Apartamento denominado «Estudio», ahora renombrado «lugar número cinco»
22 de febrero
Ya nunca nada sería como antes.
Con aquella sombra que se cernía sobre ellos, se retiraron al dormitorio a la espera de que los equipos de Chang y Krepp hicieran su trabajo en el piso. Roche, oportunamente informado, estaba hablando con Gavila desde hacía más de una hora.
Stern estaba tendido sobre el catre, con un brazo detrás de la cabeza y la mirada clavada en el techo. Parecía un cowboy. El planchado perfecto de su traje no había sufrido el estrés de las últimas horas, y él tampoco había advertido la necesidad de aflojarse el nudo de la corbata. Boris estaba tumbado sobre un costado, pero era evidente que no dormía; su pie izquierdo seguía golpeando nerviosamente sobre la colcha. Rosa trataba de ponerse en contacto con alguien a través del móvil, pero la señal era débil.
Mila observaba a ratos a sus compañeros silenciosos, para luego volver al monitor del portátil que tenía sobre las rodillas. Había solicitado los archivos con las fotos particulares sacadas en el parque de atracciones la tarde del secuestro de Sabine. Ya habían sido vistas sin resultado, pero ella quería volver a examinarlas a la luz de la teoría que ya le había expuesto a Goran. Es decir, que el culpable pudiera ser una mujer.
—Me gustaría saber cómo diablos ha conseguido meter aquí dentro el cadáver de Caroline… —declaró Stern, dando voz a la pregunta que agobiaba a todos.
—Sí, yo también querría saberlo… —convino Rosa.
El edificio de oficinas en el que se hallaba el Estudio ya no estaba vigilado como antes, cuando llevaban allí a los testigos protegidos. El inmueble se encontraba prácticamente vacío y los sistemas de seguridad estaban desactivados, pero el único acceso al piso era la puerta de entrada, y estaba blindada.
—Ha pasado por la entrada principal —señaló lacónicamente Boris, emergiendo de su aparente letargo.
Pero había algo que los ponía nerviosos más que ninguna otra cosa. ¿Cuál era el mensaje de Albert esta vez? ¿Por qué había decidido dejar caer una sombra tan pesada sobre sus perseguidores?
—En mi opinión, sólo está tratando de demorarnos —aventuró Rosa—. Estábamos acercándonos demasiado a él, y así ha vuelto a barajar las cartas.
—No, Albert no hace las cosas a tontas y a locas —intervino Mila—. Nos ha enseñado que cada movimiento suyo ha sido meditado detenidamente.
Sarah Rosa la fulminó con la mirada.
—¿Y entonces? ¿Qué cono quieres decir? ¿Que por casualidad hay entre nosotros un jodido monstruo?
—No quería decir eso —intervino Stern—. Sólo está diciendo que tiene que haber un motivo ligado al diseño de Albert: forma parte del juego al que está jugando con nosotros desde el principio… La razón podría tener que ver con este lugar, con el uso que se hizo de él en el pasado.
—Podría tener relación con un viejo caso —añadió Mila, percatándose de inmediato de que su hipótesis caía en saco roto.
Antes de que pudiera retomarse el diálogo, Goran entró en la habitación cerrando la puerta a su espalda.
—Necesito vuestra atención —dijo en tono perentorio.
Mila dejó el portátil. Todos se dispusieron a prestarle atención.
—Todavía somos los titulares de la investigación, pero las cosas se están complicando.
—¿Qué significa eso? —gruñó Boris.
—Lo entenderéis dentro de unos momentos, pero os invito a que desde ahora mantengáis la calma. Os lo explicaré después…
—¿Después de qué?
A Goran no le dio tiempo a contestar, pues la puerta se abrió y el inspector jefe Roche cruzó el umbral. Lo acompañaba un hombre robusto, de unos cincuenta años, con la americana raída, una corbata demasiado fina para su cuello bovino y un puro apagado entre los dientes.
—Descansen, descansen… —dijo Roche, aunque ninguno de los presentes hizo ademán de saludarlo. El inspector jefe tenía una sonrisa tirante, de esas que querrían infundir tranquilidad pero, en cambio, generan ansiedad—. ¡Señores, la situación es confusa pero lo conseguiremos: no dejaré que un psicópata siembre dudas sobre la integridad de mis hombres!
Como siempre, subrayó la última frase con demasiado énfasis.
—Así que he tomado algunas precauciones en su exclusivo interés, proporcionándoles a alguien para que los apoye en la investigación. —Lo anunció sin mencionar al hombre que estaba a su lado—. De lo contrario, compréndanme, razones muy poderosas me impondrían relevarlos del encargo. ¡Es embarazoso: no logramos dar con Albert, pero él, en cambio, viene a por nosotros! Así, de acuerdo con el doctor Gavila, le confío al aquí presente capitán Mosca la tarea de asistirles hasta el cierre del caso.
