Lobos (52 page)

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Authors: Donato Carrisi

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Lobos
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—No veo el momento.

—El mundo da asco, agente Vasquez.

—¿Ese conocimiento le viene de alguna experiencia en particular? Porque siento mucha curiosidad por saberlo…

Mosca no respondió a su provocación; le gustaba esa clase de sarcasmo.

—Lo que está ocurriendo en estos días, lo que nos está haciendo descubrir su… ¿Cómo lo han llamado? —Albert.

—Bueno, lo que ese maníaco ha llevado a cabo con tanta maestría puede compararse con un pequeño apocalipsis… Sabe qué es el apocalipsis, ¿verdad, agente Vasquez? Según la Biblia, es el fin de los tiempos, en el que se muestran los pecados de los hombres para poder juzgarlos. El bastardo de Albert nos está haciendo asistir a tantos horrores que a estas horas el mundo entero, y no sólo esta nación, tendría que pararse por lo menos un momento a reflexionar… En cambio, ¿sabe qué está sucediendo?

Mosca no acababa, así que Mila se lo preguntó:

—¿Qué sucede?

—Nada. Absolutamente nada. ¡La gente continúa matando ahí fuera, robando, arrollando al prójimo como si no pasara nada! ¿Cree que los asesinos se han detenido o que los ladrones están haciendo examen de conciencia? Le pondré un ejemplo concreto: esta misma mañana, dos policías judiciales han llamado a la puerta de un condenado que había salido hace poco de la cárcel por buena conducta. Estaban allí porque ese señor había olvidado presentarse en la comisaría de la zona para su firma habitual. ¿Y sabe qué ha hecho ese tipo? Ha empezado a disparar. Así, sin motivo alguno. Ha herido gravemente a uno de los policías y ahora está atrincherado en esa maldita casa, disparando sobre todo aquel que intente acercarse. ¿Por qué, según usted?

—No lo sé —se vio obligada a admitir Mila.

—Ni yo tampoco. ¡Pero ahora uno de los nuestros está luchando entre la vida y la muerte en una cama de hospital, y mañana yo tendré que inventarme una justificación para una pobre viuda que me preguntará por qué su marido ha muerto de un modo tan absurdo! —Luego añadió tranquilamente—: El mundo da asco, agente Vasquez. Y Klaus Boris es culpable. Fin de la historia. Si yo fuera usted, lo creería.

Terence Mosca le dio la espalda, se metió una mano en el bolsillo y salió dando un portazo.

—Yo no sé nada, y eso son estupideces —estaba diciendo Boris con calma. Después del arrebato inicial, había empezado a dosificar sus fuerzas para las difíciles horas que le esperaban.

Mila estaba cansada de aquella escena. Cansada de tener que volver siempre a revisar su opinión sobre la gente. Ése era el mismo Boris que le había hecho la corte cuando llegó. El mismo que le había llevado croissants calientes y café, y que le había regalado la parka cuando tenía frío. Del otro lado del espejo todavía estaba el colega con el que había solucionado gran parte de los misterios de Albert. El grandullón simpático y un poco torpe, que era capaz de emocionarse cuando hablaba de sus compañeros.

El equipo de Goran Gavila se había roto en mil pedazos. Con él también se había desbaratado la investigación, y se había hecho añicos la esperanza de salvar a la pequeña Sandra, que ahora, en alguna parte, estaba agotando las pocas energías que todavía la mantenían con vida. Al final no moriría a manos de un asesino en serie de nombre inventado, sino por el egoísmo y los pecados de otros hombres y otras mujeres.

Ése era el mejor final que Albert pudiera imaginar.

Mientras pensaba en todo eso, Mila vio el rostro de Goran reflejado en el cristal que tenía delante. Estaba a su espalda, pero no miraba hacia la sala de interrogatorios. En el reflejo, buscaba sus ojos.

