—¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! —gritó un exuberante Vikram.
Agarró el icono de la Cartan Null y lo lanzó a un mapa del espacio-tiempo en torno a Chandrasekhar. Esto activó un estallido de rayos gamma que partió de la polis hasta una sonda con una órbita de ocho M; desde aquí, los datos se tradujeron en nanomáquinas diseñadas para recrearlos en una forma activa y fotónica; y esas nanomáquinas se unieron al chorro que caía en cascada en el agujero.
Sobre el mapa y a medida que se acercaba a la capa de dos M, el icono de caída libre se posicionó en una línea de universo vertical «estática». Fracciones sucesivas de tiempo constante en el marco estático que estaba fuera del agujero nunca llegaban a cruzar el horizonte, se limitaban a pegarse a él; de acuerdo con una definición, las nanomáquinas tardarían literalmente un tiempo infinito en entrar en Chandrasekhar.
De acuerdo con otra, la Inmersión había concluido. En su propio marco, las nanomáquinas habrían tardado menos de un milisegundo y medio en caer desde la sonda hasta el horizonte, y un poco más en llegar al punto desde el que se lanzó la Cartan Null. Y por mucho tiempo subjetivo que hubieran experimentado los Saltadores, por muchos cálculos que se hubiesen hecho en el camino, toda la región de espacio que contenía la Cartan Null habría sido aplastada contra la singularidad unos cuantos microsegundos más tarde.
—Si los saltadores escaparon del agujero utilizando el efecto túnel, habría una paradoja, ¿verdad?
Gisela se dio la vuelta; no se había dado cuenta de que Cordelia estaba detrás de ella.
—Cuando emergieran, no habrían caído todavía; así que podrían bajar en picado y agarrar las nanomáquinas, evitando sus propios nacimientos.
La idea parecía perturbarla.
—Sólo si el efecto túnel los colocó cerca del horizonte —dijo Gisela—. Si aparecieron más lejos, digamos aquí en Cartan, ahora mismo, ya llegarían demasiado tarde. Las nanomáquinas habrían dispuesto de una ventaja excesiva; el hecho de que en nuestro marco de referencia prácticamente no se muevan no las convierte en un objetivo fácil si las vas persiguiendo. Incluso a la velocidad de la luz, nada podría atraparlas desde aquí.
Esto pareció animar un poco a Cordelia.
—¿Entonces escapar no es imposible?
—Bueno...
Gisela pensó en enumerar algunos de los demás problemas, pero entonces se le ocurrió que tal vez la pregunta tenía que ver con algo completamente distinto.
—No. No es imposible.
Cordelia le dedicó una sonrisa cargada de complicidad.
—Qué bien.
—¡Acudid! —vociferó Próspero—. ¡Acudid ahora y escuchad
La balada de la Cartan NulU
—Creó un podio, que surgió bajo sus pies.
Timón se acercó con sigilo a Gisela y le susurró:
—Como saque un laúd, mando mis sentidos a otra parte.
No lo sacó. El verso blanco fue recitado sin acompañamiento musical. Sin embargo, el contenido era aún peor de lo que Gisela se temía. Próspero había ignorado todo lo que ella y los demás le habían contado. En su versión de los hechos «la tripulación de Caronte» se adentró en el «abismo de la gravedad» por razones que se había sacado de la manga: para escapar, respectivamente, de un romance frustrado/una venganza por un crimen innombrable/el hastío de la longevidad; para resucitar a un antepasado carnoso desparecido; para entrar en contacto con «los dioses». Las preguntas universales que los saltadores esperaban contestar en realidad —la estructura del espacio-tiempo a la escala de Planck, los fundamentos de la mecánica cuántica— ni siquiera eran mencionadas.
Gisela miró a Timón, pero éste parecía que se tomaba extremadamente bien la noticia de que su única versión se había escapado a Chandrasekhar para evitar el castigo por una atrocidad indecible; su cara denotaba perplejidad, pero no parecía enfadado.
—Este hombre vive en el infierno —dijo suavemente—. En toda su vida no verá otra cosa que mucosidad en la visera.
El público permaneció en silencio cuando Próspero empezó a «describir» la Inmersión misma. Timón se puso a mirar fijamente el suelo sonriendo divertido. La expresión de Tiet era de aburrimiento imparcial. Vikram no dejaba de mirar furtivamente una pantalla que tenía detrás, comprobando si la débil radiación gravitatoria emitida por las nanomáquinas que entraban en el agujero seguía concordando con sus predicciones.
Fue Sachio quien finalmente perdió el control y le interrumpió furioso:
—¿La Cartan Null es una especie de imagen fantasmal de un entorno, llena de iconos fantasmales, que flota por el vacío adentrándose en el agujero?
Más que indignado, Próspero parecía sorprendido por la interrupción.
—Es una ciudad de luz. Translúcida, etérea...
La lechuza en el cráneo de Sachio resopló un montón de plumas.
—Ningún estado de ningún fotón se parecería a eso. Lo que usted describe no podría existir nunca y en el caso de que existiera, no podría ser consciente.
