—Arum.
—¡No hay otra solución! Debo ir a buscarla, de lo contrario morirá de desesperación. Afortunadamente, no es mucha distancia —se volvió hacia Pom-Pom—. Caballero, debo suplicarte que me dejes usar tu caballo Fustis. ¡Yo soy el culpable de todo este contratiempo! Pero Mikelaus os será útil durante mi breve ausencia. Mikelaus, préstame atención. Nada de remoloneos. Guía a este caballero y recoge leña para el fuego. Te confío una jarra de mi cera especial. Quiero que lustres las botas del caballero hasta que brillen como cristal. Es lo menos que puedes hacer por nuestros amigos mientras voy a buscar a Coreas —brincó a la silla que Pom-Pom acababa de desocupar y galopó camino abajo.
—¡Oye! —gritó Pom-Pom—. Al menos deja las alforjas, para que podamos cenar en tu ausencia.
Pero Filemon no pareció oírle y pronto se perdió de vista.
Pom-Pom echó una ojeada a la choza y retrocedió.
—Creo que dormiré al aire libre, donde el tufo es menos intenso.
—Yo haré lo mismo, pues la noche promete ser agradable —dijo Madouc.
Pom-Pom y Mikelaus trajeron paja y prepararon lechos de olor dulzón. Luego Pom-Pom encendió una fogata, pero sin alforjas tuvieron que limitarse a contemplar melancólicamente las llamas y aguardar pacientemente el regreso de Filemon, Coreas y los caballos.
El sol desapareció tras las lejanas colinas. Pom-Pom fue a mirar el camino pero no vio rastro de Coreas ni de Filemon.
Regresó a la fogata y se quitó las botas. Mikelaus las llevó aparte y empezó a lustrarlas con la cera especial de Filemon.
—No deseo quedarme despierto hasta medianoche —rezongó Pom-Pom—. Me echaré a dormir, que es el mejor remedio para un estómago vacío.
—Creo que haré lo mismo —dijo Madouc—. Mikelaus puede quedarse a esperar. Se entretendrá lustrándote las botas.
Madouc permaneció despierta un rato mirando las estrellas, pero al final sintió una pesadez en los párpados y se durmió. Y así transcurrió la noche.
Por la mañana Madouc y Pom-Pom se levantaron de sus lechos de paja y miraron en derredor. No había rastros de Filemon, Coreas ni los caballos. Tampoco vieron a Mikelaus ni las botas de Pom-Pom.
—Empiezo a dudar de la honestidad de Filemon y Coreas —dijo Madouc.
—No excluyas de tus cálculos a ese trasgo de Mikelaus —dijo Pom-Pom apretando los dientes—. Es obvio que me ha birlado las botas nuevas.
Madouc inhaló profundamente.
—Supongo que es inútil llorar nuestra pérdida. En Molienda Biddle compraremos borceguíes fuertes y un buen par de calcetines. Hasta entonces deberás andar descalzo.
Madouc y Pom-Pom llegaron abatidos a Molienda Biddle; hasta la pluma roja de la gorra de Pom-Pom lucía alicaída. En la Posada de la Cabeza de Perro desayunaron potaje de guisantes y luego, en una zapatería, Pom-Pom adquirió un par de borceguíes. Cuando el zapatero pidió el dinero, Pom-Pom señaló a Madouc.
—Debes discutir el asunto con ella.
Madouc lo miró disgustada.
—¿Por qué?
—Porque tú insististe en llevar los fondos.
—¿Y qué dices del florín de plata y los tres peniques de cobre?
Pom-Pom puso mala cara.
—Guardé tres monedas en el morral, el cual sujeté al pomo de la silla. Filemon saltó sobre Fustis y partió como un torbellino, llevándose el caballo, el morral y el dinero.
Madouc, absteniéndose de hacer algún comentarios, pagó al zapatero.
—Olvidemos el pasado. Pongámonos en marcha.
