—¿Confiáis en ellos?
Katherina y Jon asintieron.
Tom miró hacia los edificios circundantes y dio un pequeño suspiro.
—Ahora preferiría que os marchaseis —dijo con toda calma.
Katherina y Jon intercambiaron una mirada.
—¿No sería mejor que nos quedáramos un rato por si ellos regresan? —preguntó Jon.
—Gracias, pero no —aseguró Tom, dando un paso atrás—. Puedo cuidarme solo. Hace veinte años que lo hago. Por favor, ahora quiero estar solo.
Viéndolo allí, de pie frente a ellos, con su escopeta bajo el brazo, Katherina pudo comprender que sus palabras encerraban algo más que una petición cortés. Aunque su voz sonaba controlada, el cuerpo de Tom parecía tan tenso como la cuerda de un violín, y sus ojos seguían vagando de un lado para otro.
—Pero… —protestó Jon.
Katherina lo detuvo colocando una mano sobre su espalda.
—Vale, ya está bien, vamos —dijo Katherina suavemente—. Gracias por todo, Tom. Usted nos ha proporcionado una información muy valiosa, y haremos todo lo posible para sacar el mejor provecho de ella. Desde luego, esperamos verle otra vez. Si la Organización Sombra realmente existe y está preparando algún tipo de ofensiva, necesitaremos la ayuda de todos.
Tom asintió, aunque tenía una expresión ligeramente incierta en sus ojos azules. No los perdió de vista hasta que el coche se puso en marcha. Mientras se alejaban, Katherina lo observó por el espejo retrovisor. Tom Norreskov se quedó un rato mirándolos desde el patio y luego se dio la vuelta y se dirigió rápidamente hacia el edificio principal.
—Algo paranoico, ¿no crees? —comentó Jon cuando dejaron atrás el bosque.
—Si tuviera que pasar quince años sola en este lugar, también me volvería un poco loca —dijo Katherina, y añadió de inmediato—: Un poco extraña, quiero decir.
Condujeron hasta Copenhague en silencio. Katherina intuyó que Jon preferiría estudiar detenidamente la nueva información por cuenta propia, de modo que ella se dedicó a mirar a su alrededor para comprobar que nadie los seguía.
Alcanzaron Copenhague sin ver ni Land Rovers ni ningún otro vehículo sospechoso, lo cual provocó que la tensión se relajara considerablemente cuando avistaron los altos edificios del centro de la ciudad.
Jon apagó el motor delante de Libri di Luca, pero no hizo ningún movimiento para salir del coche.
—Creo que necesito algún tiempo para pensar en todo esto —dijo, mirándola con una expresión algo perturbadora.
—Desde luego —le contestó Katherina—. Tómate tu tiempo. Avísame si hay algo que pueda hacer. —Vio a Paw moverse detrás de los escaparates de la librería—. ¿Qué les decimos a los demás? —preguntó a continuación, señalando hacia Paw, que se había plantado detrás de la cristalera con las manos en las caderas y los ojos fijos en ellos.
—He estado pensando en eso —aseguró Jon—. A mi padre los subterfugios no le sirvieron de nada; al contrario. Por eso creo que tal vez lo mejor sería poner nuestras cartas sobre la mesa y decirles todo tal como fue. —Se encogió de hombros—. Si contamos todo, quizás alguien termine por traicionarse, si es que realmente hay un topo en la Sociedad Bibliófila.
Katherina asintió.
—Esta tarde me acercaré al hospital para visitar a Iversen —anunció ella—. Entonces le diré lo que hemos averiguado. Me parece que nuestro deber es avisarle a él primero.
—Bueno, entonces informaremos a Kortmann mañana —agregó Jon, satisfecho.
Ella se despidió y salió del coche. Jon puso en marcha el Mercedes, pero Katherina se dio cuenta de que él no se marchó hasta que ella estuvo segura dentro de la librería.
—¿Y bien? —dijo Paw antes de que ella hubiera cerrado la puerta—. ¿Qué pasó allí?
Katherina miró a su alrededor para cerciorarse de que no hubiese clientes.
—Él no es el cerebro —afirmó ella—. Por el momento, no puedo decirte nada más.
—¡Ah… venga ya, Katherina! —gritó Paw decepcionado—. ¿Cómo es? Dime… A fin de cuentas, he tenido que cambiar todos mis planes para sustituirte en el negocio.
Katherina suspiró. Le contó a Paw la vida de ermitaño que llevaba Tom Norreskov en la granja, pero no dijo nada sobre la Organización Sombra o su conexión con Luca.
—Pésimo sujeto —murmuró el chico cuando ella terminó de hablar, pero Katherina no se dejó presionar por él para que soltara algo más—. Me pregunto qué hará realmente allí, en una granja en el culo del mundo.
Katherina evitó hacer comentarios, porque en aquel momento entró un cliente.
El resto del día lo pasó eludiendo las preguntas de Paw, hasta que lo envió a casa antes de la hora de cierre para poder estar un rato a solas. Después de cerrar, montó en su bicicleta y se dirigió al hospital. En el camino se detuvo a comprar una pizza de
pepperoni
. Mientras cruzaba el complejo hospitalario, el aroma hizo que todos los que se cruzaban en su camino la siguieran con una mirada implorante.