Mila se volvió. Se miraron largo rato en silencio. Los unía el mismo desaliento, la misma aflicción. Fue natural acercarse a él, cerrar los ojos y buscar sus labios. Hundir los suyos propios en su boca, y ser correspondida.

Llovía agua sucia sobre la ciudad. Inundaba las calles, anegaba las alcantarillas, era absorbida por las cañerías que luego la expulsaban sin parar. El taxi los llevó a un pequeño hotel cerca de la estación. La fachada estaba ennegrecida por la contaminación y las persianas siempre cerradas, porque quien se detenía allí no tenía tiempo de abrirlas.

Había un constante ir y venir de gente. Y las camas se rehacían continuamente. En los pasillos, camareros insomnes empujaban chirriantes carritos llenos de ropa y pastillas de jabón. Las bandejas con el desayuno llegaban a todas horas. Había gente que sólo se detenía allí para darse una ducha y cambiarse de ropa. Y quien iba a hacer el amor.

El portero les entregó la llave de la habitación 23.

Subieron en el ascensor sin decirse una palabra, cogidos de la mano. Pero no como amantes, sino como dos personas que tienen miedo de perderse.

En la habitación, muebles desparejados, ambientador en spray y olor de nicotina rancia. Se besaron de nuevo, pero esta vez con más intensidad, como si quisieran deshacerse de algunos pensamientos antes que de la ropa.

Él apoyó una mano en uno de sus pequeños pechos. Ella cerró los ojos.

La luz del cartel de un restaurante chino se filtraba en la estancia brillante por la lluvia, y recortaba sus sombras en la oscuridad.

Goran empezó a desnudarla. Mila lo dejó hacer, esperando su reacción. Primero descubrió su vientre plano, luego subió besándola hacia el torso.

La primera cicatriz apareció a la altura de la cadera. Le quitó el jersey con una gracia infinita. Y también vio las demás.

Pero sus ojos no se detuvieron. La tarea correspondía a los labios.

Con gran sorpresa para Mila, él empezó a recorrer aquellos viejos cortes sobre su piel con besos lentos. Como si de alguna manera quisiera curárselos.

Cuando le quitó los vaqueros, repitió la operación en las piernas. Allí donde la sangre todavía estaba fresca, o apenas coagulada, donde la hoja de afeitar se había hundido recientemente, abriendo la carne viva.

Mila pudo experimentar de nuevo todo el sufrimiento que había sentido cada vez que había infligido aquel castigo a su alma a través de su cuerpo. Pero, junto a ese viejo dolor, ahora había algo dulce.

Como el cosquilleo de una herida que se cierra, que es al mismo tiempo punzante y agradable.

Luego le tocó a ella desvestirlo; lo hizo como cuando se le quitan los pétalos a una flor. También él llevaba sobre la piel las señales del sufrimiento. Un torso demasiado delgado, excavado lentamente por la desesperación, los huesos salidos donde la carne se había consumido por la tristeza.

Hicieron el amor con un ímpetu extraño, lleno de rabia, de cólera, pero también de urgencia. Como si cada uno hubiera querido con ese acto verterse por completo en el cuerpo del otro. Y por un instante incluso lograron olvidar.

Cuando todo acabó, se quedaron uno junto al otro —separados pero todavía unidos—, siguiendo el ritmo de sus propias respiraciones. Entonces la pregunta llegó disfrazada de silencio. Sin embargo, Mila pudo verla mientras aleteaba sobre ellos como un pájaro negro.

Concernía a los orígenes del mal, de su mal.

Ese que primero se imprimía sobre la carne y luego trataba de esconder con la ropa.

Y, fatalmente, el interrogante también se entrelazaba con la suerte de una niña, Sandra. Mientras ellos intercambiaban ese sentimiento, ella —en alguna parte, cerca o lejos— se estaba muriendo.