Los dos aventureros partieron de Molienda Biddle por el camino de Bidbottle, que conducía hacia Modoiry, una aldea de la Calle Vieja. Al cabo de un trecho Pom-Pom recobró el ánimo. Se puso a silbar y dijo:
—¡Has hablado correctamente! ¡Olvidemos el pasado! ¡El presente es el presente! El camino está abierto, el sol brilla con esplendor y en alguna parte el Santo Grial aguarda mi llegada.
—Tal vez —dijo Madouc.
—Ir a pie no es tan malo —continuó Pom-Pom—. Veo muchas ventajas. Ya no debemos preocuparnos por el forraje para las bestias, ni por las correas, las bridas, las mantas ni las sillas. También podemos olvidar todo temor a los ladrones de caballos.
—Sea como fuere, a caballo o a pie, Thripsey Shee no está muy lejos.
—Aun así, no es preciso que ése sea nuestro primer destino —dijo Pom-Pom—. Estoy ansioso por buscar el Santo Grial. Primero, en las criptas de la isla Weamish, donde sospecho que hallaremos un compartimiento secreto.
—Primero iremos a Thripsey Shee —replicó Madouc enérgicamente—, y allí pediremos consejo a mi madre.
Pom-Pom frunció el ceño y pateó un guijarro.
—De nada sirve poner cara larga —dijo Madouc—. Nos mantendremos alerta mientras viajamos.
Pom-Pom la miró con hosquedad.
—Tienes la gorra calada sobre las orejas y la nariz. Me pregunto cómo ves el camino, y cómo podrás mantenerte alerta.
—Tú mantente alerta y yo te llevaré a Thripsey Shee —dijo Madouc—. Allá delante veo un matorral de zarzamoras cargado de frutos. Sería una pena pasar sin probarlas.
Pom-Pom señaló:
—Alguien ya las está cosechando. Quizás esté en guardia contra vagabundos como nosotros.
Madouc estudió a la persona a quien Pom-Pom se refería.
—Yo lo tomaría por un amable caballero que ha salido de paseo y se detuvo a recoger unas zarzamoras con el sombrero. De todos modos, le preguntaré.
Madouc se aproximó al matorral, donde un hombre maduro con atuendo de propietario rural interrumpió su labor. La intemperie le había tostado la piel y blanqueado el cabello, y los rasgos eran borrosos, aunque uniformes y regulares; los ojos grises tenían una mirada amable, así que Madouc preguntó sin vacilación:
—Señor, ¿estas moras te pertenecen, u otros pueden cogerlas?
—Debo responder «sí» y «no». Siento apego por las moras que he guardado en mi sombrero, pero no pongo ninguna restricción sobre las que aún cuelgan de las ramas.
—En ese caso, cogeré algunas, y lo mismo hará el caballero Pom-Pom.
—¿El «caballero Pom-Pom»? Bien, ya que me codeo con la aristocracia debo cuidar mis modales.
—No soy un auténtico caballero —dijo modestamente Pom-Pom—. Es sólo una manera de hablar.
—Aquí entre los arbustos eso importa poco —dijo el anciano—. El caballero y el plebeyo gritan por igual «¡Ay caray!»
[14]
ante el pinchazo de la espina, y el sabor es el mismo para ambas lenguas. Yo me llamo Travante; mi rango o mi falta de rango son igualmente irrelevantes —Travante inspeccionó a Madouc, que recogía frutos de una rama cercana—. Debajo de esa gorra veo rizos rojos, y ojos muy azules.
—Mi cabello es más dorado y cobrizo que rojo.
—Eso veo, al mirar con mayor atención. ¿Y cómo te llamas?
—Soy Madouc.
Los tres recogieron zarzamoras y se sentaron al lado del camino para comerlas.
—Ya que ambos venís del sur, viajáis hacia el norte —dijo Travante—. ¿Hacia dónde vais?
—Primero a Modoiry, en la Calle Vieja —dijo Madouc—. A decir verdad, somos vagabundos, y cada uno de nosotros emprende una búsqueda.
