Read Lo que no te mata te hace más fuerte Online
Authors: David Lagercrantz
Tags: #Novela, #Policial
—¿Qué?
—La habitación de las niñas era bastante pequeña. Por mucho que intentaran mantenerse alejadas entre sí, las camas se encontraban bastante cerca y, mientras el maltrato y la violación se producían, ellas solían quedarse sentadas en sus camas, la una frente a la otra. Rara vez decían algo y evitaban intercambiar las miradas. Aquel día Lisbeth pasó la mayor parte del tiempo asomada a la ventana observando fijamente la calle; supongo que por eso podía hablar del sol que hacía y de los niños que se reían. Pero de pronto se volvió. Y fue entonces cuando lo vio.
—¿Qué?
—El movimiento de la mano derecha de su hermana. Golpeaba el colchón con determinación, gesto que, por supuesto, no tenía por qué significar nada especial. Quizá no fuera más que un rasgo nervioso o compulsivo. Y así fue, de hecho, como Lisbeth lo interpretó en un principio. Sin embargo, luego advirtió que la mano seguía el ritmo de los golpes que procedían del dormitorio, y entonces miró a Camilla a los ojos: ardían de excitación. Pero lo más espeluznante de todo es que en ese momento Camilla se parecía al propio Zala, y aunque Lisbeth, de entrada, no se lo quería creer, no cabía duda de que Camilla estaba sonriendo. Reprimía una sonrisa burlona. En ese instante Lisbeth se dio cuenta de que su hermana no sólo intentaba emular al padre e imitar su grandioso estilo, sino que también aprobaba sus golpes. Le estaba animando.
—Suena enfermizo.
—Pero así fue. ¿Y sabes lo que hizo Lisbeth?
—No.
—Permaneció completamente tranquila. Se sentó a su lado y le cogió la mano con cierta ternura. Supongo que Camilla no entendería nada de lo que estaba haciendo. Quizá creyera que su hermana buscaba un poco de consuelo o de calor. Cosas más raras se han visto. Lisbeth le remangó la blusa y acto seguido…
—¿Qué?
—Le clavó las uñas en la muñeca, hasta el hueso, y se la desgarró. Le hizo una herida atroz. La sangre salió a borbotones y cayó sobre la cama, y Lisbeth tiró a Camilla al suelo y juró matarlos, a ella y a su padre, si el maltrato y las violaciones no cesaban. Cuando todo terminó, era como si un tigre hubiera atacado a Camilla.
—¡Dios mío!
—Imagínate el odio que había entre las dos hermanas. Tanto a Agneta como a los servicios sociales les preocupaba que pudiera desencadenarse algún hecho aún más grave. Las mantuvieron separadas. A Camilla, incluso, la llevaron a vivir con otra familia durante un tiempo. Ahora bien, si no hubiera pasado lo que sucedió después ni eso habría sido suficiente: tarde o temprano se habrían vuelto a enfrentar. Pero, como ya sabes, no fue así. Ocurrió algo muy distinto: Agneta sufrió su lesión cerebral, Zalachenko ardió como una antorcha y a Lisbeth la encerraron. Si no recuerdo mal, creo que las hermanas sólo se han visto una vez desde entonces. Fue años más tarde, y en esa ocasión todo estuvo a punto de salir muy mal, aunque ignoro los detalles. En la actualidad, Camilla lleva mucho tiempo en paradero desconocido. Se le perdió la pista después de que abandonara a una familia de acogida con la que estuvo viviendo en Uppsala, los Dahlgren, creo. Puedo buscarte su número de teléfono si quieres. Pero desde que Camilla tenía dieciocho o diecinueve años y cogió el petate para dejar el país no se sabe nada de nada de ella. Por eso casi me muero cuando me has dicho que la habías visto. Ni siquiera Lisbeth, con su capacidad para seguirle la pista a la gente, ha conseguido dar con ella.
—Así que lo ha intentado…
—Sí, ya lo creo. La última vez que sé que la buscó fue cuando se repartió la herencia del padre.
