Lyonesse - 3 - Madouc (35 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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Chlodys se volvió hacia Madouc, que comía impasible un budín de pasas.

—¿Y qué respondes a eso?

—Nada.

—¿Pero qué harás?

—Ya verás.

7

El segundo día del festival el rey Milo y la reina Caudabil tuvieron que madrugar y conformarse con un rápido desayuno de natillas y avena para ir a anunciar el comienzo de la contienda entre los miembros del Gremio de Pescadores y el Gremio de Albañiles.

Madouc también madrugó, antes de que la dama Vosse pudiera comunicarle los deseos de la reina Sollace.

Madouc se encaminó hacia el establo. Aquella brillante mañana encontró al caballero Pom-Pom juntando bosta y arrojándola en una carretilla.

—¡Pom-Pom! —ordenó Madouc—. Ven afuera, por favor, donde el aire es más respirable.

—Debes esperar tu turno —dijo Pom-Pom—. La carretilla está llena y debo llevarla hasta la pila de estiércol. Entonces podré concederte un momento.

Madouc apretó los labios pero aguardó en silencio a que Pom-Pom, con deliberada lentitud, dejara la carretilla y saliera al patio del establo.

—Sea cual fuere tu capricho, ya no cuentes conmigo para salirte con la tuya —dijo Pom-Pom.

—¡Actúas hurañamente! —le recriminó Madouc—. No me agradaría pensar que eres un patán. ¿Por qué hablas con tanta rudeza?

El caballero Pom-Pom soltó una risa seca como un ladrido.

—Es muy simple. ¿No has oído la proclama del rey?

—Claro que sí.

—Pues yo también. Mañana abandonaré mi puesto de palafrenero real y lacayo de la princesa. Partiré en busca del Santo Grial o cualquier otra reliquia que pueda hallar. Tal vez sea la oportunidad de mi vida.

Madouc asintió lentamente.

—Entiendo tu ambición. ¿Pero no es una pena que debas abandonar un empleo bueno y seguro para ir en busca de una quimera? Me parece un acto descabellado.

—Quizá —dijo tercamente Pom-Pom—. Sin embargo, rara vez se presentan tales oportunidades de fama y fortuna. Uno debe aprovecharlas.

—En efecto. Pero yo podría ayudarte a obtener lo mejor de ambos mundos si moderaras tu torpe conducta.

El caballero Pom-Pom la miró con interés.

—¿Cómo y en qué medida?

—Debes jurar que mantendrás en secreto lo que te diré.

—¿Ese secreto me traerá problemas?

—No lo creo.

—De acuerdo, contendré la lengua. Lo hice antes y puedo hacerlo de nuevo.

—¡Escucha pues! El rey me ha ordenado ir en busca de mi linaje, y sin demora. Habló en estado de exasperación, por cierto, pero sus órdenes fueron explícitas e incluían el servicio de una escolta adecuada. Por tanto, te ordeno que cumplas ese papel. Si obedeces, retendrás tu empleo y aun podrás buscar el Santo Grial.

Pom-Pom entornó los ojos.

—La propuesta parece razonable. ¿Pero qué ocurre si nuestras búsquedas nos llevan por rumbos diferentes?

Madouc desechó esa objeción.

—¿Para qué buscar problemas? Obviamente no podemos prever todos los caprichos del destino cuando siquiera hemos hecho nuestros preparativos.

Pom-Pom frunció el ceño con tozudez.

—Sigo creyendo que deberíamos trazar un plan.

—Chitón —dijo Madouc—. Lo más probable es que esa situación nunca se plantee. Y en tal caso, decidiremos allí y entonces.

—Al margen de todo esto —gruñó Pom-Pom—, me sentiría más tranquilo si recibiera órdenes directas del rey.

Madouc sacudió la cabeza enérgicamente.

—Me han dado autorización para ir, sin restricciones. Con eso basta. No quiero replantear el problema y arriesgarme a alguna necia condición.

