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Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
Roma, año 813. Una expedición se dirige a la boca del Nilo. Su misión es descubrir un secreto que los faraones negros de Meroe ocultan desde hace siglos.
El Cairo, año 1075. El Gran Visir recibe un extraño regalo que protegió a la peligrosa secta de los Assassini. El arma que les ayudó a resistir a las fuerzas cruzadas y el ataque de Saladino.
Estambul, año 1914. Una misteriosa princesa árabe esconde un secreto que puede cambiar la historia de la humanidad, pero tendrá que recorrer con Hércules Guzmán Fox y sus amigos George Lincoln y Alicia Mantorella el desierto de Egipto, luchar a los pies de la Acrópolis y atravesar una Turquía en guerra para llegar al Valle de los Asesinos, donde se esconde un misterio que podría provocar la última cruzada contra el islam.
Winston Churchill, Mustafa Kemal Atatürk, fundador de Turquía, o John Garstang, famoso arqueólogo británico, son algunos de los personajes de esta novela, donde siglos de historia han sido encadenados a una leyenda.
Mario Escobar Golderos
El secreto de los Assassini
ePUB v1.1
Piolín.3927.07.12
Mario Escobar Golderos, enero de 2008.
Editor original: Piolín.39 (v1.0)
ePub base v2.0
A Elisabeth y Andrea, por las horas que paso frente
a estos folios y no puedo estar con ellas.
A mis fieles amigos: Manuel Sánchez, que ha pasado la etapa más hermosa y dura de su vida; Sergio Puerta, el más voluntarioso de los hombres; Pedro Martín, un niño grande; Juan Troitiño, látigo y bálsamo; Francisco Terlizzi, un venezolano incorregible; Sergio Remedios, el primero que me abrió la puerta en el complejo mundo editorial; David Yagüe, periodista y trabajador incansable y a Dolores Mcfarland, la lectora más rápida del planeta.
A los compañeros de fatigas de Best Seller Español, a los amigos de los foros, en especial Ábrete Libro, Gran Guerra y Anika.
A los editores de La Factoría de Ideas, Juan Carlos Poujade y París Álvarez, por apostar por mis libros. También a Silvia Rodríguez, que día tras día logra el milagro de que los medios de comunicación hablen de mi libro.
A la apasionante vida y epopeya de los descubridores de las fuentes del Nilo, Sam y Florence Baker.
A la señora Freya Stark, la primera mujer occidental que visitó el valle de los Asesinos.
A sir Winston S. Churchill, por su apasionante descripción de la guerra del Sudán.
A Francisco Veiga, por su monumental libro sobre la historia de Turquía.
A León Arsenal, un gran escritor y autor del genial libro
La boca del Nilo.
A mis queridos lectores, los que hacen posible que las letras se conviertan en magia pura.
Si quieres saber más de mí o del libro puedes visitar:
http://marioescobargolderos.blogcindario.com/
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Ninguna palabra salió de sus labios
Que no expresara el gozo que sentía
Por haber ganado el magnífico premio
Que coronaba su peligrosa misión;
Que extinguidas sus penas,
Su alma habitara la bendita costa
Donde frutas maduras y frescos arroyos
Y ricas fragancias y rayos sin nubes,
Envuelven por siempre la gaya morada
De bellas doncellas de negros ojos
La joya centelleó en medio de la gran sala del trono. El susurro del viento movió las cortinas y Yamile atravesó el gran arco con sigilo. Se acercó a la vitrina y observó los destellos del inmenso rubí. Por unos instantes aguantó la respiración y pudo escuchar los latidos desbocados de su corazón. Si alguien la veía a aquellas horas intempestuosas frente al Corazón de Amón, nadie le diría nada, pero el sentirse tan cerca de su libertad la hizo estremecer. Ella era la favorita de su señor, si alguien podía ver aquella joya era ella. ¿Acaso no la había lucido el día de su desposorio? ¿No era ella la esposa del gran Mehmed V?
Yamile abrió la vitrina con cuidado y al coger la joya entre sus manos experimentó la misma sensación que cincuenta años antes, cuando siendo todavía una niña virgen se desposó con el sultán. Un escalofrío recorrió su espalda y por unos instantes la habitación se llenó de una cegadora luz roja. En su mente se agolparon las imágenes de toda una vida. Su infancia en Hungría, la guerra, su padre, su secuestro por una casamentera armenia y su estancia en el palacio del sultán hasta su boda. Cincuenta largos años de cautiverio. Entonces, escuchó una voz en su cabeza. Esa era la noche elegida. Debía abandonar el harén antes del amanecer.
