—¿En serio? —exclamó Muhammed. Su mirada sobrevoló las cajas apiladas en la estancia—. Resulta que tengo justo aquí…
—No hemos venido a comprar nada —lo interrumpió Jon alzando las manos—. Katherina trabaja en la librería anticuaría que he heredado de mi padre.
—Vale, vale —dijo Muhammed, lanzando a Jon una mirada penetrante—. En realidad, no se me ocurrió pensar que quisierais comprar novelas románticas a las tres de la madrugada. Sé que estáis aquí por el ordenador personal del
nerd
informático…
Jon asintió.
Muhammed paseó la mirada de uno a otro.
—¿Era vuestro amigo?
—No —contestaron Katherina y Jon al unísono.
—Sólo lo vi una vez —continuó Jon—. Era sólo un conocido.
—De acuerdo —dijo Muhammed, aliviado—. A decir verdad, es erróneo llamarlo
nerd
. Los
nerds
son buena gente. Al menos ellos tienen una pasión por algo, ya se trate de sellos, aviones u ordenadores, son gente
cool
. Vuestro… conocido, Lee, era un aspirante a
nerd
, un «quieroynopuedo». Un tipo que trabajaba con ordenadores, sí, pero él no tenía ni la capacidad ni el empuje para ser un verdadero
nerd
, aunque realmente trataba de convertirse en uno de ellos usando las palabras de moda y las referencias justas. —Carraspeó—. Mucha gente piensa que los
nerds
son perdedores, pero los verdaderos perdedores son los «quieroynopuedo», los pretenciosos, los farsantes, que piensan que pueden conquistar el respeto con el engaño, algo en verdad muy poco
cool
.
—Pero él trabajaba en el campo de la informática —dijo Jon—. No podía ser un desastre total.
—Bueno, no hace falta ser un
nerd
para conseguir trabajo en el sector informático —observó Muhammed—. Muy por el contrario. Los «quieroynopuedo» suelen ser tipos bastante simpáticos en sus empleos. Los
nerds
son mucho más difíciles de controlar. Ellos quieren hacer las cosas a su manera y, por lo general, no soportan recibir órdenes que contradigan sus métodos de trabajo.
Durante mucho tiempo Jon había pensado que un
nerd
era simplemente alguien que sólo pasaba sus horas delante de un ordenador, un tipo desaliñado, que todo el tiempo comía pizza, bebía Coca-Cola y tenía problemas con el sexo opuesto. No tenía elementos de juicio para sostenerla, pero otra de las hipótesis consistía en dudar de que un
nerd
pudiese hacer algo más que un programa para procesar textos. En los últimos años el término
nerd
había sustituido, cada vez con mayor frecuencia, a sinónimos como «excéntrico» o «fanático», para expresar la fascinación y la obsesión por alguna cosa. En ese mismo sentido, tanto Luca como muchos de los clientes que frecuentaban la librería podían ser definidos como
nerds
o «ratas de biblioteca», aunque ellos indudablemente prefirieran ser llamados «bibliófilos».
El encuentro con Muhammed había ampliado el concepto que Jon tenía de los
nerds
. Muhammed era cuidadoso en su aspecto y muy sociable. Tenía un amplio círculo de amigos que estaban interesados en otras cosas además de ordenadores. Por otra parte, era hijo de padres turcos, lo cual le confería un aspecto considerablemente más sano que el estereotipo que normalmente existía del
nerd
nórdico, que, por lo general, se traducía en un adolescente pálido, purulento y gafotas.
—No pienso en mí como un
nerd
—dijo Muhammed, como si Jon hubiese estado pensando en voz alta—. Pero tampoco me vanaglorio de serlo. —Volvió a su escritorio y tomó un montón de folios con listados—. Lee, en cambio, sí lo hacía. Estaba inscrito en varios grupos de discusión en la red, blogs
nerdys
, y es obvio que trataba de buscar un sitio para codearse con los tipos más
cool
. Las respuestas y las intervenciones que escribió resultan por demás banales, y demuestran con claridad que no conocía a fondo los conceptos que decía defender.
—¿En qué tipo de blogs participaba? —preguntó Jon.
—Sobre todo en aquellos más relacionados con la informática —respondió Muhammed mirando una hoja que sostenía—. Bases de datos, redes, POO y otras áreas de programación. Sin embargo, también hay algunas extrañas desviaciones: investigaciones sobre el cerebro, literatura y libros antiguos. —Alzó los ojos hacia Katherina—. ¿Esta información puede servirte de algo?
—Tal vez —contestó ella.
—En los tres últimos grupos que mencioné no se mostraba particularmente activo. Según parece, se limitaba a leer los blogs sin participar en los debates. —Agitó las hojas—. Os daré la lista, así podéis verla y resolver vosotros mismos qué queréis hacer con estos datos.
—Vale —dijo Jon—. ¿Hay alguna otra cosa que puedas señalarnos?