Pom-Pom la miró dubitativamente.

—Es verdad que tengo órdenes de asistirte a dondequiera que vayas, y que nunca han sido revocadas. Si opto por conservar mi empleo, el rey me ha encomendado seguirte a donde vayas, y servirte del mejor modo. ¿Cuándo deseas partir?

—Mañana por la mañana.

—¡Imposible! Ya es demasiado tarde. No lograré concluir los preparativos.

—Muy bien. Partiremos pasado mañana por la mañana, media hora antes del alba. Ten a Tyfer ensillado y listo, así como un caballo para ti.

—Entonces —dijo Pom-Pom—, debemos pensar claramente al respecto. Aunque sostengas que el rey te ha dado autorización para esta empresa, es posible que haya hablado con precipitación, o que cambie de parecer.

—Todo es posible —dijo altivamente Madouc—. No puedo preocuparme por cada giro de la veleta.

—¿Y si de pronto descubre que su amada Madouc se ha ido y envía a sus caballeros y heraldos a buscarla? Te hallarían fácilmente si montaras en el pony manchado Tyfer, con su costosa silla y sus riendas con borlas. No, princesa. Debemos cabalgar como hijos de campesinos; nuestros caballos no deben llamar la atención. De lo contrario, es probable que debamos regresar avergonzados mucho antes de llegar siquiera a Frogmarsh.

Madouc intentó alegar que Tyfer, con su pelo manchado, podía confundirse con las sombras del paisaje para no llamar la atención, pero Pom-Pom no quiso saber nada.

—Escogeré las monturas apropiadas; no te preocupes más por ese asunto.

—Si así ha de ser, así será —dijo Madouc—. Aun así, llena bien las alforjas con pan, queso, pescado seco, pasas, aceitunas y vino.

»Obtendrás esas vituallas en la despensa real, donde entrarás deslizándote por la ventana trasera, como bien sabes gracias a una larga experiencia. Lleva armas, o al menos un cuchillo para cortar queso y un hacha para cortar leña. ¿Alguna pregunta?

—¿Y el dinero? No podemos recorrer la campiña sin buenas monedas de plata.

—Yo llevaré tres piezas de oro en mi cartera. Esto bastará ampliamente para nuestras necesidades.

—Siempre que podamos gastarlas.

—Es oro bueno, redondo y amarillo, aunque provenga de Shimrod.

—De eso no tengo duda, pero ¿cómo gastarás ese oro? ¿Comprando forraje para los caballos? ¿O un plato de judías para alimentarnos? ¿Quién nos dará cambio? Quizá nos tomen por ladrones y nos arrojen a una mazmorra.

Madouc miró en torno.

—No había pensado en ello. ¿Qué haremos?

Pom-Pom hizo un gesto artero.

—Afortunadamente sé cómo resolver el problema. Trae tus piezas de oro cuanto antes.

—¿Para qué? —preguntó Madouc asombrada.

—Resulta que necesito un par de botas resistentes, acampanadas en la rodilla según la moda reciente, con sus hebillas correspondientes. Compraré las botas, pues son necesarias para el viaje, y pagaré con una pieza de oro. El zapatero me dará cambio en plata y cobre, el cual usaremos luego para nuestros gastos.

Madouc miró los borceguíes que usaba el caballero Pom-Pom.

—Pareces bien calzado.

—Sin embargo, salimos de viaje, y debemos mantener nuestra dignidad.

—¿Cuánto cuestan esas elegantes botas nuevas?

—¡Un florín de plata! —barbotó Pom-Pom—. ¿Acaso es tanto cuando uno exige elegancia y calidad?

Madouc suspiró.

—Supongo que no. ¿Y las otras dos piezas de oro?

—¡No temas! Elaboraré un plan que servirá a nuestros propósitos. Pero debes traerme el oro de inmediato, para que pueda iniciar las transacciones.

—Como desees, pero actúa con eficacia. Debemos largarnos de Haidion antes de que algo altere nuestros planes.

