Límite (200 page)

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Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
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—Lo hicieron desaparecer. Y ahora viene la parte pérfida de la historia, aunque tal vez pienses que ya ha sido suficientemente pérfida hasta el momento. Sin embargo, eso no es cierto. Hasta ahora sólo ha sido cruel.

Tu hizo una pausa mientras el Sol se elevaba en el cielo, derramando su luz sobre el lecho del Támesis.

—Unos kilómetros a las afueras de Hangzhou, en un paraje idílico entre campos de arroz y montañas plantadas de té, hubo durante muchos años un hermoso templo budista, que posteriormente fue demolido para erigir, en su lugar, algo que, en la opinión de entonces, pudiera ser útil a la sociedad china.

—Un
ankang.

Jericho sintió que su cansancio desaparecía. Había oído hablar de los
ankang,
aunque nunca había visto ninguno. Literalmente,
ankang
significaba «Seguridad, Paz y Salud», pero en realidad se trataba de hospitales psiquiátricos en manos de la policía.

—El
ankang
de Hangzhou fue la primera institución mental china de esa clase —dijo Tu—. Erigida sobre la base de la creencia en una ideología perfecta, cuyo cuestionamiento sólo podía ser el resultado de un trastorno mental de mayor o menor gravedad, como creer que la Tierra es cuadrada o la pareja en el matrimonio es un perro disfrazado. Según el modelo de la Unión Soviética, los disidentes en China eran diagnosticados como locos, pues el bonito nombre de
ankang
se lo puso el Partido a los hospitales mentales sólo a finales de los ochenta. Hasta entonces, funcionaban en secreto.

—Dime una cosa, a ese disidente encarcelado, cuya libertad quiso exigir Wang Wanxing..., ¿no lo tuvieron también encerrado en un
ankang?

—Durante trece años, y finalmente fue soltado, en 2005. Hasta entonces, la única información que circulaba sobre los
ankang
eran rumores, y se decía que no servían mucho al cuidado de los enfermos mentales, sino a la humillación de personas sanas. Pero entonces, al principio de manera vacilante, se inició un debate, lo que no impidió al Partido poner a funcionar otras de aquellas supuestas instituciones mentales. Se supone que siempre había personas que padecían la paranoia de los derechos humanos o se perdían en la idea esquizofrénica de unas elecciones libres. El mundo está lleno de locos, Owen, es preciso prestar mucha atención: sindicalistas, demócratas, religiosos, personas con peticiones o quejas (por ejemplo, las que se oponen a la política de demolición en Shanghai o exigen cosas tan exóticas como el derecho de cogestión de las riendas del país). Y no olvides a esos otros, los que están completamente locos, que creen descubrir casos de corrupción en nuestra sociedad perfecta.

Jericho guardó silencio. Tu bebió un sorbo de té, como para enjuagarse la boca y quitarse el mal sabor de la palabra ankang.

—Pues bien, desde la salida de Wanxing, las víctimas empezaron a protestar. A principios del año 2005, el Congreso del Pueblo sacó una ley que prohibía expresamente la tortura por parte de la policía: una farsa, por supuesto. Aún en la actualidad es bastante habitual someter a los sospechosos a largas represalias, hasta que éstos terminan firmando una confesión, lo que constituye la prueba de su enfermedad mental, y a partir de ese momento se aplica la tortura y se la denomina «tratamiento». Existe todavía en China, y esto es objeto de debates públicos y de advertencias llegadas desde el extranjero, pero cuando Hongbing fue internado en Hangzhou corría el año 1993, ninguna ley preveía entonces la posibilidad de una reclamación. Por entre los plátanos de los terrenos del manicomio, algo bonito de ver, ondea una banderola roja en la que puede leerse la siguiente consigna: «La salud física y mental reporta felicidad para toda la vida», lo que representa el lenguaje cínico del gulag. Hongbing recibe su diagnóstico: padece psicosis paranoide y monomanía política. Ningún médico fuera de China ha oído hablar nunca de tales padecimientos, ninguno de los dos está en las listas internacionales, lo que, una vez más, demuestra lo estúpidos que son los extranjeros. Hongbing causó una buena impresión, por decirlo a la manera eufemística de la institución, ya que su estado de ánimo era estable, sabía escuchar, oía la radio, le gustaba leer y siempre estaba dispuesto a colaborar, sólo que, literalmente, «mostraba un enorme trastorno del pensamiento lógico» en cuanto se hablaba de política. Su trastorno era visible para cualquiera, su actividad mental estaba marcada por la megalomanía, la beligerancia y una voluntad exacerbada, de dimensiones casi patológicas. Por tal razón, los médicos dan por apropiado un tratamiento con medicamentos y una vigilancia rigurosa, a fin de traer de vuelta a Hongbing al sendero luminoso de la lucidez mental, con lo cual el hombre fue despojado de todos sus derechos.

—¿Y ni siquiera pudo hablar con un abogado? —preguntó Jericho, desconcertado—. Debía de existir alguna posibilidad de entablar un proceso.

