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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

Libros de Luca (24 page)

BOOK: Libros de Luca
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—¿Cómo van las cosas? —susurró.

—Todo igual —contestó Katherina con tono normal—. Está completamente dormido.

Jon apoyó la bolsa sobre la mesilla de noche.

—Periódicos, dulces, cepillos de dientes —dijo—. Nos dejan una cama por esta noche.

Se quitó la chaqueta, la colgó de un perchero detrás de la puerta y se sentó en una silla al otro lado de la cama.

Ninguno de ellos dijo nada, pero Katherina se alegró de no estar sola.

—¿Viste a alguien? —preguntó Jon al cabo de un largo silencio—. Quiero decir, fuera, en el pasillo, inmediatamente después.

Katherina negó con la cabeza.

—Nadie a quien haya podido reconocer. Esto es lo difícil de los poderes: no se puede identificar a quien los posee con sólo ver a la gente. No son como esos que cometen un crimen y salen caminando con un arma humeante a sus espaldas.

—¿Qué radio de acción tienen?

—Varía, dependiendo de la fuerza de los poderes de cada persona. Un receptor normal, si se puede denominar de tal forma, tendría que encontrarse en alguna de las habitaciones contiguas, o bien en el piso siguiente, ya sea el inmediatamente superior o el inferior.

—¿Y alguien con poderes como los tuyos?

—Un poco más lejos. Un piso más, tal vez dos.

—Pero ¿no es necesario que vea a la persona?

—No, pero las paredes reducen el radio de acción y el efecto.

Jon asintió repetidamente, inmerso en sus propios razonamientos.

—Entonces el asesino de mi padre ¿podría encontrarse fuera de Libri di Luca? —dijo por fin.

—En principio, sí —contestó Katherina—. Pero tu padre no era un tipo que se dejara engañar fácilmente, por lo que intuyo que el asesino estaba dentro de la librería, para alcanzar el impacto máximo. —Suspiró—. Pero Iversen es mucho más débil que Luca.

—No obstante, aún debe de representar algún tipo de amenaza —dijo Jon.

—O un riesgo —observó Katherina lentamente—. Cuando leía, Luca estaba siempre muy concentrado, y era imposible recibir de él cualquier otra impresión fuera de lo que el texto evocaba. Era como si fuese capaz de eliminar todo lo que le rodeaba en el momento en que comenzaba a leer. Pero Iversen es diferente. A veces puede estar muy distraído, como la mayoría de los lectores, y esto nos permite captar los resplandores que surgen en sus mentes.

—¿De modo que no puede guardar un secreto?

—No lo hace deliberadamente —explicó Katherina—. Pero ante la presencia de un receptor puede traicionarse sin quererlo.

—¿Y alguien podría temer que él tenga información que nosotros no deberíamos conocer?

—Esto al menos explicaría por qué le tienen en el punto de mira, a pesar de su estado. —Katherina estudió al hombre tendido en la cama. El color había vuelto a su rostro. Sólo las vendas que cubrían los cortes recibidos durante el incendio revelaban que algo no iba del todo bien—. Me pregunto si él es consciente, como se supone, de aquello que no debemos saber.

Pasaron siete horas antes de obtener una respuesta a aquella pregunta. Katherina y Jon se turnaban junto a la cabecera del enfermo, alternando para reposar en la habitación contigua. Iversen despertó durante el turno de Katherina, y mientras la enfermera comprobaba sus constantes vitales, ella fue de puntillas hasta el otro cuarto para despertar a Jon.

El paciente parecía notablemente animado y de buen humor, lo cual convenció a la enfermera de que le resultaría beneficioso tener visitas. Como aún tenía apetito, la enfermera pidió un par de sándwiches, que devoró con avidez.

—Siento como si acabara de participar en un maratón —dijo entre bocado y bocado—. Mi cuerpo está completamente agotado.