Adelantándose a sus palabras, Mila se lo explicó:

—Mi trabajo consiste en hallar a personas desaparecidas. Sobre todo niños. Algunos de ellos están fuera incluso años enteros, y luego no recuerdan nada. No sé si eso es bueno o malo, pero quizá sea el aspecto de mi profesión que me proporciona más problemas…

—¿Por qué? —preguntó Goran, partícipe.

—Porque cuando me cuelo en la oscuridad para sacar a alguien fuera, siempre es necesario encontrar un motivo, una razón fuerte que me conduzca de nuevo hacia la luz. Es una especie de cable de seguridad para volver atrás. Porque, si hay algo que he aprendido, es que la oscuridad te llama, te seduce con su vértigo. Y es difícil resistirse a la tentación… Cuando ya estoy fuera junto a la persona que he salvado, me doy cuenta de que no estamos solos. Siempre hay algo que ha venido con nosotros de dentro del agujero negro, pegado a los zapatos. Y es difícil desembarazarte de ello.

Goran se volvió para mirarla a los ojos.

—¿Por qué me estás contando todo esto?

—Porque es de la oscuridad de donde vengo. Y es a la oscuridad donde tengo que regresar de vez en cuando.

38

Está apoyada contra la pared con las manos a la espalda, en la sombra. ¿Cuánto hace que está ahí, mirándola?

Entonces decide llamarla.

—Gloria…

Y ella se acerca.

Tiene la habitual curiosidad en la mirada, pero esta vez hay algo diferente. Una sombra de duda.

—Me he acordado de una cosa… Una vez tenía un gato. —Yo también tengo uno: se llama Houdini. —¿Es bonito?

—Es malo. —Pero en seguida comprende que no es ésa la respuesta que la niña quiere de ella, y se corrige—; Sí. Tiene el pelo blanco y marrón; duerme todo el día y siempre tiene hambre.

Gloria piensa un instante, luego todavía pregunta:

—¿Por qué crees que yo olvidé a mi gato?

—No lo sé.

—Estaba pensando que… si me he olvidado de él, entonces tal vez tampoco recuerde muchas otras cosas. Quizá cómo me llamo realmente.

—A mí, «Gloria» me gusta —la anima ella, pensando en la reacción que tuvo cuando le dijo que su verdadero nombre era Linda Brown—. Gloria…

—¿Sí?

—¿Quieres hablarme de Steve?

—Steve nos quiere. Y pronto tú también lo querrás a él.

—¿Por qué dices que nos ha salvado?

—Porque es verdad. Lo ha hecho.

—Yo no necesitaba que me salvara.

—Tú no lo sabías, pero estabas en peligro.

—¿Es Frankie el peligro?

Gloria tiene miedo de ese nombre. Está indecisa. No sabe si hablar o no. Valora bien la situación, luego se acerca más a la cama y habla en voz baja.

—Frankie quiere hacernos daño. Nos está buscando. Por eso tenemos que permanecer aquí escondidas.

—Yo no sé quién es Frankie y por qué debería querer hacerme daño.

—No quiere hacernos daño a nosotras, sino a nuestros padres.

—¿A mis padres? ¿Y por qué?

No puede creerlo, le parece una historia absurda. En cambio, Gloria está convencida de ello.

—Nuestros padres le han hecho una jugada, asuntos de dinero.

Una vez más, de su boca ha salido una frase que parece prestada y aprendida de memoria.

—Mis padres no le deben dinero a nadie.

—En cambio, mi madre y mi padre están muertos. Frankie ya los ha matado. Ahora está buscándome a mí para acabar el trabajo. Pero Steve está seguro de que no me encontrará nunca si me quedo aquí.

—Gloria, escúchame…

De vez en cuando, Gloria se extravía, y es necesario ir a buscarla allí donde esté con sus pensamientos.

—Gloria, estoy hablando contigo…

—Sí, ¿qué pasa?