—Pero, Owen... —Tu había empezado de nuevo a comer chucherías, y se metía en la boca puñados enteros de ellas en cuanto tragaba las anteriores—. Eso habría sido un contrasentido. Quiero decir, ¿cómo podría haber reclamado un loco sus derechos ante la prueba fehaciente de su locura? Todo el mundo sabe que los locos creen que ellos son los únicos cuerdos. No existe ninguna posibilidad de reclamación ante el veredicto policial de que se está loco, la duración del internamiento queda únicamente a consideración de los psiquiatras forenses y los funcionarios. Y eso es lo que lo hace tan insoportable para las víctimas. En las cárceles o en los campos de trabajo, sabes cuántos años te han caído, pero la estancia en un
ankang
está sujeta únicamente a la arbitrariedad de tus torturadores. No obstante, ¿sabes qué es lo verdaderamente pérfido de todo esto?

Jericho negó con la cabeza.

—Que muchos de los internados padecen realmente enfermedades mentales. ¿Es bastante refinado, no crees? Imagínate el tormento de una persona sana al verse rodeada de criminales con graves trastornos mentales que lo amenazan de manera constante. Menos de un año después de su internamiento, Hongbing es testigo de cómo asesinan a dos internos, mientras que el personal del hospital lo presencia todo sin intervenir. Pasa muchas noches en vela por miedo a ser el siguiente. Otros prisioneros..., perdón, otros pacientes, por su parte, son gente completamente normal, como él. Pero eso no viene al caso. Todos pasan por el mismo infierno. Regularmente, se los somete a «terapias», camisas de fuerza químicas, choques de insulina y a electrochoques. ¡No puedes ni imaginar lo bueno que es eso para curar las mentes! Colillas apagadas en la piel de los pacientes, preferiblemente en los genitales, torturas con hierros candentes, calor extremo, falta de sueño forzosa, inmersiones en agua helada y, una y otra vez, palizas. Los que alborotan son atados a la cama y maltratados hasta que pierden el conocimiento, por ejemplo, clavándoles una aguja en el labio superior, recibiendo descargas eléctricas que alternan entre alta y baja tensión, para que nadie se embote de tal modo que no pueda percibir el dolor. A veces, cuando se les antoja a médicos y enfermeras, todos los pacientes de algún departamento reciben un castigo, da igual que hayan violado alguna norma o no. Bajo los bienintencionados cuidados del personal, son varios los pacientes que mueren a causa de un infarto. Uno con el que Hongbing mantiene una buena amistad decide, en su desesperación, hacer una huelga de hambre. También a él lo atan a la cama, y entonces otros prisioneros con trastornos mentales lo alimentan a la fuerza bajo la supervisión de los cuidadores. Sólo que, ¿cómo lo hacen? Puesto que nadie les enseña cómo hacerlo, unos le vierten al pobre diablo alimento líquido a través de las mandíbulas abiertas a la fuerza, y se extienden tanto haciéndolo que el hombre muere asfixiado, aunque por lo menos muere con la barriga llena. Fallo cardíaco, según el certificado de defunción. No se le piden cuentas a nadie. Hongbing tiene suerte dentro de la desgracia, queda exento de las peores torturas. Hay en Shanghai algunos cuadros chiflados por los coches que intervienen a su favor, con la discreción suficiente para no convertirse ellos mismos en víctimas de represalias, pero eso basta para que, en comparación, el padre de Yoyo reciba un trato privilegiado. Le asignan una celda individual, puede leer y ver la televisión. Tres veces al día le administran neurolépticos con fuertes efectos secundarios, mientras que algunos médicos, de manera indirecta, le dan a entender que lo consideran una persona completamente sana. Hongbing oculta las pastillas bajo el labio superior y las hace desaparecer en el retrete, pero luego, como castigo, recibe una terapia con un choque de insulina y pasa varios días en coma. En otra ocasión, lo atan, un médico se pone unos guantes con placas metálicas, se las coloca sobre la frente y éstas sueltan tal descarga que Hongbing pierde el conocimiento. Terapia de electrochoque, esta vez como castigo por ser quien es, sencillamente. Las descargas son continuas en el
ankang,
ni siquiera se puede pegar ojo debido a los constantes gritos de dolor. Los pacientes se ocultan bajo las camas, en los servicios, bajo los lavabos, pero no sirve de nada. Al que eligen lo encuentran siempre. Oh, ya no tengo nada para picar...

Jericho necesitó un momento para reaccionar. Como hechizado, se puso de pie, fue hasta el bar y regresó con un par de bolsas de patatas.

—«Queso y cebolla» —leyó en voz alta—. ¿O las prefieres con beicon?