—No lo sabía.
—Sólo me lo comentó de pasada. No quería ni un solo céntimo de la herencia, qué va: lo consideraba dinero manchado de sangre. Pero se dio cuenta enseguida de que allí había algo raro. Se trataba de unos bienes que tenían un valor total de cuatro millones de coronas: la finca de Gosseberga, unos bonos, una ruinosa nave industrial en Norrtälje y poco más; bueno, y una vieja casa de vacaciones. No es que fuera moco de pavo, pero…
—Debería haber tenido mucho más.
—Sí. Lisbeth sabía mejor que nadie que el padre controlaba todo un imperio del crimen. Cuatro millones de coronas serían calderilla para él.
—¿Quieres decir que Lisbeth pensaba que a Camilla le había tocado en suerte la mejor parte de la herencia?
—Creo que es eso lo que ha intentado averiguar. La mera idea de que el dinero del padre continuara haciendo daño tras su muerte la atormentaba. Pero ha estado mucho tiempo sin llegar a ninguna parte con sus indagaciones.
—Supongo que Camilla habrá sabido ocultar su identidad bastante bien.
—Seguro que sí.
—¿Crees que Camilla podría haber heredado la red de
trafficking
del padre?
—Quizá sí, quizá no. O tal vez se haya metido en algo nuevo.
—¿Como qué?
Holger Palmgren cerró los ojos mientras se echaba un buen trago de coñac.
—Eso no lo sé, Mikael. Pero cuando me hablaste de Frans Balder pensé en una cosa. ¿Tú tienes idea de por qué a Lisbeth se le dan tan bien los ordenadores? ¿Sabes cómo empezó todo?
—Ni idea.
—Pues te lo voy a contar. Y me pregunto si no estará ahí la clave de tu reportaje.
Cuando Lisbeth entró desde la terraza y vio a August frente a la mesa de la cocina —paralizado y en una posición muy poco natural, como en un espasmo—, se dio cuenta de golpe de que el chico le recordaba a su propia infancia.
Exactamente así se había sentido ella en Lundagatan de pequeña. Hasta que un día comprendió que no le quedaba más remedio que madurar antes de hora para vengarse de su padre. Resultó muy duro. Fue una carga que ninguna niña debería verse obligada a llevar. Y aun así, constituyó el comienzo de una vida auténtica y digna. No permitiría que ningún cabrón hijo de puta más hiciera lo mismo que Zalachenko o el asesino de Frans Balder sin pagar por ello. No permitiría que nadie que poseyera esa clase de maldad se escapara. Por eso se acercó a August y le anunció con voz solemne, como si emitiera una orden importante:
—Ahora te vas a ir a dormir. Cuando te despiertes dibujarás al asesino de tu papá. ¿Vale? —Y entonces el chico asintió con la cabeza y se marchó arrastrando los pies hasta el dormitorio, al tiempo que Lisbeth abría su portátil para empezar a buscar información acerca de Lasse Westman y sus amigos.
—No creo que Zalachenko tuviera mucha afición por los ordenadores —prosiguió Holger Palmgren—. No pertenecía a esa generación. Pero es probable que sus sucias actividades crecieran tanto que se viera obligado a introducir todos sus datos en un programa informático y que quizá necesitara mantener esa información fuera del alcance de sus compinches. El caso es que un día apareció en Lundagatan con un equipo IBM que puso sobre un escritorio que había junto a una ventana. En esa época no creo que nadie de la familia hubiera visto un ordenador en su vida. Agneta no tenía precisamente muchas posibilidades de realizar unas compras tan extravagantes, y sé que Zalachenko amenazó con despellejar viva a la persona que se atreviera a tocar esa máquina. Desde un punto de vista pedagógico tal vez fuera un comentario muy inteligente, no lo sé. Pero está claro que intensificó la atracción.
—La fruta prohibida.
