Luminoso (42 page)

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Authors: Greg Egan

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Luminoso
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Me entraron ganas de partirlo en dos. De hacer un fuego y quemarlo allí mismo. Por su culpa habían muerto tres personas.

Pero no era tan sencillo.

Me senté encima de los escombros con la cabeza entre las manos. No podía fingir que no sabía lo que el icono significaba para sus legítimos dueños. Había visto la iglesia que estaban construyendo, el lugar al que pertenecía. Por muy apócrifa que fuera, había escuchado la historia de su creación. Aunque para mí toda esa cháchara sobre cómo la divina compasión por los muertos de Chernóbil se canalizaba en un crismas navideño radioactivo no eran más que gilipolleces sin sentido, ésa no era la cuestión. De Angelis tampoco creía en nada de eso y aun así había echado por tierra su trabajo, aun así había ido a Viena por voluntad propia. Yo podía seguir soñando con un mundo secular perfecto y racional todo lo que quisiera, pero a fin de cuentas tenía que vivir y actuar en el mundo real.

Estaba seguro de poder llevarle el icono a Masini antes de que me arrestaran. No esperaba que me fuera a traspasar todas sus posesiones terrenales, como me había prometido. Pero probablemente podría sacarle varios miles de millones de liras antes de que muriera la chica y con ella la gratitud del viejo. Suficiente para pagarme unos buenos abogados. Suficiente, tal vez, para no acabar entre rejas.

O podía hacer lo que debería haber hecho De Angelis a la hora de la verdad, en vez de defender los putos derechos de propiedad de Masini hasta la muerte.

Volví al piso. Había desactivado todas las alarmas antes de salir de él; esta vez pude entrar por la puerta. Me puse el casco y el guante de RV y escribí un mensaje invisible con la yema del dedo en el hueco vacío del iconostasio.

Entonces arranqué el cable de la clavija cortando la conexión y me fui a buscar un sitio para esconderme hasta que se hiciera de noche.

Nos vimos al filo de la medianoche, en la entrada del parque de atracciones que hay al noroeste de la ciudad, se podía ver la noria. Era otro niño asustado y prescindible que se hacía el valiente. Yo podía haber sido la policía, podía haber sido cualquiera.

Cuando le pasé el maletín lo abrió y miró su interior, luego se me quedó mirando como si fuera una especie de aparición divina.

—¿Qué harás con él? —dije.

—Extraeré el verdadero icono de la representación física. Luego lo destruiré.

Estuve a punto de decirle: «Deberíais haber robado el archivo de imagen de Hengartner en vez del original, y nos habríais ahorrado a todos un montón de problemas». Pero no me atreví.

Me puso un panfleto en varios idiomas en la mano. Lo leí de camino al metro. Explicaba las diferencias teológicas entre la Iglesia Verdadera y las distintas versiones nacionales de la Iglesia ortodoxa. Al parecer todo se reducía a la cuestión de la encarnación: Dios se había transformado en información, no en carne, y cualquiera que no hubiese captado ese importante matiz tenía que ser corregido cuanto antes. Continuaba explicando cómo la Iglesia Verdadera unificaría el mundo ortodoxo y finalmente la cristiandad entera, y al mismo tiempo erradicaría las supersticiones, los cultos apocalípticos, los nacionalismos virulentos y el materialismo ateo. No se decía nada del antisemitismo o de poner bombas en mezquitas.

Las letras se difuminaron en la página a los pocos minutos de leerlas. ¿Un proceso activado al espirar dióxido de carbono? La verdad era que esta gente se había apropiado de los métodos de unos gurús muy raros.

Saqué la foto de De Angelis.

—¿Era esto lo que querías de mí? ¿Estás satisfecha? No contestó. Rompí la imagen y dejé que los trozos cayeran al suelo revoloteando.

No cogí el metro. Necesitaba aire fresco para despejarme. Así que caminé de vuelta a la ciudad, avanzando entre las ruinas de un pasado incomprensible y los heraldos de un futuro inimaginable.

La Inmersión de Planck

Gisela contemplaba las ventajas de ser aplastada —casi seguro hasta morir, aunque tan despacio como fuera posible— cuando el mensajero apareció en su entorno residencia. Se percató de su llegada pero le ordenó que esperase. El mensajero era brillante y dorado y llevaba puestas unas sandalias aladas. Impaciente, tendía una mano hacia Gisela, que lo había dejado paralizado a media zancada, a veinte deltas de distancia.

En ese momento el entorno era una extensión de dunas amarillas bajo un cielo azul claro, ni demasiado agreste, ni demasiado molesto. Gisela, recostada sobre la fría arena, estaba concentrada en un triángulo gigante y desaliñado que flotaba inclinado sobre las dunas; cada uno de sus lados parecía una gavilla de paja poco apretada. El triángulo era un conjunto de diagramas de Feynman que mostraba sólo algunas de las muchas maneras en que una partícula podía moverse entre tres eventos en el espacio-tiempo. Una partícula cuántica no se podía localizar en ningún recorrido específico, pero se podía tratar como la suma de las componentes localizadas. Cada una de ellas seguía una trayectoria diferente y formaba parte de un conjunto distinto de interacciones a lo largo del recorrido.

