucho tiempo. Algo de esto debe de ser cierto porque los escritores rara vez ganan mucho dinero y su cónyuge ni siquiera puede consolarse y decir: "Bueno, por lo menos cubre todas nuestras necesidades."
Conocí bastante bien a la tercera mujer de Lester, Evelyn. Tenía la cara delgada, y era atractiva e inteligente. Creo que al principio yo no le gustaba mucho. (No sé por qué; nunca lo sé.) Pero a medida que me fue conociendo mejor, le fui gustando más. A mí, ella siempre me gustó. Me ayudó a volver a la ciencia ficción después de que la abandonara durante algún tiempo (algo que explicaré en su momento). En marzo de 1967 me preguntó:
—Isaac, ¿por qué ya no escribes ciencia ficción?
—Sabes muy bien que me he quedado tras la línea. Soy un número atrasado —le respondí con tristeza.
—Estás loco, Isaac. Cuando escribes, tú eres la frontera de la ciencia ficción —argumentó ella.
Me aferré a ello y me ayudó a volver a tiempo a la ciencia ficción.
Evelyn murió en un trágico accidente de coche el 28 de enero de 1970. Sólo tenía cuarenta y cuatro años.
Hubo una época, al principio, en que me pareció que Lester bebía demasiado. Puede que fuera algo exagerado por mi parte debido a mi antipatía por el alcohol, y en cualquier caso, si alguna vez tuvo problemas, los superó hace décadas.
Esto plantea la cuestión de si el alcoholismo es un riesgo laboral de los escritores. Lo he oído decir bastante en serio y creo que puedo entender por qué podría serlo. Escribir es un trabajo solitario. Incluso si un escritor se dedica a su verdadero oficio están solos él y su máquina de escribir y su ordenador. Nadie puede intervenir.
Además, los escritores son famosos por su inseguridad. "¿Estoy creando basura?" Incluso un escritor popular que está seguro de publicar cualquier cosa que escriba puede seguir preocupándose por la calidad. Creo que la combinación de soledad e inseguridad (más, en algunos casos, la presión inexorable del plazo de entrega) favorece la búsqueda de consuelo en el alcohol. Y, es cierto, conozco a muchos escritores de ciencia ficción que son bebedores empedernidos.
¿Cómo escapé? Por un lado, tuve un padre estricto que me educó como abstemio. Por otro, las causas que conducen a la bebida a los escritores no existen en mi caso. Me gusta estar solo, aunque puedo ser muy sociable si estoy en grupo y me dejan dirigir la conversación. Tampoco he pensado nunca que mi obra pudiera ser basura. Carezco totalmente de sentido crítico y me gusta todo lo que escribo.
Lo que me sorprende es que Harlan Ellison (del que escribiré más adelante), quien siendo un escritor con más talento que yo ha tenido una vida literaria mucho más difícil, tampoco bebe nada en absoluto. Nosotros dos y Hal Clement (sobre quien también escribiré más tarde) somos, creo, los tres más prominentes abstemios de la ciencia ficción.
Pero estoy divagando…
La vida de Lester cambió por completo cuando se casó con su cuarta mujer, Judy-Lynn. Éste fue un acontecimiento dramático que trataré a su debido tiempo.
El primer relato de Lester,
The Faithful
(
Astounding
, abril de 1938), fue escrito en circunstancias que a menudo se producen en la ciencia ficción pero no en la vida real. Después de leer una historia de ciencia ficción que no le gustaba, tiró la revista contra la pared y dijo:
—Podría escribir una historia mejor que ésta.
Después de lo cual, su novia, a la que había hecho la observación, le respondió:
—A que no lo haces.
Se sentó de inmediato a escribir, y el resto ya es historia.
Mi relato favorito de Del Rey es
The Day is Done
(
ASF
, mayo de 1939), que leí en el metro y me hizo llorar. Una vez se lo conté (qué incauto) y desde entonces siempre me lo recuerda.
Theodore Sturgeon, nacido en 1918, se llamaba en realidad Edward Hamilton Wlado, pero adoptó el nombre de su padrastro. Igual que Fred Pohl, Jack Williamson, Lester del Rey y otros, Ted tuvo una infancia difícil y una educación escasa. (¿Una educación escasa hace que la gente que no tiene una profesión definida se dedique a escribir?)