—Yo también soy un vagabundo. Yo también emprendo una búsqueda fútil y desolada, o eso me han dicho quienes se quedaron en casa. Si me permitís, os acompañaré por un tiempo.
—Con mucho gusto —dijo Madouc—. ¿Qué búsqueda te lleva tan lejos?
Travante miró el camino sonriendo.
—Es una búsqueda extraordinaria. Estoy buscando mi juventud perdida.
—¿De veras? —exclamó Madouc—. ¿Cómo la perdiste?
Travante abrió las manos con desconcierto.
—No estoy seguro. En un momento la tenía y al siguiente se había esfumado.
Madouc miró de soslayo a Pom-Pom, que observaba a Travante estupefacto.
—¿Estás seguro de lo que dices? —preguntó Madouc.
—¡Claro que sí! ¡Lo recuerdo con claridad! Fue como si rodeara una mesa y ¡puf! De pronto me encontré hecho un viejo.
—En el ínterin debió haber los intervalos habituales.
—Sueños, querida. Quimeras, fantasías, alguna pesadilla. ¿Y qué hay de vosotros?
—Es sencillo. Yo no conozco a mi padre. Mi madre es un hada de Thripsey Shee. Estoy buscando a mi padre y averiguando mi linaje.
—¿Y cuál es la búsqueda del caballero Pom-Pom?
—El caballero Pom-Pom busca el Santo Grial, de acuerdo con la proclama del rey Casmir.
—¡Ah! ¿Profesa una religión?
—No —dijo Pom-Pom—. Si le llevo el Santo Grial a la reina Sollace, ella me concederá un premio. Tal vez escoja casarme con la princesa Madouc, aunque es tan pedante y vanidosa como esa moza artera que está sentada junto a ti.
Travante miró a Madouc.
—¿Es posible que sean la misma persona?
Pom-Pom arrugó el entrecejo gravemente.
—Ciertos hechos no deben ser de conocimiento general. Sin embargo, concedo que has hecho una atinada conjetura.
—Hay otro hecho que no es de conocimiento general, especialmente para el caballero Pom-Pom —dijo Madouc—. Debe saber que sus sueños de matrimonio no tienen nada que ver conmigo.
—Sólo dependo de las afirmaciones de la reina Sollace en este sentido —insistió Pom-Pom.
—Mientras yo controle el «Cosquilleo Salto-del-Trasgo», tendré la última palabra en este asunto —dijo Madouc. Se incorporó—. Es hora de ponernos en marcha.
—Caballero Pom-Pom —dijo Travante—, tengo la fuerte sospecha de que nunca te casarás con Madouc. Te aconsejo que busques una meta más accesible.
—Reflexionaré sobre el asunto —gruñó Pom-Pom.
Los tres partieron hacia el norte por el Camino de Bidbottle.
—Formamos un notable grupo —señaló Travante—. ¡Yo soy como soy! El caballero Pom-Pom es fuerte y valeroso, mientras que Madouc es astuta y sagaz; además, con sus rizos color cobre, su carita huraña y sus ojos sobrecogedoramente azules es rara y muy atractiva.
—También puede ser una arpía, cuando se le antoja —observó el caballero Pom-Pom.
El camino de Bidbottle atravesaba sierras, valles, penetrando en las sombras del robledal de Wanswold, saliendo a las dunas de Scrimsour. Perezosas nubes blancas surcaban el cielo, y sus sombras ondulaban sobre el paisaje. El sol trepaba en el cielo; cuando llegó al cénit, los tres viajeros arribaron a Modoiry, donde el camino de Bidbottle se cruzaba con la Calle Vieja.
Madouc y Pom-Pom pensaban continuar otros cinco kilómetros al este, hasta Pequeña Saffield, luego viajarían al norte junto al río Timble y se internarían en el Bosque de Tantrevalles. Travante se proponía ir hasta Dunas Largas, donde realizaría su búsqueda entre los dólmenes del Círculo de Stollshot.
