Los pensamientos de Jon convergían en la próxima reunión. Luca había sido un transmisor, y aunque aparentemente tenía una excelente relación con todos, su lealtad debía de haber sido más fuerte con los de su propia clase. Por eso, Jon tenía la sensación de estar a punto de entrar en territorio enemigo.
—¿Qué debo esperar? —preguntó finalmente, rompiendo el hielo.
Katherina miró alrededor antes de contestar.
—En todo caso, una unidad mayor que entre los transmisores. —Bajó los ojos y se miró las manos—. Puede resultar muy difícil ser un receptor, sobre todo al principio, cuando realmente no te das cuenta de qué es lo que sucede, y quizá por eso aquellos de nosotros que vivimos esa experiencia estamos muy unidos. Nos necesitamos los unos a los otros, porque nadie más puede experimentar lo que significa. Tu padre lo intuía, y nos respetaba a causa de lo que habíamos tenido que pasar, pero la mayoría piensa que nuestros poderes son un dispositivo que podemos encender y apagar a voluntad.
—Yo me volvería loco —dijo Jon.
—Muchas personas lo hacen —contestó Katherina—. Incluso son marcados como lunáticos cuando afirman oír voces.
Jon asintió, y le contó el episodio de El Vaso Limpio con el tipo de la cerveza oscura.
Katherina sonrió.
—Lo conocemos bien —comentó ella—. De vez en cuando, Ole aparece en nuestras reuniones, aunque no lo ha hecho a menudo últimamente. El ha encontrado su propio modo de mantener las voces a distancia: el alcohol. Por eso, no creo que lo veamos hoy.
—¿El alcohol aleja las voces?
—En algunas personas parece como si les hubieran puesto una sordina, son más sigilosas; en otras, las voces aparecen deformadas e incomprensibles, lo cual es aún peor. Tenemos nuestros propios métodos para mantener las voces en un nivel tolerable. Los más hábiles pueden llegar a atenuar el volumen utilizando técnicas especiales, pero quienes no tienen esa suerte se ven obligados a emplear otras soluciones. Algunos repiten letanías o realizan ciertos movimientos para desviar su atención, otros recurren incluso a métodos extremos, como provocarse dolor pellizcándose o incluso cortándose. —Suspiró—. Pero el mejor método, sin duda, es participar en los grupos.
—¿Terapia?
—En cierto sentido —admitió Katherina de mala gana—. Imagino que siempre resulta de gran ayuda encontrar a otros en tu misma situación, por lo menos para saber que uno no está solo. —Miró a Jon directamente—. Como te habrás dado cuenta, nuestro objetivo es permanecer unidos como grupo y ayudarnos unos a otros, no pretendemos dominar el mundo y ni siquiera fastidiar a un par de libreros. Entre otras cosas, porque, simplemente, no tenemos la energía necesaria para ello.
Jon asintió. Podía leer en sus ojos verdes que aquello que decía no eran sólo palabras.
Katherina bajó la mirada y se frotó la barbilla con las puntas de los dedos.
—¿No es hora ya de irnos?
Desde Sankt Hans Torv, Katherina lo guió a lo largo de la Nfrre Alié. Pasando la iglesia, atravesaron el portón de entrada y subieron por la escalera de un viejo edificio. La chica se detuvo ante una puerta con un gran cartel de metal e hizo sonar el timbre.
—Centro de Estudios de Dislexia —leyó Jon—. ¿La dislexia siempre está relacionada con los poderes de un receptor?
—Bueno, no es un requisito previo —contestó ella en voz baja—, pero más de un tercio de nosotros somos disléxicos, así que no puede tratarse solamente de una coincidencia.
Oyeron a alguien que se acercaba al otro lado de la puerta y abría la cerradura. Una mujer robusta que llevaba un vestido negro abrió la puerta. Tan pronto los vio, una sonrisa iluminó su rostro redondo.
—Entrad, entrad —les dio la bienvenida apartándose—. Los demás ya están aquí.
Katherina y Jon entraron en el vestíbulo, donde hileras de abrigos mostraban la presencia de más de veinte personas.
—Soy Clara —dijo la mujer, estrechando enérgicamente la mano de Jon—. Soy la directora de este centro.