—Tus padres están vivos. Recuerdo que los vi en la televisión hace poco: estaban en un programa de entrevistas y estaban hablando de ti. Te felicitaban por tu cumpleaños.

La niña no parece afectada por esa revelación. Pero ahora empieza a considerar la eventualidad de que todo ello sea cierto.

—Yo no puedo ver la tele. Sólo las cintas que dice Steve.

—Steve. Steve es el malo, Gloria. Frankie no existe. Es sólo una invención suya para mantenerte aquí prisionera.

—Él existe.

—Piensa: ¿lo has visto alguna vez?

Gloria piensa.

—No.

—Entonces, ¿por qué lo crees?

Aunque Gloria tiene su misma edad, demuestra muchos menos que sus doce años. Es como si su cerebro hubiera dejado de crecer y se hubiera detenido cuando tenía nueve. Cuando, de hecho, Steve secuestró a Linda Brown. Por ese motivo siempre necesita reflexionar sobre las cosas un poco más.

—Steve me quiere —repite, aunque parece estar autoconvenciéndose de ello.

—No, Gloria. Él no te quiere.

—Entonces dices que, si intento salir de aquí, ¿Frankie no me matará?

—£50 no sucederá nunca. Además, saldremos juntas, no estarás sola.

—¿Vendrás conmigo?

—Sí. Pero tenemos que encontrar un modo de escapar de Steve.

—Pero tú estás mal.

—Lo sé. Y ya no logro mover el brazo.

—Está roto.

—¿Cómo sucedió? No me acuerdo…

—Os caísteis juntos por la escalera cuando Steve te trajo aquí. Él se enfadó mucho por eso. No quiere que te mueras, o no podrá enseñarte cómo tienes que quererlo. Es muy importante, ¿sabes?

—Yo no lo querré nunca.

Gloria se toma algunos segundos de tiempo.

—Me gusta el nombre de Linda.

—Me alegro de que te guste, porque ése es tu verdadero nombre.

—Entonces, tú puedes llamarme así…

—Está bien, Linda —dice recalcándolo, y le sonríe—. Ahora somos amigas.

—¿De verdad?

—Cuando dos personas se intercambian sus nombres se convierten en amigas, ¿nadie te lo ha dicho nunca?

—Yo ya sabía cómo te llamas… Tú eres Maria Elena. —Sí, pero todos mis amigos me llaman Mila.

39

—Aquel bastardo se llamaba Steve, Steve Smitty.

Mila pronunció el nombre con desprecio, mientras Goran la cogía de la mano sobre la cama de una plaza y media del hotel.

—Sólo era un tipo torpe que no había conseguido nada en la vida. Pasaba de un trabajo estúpido a otro, y ni siquiera lograba que le duraran más de un mes. La mayor parte del tiempo estaba desocupado. A la muerte de sus padres había heredado una casa, aquella en la que nos tenía prisioneras, y el dinero de un seguro de vida. ¡No mucho, pero suficiente como para llevar a cabo su «gran plan»!

Lo dijo con un énfasis exagerado. Después sacudió la cabeza sobre la almohada, pensando en lo absurda que era aquella historia.

—A Steve le gustaban las chicas, pero no se atrevía a acercarse a ellas porque tenía el pene tan pequeño como un meñique y temía que se burlaran de él. —Una sonrisa burlona y reivindicativa atravesó por un instante su rostro—. Así que empezó a interesarse por las niñas, convencido de que con ellas tendría más éxito.

—Recuerdo el caso de Linda Brown —dijo Goran—. Yo acababa de obtener la primera cátedra en la universidad. Pensé que la policía había cometido muchos errores.

—¿Errores? ¡Se hicieron un verdadero lío! ¡Steve era un vago inexperto, dejaba un montón de huellas y de testigos! Ellos no fueron capaces de encontrarlo en seguida, y luego dijeron que era muy listo. Pero ¡en realidad sólo era un idiota! Un idiota con mucha suerte…

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