A medida que los tres se aproximaban a Pequeña Saffield, Madouc se sentía cada vez más turbada ante la idea de despedirse de Travante, cuya compañía le resultaba amena y tranquilizadora; además, la presencia del anciano desalentaba la propensión de Pom-Pom a la pomposidad. Madouc sugirió que Travante los acompañara hasta Thripsey Shee.
Travante reflexionó, y finalmente respondió con aire dubitativo:
—No sé nada sobre los semihumanos, y en verdad los he temido toda la vida. Se cuentan muchas historias sobre su conducta antojadiza y apasionada.
—En este caso no hay nada que temer —dijo Madouc llena de confianza—. Mi madre es grácil y bella. Sin duda estará encantada de verme, aunque concedo que no sé cómo reaccionará ante mis amigos. Aun así, quizá te dé consejos relacionados con tu búsqueda.
—¿Y qué hay de mí? —preguntó quejosamente Pom-Pom—. Yo también emprendo una búsqueda.
—¡Paciencia, Pom-Pom! ¡No he olvidado tu problema!
Travante se decidió al fin.
—¿Por qué no? Un consejo me vendrá bien, pues he tenido muy poca suerte buscando por mi cuenta.
—¡Entonces vendrás con nosotros!
—Sólo por un tiempo, hasta que os aburráis de mí.
—Dudo de que eso ocurra —dijo Madouc—. Disfruto de tu compañía, y sin duda Pom-Pom también.
—¿De veras? —preguntó Travante con cierta incredulidad—. Me considero insípido y aburrido.
—Yo nunca usaría esas palabras —dijo Madouc—. Te considero un soñador, tal vez poco práctico, pero tus ideas no son aburridas.
—Me complace oírlo. Como he dicho, no tengo una gran opinión de mí mismo.
—¿Por qué no?
—Por la razón más previsible: no sobresalgo en nada. No soy filósofo, geómetra ni poeta. Jamás destruí una horda de enemigos salvajes, ni construí un noble monumento, ni me aventuré hacia confines remotos del mundo. Carezco de toda grandeza.
—No eres el único —dijo Madouc—. Pocos pueden alardear de tales hazañas.
—¡Eso no significa nada para mí! Yo soy yo; respondo por mí mismo, no por los demás. Una vida no debería ser fútil y vacía. Por esta razón busco mi juventud perdida con tanta vehemencia.
—¿Y qué harías si la encontraras?
—¡Lo modificaría todo! Me transformaría en una persona emprendedora; consideraría derrochado el día que no incluyera el trazado de un plan maravilloso, o la construcción de un objeto bonito, o la rectificación de un mal. Así pasaría cada día, realizando actos maravillosos. Y cada noche reuniría a mis amigos para una celebración inolvidable. ¡Así se debe vivir la vida! Ahora que sé la verdad, es demasiado tarde… a menos que halle lo que busco.
Madouc se volvió hacia Pom-Pom.
—¿Has prestado atención? Hay lecciones que deberías asimilar de todo corazón, para no sufrir un día los arrepentimientos de Travante.
—Es una filosofía cabal —dijo Pom-Pom—. En ocasiones he pensado lo mismo. Sin embargo, mientras trajinaba en los establos reales no pude poner en práctica tales teorías. Si encuentro el Santo Grial y conquisto un trofeo, me esforzaré por vivir una vida más gloriosa.
El trío acababa de llegar a Pequeña Saffield. Ya anochecía y era demasiado tarde para continuar la marcha. Los tres enfilaron hacia la Posada del Buey Negro, donde todas las habitaciones estaban ocupadas. Les dieron a elegir entre los jergones de paja del desván, poblado de ratas, o el altillo del granero, donde podrían dormir en el heno. Optaron por lo segundo.
Por la mañana los tres partieron hacia el norte por el Camino de Timble. Pasaron primero la aldea de Tawn Timble, luego la aldea de Glymwode, con el Bosque de Tantrevalles a poca distancia.
En un campo encontraron a un labriego que enterraba nabos, quien les dio instrucciones para llegar a Thripsey Shee, en el prado de Madling.