—¿Recuerdas algo? —quiso saber Katherina.

Iversen sacudió la cabeza mientras terminaba de masticar.

—Lo último que recuerdo es que había comenzado a leer a Mann. —Señaló hacia la mesilla de noche donde estaba el libro quejón le había quitado—. Creo que esperaré un poco antes de intentarlo de nuevo —añadió, guiñándole un ojo a Katherina.

—¿Te lo trajo Paw? —preguntó Jon.

—Sí, le llamé para pedirle que me trajera algo para leer. —Se rió—. ¿No es irónico? Cada día uno acumula todo tipo de libros con la mejor intención de leerlos, y cuando uno encuentra el tiempo y las posibilidades para hacerlo, finalmente algo sucede.

Sacudió la cabeza antes de darle otro mordisco al bocadillo.

—No sé qué daría por una pizza —dijo después de haber terminado de comer. La bandeja delante de él estaba cubierta de un arrugado papel de envolver—. Una hermosa pizza de salami picante con una buena ración de setas. —Suspiró—. Bien, ahora decidme qué habéis estado haciendo.

Katherina y Jon se turnaron para narrar los hechos sucedidos tras el incendio, la visita a Kortmann, la reunión en la biblioteca de 0sterbro, el presunto suicidio de Lee y el encuentro con los receptores. Durante todo el relato, Iversen escuchaba con atención y una expresión solemne en el rostro. Cuando acabaron, permaneció sentado durante un momento, sacudiendo la cabeza.

—Paw ya me contó lo de Lee cuando estuvo aquí. Es terrible.

—¿Y qué piensas al respecto? —preguntó Jon—. ¿Crees que se suicidó?

—Si la pregunta es si se inyectó una sobredosis por voluntad propia, entonces me parece que la respuesta es afirmativa. Pero me gustaría saber qué ocurrió antes. —Por un momento, Iversei dejó de mirar a Jon para concentrarse en Katherina—. ¿Qué nubló su mente hasta el punto de conducirlo al suicidio?

—Según la policía, él era el candidato ideal al suicidio: solitario, introvertido y un tanto paranoico —observó Jon.

—Sin duda —dijo Iversen—. Puede haber tenido cierta predisposición en ese sentido, pero necesitaba un fuerte empujón para llevarlo a la práctica. ¿Qué estaba leyendo?

—Kafka —respondió Jon con un tono sorprendido—. Kortmann hizo la misma pregunta.

Iversen asintió.

—Se puede leer a Kafka de muchas maneras diferentes. Algunos leen sus libros como si fuesen sátiras, otros como un angustioso retrato de la sociedad. En los textos de Kafka no parece muy difícil encontrar la depresión o la impotencia, y si se intensifican los sitios precisos, no debe de resultar difícil caer en una profunda depresión.

—¿Intensificados por un receptor? —preguntó Jon.

—En teoría, un transmisor puede obtener el mismo resultado durante una lectura en voz alta —contestó Iversen—. Pero en tal caso, significaría que Lee no estaba solo. Para un receptor sería mucho más fácil. La persona en cuestión no debía necesariamente estar presente en la misma habitación, y si trabajó con cierta sutileza, Lee muy probablemente ni siquiera notó que estaba siendo manipulado. Se habrá sentido muy deprimido, hasta el punto de decidir quitarse la vida.

—¿Por culpa de Kafka?

—Creo que se podría utilizar casi cualquier texto, pero Kafka tiene una melancolía subyacente que le hace posible influir en el lector de un modo mucho más imperceptible que si estuviese leyendo a
Winnie the Pooh
.

