Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (13 page)

Read Lo mejor que le puede pasar a un cruasán Online

Authors: Pablo Usset

Tags: #humor, #Intriga

BOOK: Lo mejor que le puede pasar a un cruasán
13.84Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ponme uno de esos que tomas tú. Pero será mejor que no abusemos, hay que estar alerta para la entrevista.

Se sirvió un güisqui con hielo y me tendió otro. Como no había mucho tiempo que perder fui directamente al grano.

—He quedado con un tal Enric Robellades, detective privado. Me he presentado como Pablo Molucas, así que puede que él te llame «Señora Molucas», no te extrañes si lo hace. Se supone que tu hermana (o sea mi cuñada) ha desaparecido hace dos días y estamos preocupados. Y procuraré llevar el peso de la conversación, tú sólo sígueme la corriente. Como es de suponer que tú conozcas mejor que yo a tu propia hermana es probable que trate de hacerse una idea de qué tipo de persona es preguntándote detalles sobre ella. No te apures, me dijiste que os conocíais desde niñas, ¿no?, pues contesta la verdad sobre cualquier cosa que te pregunte, ¿de acuerdo?, sobre cualquier cosa menos una, esto es importante: sabes dónde trabaja pero no tienes ni la más remota idea de que tenga un lío con su jefe.

Asintió mientras daba un sorbito corto a su güisqui.

—Otra cosa: se supone que tú y yo estamos casados, así que nuestra actitud ha de confirmar esa suposición. No hace falta que exageremos el papel, pero hay que estar atentos a no meter la pata. Por ejemplo, no se te ocurra referirte a mi casa, o algo parecido. Para nosotros será fácil pero más vale que mientras él esté aquí los niños no salgan, al salón, ¿de acuerdo?, podrían estropearlo todo.

Volvió a asentir.

—Tu nombre es Gloria, tu apellido es..., ¿cómo se llama tu amiga de apellido?

—Robles.

—Robles. No quieres avisar a tus padres por no asustarlos, y tampoco a la policía porque entonces se enterarían tus padres. Hemos contratado a un detective porque no la encuentras ni en su casa ni en el trabajo. En el trabajo no saben nada de ella, simplemente dejó de acudir ayer por la mañana. Y con tus padres no está, ya te has molestado en comprobarlo.

Me miraba fijamente, sin dejar de dar sorbitos al güisqui, como si estuviera concentrada en retener cuanto yo decía.

—¿Tienes alguna foto reciente de ella?

—Sí.

—Bueno, seguro que te la pedirá. ¿Qué más? Ah: ¿a qué hora se va el portero?

—A las siete y media.

—Perfecto. A ver, creo que no se me olvida nada. Repíteme lo que te he dicho.

—Mi hermana Lali ha desaparecido hace dos días. No está en su casa, no ha ido al trabajo y no logro localizarla en ningún sitio. Tú, que eres mi marido, me has visto preocupada y has pensado en contratar a un detective para que investigue. No queremos que se enteren mis padres, así que le pediremos que sea discreto en eso. ¿Me dejo algo?

—Sólo una cosa: queremos que sea discreto no sólo ante tus padres sino en general, ¿comprendes?, tampoco queremos que en el trabajo o entre sus amistades se sepa que andamos buscándola.

—¿Qué hago si me pregunta por la gente que frecuenta, o por sus relaciones con hombres?

—¿Conoces a sus amistades, o a algún novio descontando a Sebastián?

—Pues no sé. Hace años teníamos amigas comunes, pero ahora...

—Bueno, pues si te pregunta contestas eso mismo. Ya te digo que es mejor que seas completamente franca en todo excepto en el lío con Sebastián. Y si en algún momento no sabes cómo reaccionar finge estar desorientada, no sé, date media vuelta como si quisieras ocultar que estás llorando y yo te tomaré el relevo.

—¿No puedo tomarme otro whisky antes de que llegue?

Pensé que casi era preferible que se lo tomara. Cuanto menos ansiosa estuviera, mejor.

—Tómatelo.

—¿Quieres tú otro?

—No suelo beber antes de que anochezca. Oye: ¿te importaría que bajara un momento a la portería y le diera la vuelta a la tarjeta del buzón? Es por si se le ocurre comprobar el nombre o algo así... Mientras tanto tú advierte a Verónica de que no salgan los niños.

Se mantuvo de espaldas sirviéndose el segundo vaso pero asintió. Se me hacía raro que aquella
Lady First
fuera la misma que apenas cruzaba conmigo la mirada en las cenas de Nochebuena de mis Señores Padres. Se había abandonado a mí como una niña obediente que confía en papá y le pide permiso para tomar güisqui. En eso pensaba mientras esperaba el ascensor, pero cuando se abrieron las puertas y me vi en el espejo solté una carcajada que resonó en el rellano: ahí estaba yo, disfrazado de Consejero de Urbanismo y a punto de suplantar a mi Estupendo Hermano. Menuda broma.