Sachio había trabajado décadas en el problema de dotar a la Cartan Null de libertad para procesar datos sin alterar la geometría a su alrededor.
Próspero abrió los brazos en un gesto conciliador.
—La narración de una búsqueda arquetípica tiene que mantenerse simple. Llenarla de detalles técnicos...
Sachio inclinó ligeramente la cabeza, las puntas de los dedos en la frente, descargando información de la biblioteca de la polis. —¿Tiene idea de lo que es una narración arquetípica? —Un mensaje de los dioses, o de las profundidades del alma; ¿quién sabe? Pero en ella se encierran los más profundos y misteriosos...
—Es el producto de unos cuantos atractores aleatorios en la neurofisiología carnosa —le interrumpió Sachio con impaciencia—. Siempre que una historia más compleja o sutil se propagaba oralmente, termina degenerando en una narrativa arquetípica. Una vez inventada la escritura, eran única y exclusivamente creadas de forma deliberada por carnosos que no podían entender lo que eran. Si todas las grandes esculturas de la antigüedad se hubiesen caído en un glaciar, a estas alturas se habrían visto reducidas a una serie predecible de guijarros esferoidales; eso no hace del guijarro esferoidal la cumbre de la disciplina. Lo que usted ha creado no sólo no tiene nada de verdad, tampoco tiene ningún mérito estético.
Próspero se quedó atónito. Paseó la mirada por la habitación, expectante, como si esperase que alguien hablara en defensa de la balada.
Nadie dijo nada.
Se había acabado: el fin de la diplomacia. Gisela habló en privado con Cordelia, susurrándole con urgencia:
—¡Quédate en Cartan! ¡Nadie te puede obligar a marcharte! Cordelia se volvió hacia ella claramente asombrada. —Pero pensaba...
Se quedó callada, reconsiderando algo, ocultando su sorpresa.
Luego dijo:
—No puedo quedarme.
—¿Por qué no? ¿Qué te lo impide? No puedes quedarte atrapada en Atenea.
Gisela se contuvo; por muy raro que fuera lo que la ataba al lugar, menospreciarlo no serviría de mucho. Próspero refunfuñaba sin dar crédito: —¡Ingratitud! ¡Ingratitud abyecta!
Cordelia lo observó con tristeza y cariño al mismo tiempo. —No está preparado.
Se volvió hacia Gisela y le habló claramente:
—Atenea no va a durar siempre. Ese tipo de polis se forman y decaen; hay demasiadas posibilidades reales para que la gente se aferre un siglo tras otro a una cultura santificada de forma arbitraria. Pero él no está preparado para la transición; ni siquiera se da cuenta de que no hay otra alternativa. No puedo abandonarlo ahora. Va a necesitar que alguien le ayude a superarlo.
De repente sonrió traviesa.
—Pero me he ahorrado dos siglos de espera. Por lo menos el viaje ha servido para eso.
Por un momento Gisela no supo qué decir, avergonzada ante la fuerza del amor de esta niña. Luego le envió a Cordelia una serie de etiquetas.
—Son referencias a las mejores bibliotecas de la Tierra. Ahí encontrarás el material de verdad, no una versión descafeinada de la física carnosa.
Próspero hizo desaparecer el podio y volvió a estar en el suelo.
—¡Cordelia! Ven conmigo. ¡Dejemos a estos bárbaros en la oscuridad que se merecen!
Aunque sentía gran admiración por la lealtad de Cordelia, a Gisela no dejaba de entristecerle su decisión.
—Perteneces a Cartan —dijo con torpeza—. Tendría que haber sido posible. Tendríamos que haber encontrado la forma.
Cordelia negó con la cabeza: ni fracaso, ni remordimientos.
—No te preocupes por mí. Hasta ahora he sobrevivido a Atenea; creo que puedo aguantar hasta el final. Todo lo que me has enseñado, todo lo que he hecho aquí, me será de gran ayuda. —Apretó la mano de Gisela—. Gracias.
Se unió a su padre. Próspero creó un portal que daba acceso a un camino de baldosas amarillas que cruzaba las estrellas. Lo franqueó y Cordelia lo siguió.
Vikram se apartó de la impronta de la onda gravitatoria y preguntó sutilmente:
—Muy bien, ahora podéis confesarlo: ¿quién añadió el exabyte adicional?
—¡Liiiiiibre!
Cordelia se puso a dar saltos por el entorno de control de la Cartan Null, una larga plataforma que flotaba en un túnel de diagramas de Feynman ordenados por colores, que surcaban la oscuridad como el rastro de mil millones de chispas que chocan y se desintegran.