Katherina no había dicho una palabra durante la conversación. Había descubierto rápidamente adonde conducía, y aunque no le gustara admitirlo, veía confirmadas sus propias sospechas. No cabía ya ninguna duda de que un receptor estaba implicado en los hechos. Lo comprendió con toda claridad cuando vio a Iversen sentado en la cama sin control sobre su cuerpo. Tenía que reconocer que la teoría de Iversen sobre el suicidio de Lee era una confirmación ulterior que venía a resolver las incertidumbres en torno a la muerte de Luca, al menos para ella. Realizó un listado mental de todos los receptores que conocía, uno por uno, y valoró sus motivos y capacidades para llevar a cabo una acción semejante, pero todo fue en vano.

—A propósito, Clara se equivoca con respecto a los
cuentapropistas
—dijo Iversen, como si le hubiese leído el pensamiento—. Conozco al menos a un receptor que fue expulsado del grupo.

Capítulo
16

Por la reacción de Katherina, Jon comprendió que la noticia también la implicaba a ella. Se enderezó en la silla y se inclinó un poco hacia delante para escuchar mejor.

—¿Quién? —preguntaron Jon y Katherina al unísono.

—Es extraño que no haya pensado en esto antes —dijo Iversen, sacudiendo imperceptiblemente la cabeza—. Pero es que ha pasado tanto tiempo… —Cerró los ojos durante unos segundos—. Tom —exclamó, abriendo los ojos otra vez—. Su nombre era Tom. Norregárd o Norrebo, algo por el estilo. Tom era un receptor, bastante bueno, pero un tipo algo solitario, por lo que recuerdo. —Iversen señaló hacia Katherina—. Eso fue antes de tu llegada. De hecho, debe de haber sido alrededor de… —Abrió más los ojos y observó a Jon—. Creo que fue hace más de veinte años. Tu madre aún vivía, de eso estoy seguro.

—¿Qué pasó? —preguntó Jon—. ¿Por qué fue perseguido?

—Hubo una mujer de por medio —dijo Iversen, moviendo la cabeza—. Disculpad, pero mi memoria ya no es la que era, y esto pasó hace mucho tiempo. Por lo que recuerdo, él utilizó mal sus poderes como receptor para acostarse con una mujer. Según se rumoreaba, no era la primera vez que sucedía. Lo cierto es que fue descubierto y expulsado de la Sociedad. Era un amigo de Luca, y no sólo fue él quien lo descubrió, sino también quien asumió la ingrata responsabilidad de desterrarlo.

—¿Desterrarlo? Me parece un procedimiento un tanto drástico —dijo Katherina.

Iversen se encogió de hombros.

—Había infringido las reglas repetidas veces, y en un grupo como el nuestro es esencial que confiemos los unos en los otros. De lo contrario, ¿qué sentido tiene?

—Pero ¿no era más peligroso dejarlo libre, y que vagara por ahí sin control? —preguntó Jon—. Habría podido desenmascararse a sí mismo si revelaba sus poderes, y quizá poner fin a la Sociedad Bibliófila.

—Luca pensó que era lo mejor —respondió Iversen—. Y entonces, nadie dudaba de su palabra. En aquel tiempo Luca dirigía la Sociedad, y por lo que parece, logró hacerle comprender a Tom que se había equivocado. Pero no podía readmitirlo. En parte, porque sólo tu padre confiaba en él, pero, además, porque, según Luca, Tom se avergonzaba tanto por su comportamiento que ya no era capaz de mirarnos a los ojos. No volvimos a verlo nunca más.

—Según parece, no responde al tipo vengativo —señaló Katherina.

—No, ésa fue también mi impresión —acordó Iversen—. Ni siquiera Luca, que fue la última persona en hablar con él, dio a entender que Tom estuviese enfadado o amargado, pero la época coincide.

—¿Y qué podría querer ahora? —se preguntó Jon—. Quizá se sintió herido en la época en que fue expulsado, pero ¿hoy? ¿Por qué motivo habría interrumpido los ataques para retomarlos veinte años más tarde?

Se miraron el uno al otro, pero ninguno tenía una respuesta.

—Norreskov —exclamó Iversen de repente, haciendo sobresaltar a Katherina—. Su nombre era Tom Norreskov.