El cartelito del buzón me dio un poco de lata. Estaba sujeto con un tornillo que me costó aflojar ayudándome con el llavero de la Bestia. Pensé que mejor que darle vuelta era retirarlo, parecía más natural que no hubiera tarjeta a que estuviera girada, y lo dejé escondido encima del mueble de los buzones.

Para cuando volví a subir eran ya las ocho menos cinco en el reloj del salón. Creo que
Lady First
había hecho trampa y se había servido un güisqui de más, su vaso estaba demasiado lleno para ser la primera copa estándar. No dije nada y me fijé en los objetos del salón pensando en que los vería Robellades. Destacaba en un estante alto de la librería una foto enmarcada de
Lord
y
Lady First
diez años más jóvenes y vestidos de novios. Supongo que
The First
y yo debemos de parecernos, pero no hasta el punto de poder pasar el uno por el otro.

La tumbé panza abajo.

—No conviene que vea esto —dije.

—Tengo miedo —soltó ella inesperadamente.

—¿Miedo de qué?

—De meter la pata. ¿Estás seguro de que no nos olvidamos de nada?

—En el mentir conviene dejarle espacio a la improvisación. Cuando uno dice la verdad también duda, ¿no?, y se equivoca, y corrige. Pues mintiendo, igual. Créeme, tengo experiencia.

Me senté de nuevo en el sillón a apurar el culillo de mi güisqui.
Lady First
volvió a sentarse delante de mí, en la misma posición que el día anterior.

—¿Sabes?, eres un tío muy raro... Me gustaría saber quién eres en realidad.

Cielo santo: confidencias a media luz. Me encogí de hombros:

—Soy el que ves.

—Pero hoy pareces otro. Y no sé, siempre he tenido la sensación de que tienes... un doble fondo.

—Pues no le des más vueltas. Todo el mundo vive en el mundo que él mismo construye, y en el tuyo yo tengo un doble fondo, ya está.

Se quedó un momento pensando, mirándome fijo.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la realidad es siempre inventada.

Levantó una ceja en señal de disconformidad, pero me salvó la campana, concretamente el sonido afónico del interfono. Le hice un gesto para que contestara y la acompañé hasta la puerta. «¿El señor Molucas, por favor?; soy Enric Robellades», oí que le decía la voz a
Lady First
. Ella se limitó a pulsar el botón. La vi un poco tensa y le suministré una última inyección de confianza:

—Tranquila. Sígueme la corriente y no te extrañes de mi comportamiento. Todo saldrá perfectamente.

Entreabrí la puerta y me quedé esperando a que llegara el ascensor como el perfecto anfitrión. Salieron de él dos hombres indecisos sobre la dirección que debían tomar el descansillo. El que avanzaba en primer lugar tenía todo aspecto de ser Robellades padre: bajito, gordezuelo, sexagenario y con el escaso cabello que le nacía tras las entradas peinado hacia atrás. Le seguía un joven de unos treinta, más alto y delgado y con las mismas entradas pero en estado incipiente. Los dos vestían traje oscuro y corbata el mayor de marrón y el joven de azul.

—¿El señor Molucas?

—Sí.

Al llegar a mi altura me tendió la mano:

—Enric Robellades. Éste es mi hijo Francesc; colabora conmigo.

Bueno: tenía al menos dos hijos, Enric debía de ser mayor.

—Mi esposa: Gloria.

Lady First
también ofreció su mano a los dos musitando una fórmula de cortesía. Procuré no dejar silencio. Señalé el paso hacia el salón y los invité a entrar.

—Siéntense, por favor, ¿quieren tomar algo?, ¿una copa, un café, un zumo?

»Gloria, ¿tenemos zumos?

—Sí, creo que sí.

—Acabamos de tomar un café en el bar de abajo, gracias.

El padre llevaba la voz cantante. Supuse que mientras él, más experto, obtenía información directa y nos entretenía hablando, el hijo era el encargado de fijarse en los detalles del entorno, cosa que empezó a hacer desde el principio remirando el salón entero. Seguían los dos de pie, sin acabar de decidirse por ningún asiento concreto. Me dejé caer en el sofá para facilitarles la elección y ellos se instalaron uno en cada uno de los sillones individuales de cuero. Miré a
Lady First
y le señalé el asiento junto a mí tocándolo repetidamente con la palma abierta. Ella se detuvo un momento en el mueble bar:

—Les importa que yo sí tome una copa.

—Por favor... —dijo Robellades Padre.

Por un momento temí que
Lady First
estropeara el número y traté de echar un capote:

—Te conviene, cariño. Un coñac te sentará bien. O mejor aún: un whisky, ¿hay whisky?»Estamos un poco nerviosos, en fin, todo esto resulta excepcional para nosotros.

—Es comprensible, desde luego.

—Pues sí, mi esposa y su hermana estaban muy unidas..., están muy unidas. Ella vive sola, y tememos que le haya ocurrido algo. Pero no hemos querido avisar a la policía por no preocupar a sus padres. No saben nada, y no quisiéramos alarmarlos sin necesidad.

—Sin... ¿necesidad?