Unos pasos la devolvieron a la realidad. Su amado Omán la miró con ternura y Yamile se acercó hasta él con la joya en la mano. Sin mediar palabra salieron de la gran sala del trono y se dirigieron a la balconada que comunicaba el harén con Estambul. Omán acomodó a la princesa en una gran cesta de mimbre y comenzó a bajarla por la pared. Cuando estaba en el suelo, Omán ató la cuerda a una columna de alabastro y se acercó hasta el borde del balcón. Levantó la vista y observó la noche estrellada y la media luna que brillaba en el firmamento. Sonrió y puso una de sus babuchas en la pared. Una cimitarra silbó en el aire y la cabeza de Omán se separó de sus fuertes hombros cayendo al vacío. Yamile lanzó un grito al ver la cabeza de su siervo junto a sus pies y comenzó a correr por las callejuelas de la ciudad. Su respiración agitada y el corazón a punto de estallar agotaron sus fuerzas en un momento, pero extrajo de su manto el rubí y lo acarició con ternura. La joya brilló intensamente y las fuerzas de la mujer se renovaron de repente. Ahora sabía dónde debía buscar. El Corazón de Amón la guiaría hasta el lugar del que fue extirpado hacía mil años y ella recuperaría su hermosura, para siempre.
El Cairo, 15 de octubre de 1914
Un grito de mujer inundó la iglesia y unos pasos apresurados retumbaron en el suelo enmaderado. Hércules miró hacia el gran portalón de madera y apenas pudo vislumbrar un
niqab
púrpura que desapareció detrás de una de las celosías laterales.
—¿Ha visto eso, Lincoln? —preguntó Hércules, girándose de repente.
—Ya veo que no le interesa el arte copto. Le dije que podía venir yo solo —dijo Lincoln sin escuchar a su amigo.
Dos individuos morenos vestidos con pantalones bombachos parecidos a los usados por los soldados austríacos y unos
kalpak
[1]
negros entraron en la iglesia y corrieron hasta el pasillo central. Al ver que no estaban solos, caminaron más despacio, mirando de un lado al otro como si admiraran el templo. Los ojos negros de los desconocidos se cruzaron con la mirada desafiante de Hércules, que frunció el ceño y se llevó la mano al bolsillo donde guardaba su revólver. Lincoln se giró y pudo ver como los dos individuos bajaban la vista hasta la chaqueta de su amigo. En ese momento se escucharon unos golpes detrás de la celosía y los dos hombres se dirigieron hasta el foco del ruido. Hércules comprendió que el sonido provenía de la cripta que habían visitado minutos antes, donde se encontraban los restos de la primitiva iglesia de San Sergio, y en la que, según la tradición, se alojó la Sagrada Familia en su huida a Egipto. Por ello, desde el año 859 y hasta el siglo
xii
los patriarcas coptos eran elegidos en esa pequeña iglesia del barrio cristiano.
Hércules no dudó ni por un momento de que la mujer que se había refugiado en la iglesia estaba en peligro. Con un gesto de la cabeza indicó a Lincoln que lo siguiera, sacando su pistola del bolsillo. En el interior de la cripta reinaba la penumbra, Hércules se pegó instintivamente al muro y se agachó. Tiró de la chaqueta de Lincoln justo antes de que el chasquido de una bala sonara en la pared de piedra.
—¡Cielos! —gritó Lincoln.
—Cállese, si no quiere que nos acribillen —susurró Hércules, que forzaba los ojos para ver algo en la negrura.
Otra bala centelleó a sus espaldas y Hércules disparó hacia el pequeño resplandor. Escucharon un grito de dolor y unos pies que se apresuraban a ascender por la salida. Hércules y Lincoln permanecieron unos segundos callados hasta que los pasos se alejaron y el portalón de la iglesia se cerró de golpe.
—Pouvez-vous m'aider, s'il vous plaît?
[2]
—dijo una voz apagada en mitad de la penumbra.
—Bien sûr
[3]
—contestó Hércules en francés.
Hércules y Lincoln notaron una pequeña corriente de humo que se movía hacia ellos. De repente el olor a humedad y podredumbre dejó paso a un perfume suave pero intenso. Entonces vieron una silueta que estaba de pie ante ellos.
—Madame,
no sé lo que le sucede, pero no debe temer nada mientras esté a nuestro lado —dijo Hércules, poniéndose en pie.
—Es usted un verdadero caballero —contestó la mujer con un acento desconocido.
Ascendieron por la escalera hasta la nave central de la iglesia. A medida que la luz cubría el manto púrpura de seda de la desconocida, los ojos de los dos amigos se abrieron atónitos. Cuando ella se giró, pudieron contemplar un bellísimo
niqab
ribeteado con hilo de oro, que envolvía todo su cuerpo. Apenas se veía una pequeña franja de su rostro y sus grandes ojos azules, pero su refulgente mirada anunciaba una hermosura indescriptible.