Ted fue dando tumbos de un trabajo a otro hasta que finalmente se dedicó a escribir ciencia ficción. Su primer relato fue
Ether Breathers
, que fue publicado en septiembre de 1939, en
ASF
, un mes después del primero de Heinlein y dos meses más tarde que mi primer relato. En esos días felices Campbell descubría a un escritor importante cada mes.
Ted era, como Ray Bradbury, un escritor especialmente poético. (Bradbury fue el único escritor importante de los años cuarenta que no fue descubierto por Campbell y que prácticamente nunca le vendió nada a éste. No se llevaban bien, pero a Bradbury, que alcanzó la fama y la fortuna de todas maneras, no le importaba.)
El problema con las obras poéticas es que si se da en el blanco, el resultado es muy bello; si se falla, es basura. Los escritores poéticos son por lo general desiguales. Un escritor prosaico como yo, no alcanza la cima pero evita caer en el abismo. En cualquier caso, las historias de Ted casi siempre eran perfectas.
Sturgeon era un individuo espiritual. (No estoy seguro de lo que significa este adjetivo, pero sea lo que sea, le va bien a Ted.) Amable y de voz pausada, parecía tímido y era justo el tipo de persona que a las mujeres jóvenes les gusta mimar, incluso después de que ha crecido. El resultado fue que tuvo una vida sexual compleja y una vida marital complicada que yo nunca intenté comprender. Esto se reflejaba también en sus obras de ficción, que cada vez trataban más del amor y el sexo en sus distintas variantes.
Fue bastante prolífico en los años cuarenta y cincuenta, pero después sufrió un bloqueo cada vez más grave y en la última parte de su vida se vio inmerso en un permanente estado de inseguridad. A veces me escribía pidiéndome pequeñas sumas para evitar situaciones embarazosas y se las envié.
En ese aspecto, soy un "blanco fácil" y docenas de escritores han acudido a mí para pedir pequeñas cantidades de vez en cuando. La cuestión es que mis necesidades son escasas y tengo pocas oportunidades de gastar mi dinero de manera alocada. Incluso en el ejército, otros soldados hacían cola para pedirme pequeñas sumas que me devolvían el día de pago. Si no fumas ni bebes, el dinero sigue en el bolsillo. Cada vez que presto dinero siento que es una manera de expresar mi profunda gratitud por no tener que pedirlo yo prestado.
Tampoco espero que me lo devuelvan. Al considerar cada préstamo como un regalo, estoy, en primer lugar, aceptando la cuestión de manera realista. La gente que se ve obligada a pedir dinero prestado a sus amigos, a menudo no está en disposición de devolverlo y, por supuesto, nunca los apremio para que lo hagan. En segundo lugar, al no esperar su devolución, evito decepciones no obstante, debo decir que, en muchos casos, aunque no en todos, el dinero volvió.
En cierta ocasión, un amigo no judío vino a pedirme una pequeña suma y, sin decir una palabra, saqué el talonario y le extendí un cheque. Me prometió que me lo devolvería al cabo de seis semanas y lo hizo. Después me dijo:
—Antes había acudido a todos mis amigos gentiles y ninguno me lo dio. Acudí a ti el último porque eras judío, y me prestaste el dinero.
Le respondí, con lo que espero que fuera una ironía amable:
—Pues tampoco te he cobrado intereses. Debo de haber olvidado que soy judío.
Pero volvamos a Sturgeon. Ted era de esos que siempre devuelven el dinero, en alguna ocasión tanto tiempo después que me había olvidado del préstamo.
Pero Ted también se preocupaba por los demás. En una ocasión había conseguido que varios escritores de ciencia ficción participaran en algún tipo de proyecto radiofónico. Por desgracia, el empresario a cargo del proyecto no pudo sacarlo adelante y lo abandonó debiendo dinero a los escritores, no grandes cantidades, pero seguía siendo dinero. Ted trabajó durante meses para que el empresario lo restituyera. Por fin lo logró y cada escritor implicado, incluido yo, recibió su dinero.
Unas semanas después, recibí una carta bastante quejumbrosa de Ted. Describía con detalle todos los esfuerzos que le había costado el conseguir el dinero, y después decía: "Y de todos los escritores a quien he enviado cheques, fuiste el único que me escribió dándome las gracias."
Siempre he creído que no cuesta nada ser amable con los demás con pequeños detalles y, sin duda, esto hace que ellos también estén dispuestos a serlo.