Nadie respiró, aunque entendieron de inmediato en qué consistiría la «asistencia» de la que se beneficiarían. Mosca asumiría el control, dejándoles a ellos una sola elección: ponerse de su parte e intentar recuperar un poco de credibilidad, o bien quedarse fuera del caso.
Terence Mosca era un hombre muy conocido en el entorno de la policía. Debía su fama a una operación de infiltración en una organización de traficantes de droga que había durado más de seis años. Tenía a sus espaldas centenares de detenciones y muchas otras operaciones bajo cobertura. Nunca se había ocupado, en cambio, de asesinatos en serie o de crímenes patológicos.
Roche lo había llamado por un solo motivo: años antes, Mosca había luchado contra él por el sillón de inspector jefe. En vista de cómo se estaban poniendo las cosas, le había parecido oportuno implicar a su peor rival para poder encargarle parte del peso de un fracaso que ya creía más que probable. Un movimiento arriesgado, que demostraba que se sentía contra las cuerdas: si Terence Mosca solucionaba el caso de Albert, Roche tendría que cederle el paso en la jerarquía de mando.
Antes de empezar a hablar, el capitán dio un paso adelante, alejándose de Roche, para subrayar su autonomía.
—El patólogo y el experto de la científica todavía no han encontrado nada significativo. Lo único que sabemos es que para entrar en el apartamento el sujeto ha forzado la puerta blindada.
Cuando abrió a su llegada, Boris no había visto señales de que hubiera sido forzada.
—Ha tenido mucho cuidado en no dejar huellas: no quería arruinarles la sorpresa.
Mosca seguía masticando el puro e intimidando a todo el mundo con las manos metidas en los bolsillos. No parecía que quisiera encarnizarse con ellos, pero lo lograba de todos modos.
—He encargado a varios agentes que den una vuelta por los alrededores con la esperanza de encontrar algún testigo. A lo mejor logramos conseguir un número de matrícula… En cuanto al motivo que ha empujado al sujeto a depositar el cadáver justo aquí, estamos obligados a improvisar. Si se les ocurre algo, díganmelo sin dudar. De momento, eso es todo.
Terence Mosca se dio media vuelta y, sin dar oportunidad a nadie de replicar o añadir algo, volvió a la escena del crimen.
Roche, en cambio, se detuvo.
—No les queda mucho tiempo. Hace falta una idea, y es necesario que se les ocurra de prisa.
Finalmente también el inspector jefe abandonó la estancia. Goran cerró la puerta y en seguida los demás formaron corrillo a su alrededor.
—¿A qué se debe esta novedad? —preguntó Boris, mosqueado.
—¿Por qué ahora necesitamos a un perro guardián? —le hizo eco Rosa.
—Tranquilos, no lo habéis entendido —repuso Goran—. El capitán Mosca es la persona más capacitada para llevar el caso en este momento. He sido yo quien ha solicitado su intervención.
Todos se quedaron asombrados.
—Ya sé qué estáis pensando, pero así le he ofrecido una salida a Roche y he salvado nuestro papel en la investigación.
—Oficialmente todavía estamos en el juego, pero todos sabéis que Terence Mosca es un perro sin collar ni amo —señaló Stern.
—Por eso he sugerido que fuera justamente él: conociéndolo, no querrá que le vayamos detrás, por tanto, no le importará lo que hagamos. Sólo tendremos que ponerlo al día de nuestros movimientos, nada más.
Parecía la mejor de las soluciones, pero no eliminaba el fardo de la sospecha que pesaba sobre cada uno de ellos.
—No nos quitarán el ojo de encima —dijo Stern sacudiendo la cabeza enfadado.
—Y nosotros dejaremos que Mosca siga ocupándose de Albert, mientras nos dedicamos a la niña número seis…
Parecía una buena estrategia: si todavía la encontraban viva, se desharían del clima de sospecha que se había generado a su alrededor.
—Creo que Albert ha dejado aquí el cuerpo de Caroline para burlarse del equipo porque, aunque no revele nada sobre nosotros, siempre quedará una duda.
Pese a que intentaba por todos los medios parecer tranquilo, Goran sabía bien que sus afirmaciones no eran en todo caso suficientes para serenar los ánimos. Desde que había sido hallado el quinto cadáver, cada uno de ellos había empezado a mirar a los demás de un modo diferente. Se conocían de toda la vida, pero nadie podía asegurar que alguno de ellos no guardara algún secreto. Ése era el verdadero objetivo de Albert: dividirlos. El criminólogo se preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que la semilla de la desconfianza empezara a brotar en el grupo.
—A la última niña no le queda mucho tiempo —afirmó a continuación, seguro—. Albert ya casi está listo para completar su dibujo. Sólo se está preparando para el desenlace. Pero necesitaba el campo libre, y nos ha excluido de la competición. Por eso sólo tenemos una única posibilidad de encontrarla, y está en las manos de la única de entre nosotros que está fuera de toda sospecha, ya que se incorporó al equipo cuando Albert ya lo había planeado todo.
Iluminada de repente por sus miradas, Mila se sintió incómoda.