—Eché una ojeada a los últimos sitios que visitó —respondió Muhammed—. Siguen la misma tendencia de los blogs. Entró en muchas páginas web relacionadas con temas informáticos, diversas bibliotecas y páginas de literatura. También visitó varios sitios pomo y algunas agencias de viajes.
—¿Agencias de viajes? —dijo Katherina.
—Sí, buscaba información sobre viajes a Iraq y Egipto, pero sin comprar nunca ninguno. —Muhammed se levantó y les entregó el puñado de papeles—. En suma, está todo aquí. —Jon cogió las páginas y hojeó algunas de ellas—. Bueno, de modo que éste es vuestro hombre —concluyó Muhammed—. Un tipo solitario, algo patético, aspirante a
nerd
, aunque del tipo «quieroynopuedo», sin muchos amigos ni gran capacidad para socializar. A sus veinticinco años, con un trabajo estable pero no demasiado prometedor en el campo informático. Y con un par de interesantes desviaciones del perfil, que se inclinan hacia una pasión romántica por los viajes exóticos y la literatura.
—Impresionante —dijo Katherina.
Muhammed se encogió de hombros, minimizando el elogio.
—Ya conoces el dicho: muéstrame tu cubo de basura y te diré quién eres. Lo mismo vale para los ordenadores personales, aunque es realmente mucho más simple sumergirte en ellos que en la basura. La forma en que nos movemos cuando navegamos en internet puede revelar mucho sobre nosotros, y las pistas son fáciles de seguir si sabes de dónde parten.
Estaba apoyado contra el escritorio con los brazos cruzados y una sonrisa de satisfacción en sus labios.
—Queremos que nos ayudes con algo más —pidió Jon, mientras sus ojos todavía seguían recorriendo los papeles—. Buscamos a un hombre llamado Tom Norreskov. ¿Puedes encontrar su dirección?
—Si puedes deletrear su nombre… —contestó el turco, riendo.
Mientras Muhammed se ponía manos a la obra delante de sus tres pantallas planas, Jon comenzó a examinar los listados del ordenador de Lee. Katherina estaba sentada a su lado en el sofá y miraba a su alrededor mientras él leía. Jon percibió que ella estaba recibiendo algo, pero no le preocupó. Por el contrario, el hecho le infundía seguridad: ella se encargaría de recoger aquello que a él se le podía escapar. Al mismo tiempo, la muchacha podía sentir cuál era la información relevante aunque él no la expresara en voz alta. La idea de que Katherina fuese capaz de captar más de lo que a él le gustaría revelar invadió su mente en dos o tres ocasiones, pero acabó por desechar todo malestar cuando comprendió que, aunque así fuese, él no podía hacer nada por impedirlo.
De vez en cuando, Muhammed levantaba la cabeza de los monitores y solicitaba información sobre Tom: su edad, el trabajo, estudios, etcétera. Ellos respondían lo mejor que podían, casi adivinando algunas veces.
—¡Bingo! —gritó Muhammed al cabo de media hora en la que los únicos sonidos procedían de sus golpes al teclado y unos arrebatos que resultaban imposibles de comprender—. ¿Qué deseáis saber?
Katherina y Jon se levantaron y se acercaron al escritorio donde Muhammed reposaba inclinado sobre el respaldo de su silla, mirando satisfecho los tres monitores.
—Ante todo, dónde vive —inquirió Jon.
—Vordingborg —respondió Muhammed—. En una granja fuera de la ciudad, según lo que puedo deducir del mapa. Hace veinte años, tal como creíais, vivió en Copenhague, más exactamente en el barrio residencial de Valby, pero se mudó a Sjselland hace quince años, después del divorcio.
—¿Está divorciado? —repitió Katherina.
—Sí, hace dieciséis años. Pero hay algo extraño —informó Muhammed, haciendo una pausa para lograr un efecto dramático—. Primero renunció a la custodia de sus hijos, y luego cambió su apellido por el de Klausen; por eso tardé más tiempo en encontrarle. Luego se mudó a Vordingborg, donde ha vivido desde entonces, según el registro nacional.
—¿Entonces es un agricultor? —preguntó Jon.
—No creo —respondió Muhammed—. Ha pedido informaciones a los ayuntamientos sobre el arrendamiento de tierras, de modo que podría haber puesto sus campos en alquiler. Por otra parte, existe un T. Klausen empleado en el periódico local como reportero independiente.
Jon asintió.
—Debe de ser él.
Katherina estuvo de acuerdo.
—¿Algo más? —preguntó ella.
Muhammed hizo una mueca.
—No tiene teléfono ni paga licencia por el televisor… ¿Qué diablos hace alguien en una casa sin teléfono, una tele o una mujer?
—¿Leer libros? —sugirió Jon.
—¡Ah, claro! —exclamó Muhammed—. Imagino que es la única posibilidad. —Lanzó una mirada inquisitiva a Jon—. Otra vez con los libros, ¿eh?
Jon no contestó.
—¿Alguien puede llegar a descubrir que has estado buscándole?