Pero a pesar de lo ocupado que había estado en 1939 con las obras de ciencia ficción y con las reuniones de la gente dedicada a esta literatura, no podía vivir con 197 dólares al año, así que consideraba la escritura sólo como una distracción agradable.
Al no ser admitido en la Facultad de Medicina seguí teniendo el problema de qué hacer cuando finalizara el
college
. Me parecía inútil terminar con mi título de
bachelor
. No encontraría trabajo, así que debía seguir estudiando.
Si el título de Doctor en Medicina estaba fuera de mi alcance tendría que intentar doctorarme en otra disciplina, aunque no estaba seguro de que un doctorado me ayudara a encontrar trabajo. No podía estar seguro, pero la cuestión era que me mantendría estudiando de dos a cuatro años y que el paso del tiempo podría resolver el problema.
Pero si trataba de obtener un doctorado, ¿qué estudiaría? Cuando estaba en el
college
, seguía fascinado por la historia, igual que lo había estado durante mis primeras lecturas en la biblioteca. Hacía tiempo que me había graduado en la lectura de Herodoto y Edward Gibbon.
Había pensado, y recuerdo esto con claridad, que a lo mejor podía convertirme en un historiador profesional. Lo anhelaba, pero después pensé que como historiador profesional lo único que podría hacer era encontrar una plaza en alguna facultad, probablemente una no muy grande; tendría que irme lejos de casa y nunca podría ganar mucho dinero.
Así que decidí que debía convertirme en científico de algún tipo, ya que así podría trabajar en la industria o en alguna importante institución de investigación. Podría ganar mucho dinero, hacerme famoso, ganar (quién sabe) un premio Nobel, etc.
Pero a veces un razonamiento cuidadoso no sirve para mucho. Me convertí en un científico y ¿cuál fue el resultado? Encontré una plaza en una facultad, una bastante pequeña y lejos de casa, y nunca gané mucho dinero. (Por fortuna, los acontecimientos borraron todo esto, como explicaré más adelante.)
A pesar de todo, nunca dejé de querer ser historiador. El hijo de mi hermano Stan, Eric, después de terminar el
college
fue a Tejas para obtener un doctorado en historia; sentí una punzada de envidia y me pregunté cómo podría haber sido mi vida si yo lo hubiera hecho. (No obstante, Eric cambió de idea, volvió a Nueva York y se hizo periodista, como su padre.)
Si decidía obtener un doctorado en ciencias, ¿qué ciencia elegiría? Por fortuna, la pregunta se contestó sola. Había elegido una especialidad al entrar en el
college
, y como pensaba que optaría por los estudios de medicina elegí las asignaturas que me prepararan para ello, así que me decidí por zoología.
Fue uno de mis más graves errores. No podía soportar la zoología. Lo habría hecho bien si se hubiese tratado sólo de aprender en los libros, pero no era sólo eso. Había un laboratorio y diseccionábamos gusanos, ranas, peces y gatos. Me desagradaba profundamente, pero me acostumbré a ello.
El problema era que teníamos que encontrar un gato extraviado y matarlo metiéndolo en un cubo de la basura que llenábamos con cloroformo. Lo hice, como un estúpido. Después de todo, sólo seguía las órdenes de mi superior, como cualquier funcionario nazi de los campos de concentración. Pero nunca lo superé. Aquel gato muerto siempre me acompaña, e incluso en la actualidad, medio siglo después, cuando lo recuerdo, me retuerzo de pena.
Abandoné la zoología al terminar el curso.
Esto, a propósito, es un ejemplo de la división entre la inteligencia y los sentimientos. Intelectualmente, comprendo la necesidad de la experimentación con animales para que la medicina avance (siempre que la experimentación sea completamente necesaria y se realice con el menor sufrimiento posible). Puedo argumentar con una buena base sobre este punto.
Sin embargo, nunca, en ninguna circunstancia, participaré en una experimentación de este tipo, ni siquiera como observador. Cuando entran los animales, siempre me voy.
Eliminada la zoología, tuve que elegir entre química o física. Eliminé enseguida la física porque era demasiado matemática. Después de muchos años de encontrar fáciles las matemáticas, llegué por fin al cálculo integral y choqué contra una barrera. Me di cuenta de que había llegado lo más lejos posible, y hasta hoy nunca he podido ir más allá.