Dale cuerda al mentiroso y él mismo se ahorcará. Era un tipo listo, no había más que mirarlo para darse cuenta. Ahora que pude fijarme en su cara consideré sus mejillas gruesas y caídas, ensombrecidas por la huella de una barba muy cerrada, la nariz pequeña con la punta enrojecida por venillas enredadas, los ojos azules, algo porcinos y extraordinariamente brillantes, como encharcados en agua. Por un momento me sentí como un personaje secundario en un relato de serie negra. Alguien en algún lugar debe de estar escribiendo la historia de Enric Robellades, detective privado, contratando con una joven pareja de clase alta con pinta de mentir en la mitad de lo que decía.

Pero no me arredré:

—Quiero decir que..., en fin, mi cuñada es una mujer joven y..., bueno, quizá todo esto no es más que un episodio romántico al que le estamos dando demasiada importancia..., ¿me explico?

Lady First
llegó con su vaso y se sentó a mi lado. Lo hizo bien, es decir, no mantuvo la distancia apropiada con su cuñado tarambana sino que se sentó muy cerca mí, como haciendo equipo conmigo.

—Se explica perfectamente. Sin embargo ha recurrido a nosotros...

—Bueno, hay algunos detalles que nos extrañan. Es raro que haya desaparecido sin llamar, ni siquiera a la oficina donde trabaja. Por otra parte tiene la suficiente confianza con su hermana para hablarle de sus relaciones... En fin, su desaparición nos parece lo bastante extraña como para acudir a un detective privado pero no tanto como para tener en estado de excepción a toda la familia.

—Ya comprendo. ¿Se había ausentado sin avisar alguna otra vez?

—Pues que yo sepa...

»Cariño: ¿qué dices?

Lady First
entró en el juego correctamente:

—No. Bueno, durante un tiempo perdimos el contacto pero desde hace cosa de dos años nos vemos a menudo y no, nunca... Solemos llamarnos casi a diario; nos vemos, vamos de compras...

—Bueno, yo podría preguntarles si tienen alguna idea de por qué, o con quién, puede haberse marchado, pero supongo que si ustedes supieran algo me lo habrían dicho ya, ¿no me comprenden?, así que si les parece pueden darme sus datos personales y trataremos de completar una primera fase de investigación. Esto vienen a ser un par de días. Si para entonces no hemos encontrado una pista clara tendríamos que iniciar una fase más... intensa, ¿no me comprenden? Nuestros honorarios son de veinte mil pesetas diarias, gastos extraordinarios aparte: viajes, etcétera; pero les avisaríamos antes de apuntar ningún extra en la minuta.

Ahora que se había lanzado a hablar se había puesto de manifiesto, además de lo marcado del acento, su muletilla preferida y la costumbre de sonreír al soltarla o al terminar una frase en tono confidencial, como buscando la complicidad del interlocutor. El gesto dejaba frecuentemente a la vista un diente de oro en el maxilar superior derecho, y me pregunté cómo demonios un detective se permitía exhibir tics tan característicos.

—Me parece razonable. Si en un par de días no sabemos nada, creo que será el momento de avisar a la policía. Entretanto, por favor, no quisiéramos que nadie supiera que están ustedes buscándola por encargo. Este punto es fundamental.

—Por eso no se preocupe que no solemos hacer ruido, ¿no me comprende? En cuanto a lo que ustedes decidan hacer después, es cosa suya: podemos seguir la investigación o retirarnos en ese punto y aquí no ha pasado nada... Eso, es claro, sin contar con que encontremos algo que estemos obligados a denunciar a la policía —denunsiart a la pol·lisia—, ¿no me comprende?, estamos sometidos a ciertas... normas legales.

»
Aviam: Francesc, ves prenent nota, si us plau
.

»Vamos a ver: ¿el nombre completo de la desaparecida?

Robellades júnior sacó del bolsillo de la americana bloc y un bolígrafo y yo deseé con todas mis fuerzas que
Lady First
se acordara del segundo apellido de su amiga. Se acordó: Miranda: Eulalia Robles Miranda; no sólo apellido sino de la dirección, la edad, el lugar y puesto trabajo —pero esto era fácil—. El hijo tomó nota de los datos mientras el padre los solicitaba y al final, por supuesto, pidió una foto.
Lady First
dejó descansar su vaso un ratito y se fue por la puerta del pasillo a por ella. Robellades padre inició entonces la puesta en pie desde el butacón, tarea que no le resultó del todo fácil.

—Bueno, señor Molucas, esto ya está visto...

El hijo se levantó también, y yo tras ellos.

—Hoy es viernes; vamos a ver..., sábado, domingo..., lunes por la mañana estaremos en condiciones de presentarle un primer informe. ¿Le parece que le llame el mismo lunes para concretar la hora?

—Muy bien: esperaremos su llamada.

—Y no se preocupe, eh, mire, en nuestra profesión casos como éste son frecuentes y casi siempre terminan nada más que en el susto, ¿no me comprende?, nada de lo que haya que preocuparse.

Other books

Bound to the Greek by Kate Hewitt
Masquerade by Janette Rallison
The Eternal Empire by Geoff Fabron
Witch's Bounty by Ann Gimpel
A Dozen Black Roses by Nancy A. Collins