—Por aquel entonces, Lisbeth tenía once años, creo. Aquello sucedió antes de clavar las uñas en el brazo derecho de Camilla y de atacar a su padre con cuchillos y bombas incendiarias. Eso fue, se podría decir, justo antes de que Lisbeth se convirtiera en la persona que hoy conocemos. En esa época todavía pensaba en otras cosas, y no en cómo neutralizar a Zalachenko. Estaba intelectualmente subestimulada. No tenía amigos, en parte porque Camilla hablaba mal de ella y se aseguraba de que nadie se le aproximara en el colegio, pero en parte también porque era diferente. No sé si ella misma se había dado cuenta ya; desde luego sus profesores no, y su entorno mucho menos. Pero era una niña muy inteligente. Destacaba por su capacidad intelectual. El colegio se le antojaba muy aburrido; todo le resultaba obvio y demasiado fácil. Le bastaba con echar un simple vistazo a lo que fuera para entenderlo, por lo que, en general, se pasaba las clases soñando con mundos lejanos. Es verdad que había dado con algunas actividades con las que entretenerse en su tiempo libre, como leer libros de matemáticas para adultos y cosas así. Pero en el fondo se aburría. La mayor parte del tiempo la pasaba leyendo sus queridos cómics de Marvel, que en realidad estaban muy por debajo de su nivel pero que quizá cumplieran otra función, más terapéutica.
—¿En qué sentido?
—Que conste que no me gusta psicoanalizar a Lisbeth. Si me oyera me odiaría. Pero en esos cómics hay un montón de superhéroes que luchan contra malvadísimos enemigos y que se vengan tomándose la justicia por su mano. Es posible que, de algún modo, fuera una lectura oportuna. No sé; esas historias, con todas sus simplificaciones, tal vez la ayudaran a entender mejor la realidad.
—¿Quieres decir que comprendió que lo que tenía que hacer era crecer y convertirse ella también en una superheroína?
—Sí, quizá sí, al menos en su pequeño mundo. Aunque por aquella época ignoraba aún que Zalachenko era un viejo espía soviético cuyos secretos le habían otorgado una posición privilegiada en la sociedad sueca. Y con toda probabilidad tampoco sabía que había una sección especial dentro de la policía de seguridad sueca que lo estaba protegiendo. Pero, al igual que Camilla, Lisbeth se imaginaba que al padre lo rodeaba algún tipo de inmunidad. Un día, incluso llegó a aparecer un hombre vestido con un abrigo gris que dejó caer algo por el estilo, que no podían permitir que al padre le pasara algo; es más: que era imposible que eso sucediera. Desde muy pronto, Lisbeth intuyó que no merecía la pena ir a la policía ni hablar con los servicios sociales para denunciar a Zalachenko. Lo único que conseguiría sería que otro de esos señores de abrigo gris apareciera por allí.
»No, Lisbeth no conocía el trasfondo del asunto. Aún no sabía nada de los servicios de inteligencia ni de las operaciones que llevaban a cabo para ocultar según qué temas. Pero sentía con toda su alma la impotencia que sufría la familia, y eso le causaba un terrible dolor. La impotencia, Mikael, puede ser una fuerza devastadora, y antes de que Lisbeth fuera lo bastante mayor como para hacer algo al respecto necesitaba lugares en los que poder refugiarse y recargar energías. Y uno de esos lugares era el mundo de los superhéroes. Muchos de mi generación, como es obvio, desprecian todo eso, pero yo, si algo sé, es que la literatura, con independencia de que se trate de cómics o de novelas clásicas de renombre, puede tener una gran importancia. A mí me consta que Lisbeth se encariñó en especial de una joven heroína llamada Janet Van Dyne.
—¿Van Dyne?
—Sí. La hija de un rico científico. El padre es asesinado por alienígenas, si mal no recuerdo, y para poder vengarse Janet Van Dyne busca la ayuda de uno de los colegas de su padre, en cuyo laboratorio adquiere sus superpoderes. Éste la dota de alas, de la capacidad de reducir y aumentar su tamaño y de algunas otras capacidades más. En fin, que se convierte en una tía durísima. Siempre vestida de negro y amarillo, como una avispa; por eso se hacía llamar Wasp, una persona a la que nadie podía humillar, ni literal ni metafóricamente.