—Tendríamos que intentar localizarlo —dijo Jon—. No puede haber muchos tipos en Dinamarca con ese apellido.

—Quizás aún puedas reconocerlo cuando lo veas —dijo Iversen—. Pasaba mucho tiempo en Libri di Luca cuando todavía vivías con tus padres. —Se dio la vuelta y posó la mirada en Katherina—. En cambio tú, todavía no nos conocíamos; Tom desapareció mucho tiempo antes de que te unieses a nosotros. Lo que me sorprende es por qué Clara nunca dijo nada sobre él. Ella debería recordar bien lo que pasó.

—Desde que formo parte del grupo, nunca he oído mencionar a gente desterrada —dijo Katherina—. Tal vez sólo sea una de esas cosas sobre las que no se habla, como cuando se tiene una oveja negra en la familia.

Iversen asintió. De golpe pareció muy cansado, tumbado como estaba en la cama, con los brazos cruzados sobre el estómago y la cabeza apoyada en la almohada. Jon se enderezó en la silla.

—Será mejor que te dejemos dormir un poco, Iversen.

Intentó una débil protesta, pero Katherina estuvo de acuerdo con Jon y ambos se levantaron.

—Estaremos aquí, en la habitación de al lado —dijo Jon, señalando la pared.

—De eso nada —gritó Iversen—. Debéis marcharos. Tenéis cosas más importantes que hacer que velar a un viejo cansado. —Levantó su mano como si fuera a realizar un juramento—. Prometo no abrir un libro hasta que regreséis.

Jon sabía que, aunque era tarde, lo más probable era que Muhammed todavía estuviese levantado, y Blegdamsvej, donde estaba ubicado el hospital de la universidad estatal, no quedaba demasiado lejos de su apartamento en Stengade. Por otra parte, las tres horas de sueño y la nueva información suministrada por Iversen le habían despejado por completo, por lo cual no le resultó difícil decidirse a hacerle una visita.

Tal como Jon había pensado, Muhammed estaba despierto. Con los auriculares telefónicos en la cabeza, estaba sentado, casi inmóvil, iluminado únicamente con la luz pálida que emitían los monitores de su ordenador, mientras que el resto de la habitación permanecía a oscuras. Jon y Katherina tuvieron que golpear con fuerza el cristal para que reaccionara. Cuando finalmente Muhammed se volvió para mirar hacia la puerta que daba al jardín, lo hizo de muy mala gana, como si tuviese que forzar los ojos para seguir el movimiento de la cabeza. Tan pronto como advirtió que era Jon quien estaba fuera, en su rostro se dibujó una sonrisa. Se quitó los auriculares y se levantó de la silla.

—Hola, jefe —saludó Muhammed al abrir la puerta. Sólo entonces se percató de la presencia de Katherina, oculta tras las espaldas de Jon—. ¿Y tú eres…?

—Katherina —dijo Jon rápidamente—. Una amiga.

Muhammed miró primero a Katherina, luego a Jon y por último a su reloj.

—Por supuesto —dijo con una sonrisa cómplice, apartándose para dejar paso—. Entrad.

—Trabajas hasta tarde —observó Jon cuando entraron en el salón.

Muhammed había encendido otras luces, de modo que pudieran avanzar entre los vacilantes montones de premios.

—No trabajo de esclavo en una oficina de nueve a cinco —respondió Muhammed, retirando un par de cajas del sofá para que pudieran sentarse—. Mi dominio es el mundo entero con todos sus husos horarios, de tal forma que programo mis horarios de trabajo de acuerdo con ello.

—¿O sea que se trata de un trabajo de esclavo las veinticuatro horas?

—Algo así —admitió Muhammed con una risita—. Y tú, Katherina, ¿cómo pasas el tiempo?

—Libros —respondió ella, y añadió—: Trabajo en una librería.

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