En el espacio-tiempo «vacío», las interacciones con las partículas virtuales hacían que la fase de cada componente rotase de forma constante, como la manecilla de un reloj. Pero el tiempo medido con cualquier tipo de reloj que se desplazara entre dos eventos en el espacio— tiempo plano era mayor cuando el recorrido que se tomaba era una línea recta (cualquier desviación provocaba la dilatación del tiempo, lo que acortaba el desplazamiento). De modo que un gráfico del corrimiento de fase frente al tamaño de la desviación también alcanzaba su punto máximo en el caso de una línea recta. Puesto que este máximo era suave y plano, un grupo de recorridos prácticamente rectos que se agrupaba a su alrededor tenía corrimientos de fase similares. Este grupo de recorridos permitía que las componentes llegaran todas en fase, reforzándose mutuamente, mucho más que cualquier otro grupo equivalente en las pendientes. Tres líneas rectas que relucían en rojo por el centro de cada «gavilla de paja» ilustraban el resultado: las trayectorias clásicas, las trayectorias más probables, eran las líneas rectas.

En presencia de materia, todos estos procesos se distorsionaban ligeramente. Gisela añadió un par de nanogramos de plomo al modelo: unos cuantos billones de átomos cuyas líneas de universo se desplazaban verticalmente por el centro del triángulo, haciendo brotar su propio manojo de partículas virtuales. Los átomos eran neutros en carga y color, pero sus electrones y sus quarks individuales todavía dispersaban fotones y gluones virtuales. Cualquier tipo de materia interfería con alguna parte del enjambre virtual y la perturbación inicial se extendía por el espacio-tiempo dispersando a su vez partículas virtuales (eliminando rápidamente cualquier posible diferencia entre una tonelada de roca o una tonelada de neutrinos). Esta perturbación se iba debilitando conforme aumentaba la distancia según una ley aproximada de cuadrado inverso. La lluvia de partículas virtuales variaba de un lugar a otro (junto con los corrimientos de fase creados por esas partículas), con lo que los recorridos con una probabilidad más alta dejaban de obedecer la geometría del espacio-tiempo plano. El luminoso triángulo rojo con las trayectorias más probables era ahora visiblemente curvado.

La idea principal fue planteada por Sájarov: la gravedad no era más que el residuo de la cancelación imperfecta de otras fuerzas; si se comprime lo suficiente el vacío cuántico, las ecuaciones de Einstein se vienen abajo. Pero desde Einstein todas las teorías de la gravedad eran también teorías del tiempo. La relatividad exigía que la fase de rotación de una partícula en caída libre coincidiera con cualquier reloj que viaja por el mismo recorrido. Una vez que la dilatación temporal gravitatoria se correlaciona con cambios en la densidad de partículas virtuales, cada medida temporal —desde la vida media del decaimiento de un radioisótopo (estimulado por las fluctuaciones de vacío) hasta los modos vibracionales de una lámina de cuarzo (en el fondo debidos a los mismos efectos de fase responsables de la creación de los recorridos clásicos)— podría reinterpretarse a partir de interacciones con partículas virtuales.

Un siglo después de Sájarov, partiendo del trabajo de Penrose, Smolin y Rovelli, esta línea de razonamiento llevó a Kumar a concebir un modelo del espacio-tiempo como la suma cuántica de todas las redes posibles de líneas de universo correspondientes a partículas, con el «tiempo» clásico emergiendo a partir del número de intersecciones a lo largo de un filamento dado de la red. Este modelo fue un éxito sin precedentes que sobrevivió al escrutinio teórico y experimental durante siglos. Pero nunca había sido validado a escalas de longitud más pequeñas, solo accesibles con energías absurdamente altas, y no intentaba explicar la estructura básica de las redes ni las reglas que las gobernaban Gisela quena saber de dónde venían esos detalles. Quería entender el universo en su nivel más profundo, tocar la belleza y la sencillez que subyacían a todas las cosas.

Por eso iba a participar en la Inmersión de Planck.

El mensajero volvió a captar su atención. Irradiaba etiquetas que indicaban que venía en nombre del alcalde de Cartan: software inconsciente que se encargaba del mantenimiento de las buenas relaciones con otras polis, cumpliendo con el protocolo y suavizando los pequeños conflictos en los casos en que no existían conexiones reales entre ciudadanos. Cartan había orbitado alrededor de Chandrasekhar, a noventa y siete años luz de la Tierra, durante casi tres siglos (y en la actualidad se encontraba aún más lejos del resto de las polis exploradoras), así que Gisela no era capaz de imaginarse qué tareas diplomáticas tan urgentes podían ocupar al alcalde, y mucho menos por qué tenía que hablar con ella.