Iversen parecía completamente restablecido. Estaba incorporado en la cama, y una amplia sonrisa le iluminó el rostro apenas la vio entrar. Rió a carcajadas cuando se enteró de que ella le había traído una pizza.
—Acabo de comer —dijo él—. Si se puede llamar comer a la basura que te traen en este sitio. «Incorporar» sería un término más adecuado. —Acarició la colcha que cubría su torso—. Pero para una pizza de
pepperoni
siempre hay sitio.
Con gran alegría mordió el primer trozo, mientras Katherina le contaba lo que ella y Jon habían estado haciendo. Le relató todo lo que Tom Norreskov les había dicho. Varias veces, Iversen pareció tan sorprendido con lo que oía que casi se le atraganta la pizza. Pero dejó que Katherina concluyera su relato, que coincidió con el final de su comida.
—Yo siempre supe que Luca atesoraba sus pequeños secretos, pero esto no me lo podía imaginar ni remotamente. —Pensativo, se limpió la boca—. ¿Soy realmente de fiar?
—Desde luego que sí —dijo Katherina—. Diría que es tu corazón abierto y sincero el que a veces puede traicionarte.
Iversen sacudió la cabeza.
—Si lo hubiese sabido… Habría puesto más atención, tal vez podría haber servido de ayuda.
Katherina le cogió la mano. Estaba cálida y seca.
—En realidad, has ayudado, y mucho, como amigo y colega. Era lo que él necesitaba.
Iversen se encogió de hombros.
—Nunca lo sabremos —dijo él con un suspiro—. Me alegro de que me hayas informado, pero ¿estás segura de haber hecho bien? ¿Y si se me escapase algún comentario sobre la existencia de la Organización Sombra?
Katherina le estrechó la mano.
—Muy pronto lo sabrán todos en la Sociedad —anunció muy seria—. Si debemos combatir, necesitaremos la ayuda de todos.
Durante un par de minutos se mantuvieron así, cogidos de la mano y sin hablar.
—Cómo pude estar tan ciego —se lamentó Iversen amargamente—. De pronto muchas cosas comienzan a tener sentido, es como un rompecabezas cuyas piezas de repente empiezan a encajar. La expulsión de Tom, la reacción de Luca ante el suicidio de Marianne, Jon entregado en adopción… Resulta increíble la cantidad de secretos que aquel hombrecillo era capaz de guardarse.
—Luca probablemente encontró apoyo en Tom —sugirió Katherina.
—Tom —repitió Iversen, sacudiendo la cabeza—. Es cierto que esos dos nos engañaron a lo grande delante de nuestras propias narices.
—Pero pagaron un precio muy alto por ello —advirtió Katherina.
—Tenemos que hacer volver a Tom —dijo Iversen con firmeza—. Después de la forma en que lo hemos tratado, tenemos que encontrar la forma de rehabilitarlo. —Dio un golpe en la colcha—. Y le necesitamos. ¿Quién mejor que él para ayudarnos contra la Organización Sombra? Él es el mayor experto.
—No creo que tenga intenciones de abandonar la granja —replicó Katherina—. Tom parece estar interesado solamente en averiguar quién lo busca. No es que yo lo culpe, después de todo por lo que ha pasado.
—Tiene que haber algo que podamos hacer.
—Probablemente lo mejor sería dejarlo en paz —señaló Katherina.
—Si queremos convencer a los demás, será difícil —concluyó Iversen con sequedad—. Will Kortmann o, incluso, Clara ¿aceptarían tu historia sin tener a Tom presente para confirmarla?
—Tendrán que hacerlo. Y además, escucharán a Jon. Indudablemente, él es el más afectado por lo que pasó. En cierto sentido, Tom escogió su propio destino, siguió su camino, mientras que Jon fue engañado. Pero ¿quién sabe qué habría pasado si él se hubiera quedado con Luca?
—¿Cómo se lo ha tomado Jon? —preguntó Iversen con preocupación.
—Dadas las circunstancias, sorprendentemente tranquilo. Es difícil saber lo que siente. En este aspecto, es igual a Luca: es muy bueno guardando secretos. Creo que está amargado porque nunca le dijeron la verdad.
—Supongo que, en cierta medida, en el fondo todos lo estamos. Con justificación o sin ella, sentirse excluido nunca es agradable. Quizás ésta sea la oportunidad para unificar la Sociedad Bibliófila, que siempre fue el sueño de Luca.
—Sin embargo, todavía podría haber traidores entre nosotros —indicó Katherina.
—Muy cierto —admitió Iversen—. Sin duda, ha llegado el momento, más que nunca, de remover el avispero para ahuyentar a los malos bichos. Para eso, necesitaremos la ayuda de todos.
Y especialmente de Jon.
—¿Y Kortmann?
—Kortmann y Clara tendrán que hacer las paces —gritó Iversen agitado—. Aunque tenga que obligarlos a hacerlo.