Pom-Pom, que aún tenía sus reservas, paseó la vista por el patio del establo.

—¿Cuál será nuestro primer destino?

—Primero iremos a Thripsey Shee, donde consultaré a mi madre.

Pom-Pom asintió.

—Quizá sepa algo sobre el Santo Grial.

—Es posible.

—¡Bien! —declaró el caballero Pom-Pom con repentina energía—. ¡No soy de los que ignoran la llamada del destino!

—Valientes palabras, caballero Pom-Pom. Las comparto.

Pom-Pom le dirigió una sonrisa taimada y socarrona.

—Si conquisto el trofeo, tendré derecho a desposar a la princesa real.

Madouc reprimió una sonrisa.

—No sé nada sobre eso. Pero sin duda serás recibido en la corte, donde podrás escoger esposa entre mis doncellas.

—Primero debo encontrar el Grial —dijo Pom-Pom—. Luego haré mi elección. Por ahora, trae el oro, y yo me encargaré de mis asuntos.

Madouc fue rauda a sus aposentos. Sacó las tres monedas de oro de un escondrijo secreto debajo de la cama y regresó al establo. Pom-Pom sopesó las monedas y las examinó y mordió hasta quedar satisfecho.

—Ahora debo correr a la ciudad a comprar mis botas. Cuando te prepares, vístete de campesina. No podrías andar segura como la orgullosa princesa Madouc.

—¡Muy bien! Te veré a la hora convenida. ¡Cuida de no quedarte atrapado en la despensa!

Cuando Madouc regresó a sus aposentos, la dama Vosse la recibió con voz reprobatoria.

—¿Dónde has estado? ¿No tienes el menor sentido del deber?

Madouc la miró sorprendida, con un gesto inocente.

—¿Qué hice esta vez?

—¡Sin duda lo recordarás! ¡Yo misma te di instrucciones! ¡Debes acompañar a nuestros huéspedes como dicta la etiqueta! Además es el deseo de la reina.

—Fue la reina quien invitó a esas personas, no yo —gruñó Madouc—. Ve a sacar a la reina de su cama.

Vosse se quedó atónita un instante. Luego recobró la compostura y sometió a Madouc a examen, frunciendo la nariz con repulsión.

—¡Tienes el vestido sucio y apestas a caballo! ¡Debí saber que estabas en el establo! ¡Deprisa! Ve a tu cuarto y ponte algo limpio… quizás el vestido azul. ¡Venga, rápido! ¡No hay tiempo que perder!

Diez minutos después Madouc y la dama Vosse llegaban a la plataforma, donde el rey Milo y la reina Caudabil observaban la competición de lanzamiento de piedras, si bien con poca atención.

Al mediodía, los camareros sirvieron una colación de carne fría y queso en una mesa al fondo de la plataforma, de modo que el rey Milo y la reina Caudabil pudieran disfrutar de los juegos sin necesidad de interrumpirlos para almorzar. Reparando en los preparativos, Milo y Caudabil conferenciaron en voz baja. De pronto Milo se apretó el costado y lanzó un gruñido hueco.

La reina Caudabil llamó a Mungo, el senescal.

—¡Cielos! ¡El rey Milo ha sufrido un ataque! ¡Es su vieja dolencia! ¡No podremos disfrutar de más juegos ni competiciones! ¡Debemos ir de inmediato a nuestros aposentos para que él descanse y reciba el tratamiento adecuado!

Una vez en los aposentos, la reina Caudabil pidió un refrigerio de ocho platos y una generosa cantidad de buen vino, alegando que era el mejor remedio para el rey Milo.

A media tarde el príncipe Brezante llevó un mensaje al rey Casmir, declarando que el rey se sentía lo bastante bien como para compartir el banquete nocturno con el rey, y así fue. El rey Casmir y la reina Sollace compartieron la mesa con los joviales Milo y Caudabil hasta horas tardías.