—Tú podrás moverte mucho más libremente que nosotros —la animó Stern—. Si tuvieras que actuar sola, ¿qué harías?
En realidad, Mila tenía una idea, pero se la había guardado para sí hasta ese momento.
—Sé por qué sus víctimas sólo son niñas.
Se habían hecho esa pregunta en el Pensatorio, cuando el caso aún estaba en sus inicios. ¿Por qué Albert no había secuestrado también a niños? Su comportamiento no escondía objetivos sexuales, ya que no había tocado a las pequeñas.
«No, él sólo las mata.»
Entonces, ¿por qué esa preferencia?
Mila creía haber llegado a una explicación.
—Tenían que ser de sexo femenino por la número seis. Estoy casi convencida de que la eligió la primera, y no la última, como quiere hacernos creer. Las demás eran niñas sólo para ocultar ese detalle. Pero ella fue el primer objeto de su fantasía. La causa no la sabemos; quizá tenga una cualidad especial, algo que la distingue de las demás. He aquí por qué tiene que mantener oculta su identidad hasta el final. No le bastaba con hacer saber que una de las niñas secuestradas todavía seguía con vida. No, necesitaba que nosotros no supiéramos quién era en absoluto.
—Porque eso podría conducirnos hasta él —concluyó Goran.
No obstante, se trataba sólo de fascinantes conjeturas que no eran de mucha ayuda.
—A menos que… —dijo Mila, intuyendo el pensamiento de los demás, y repitió—: A menos que siempre haya habido una conexión entre nosotros y Albert.
Ya no tenían mucho que perder, así que Mila no tuvo ningún reparo en contarles la historia de las persecuciones que había padecido.
—Ha ocurrido dos veces, aunque sólo estoy absolutamente segura de la segunda; la de la plaza del motel se trató más que nada de una sensación…
—¿Y entonces? —preguntó Stern, curioso—. ¿Qué tiene eso que ver?
—Alguien ha estado siguiéndome. A lo mejor también ha sucedido otras veces, no puedo jurarlo, no me he enterado… Pero ¿por qué? ¿Para controlarme? ¿Para qué? Nunca he poseído información de vital importancia y siempre he sido el último mono entre vosotros.
—Quizá para despistarte —arriesgó Boris.
—Tampoco es eso: nunca ha habido una verdadera «pista», a menos que realmente yo me haya acercado demasiado a algo y entonces haya cobrado importancia sin saberlo.
—Pero lo del motel sucedió al poco de llegar, y eso desmiente la hipótesis del despiste —dijo Goran.
—Entonces, sólo nos queda una explicación… Quienquiera que me haya seguido quería intimidarme.
—¿Y por qué razón? —replicó Sarah Rosa.
Mila la ignoró.
—En ambos casos, mi perseguidor no traicionó involuntariamente su presencia. Creo que, más bien, se manifestó de forma intencionada.
—Está bien, lo hemos entendido. Pero ¿por qué iba a hacerlo? —insistió Rosa—. ¡Por favor, esto no tiene ningún sentido!
Mila se volvió bruscamente hacia ella, imponiendo la diferencia de altura.
—Porque desde el principio yo era la única capaz de encontrar a la sexta niña. —Volvió a mirarlos a todos—. No os lo toméis a mal, pero los resultados que he obtenido hasta ahora me dan la razón. Vosotros seréis muy buenos desenmascarando a asesinos en serie, pero yo encuentro a las personas desaparecidas: siempre lo he hecho y sé hacerlo.
Nadie la contradijo. Visto desde esa perspectiva, Mila representaba la amenaza más concreta para Albert, porque era la única capaz de desbaratar sus planes.
—Recapitulemos: él secuestró primero a la sexta niña. Si yo hubiera descubierto en seguida quién era la número seis, todo su diseño se habría derrumbado.
—Pero no lo has descubierto —dijo Rosa—. Quizá no seas tan buena…
Mila no respondió a su provocación.
—Al acercarse tanto a mí en la plaza del motel, Albert podría haber cometido un error. ¡Tenemos que volver a ese momento!
—¿Y cómo? ¡No me dirás que también tienes una máquina del tiempo!…
Mila sonrió. Sin saberlo, Rosa estaba muy cerca de la verdad, porque había un modo de volver atrás. Ignorando una vez más su aliento de nicotina, se volvió hacia Boris.
—¿Qué tal se te dan los interrogatorios bajo hipnosis?
—Ahora, relájate…
La voz de Boris era apenas un susurro. Mila estaba tumbada en su catre, las manos a lo largo de los costados y los ojos cerrados. El estaba sentado a su lado.
—Bien, quiero que empieces a contar hasta cien…
Stern había puesto una toalla sobre la lámpara, sumiendo la habitación en una agradable penumbra. Rosa se había confinado en su cama. Goran estaba sentado en un rincón, observando atentamente cuanto ocurría.
Mila contaba lentamente. Su respiración empezó a asumir un ritmo regular. Cuando acabó estaba totalmente relajada.