—¡Anda, no tenía ni idea! ¿Es de ahí de donde viene su alias en la red?
—No sólo su alias, creo. Yo no sabía nada de esos personajes, no era más que un viejo carca que todavía llamaba Dragos
[4]
a Fantomas. Pero la primera vez que vi una imagen de Wasp me sobresalté. Había mucho de Lisbeth en ella. Y en cierto modo esa similitud todavía persiste. Creo que el estilo de Lisbeth se debe bastante a ese personaje, aunque no quiero exagerar. Era sólo un personaje de cómic, y Lisbeth vivía por completo en la realidad. Pero sé que ella pensaba mucho en la transformación que experimentó Janet Van Dyne cuando se convirtió en Wasp. De alguna manera entendió que ella misma tenía que cambiar de igual y drástica forma: pasar de ser una niña y una víctima a convertirse en alguien que fuera capaz de vengarse de un importante espía que no sólo contaba con una preparación de élite sino que, además, resultaba ser una persona totalmente despiadada.
»Ése era el tipo de pensamientos que rondaban por su cabeza día y noche, y por eso Wasp, en una fase de transición, llegó a ser un personaje importante para ella, una fuente ficticia de inspiración, cosa que descubrió Camilla. Esa niña tenía un olfato espeluznante para detectar las debilidades de la gente. Extendía sus tentáculos y daba con sus puntos débiles antes de atacar, y empezó a ridiculizar a Wasp de todas las maneras posibles. Bueno, en realidad era mucho más que ridiculizar. Se enteró de quiénes eran los enemigos de Wasp en los cómics y empezó a adoptar sus nombres: Thanos y no sé qué más.
—¿Has dicho «Thanos»? —interrumpió Mikael, como poniéndose en guardia.
—Sí, creo que se llamaba así, un personaje masculino y destructor que se enamoró de la propia muerte —que se le había aparecido en forma de mujer— y que luego quiso mostrarse digno de su admiración o algo por el estilo. Camilla se decantó por Thanos para provocar a Lisbeth. Incluso llegó a llamar a su pandilla de amigos
The Spider Society
porque en alguna entrega de la serie existe un grupo con ese nombre, cuyos miembros son los enemigos mortales de
Sisterhood of The Wasp
.
—¿De verdad? —inquirió Mikael pensativo.
—Sí, algo como muy infantil, está claro, pero no por eso inocente. La hostilidad entre las dos hermanas era ya tan grande que aquellos nombres adquirieron un significado inquietante. Es lo mismo que sucede en las guerras, donde incluso los símbolos, ya lo sabes, se hinchan y se magnifican hasta alcanzar una dimensión letal.
—¿Podrían tener importancia todavía?
—¿Te refieres a los nombres?
—Sí, a eso me refiero. Supongo.
Mikael no sabía muy bien a qué se refería. Pero albergaba el vago presentimiento de hallarse sobre la pista de algo importante.
—No lo sé —continuó Holger Palmgren—. Ahora son dos mujeres adultas, pero no hay que olvidar que ésa fue una época fundamental de sus vidas en la que todo se decidió y cambió. Seguramente hasta los detalles más pequeños podrían haber adquirido una trascendencia vital para ellas. No sólo fue Lisbeth la que padeció al perder a su madre y ser luego encerrada en una clínica psiquiátrica, también la existencia de Camilla se hizo añicos: se quedó sin hogar y, encima, ese padre al que admiraba con tanta devoción sufrió graves quemaduras. Como ya sabes, después de la bomba incendiaria que le lanzó Lisbeth, Zalachenko nunca volvió a ser el mismo, y a Camilla le buscaron una familia de acogida muy lejos de aquel mundo cuyo centro neurálgico siempre había sido ella. Tuvo que resultarle enormemente doloroso, y no me cabe la menor duda de que desde entonces odia a Lisbeth con toda su alma.