Por la mañana el rey Milo no pudo levantarse temprano, temiendo un nuevo espasmo, así que el rey Casmir y la reina Sollace actuaron de jueces en las carreras. Entretanto el rey Milo y la reina Caudabil tomaban sustanciosos desayunos, y se recobraron tanto que se declararon dispuestos a disfrutar de un banquete de proporciones comunes, o incluso festivas, al mediodía, mientras el senescal Mungo y otros funcionarios de la corte supervisaban las justas.

Por la tarde concluyeron todos los juegos, y sólo faltaba entregar los premios a los campeones. Las dos familias reales se reunieron en un lado de la plataforma; en el otro se congregaron los vencedores de las diversas justas, cada cual con una corona de laurel, sonriendo tímidamente a la muchedumbre del patio.

Al fin todo estuvo preparado. Madouc se encontró sentada al lado de Brezante, quien apenas se molestó en intentar una conversación.

Cuatro heraldos menores tocaron una fanfarria y Mungo avanzó al frente de la plataforma.

—¡Éste es un día venturoso! Nuestros reales huéspedes de Blaloc, lamentablemente, deben partir mañana, pero esperamos que hayan disfrutado plenamente de las magníficas demostraciones de velocidad, energía y destreza que nuestros hombres de Lyonesse han realizado en estos tres días. Anunciaré a los campeones, y en cada caso el rey Milo entregará el premio, tan merecido, tan orgullosamente conquistado, y tan largamente atesorado. Sin más rodeos… —Mungo alzó la mano en un ademán dramático. Miró en torno, se volvió hacia el Sfer Arct; la voz se le atoró en la garganta. Bajó lentamente la mano y señaló con un dedo trémulo.

Por el Sfer Arct se acercaba una extraña comitiva: un gran féretro negro a hombros de cuatro cadáveres ambulantes, que en un tiempo habían llevado los nombres de Izmael el Huno, Este el Dulce, Galgus de Dahaut y Kegan el Celta. Encima del féretro iba un quinto cadáver: el cetrino guía Idis, quien ahora empuñaba un látigo y azotaba a los cuatro cadáveres, incitándolos a correr más deprisa.

Los cadáveres se acercaron con su suntuosa carga. Dando feroces latigazos, Idis los condujo hasta la plaza de armas mientras las asustadas multitudes retrocedían.

Frente a la plataforma los cadáveres dejaron de correr y se derrumbaron. El féretro cayó sobre las losas de piedra y se partió; apareció otro cadáver que rodó por el suelo: Cory de Falonges.

8

La real familia de Blaloc desayunó en Haidion en compañía del rey Casmir y la reina Sollace. Fue una ocasión sombría. Las dos reinas conversaban amablemente, pero ambos reyes tenían poco que decir, y el príncipe Brezante guardaba un melancólico silencio.

La princesa Madouc no se había presentado a desayunar, pero nadie se dignó preguntar por qué estaba ausente.

Después del desayuno, cuando el sol aún trepaba en el cielo, el rey Milo, la reina Caudabil y el príncipe Brezante intercambiaron cumplidos con el rey Casmir y la reina Sollace y se pusieron en marcha. El rey Casmir y la reina Sollace salieron a la terraza para presencia la partida.

La dama Vosse salió del castillo y se acercó al rey Casmir.

—Majestad, reparé en la ausencia de la princesa Madouc durante la despedida y fui a inquirir la razón de esa falta. En su cámara hallé esta misiva que, como ves, está dirigida a ti.

El rey Casmir, automáticamente disgustado, rompió el sello y desplegó el pergamino. Decía:

Real Majestad, mis respetos.

De acuerdo con tus órdenes, me propongo descubrir el nombre y condición de mi padre, y también los detalles de mi linaje. Tus instrucciones fueron claras. Me he procurado los servicios de un escolta. En cuanto haya logrado mi propósito, regresaré. Informé a la reina Sollace acerca de mis intenciones de obedecer tus órdenes al respecto. Parto de inmediato.

Madouc

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