El nuevo fenómeno editorial europeo, un thriller de lectura adictiva que reinventa las reglas del juego. Creer que este libro esté inspirado casi en la realidad es difícil. Aceptarlo es imposible. Pero es la pura verdad.
El criminólogo Goran Gavila y el equipo de homicidios se enfrentan a un caso perturbador: se han hallado enterrados los brazos derechos correspondientes a niñas desaparecidas durante la última semana. Sin embargo, las desaparecidas eran 5 y se han encontrado 6 brazos. El equipo pronto halla los cadáveres de las cinco niñas identificadas, pero creen que la sexta sigue con vida. Mila Vasquez, investigadora especializada en personas desaparecidas, entra en escena y, junto con Goran, van a la caza del culpable. Sin embargo, el asesino al que se enfrentan no se parece a nada de lo que han visto antes, y cada vez que creen estar acercándose al culpable, en realidad no hacen sino seguir con el plan concebido por una mente despiadada y brillante.
Donato Carrisi
Lobos
ePUB v1.0
AlexAinhoa02.09.12
Título original:
Il suggeritore
Donato Carrisi, 09/09/2009.
Traducción: Manuel Manzano Gómez
Editor original: AlexAinhoa (v1.0)
ePub base v2.0
CÁRCEL DE DISTRITO PENITENCIARIO N.º 45
Informe del director, Sr. Alphonse Bérenger
23 de noviembre del año en curso
A la atención de la oficina del procurador general, J. B. Marin
Asunto: CONFIDENCIAL
1Apreciado señor Marin:
Me permito escribirle para referirle el extraño caso de un detenido.
El sujeto en cuestión tiene el número de registro RK-357/9» Ya sólo nos referimos a él de este modo, a la vista de que nunca ha querido procurarnos sus datos personales.
la detención por parte de la policía tuvo lugar el 22 de octubre. El hombre vagaba de noche, solo y desnudo, por una carretera rural de la región de HHI^H.
La comprobación de las huellas digitales con las contenidas en los archivos ha excluido su implicación en delitos precedentes o en crímenes no resueltos. Sin embargo, su reiterado rechazo a revelar la propia identidad, incluso delante de un juez, le ha costado una condena de cuatro meses y dieciocho días de reclusión.
Desde el mismo momento en que llegó a la penitenciaría, el detenido RK-357/9 nunca ha dado señales de insubordinación, sino que se ha mostrado siempre respetuoso con el reglamento carcelario. Además, el individuo es de índole solitaria y poco propenso a socializar.
Quizá también por eso nadie se había dado cuenta de su particular comportamiento, recientemente descubierto sólo por uno de nuestros carceleros.
El detenido RK-357/9 limpia y repasa con un paño de fieltro todos los objetos con los que entra en contacto, recoge cada uno de los pelos que pierde a diario, lustra a la perfección los cubiertos y el inodoro cada vez que los usa.
Así pues, o bien estamos ante un maníaco de la higiene o, mucho más probablemente, ante un individuo que quiere evitar a toda costa dejar "material orgánico".
Albergamos, por consiguiente, la seria sospecha de que el detenido RK-357/9 haya cometido algún crimen de particular gravedad y quiera impedirnos conseguir su ADK para identificarlo.
Hasta hoy, el sujeto ha compartido la celda con otro preso, que lo ha favorecido ciertamente para confundir las propias huellas biológicas. Sin embargo, le informo que como primera medida hemos suprimido tal condición de promiscuidad, aislándolo.
Así pues, remito este comunicado a su despacho con el objeto de proceder con la adecuada investigación y solicitar, si fuera necesario, una medida de urgencia del tribunal que obligue a efectuar un análisis de ADH al detenido RK-357/9.
Todo ello teniendo en cuenta el hecho de que, dentro de exactamente ciento nueve días (el 12 de marzo), el sujeto habrá terminado de cumplir condena.
Con obediencia.