La reacción instintiva de Gisela habría sido llevársela a un rincón y gritarle a la cara: «¡Suicídate ahora mismo! ¡Acaba con esto ahora!». Una ramificación breve, eliminada antes de que hubiera tiempo para una divergencia de la personalidad, apenas contaba como una vida real y una muerte real. Sólo sería un sueño olvidado, nada más
Pero ese análisis no se sostenía. Desde el instante en que fue consciente, esta Cordelia había sido una persona completamente distinta: la que había dejado Atenea para siempre, la que había escapado. Su yo ampliado había invertido demasiado en este clon para tratarlo como un error y darlo por vencido. Más allá de lo que pudiera esperar para sí mismo, el clon sabía perfectamente lo que su existencia significaba para el original. Traicionar eso, aunque nunca pudiera descubrirse, sería impensable.
—No le diste falsas esperanzas, ¿verdad? —dijo Tiet cortante.
Gisela repasó sus conversaciones.
—No creo. Tiene que saber que sobrevivir es prácticamente imposible.
Vikram pareció preocupado.
—Puede que haya planteado nuestro argumento con demasiada vehemencia. Debe pensar que los mismos descubrimientos le bastarán, pero no estoy seguro de que vaya a ser así.
Timón suspiró impaciente.
—Está aquí. Eso es irreversible; no tiene sentido agobiarse por ello. Lo único que podemos hacer es darle la oportunidad de sacarle lo que pueda a la experiencia.
A Gisela le vino a la cabeza un pensamiento aterrador.
—Los datos extra no nos habrán sobrecargado, ¿verdad? ¿No nos impedirán el acceso al dominio computacional completo?
Cordelia se había comprimido como un programa mucho más ligero que la versión que había enviado desde la Tierra, pero aun así se trataba de una carga inesperada.
Sachio dio un ruido con indignación.
—¿Tan mal piensas que hago mi trabajo? Sabía que alguien traería más de lo que había prometido; dejé un margen de seguridad de cien veces lo acordado. Un polizón no cambia nada.
Timón le tocó el brazo a Gisela.
—Mira.
Por fin Cordelia se había tranquilizado lo bastante como para empezar a examinar su entorno. Los haces primarios, la infraestructura para todos los cálculos, ya se habían desplazado al azul y se habían convertido en rayos gamma, y los fotones que colisionaban estaban creando pares de electrones y positrones relativistas. Además, un rango de haces experimentales con longitudes de onda más cortas exploraban la física a escalas de longitud diez mil veces más pequeñas; la física que se aplicaría a los haces primarios aproximadamente una hora subjetiva más tarde. Cordelia encontró la ventana con los resultados principales de estos haces. Se dio la vuelta y gritó:
—¡Demasiados mesones llenos de quarks top y bottom, pero nada fuera de lo previsto!
—¡Bien!
Gisela notó cómo empezaba a deshacérsele el nudo de culpabilidad y ansiedad que sentía. Cordelia había elegido la Inmersión libremente, como todos los demás. Para ella había sido una decisión difícil, pero eso no era motivo para asumir que se iba a arrepentir.
—Vale, tenías razón —dijo Timón—. Me equivoqué. Está claro que ha conseguido escapar del influjo de Atenea.
—Sí. Al traste con tu teoría de las superficies meméticas cerradas. —Gisela se rió—. Lástima que sólo fuera una metáfora.
—¿Por qué? Pensé que te encantaría que lo consiguiera.
—Y estoy encantada. Sólo que es una pena que no nos diga nada sobre nuestras propias posibilidades de escapar.
Cada órbita les daba treinta minutos de tiempo subjetivo, mientras que la longitud y las escalas temporales reales de la Cartan Null se reducían cien veces. Sachio y Tiet escrutaban el funcionamiento de la polis, comprobando una y otra vez la integridad del «equipamiento» según iban entrando nuevas especies de partículas en los trenes de pulsos. Timón revisó varios métodos para recircular la información hacia nuevos modos en caso necesario. Gisela se esforzaba por poner al día a Cordelia, y Vikram, cuya principal tarea habían sido las nanomáquinas, le echaba una mano.
Los haces de longitud de onda más corta seguían recapitulando los resultados de antiguos experimentos realizados con aceleradores de partículas; los tres juntos estudiaban detenidamente los datos. Gisela lo resumió lo mejor que pudo:
—La carga y los demás números cuánticos generan una especie de ángulo entre las líneas de universo de estas redes, igual que hace el espín, pero en este caso actúan como ángulos en un espacio de cinco dimensiones. A baja energía lo que se ve son tres subespacios separados, que corresponden al electromagnetismo y a las interacciones débil y fuerte.
—¿Por qué?
—Un accidente en las primeras fases del universo con bosones de Higgs. Deja que te lo dibuje...
No había tiempo para abordar todas las sutilezas de la física de partículas, aunque de todas formas, para la Cartan Null, muchos de los problemas que eran cruciales fuera de Chandrasekhar se estaban con virtiendo en meras especulaciones. Mientras hablaban, las simetrías rotas se estaban restaurando conforme la energía cinética en aumento hacía que las diferencias en la masa en reposo fueran insignificantes. La polis mutaba rápidamente en un híbrido de todos los tipos de partícula posibles; lo que iba a regir su futuro no iba a ser la teoría de ninguna de las fuerzas por separado, sino la naturaleza misma de la mecánica cuántica.