Le envió una etiqueta de activación al mensajero. Éste, respetando la continuidad estética del entorno, salió corriendo por las dunas y se detuvo delante de ella levantando una ligera nube de polvo.

—Estamos en proceso de recepción de dos visitantes de la Tierra.

Gisela se quedó atónita.

—¿De la Tierra? ¿De qué polis?

—Atenea. El primero acaba de llegar; el segundo seguirá en tránsito noventa minutos más.

Gisela nunca había oído hablar de Atenea, pero noventa minutos por persona le pareció que no auguraba nada bueno. Todo lo significativo de un ciudadano individual se podía comprimir en menos de un exabyte y enviar como una ráfaga de rayos gamma de unos cuantos milisegundos. Si querías simular un cuerpo de carne entero —célula a célula, redundantes vísceras incluidas—, era una excentricidad bastante inofensiva, pero arrastrar los detalles microscópicos de tu propio intestino delgado noventa y siete años luz era pura afectación.

—¿Qué sabes sobre Atenea? Resumiendo.

—Fue fundada en 2312, mediante una carta en la que se establecía el propósito de «recuperar las virtudes perdidas de los carnosos». En los foros públicos sus ciudadanos han mostrado poco interés en la realidad ajena a su propia polis, aparte de la historia y del arte carnosos, pero participan en algunas actividades culturales contemporáneas entre polis.

—¿Entonces por qué han venido aquí estos dos? —Gisela sonrió—. Si son refugiados del aburrimiento, ¿no crees que podían haber pedido asilo un poco más cerca de casa?

El alcalde la entendió de forma literal.

—No han adoptado la ciudadanía cartana; han entrado en la polis sólo con privilegios de visitante. En el preámbulo a su transmisión declararon que su objetivo al venir aquí era presenciar la Inmersión de Planck.

—Presenciar, ¿no participar?

—Eso dijeron.

Desde casa podían presenciar lo mismo que cualquiera que estuviera en Cartan y no participara. El equipo de la Inmersión había estado retransmitiéndolo todo: estudios, esquemas, simulaciones, discusiones técnicas, debates metafisicos. Todo se hizo público desde el primer momento, cuando la idea surgió a raíz de unas cuantas bromas y experimentos mentales sin importancia, unos años después de empezar a orbitar alrededor del agujero negro. Pero al menos ahora Gisela sabía por qué el alcalde la había elegido a ella; se había presentado voluntaria para responder a cualquier consulta sobre la Inmersión que no pudiera responderse de forma automática con los recursos disponibles al público. Hasta ahora nadie parecía haber echado en falta ni un solo detalle importante en los informes.

—El primero, ¿sigue suspendido?

—No. Se despertó nada más llegar.

Eso era todavía más raro que el exceso de equipaje. Si viajabas con alguien, ¿por qué no retrasar la activación hasta que tu compañero te alcanzara? O mejor aún, ¿empaquetarse como bits intercalados?

—¿Pero sigue en la sala de llegadas?

—Sí.

Gisela dudó.

—¿No debería esperar a que acabara de llegar el otro? Así podría darles la bienvenida juntos.

—No.

El alcalde parecía seguro sobre este punto. Gisela deseó que el protocolo entre las polis permitiera que el software inconsciente hiciera las veces de anfitrión; se sentía muy mal preparada para el papel. Pero si empezaba a preguntarle a la gente, a buscar consejo y a estudiar en profundidad la cultura de Atenea, para cuando estuviera lista lo más probable es que los visitantes ya hubieran visto Cartan y se hubiesen vuelto a casa.

Se armó de valor y saltó.

La última persona que había rediseñado a su antojo la sala de llegadas la había convertido en un muelle de madera rodeado por un océano gris azotado por el viento. El primero de los dos visitantes seguía esperando pacientemente al borde del muelle, lo que no estaba mal; el muelle no se acababa nunca en la otra dirección y andar unos cuantos kilodeltas para nada podría haber sido un poco desalentador. Un marcador de posición estático representaba a su compañero de viaje, aún en tránsito. La anatomía de ambos iconos era sumamente realista, iban vestidos y se distinguía con claridad que uno era masculino y eí otro femenino. El que no estaba paralizado, el femenino, tenía un aspecto mucho más joven. El icono de Gisela era más estilizado y su superficie, ya fuera «piel» o «ropa» —ambas podían tener sentido del tacto si así lo deseaba—, lucía una textura de lineas de reflexión difusa que estaba lejos de ajustarse a las propiedades ópticas de cualquier sustancia real.

—Bienvenida a Cartan. Soy Gisela.

Le tendió la mano y el visitante se acercó y se la estrechó; aunque era probable que ambas acciones, la que percibió y la que realizó, no tuvieran nada que ver y fueran retraducidas mediante una interlingua gestual.

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