—Si me roban el ordenador, sí. O si alguien en el ayuntamiento de Vordingborg controla este tipo de búsquedas y además tiene contactos con mi servidor, también. —Alargó el brazo—. No sé en qué estáis metidos, y tampoco me interesa saberlo, pero sería muy extraño que entraran en juego ese tipo de fuerzas a causa de un vulgar ratón de biblioteca.
—Te lo ruego, asegúrate de eliminar cualquier rastro posible —pidió Jon.
—Ningún problema —respondió Muhammed—. Ya me conoces, soy la prudencia personificada. —Señaló hacia un punto en el techo, detrás de ellos—. Desde luego, me he procurado más seguridad.
Se giraron. En lo alto de la pared, sobre la puerta que daba al jardín, había una cámara del tamaño de una caja de cerillas de cocina.
Jon sonrió.
—¿Has decidido convertirte en un profesional de las demandas por daños y perjuicios? Me parece un poco arriesgado…
—Debo defenderme, ya que la policía no lo hace —explicó Muhammed con un tono de amargura en la voz.
—Vale —dijo Jon—. Pero borra las dos últimas horas de la cinta, ¿vale?
—¿Cinta? —Muhammed soltó una carcajada—. Jon, eres un dinosaurio, tío.
Jon alzó las manos como defendiéndose.
—Sí, sí, lo sé. Tú limítate a borrarlo, ¿vale? Debemos irnos.
Muhammed les estrechó la mano.
—Y gracias por la ayuda —añadió Katherina.
—No hay de qué —respondió Muhammed, y les abrió la puerta.
Jon estaba sumamente satisfecho con el resultado de la visita. Por primera vez desde el inicio de la investigación, tenía la sensación de haber dado un paso adelante. Sentía que Tom N0rreskov desempeñaba un papel importante en toda aquella historia, y ellos habían sido lo bastante afortunados para detectarlo a pesar de sus intentos de ocultarse.
Pero también albergaba la sospecha de que este pequeño triunfo sería efímero. Debían seguir las pistas mientras estuvieran frescas, y esto significaba un viaje al sur de Sjaelland. Decidieron que Jon recogería a Katherina por la mañana, alrededor de las diez. Los dos estuvieron de acuerdo en no comentar con nadie más el asunto. Paw no hubiese resultado de ayuda; por el contrario, su actitud podría arruinar todo el viaje y, además, alguien debía cuidar de la tienda.
El plan implicaba que Jon se tomase otro día libre. Quizá no era el mejor momento para que descuidara su carrera, pero había decidido llevar a término el encargo y luego podría volver a dirigir su atención exclusivamente al trabajo.
Jenny parecía preocupada cuando, a la mañana siguiente, él llamó para saber si había novedades y para avisar de que tampoco iría por la oficina aquel día.
—¿No estará enfermo, verdad? —preguntó la secretaria al otro lado de la línea.
—No, no —le aseguró Jon—. Es que debo ocuparme de un asunto.
—¿Qué debo decir a los otros?
—Di que se trata de una cuestión personal, algo relacionado con la muerte de mi padre.
—Vale —dijo Jenny, dubitativa—. Sólo que…
—¿Sí?
—No creo que estas repetidas ausencias les sienten muy bien —susurró—. Corren rumores de que pretenden quitarle el caso Remer.
—Tonterías —la tranquilizó Jon—. Mientras Remer no responda a mis preguntas, no puedo hacer nada de todos modos. Halbech lo conoce. Él sabe que Remer puede ser difícil.
—Tal vez —admitió ella un poco desilusionada—. Pero prométame que volverá pronto.
—Por supuesto, no te preocupes.
—Tenga cuidado, Jon —dijo Jenny, y colgó antes que él pudiese contestar.
Quizá se equivocaba con respecto a la paciencia de Halbech, pero por el momento no podía ocuparse de otra cosa. Ya tendría tiempo para compensar las cosas; no había mejor sistema para subsanar las relaciones con el jefe que las horas extra no retribuidas.
De un modo extraño, el encuentro con Tom Norreskov, Klausen o como prefiriera llamarse le parecía mucho más urgente, como si el viaje a Vordingborg fuese una carrera contrarreloj, aunque Jon no supiera si había un premio detrás. Ni siquiera si deseaba ganarlo.
—¿Estás segura de que no quieres que vaya? Sólo para protegerte —apuntó Paw.
Katherina le hizo una seña de que todo iba bien.
—Además, alguien debe quedar al frente de la librería —agregó.
Una hora antes había hablado por el móvil con un Paw somnoliento. Le contestó con monosílabos y desagradables gruñidos, pero tan pronto como ella le contó su visita al hospital, él cambió el tono. Katherina le explicó que debían ir tras el rastro de un
cuentapropista
, y este dato finalmente le convenció; un rato más tarde, se presentó en Libri di Luca con el pelo revuelto y la ropa arrugada.
—Podría ser un hombre peligroso —insistió Paw.
—Aún no es seguro que tenga algo que ver con esto —contestó ella—. Por otra parte, no creo haber dicho que se trate de un hombre…