Katherina notó que el electrocardiógrafo al cual el cuerpo de Iversen todavía estaba conectado trazó una serie de abruptas oscilaciones. Ella le acarició la mano.
—Tómatelo con calma, Iversen, o tendrás que seguirlo todo desde el hospital.
Al día siguiente, por primera vez, Katherina abrió la librería con el conocimiento pleno de que no siempre el contenido de todos aquellos estantes era utilizado para buenos fines. Hasta entonces, había considerado la venta de libros como un trabajo honorable, más que eso, digno del mayor respeto, una ocupación cuya intención era ilustrar a la gente y proporcionarle experiencias valiosas. Ahora tenía la sensación de que si trabajara en una armería, no encontraría muchas diferencias. Había individuos que podían usar los libros que ella vendía para hacer daño a otros. Evidentemente, desde hacía mucho tiempo sabía el riesgo que existía, pero aquél era el primer día en que comprendía que se trataba de algo hecho deliberadamente, y de forma organizada.
Esta nueva percepción la llevó involuntariamente a examinar con atención a los clientes que entraban, y si sorprendía a alguien siguiéndola furtivamente, no apartaba la vista de él. También aprovechó sus poderes para reunir la mayor cantidad de impresiones posible, y si algún cliente le parecía sospechoso, se aseguraba de que perdiera cualquier interés en la lectura para luego abandonar rápidamente la tienda.
Jon telefoneó a media tarde. Debido a su hipersensibilidad, Katherina comprendió inmediatamente que algo andaba mal.
—¿Cómo está Iversen? —preguntó él.
—Le darán el alta hoy o mañana —dijo Katherina, y luego le contó su visita al hospital la tarde anterior.
Pero, a juzgar por los breves comentarios y lacónicas exclamaciones de Jon, ella intuyó que su mente estaba en otra parte.
—¿Pasa algo? —preguntó tras una pausa en la que ninguno de los dos dijo una palabra.
Jon respondió con una risa fugaz.
—Sí y no —contestó—. He llegado a…, o mejor dicho, me han forzado a tomar una decisión.
—¿Sí?
Katherina contuvo el aliento. Su mente invocaba rápidamente argumentos horrorosos, uno tras otro. ¿Una decisión sobre qué? ¿Libri di Luca? ¿Vendería la tienda, después de todo a lo que se había enfrentado sólo para evitar la guerra con la Organización Sombra? ¿Había sido amenazado? ¿Comprado?
Jon carraspeó antes de continuar.
—¿Qué se necesita para ser activado?
Desde que Tom Norreskov les había hablado sobre la Organización Sombra y la participación de Luca, Jon había hecho un verdadero esfuerzo por asimilar esa nueva información. Después de haber alimentado durante veinte años conjeturas, acusaciones y rencores, ahora sentía como si tuviese que cambiar de sitio los dos hemisferios cerebrales para encontrar un sentido a todo aquello. Era algo que necesariamente debía hacer solo, y después de haber dejado a Katherina delante de Libri di Luca se dirigió directamente a su casa.
Abrió la puerta, se quitó la chaqueta y entró en el salón. La señora de la limpieza había estado allí, a juzgar por el olor y por el hecho de que las revistas estaban muy bien ordenadas sobre la mesa de café. El sol de la tarde brillaba por las ventanas impecables, y el impacto de la luz reflejada en el suelo de madera y las paredes blancas le hizo entrecerrar los ojos. Se acercó al sofá de cuero negro y se sentó con un suspiro. El otro mueble de la sala era una larga librería gris adosada a lo largo de la pared. En la parte superior descansaba un televisor de pantalla gigante y la instalación del sistema de sonido
surround
, que ocupaba casi la pared entera. La pared a sus espaldas y el espacio entre las ventanas estaban dominados por pequeñas banderas negras impresas con ideogramas chinos en plata y rojo.
Jon se inclinó hacia delante, recogió el montón de revistas y las colocó en el suelo, para luego empujarlas bajo el sofá sin mirarlas. La última cosa que deseaba hacer aquel día era leer.
Mientras estaba sentado en el sofá con la mirada fija en la pantalla del televisor apagado, el sol se ocultó detrás de los tejados y una luz más suave inundó la estancia.
Se sumergió entonces en un interminable torbellino de preguntas y teorías que no le dieron tregua. Era como si estuviese prisionero de una cinta magnética sin fin que contrastaba sus propias experiencias de la niñez y el relato de Tom Norreskov. Finalmente, el hambre le hizo levantarse del sofá e ir hasta la cocina, donde se sirvió lo poco que encontró en las alacenas. Luego, se arrastró a la cama.
Al cabo de una noche de insomnio, Jon decidió ir a la oficina. En parte porque necesitaba poder pensar en otra cosa, pero también para restablecer el contacto con su antigua vida, que ahora parecía tan lejana que se sentía obligado en cierta forma a comprobar si existía realmente o se trataba sólo de un sueño.
Al llegar, Jenny le hizo una seña amistosa, pero no abrió la boca, y a Jon le pareció vislumbrar una mezcla de alivio y preocupación en sus ojos. No descubrió el motivo hasta una hora más tarde, cuando fue convocado a la oficina de Halbech.