Sr. Alphonse Berenger, director
Un lugar en las cercanías de W. 5 de febrero
Tenía la impresión de viajar en una gran polilla que se movía a través de la noche, haciendo vibrar sus alas polvorientas, esquivando el acecho de las montañas, inmóviles como gigantes dormidos hombro contra hombro.
Sobre ellos, un cielo de terciopelo. Debajo, el bosque, espesísimo.
El piloto se volvió hacia el pasajero y señaló un punto frente a él, abajo, un enorme agujero blanco parecido a la luminosa boca de un volcán.
El helicóptero viró en esa dirección.
Aterrizaron después de siete minutos en el arcén de la carretera estatal. La vía estaba cortada y el área acordonada por la policía. Un hombre vestido con un traje azul fue a recibir al pasajero debajo de las hélices, dominando apenas su corbata, que se agitaba enloquecida.
—Bienvenido, doctor, lo estábamos esperando —dijo en voz alta para hacerse oír por encima del ruido de los rotores.
Goran Gavila no respondió.
El agente especial Stern continuó:
—Venga, se lo explicaré por el camino.
Enfilaron un sendero accidentado, dejando a sus espaldas el ruido del helicóptero que volvía a tomar altura, reabsorbido por un cielo negro como la tinta.
La niebla descendía como un sudario, desnudando los perfiles de las colinas. Alrededor, los perfumes del bosque, mezclados y endulzados por la humedad de la noche que trepaba por la ropa, arrastrándose fría sobre la piel.
—No ha sido fácil, se lo aseguro: tiene que verlo con sus propios ojos.
El agente Stern precedía a Goran unos pasos, abriéndose camino con las manos entre los arbustos, y mientras tanto le hablaba sin mirarlo.
—Todo ha empezado esta mañana, a eso de las once. Dos chiquillos que recorren el sendero con su perro. Se adentran en el bosque, suben la colina y desembocan en el claro. El animal es un labrador y, ya sabe, a esa clase de perros les gusta escarbar… En fin, que casi enloquece porque ha olisqueado algo. Hace un agujero… y aparece el primero.
Goran trató de mantener el paso a medida que se internaban en la vegetación, cada vez más espesa, a lo largo de una pendiente que poco a poco se empinaba cada vez más. Reparó en que Stern llevaba un pequeño roto en los pantalones, a la altura de la rodilla, señal de que esa noche ya había recorrido más veces ese mismo trayecto.
—Obviamente, los chiquillos salen corriendo en seguida y avisan a la policía local —prosiguió el agente—. Éstos vienen, examinan el lugar, los detalles, buscan indicios… en fin, toda la actividad de rutina. Luego a alguien se le ocurre pensar que puede que haya más…, ¡y aparece el segundo! En ese momento nos han llamado: llevamos aquí desde las tres. Aún no sabemos todo lo que puede haber ahí debajo. Ya hemos llegado…
Frente a sí se abría un pequeño claro iluminado por focos: la boca iluminada del volcán. De repente, los perfumes del bosque se desvanecieron y ambos hombres fueron alcanzados por un hedor inconfundible. Goran levantó la cabeza, dejándose invadir por el olor. «Acido fénico», se dijo.
Y lo vio.
Un círculo de pequeñas tumbas. Y una treintena de hombres en bata blanca que excavaban bajo aquella luz halógena y marciana, provistos de pequeñas palas y pinceles para retirar delicadamente la tierra. Algunos tamizaban la hierba, otros fotografiaban y catalogaban con cuidado cada resto. Se movían a cámara lenta. Sus gestos eran precisos, calibrados, hipnóticos, envueltos en un silencio sagrado, de vez en cuando violado sólo por los pequeños estallidos de los flashes.
Goran localizó a los agentes especiales Sarah Rosa y Klaus Boris. También estaba Roche, el inspector jefe, que lo reconoció y se acercó a él en seguida, a grandes zancadas. Antes de que pudiera abrir la boca, el médico se le adelantó con una pregunta.