—Me da igual. Al segundo año de estar allí, Hongbing intenta escapar. Ya casi está fuera cuando lo capturan y lo llevan de vuelta. Aún hoy en día sueña con ese momento, con más frecuencia que con todas las demás cosas vividas allí. En recompensa por tener tanta iniciativa propia, le administran escopolamina, que te sume en tal estado de apatía que ya ni siquiera piensas en cosas tan estúpidas como escaparte. No hace falta decir que ese fármaco provoca gravísimos daños físicos y psíquicos. Al tercer año de su estancia en el
ankang,
en el verano de 1996, internan en la institución a una joven obrera que había acusado al hijo del director de su fábrica de aceptar sobornos, y a raíz de ello el hijo la había golpeado hasta dejarla inconsciente. La joven volvió a denunciarlo, un atrevimiento que les dio todos los motivos al director de la fábrica, al jefe de la policía y a la administración del
ankang
para declararla enferma mental. Sin ningún visto bueno médico, sin denuncia ni fallo de un tribunal, la mujer desaparece en la clínica, mientras que el yerno del administrador del
ankang
se convierte de pronto en jefe de departamento en la fábrica. Ya ves, el mundo está lleno de casualidades... ¿Y qué pasa con Hongbing? Pues que se enamora de la mujer y se ocupa de ella, hasta que la chica, a los seis meses de haber sido internada, muere a causa de una terapia con choque de insulina. Ese acontecimiento termina por quebrar lo que había en él de espíritu de resistencia. El día en que perdió a la mujer, Hongbing perdió también toda su fuerza.

—Eso es horrible, Tian —dijo Jericho en voz baja.

Tu se encogió de hombros.

—Es la historia de una de esas falsas encrucijadas que uno tiene que afrontar en la vida. Una historia del «Si hubiera hecho esto», «Si no hubiera hecho aquello»... Más tarde, en la primavera de 1997, aquel grupo de divertidos chiflados recibe refuerzos con un tipo muy vivaz, de familia acomodada, pragmático y seguro de sí. Como era de esperar, lo primero que hacen los médicos es despojarlo de esa seguridad en sí mismo. El hombre no es ningún desconocido en los círculos disidentes, se lo considera un héroe local en la lucha contra la corrupción. Había movilizado a miles de empleados de una fábrica de componentes electrónicos de la que era jefe de departamento para que protestaran contra la dirección de la misma, que se enriquecía a costa del personal; se dirigió con pruebas a la Oficina de Quejas de Pekín, pero lo único que consiguió con ello fue que lo arrestaran y lo internaran. En el
ankang
le suministran todo tipo de medicamentos que hacen que enferme, se le caiga el pelo, sufra de espasmos, insomnio, irritabilidad y pérdida de memoria. Sin embargo, nadie consigue reducir su voluntad de vivir; su único objetivo es salir de nuevo cuanto antes, y él cuenta con amigos muy poderosos en Pekín, por ejemplo, su cuñado juega al golf con el jefe de la policía. A ese hombre le cae bien Hongbing. Pasa mucho tiempo con él, lo escucha, y poco a poco consigue reanimarlo. Seis meses más tarde, el hombre ya está fuera, le dan un cargo de directivo en un consorcio de
software
y empieza a planear la arquitectura de su ascenso. Cuando, al año siguiente, Hongbing sale también, a la edad de treinta años, cinco de ellos pasados en aquella institución psiquiátrica, su amigo del
ankang,
de manera discreta, le consigue un trabajo en un concesionario de coches y se fija como tarea seguir apoyándolo en todo lo que pueda.

El Sol se había elevado en el cielo. Una luz matinal de color rosa cubría los tejados.

—Y tú eres ese amigo del
ankang
—dijo Jericho en voz baja.

—Sí. —Tu se quitó las gafas y empezó a limpiarlas con el borde de la camisa—. Yo soy el amigo, y eso es lo que une a Hongbing conmigo.

Jericho guardó silencio durante un rato.

—¿Y Hongbing jamás le ha hablado a Yoyo acerca de esa época?

—Nunca. —Tu alzó las gafas a contraluz y miró a través de los cristales con ojos escrutadores—. Mira tu propia vida, Owen. Tú sabes bien que hay vivencias que se ciernen como candados sobre tus cuerdas vocales. La vergüenza te hace enmudecer, y además piensas que, si no hablas de ello, todo irá borrándose con los años, aunque lo cierto es que va ganando poder sobre ti. Tras recibir el alta, Hongbing sopesó la idea de llevarlo todo ante un tribunal. Yo le dije que se construyera una existencia antes de dar cualquier paso. ¡Sus conocimientos acerca de los coches eran enormes! Cada vez que salía un nuevo modelo al mercado, él, al cabo de poco tiempo, lo sabía todo acerca del mismo. Hongbing me escuchó y se hizo vendedor. En 1999 conoció a una chica de Ningbo y se casó con ella de manera precipitada. No pegaban ni con cola, pero, al parecer, él quería recuperar el tiempo perdido rápidamente y fundar cuanto antes una familia. Nació Yoyo, y el matrimonio, como era de esperar, fracasó, ya que Hongbing creyó haber descubierto que ya no podría amar nuevamente, si bien lo único que sucedía era que no podía amarse a sí mismo y, en efecto, no ha podido hacerlo hasta hoy. La chica se retiró de nuevo a Ningbo, y Hongbing obtuvo la patria potestad de la hija e intentó darle a Yoyo lo que él no tenía.

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