—¿Cuántas?
—Cinco. Cada una mide cincuenta centímetros por veinte de ancho, y otros cincuenta de profundidad… En tu opinión, ¿qué puede enterrarse en fosas así?
En todas ellas, una cosa. La misma cosa.
El criminólogo lo miró, a la espera.
La respuesta llegó:
—Un brazo izquierdo.
Goran miró a esos hombres en bata blanca atareados en ese absurdo cementerio a cielo abierto. La tierra devolvía sólo restos en descomposición, pero el origen de ese mal debía colocarse antes de ese momento suspendido e irreal.
—¿Son ellas? —preguntó Goran, aunque, esta vez, conocía la respuesta.
—Según el análisis de los cuerpos de Barr, son hembras caucásicas de entre siete y trece años de edad… Niñas.
Roche había pronunciado la frase sin inflexión alguna en la voz; como un esputo, que si lo retienes un poco más te amarga la boca.
Debby. Anneke. Sabine. Melissa. Caroline.
Había empezado veinticinco días antes, como una pequeña historia de periódico de provincias: la desaparición de una joven estudiante de un prestigioso colegio para niños ricos. Todos se habían imaginado una fuga. La protagonista tenía doce años y se llamaba Debby. Sus compañeros recordaban haberla visto salir al acabar las clases. En la residencia femenina se habían dado cuenta de su ausencia al pasar lista por la noche. Tenía toda la pinta de ser uno de esos sucesos que se ganan medio artículo en tercera página, y que luego languidecen en un breve a la espera de un previsible desenlace feliz.
Pero después había desaparecido Anneke.
Había ocurrido en un pequeño pueblo de casas de madera con una iglesia blanca. Anneke tenía diez años. Al principio pensaron que se había perdido en el bosque, adonde se aventuraba a menudo con su bicicleta de montaña. Toda la población local había participado con los grupos de búsqueda, pero sin éxito.
Antes de que pudieran darse cuenta de lo que estaba pasando realmente, había ocurrido de nuevo.
La tercera se llamaba Sabine, y era la más pequeña. Siete años. Había sucedido en la ciudad, el sábado por la tarde. Había ido con los suyos al parque de atracciones, como tantas otras familias con hijos. Allí se había montado en un caballo del tiovivo, que estaba lleno de niños. Su madre la había visto pasar la primera vez, y la había saludado con la mano. La segunda, y había repetido el saludo. Pero la tercera vez Sabine ya no estaba.
Sólo entonces alguien había empezado a pensar que tres niñas desaparecidas en el marco de tres días constituían una anomalía.
Las búsquedas se iniciaron con mucho ruido. Hubo llamamientos televisivos. En seguida se habló de uno o más maníacos, quizá una banda. En realidad no había elementos para formular una hipótesis de investigación más exacta. La policía había abierto una línea telefónica para reunir información de manera anónima. Las llamadas se contaron a cientos, para verificarlas todas se habrían necesitado meses, pero no había ni rastro de las niñas. Además, las desapariciones habían ocurrido en lugares distintos, por lo que las policías locales no conseguían ponerse de acuerdo sobre la jurisdicción.
La Unidad de Investigación de Crímenes Violentos, dirigida por el inspector jefe Roche, había intervenido sólo entonces. Los casos de desaparición no eran de su competencia, pero la psicosis generada había inducido a la excepción.
Roche y los suyos habían recogido la patata caliente cuando desapareció la niña número cuatro.
Melissa era la mayor: trece años. Como a todas las chiquillas de su edad, también sus padres le habían impuesto a ella el toque de queda, por temor a que pudiera convertirse en otra víctima del maníaco que estaba aterrorizando el país. Pero esa clausura forzada coincidió con el día de su cumpleaños, y Melissa tenía otros planes para esa tarde. Junto a sus amigas maquinó un pequeño plan de fuga para ir a celebrarlo a la bolera. Acudieron todas sus compañeras. Melissa fue la única que no se presentó.