—Jon Campelli.
—No necesitas presentarte —respondió ella, riendo—. Es increíble cuánto te pareces a él…, a Luca, me refiero. Además, te vi en el entierro.
Después de quitarse las chaquetas, Clara los condujo por un largo corredor hacia una puerta blanca. Un zumbido de voces provenía del interior. El rumor se detuvo en el mismo momento en que Jon traspasó el umbral. En torno a una mesa oval estaban sentadas por lo menos diez personas, y otras tantas, el mismo número o quizás algunas más, se encontraban a lo largo de las paredes.
—¡Hola! —dijo Jon, levantando la mano a modo de saludo.
Los presentes le respondieron con un gesto o a media voz.
—Sentaos aquí al fondo —sugirió Clara, señalando dos sillas vacías en un extremo de la mesa.
Jon y Katherina ocuparon sus sitios bajo la atenta mirada de los demás. Clara se acomodó en el extremo opuesto.
—Como os he mencionado —comenzó diciendo—, tenemos el placer de contar con nosotros con el hijo de Luca, Jon, y, desde luego, con Katherina. —Clara sonrió—. Lo primero que quisiera es ofrecer mis condolencias por la muerte de Luca. Fue un querido amigo para todos nosotros, y lo consideramos uno más del grupo. Lo echamos mucho de menos.
Todos manifestaron su acuerdo con murmullos y gestos de asentimiento.
Jon mostró su agradecimiento con una ligera inclinación de cabeza. Notó que la mayoría eran mujeres, casi las dos terceras partes del grupo, pero le resultaba difícil ver el rostro de todas. La gente sentada alrededor de la mesa estaba iluminada desde arriba por una lámpara larga, oval, pero la luz no llegaba hasta las paredes, donde estaba el resto de los oyentes. A algunos de ellos Jon los vislumbró sólo como sombras o formas parciales, cuya parte superior se veía medio oculta por la oscuridad.
—Por eso, obviamente, haremos todo lo que podamos para ayudar a descubrir lo que ha pasado —continuó Clara—. Hemos seguido los últimos acontecimientos con preocupación. No tenemos nada que ver con lo que ha venido ocurriendo, menos aún en relación con la pérdida de tu padre.
—¿Qué función cumplía dentro de este grupo? —preguntó Jon.
—Ante todo, actuaba como un embajador —contestó Clara—. Hasta el último momento intentó unir a la Sociedad Bibliófila, y sin sus esfuerzos, la relación entre los transmisores y los receptores sería todavía peor de lo que es.
—Resulta difícil de imaginar que vuestras relaciones pudiesen ser peores —dijo Jon.
—Las cosas se han enrarecido recientemente —admitió Clara—. Pero antes de que comenzaran a suceder los últimos acontecimientos, estuvimos muy cerca de una reconciliación. No es fácil olvidar veinte años de hostilidades y errores, se requiere de mucha diplomacia y buena voluntad para hacer concesiones. Se podría decir que Luca ya había invertido años abonando el terreno, un trabajo sostenido por las tardes de lectura en su librería, que fue considerada por ambas partes como una zona neutral en la que regía un permanente armisticio. Pero en el seno de la Sociedad, la cooperación aún no había comenzado.
—¿Y qué implicaba esa unión? —preguntó Jon—. ¿Por qué es tan importante estar unidos cuando vuestros poderes son tan diferentes?
—Incluso sin estar activo, debes de tener alguna idea de lo eficaces que resultan los poderes que poseemos, tanto los transmisores como los receptores. Pero sólo cuando estos poderes se ven combinados surge su verdadera fuerza. Si un transmisor es apoyado por un receptor, el resultado estará mucho más concentrado, y el efecto sobre los oyentes es tan fuerte que sólo unos pocos pueden resistirse.
—¿Entonces sólo es una cuestión de poder?
De todos lados surgió un rumor de protestas, pero Clara levantó su voz.
—Poder sobre la historia, se podría decir. Nosotros nunca soñaríamos con hacer un mal uso de nuestro talento. Nuestro objetivo es presentar la historia tan fielmente como sea posible y transmitir el mensaje del texto con tanta eficacia como podamos.
—No obstante, han empezado a surgir estos ataques —objetó Jon.
—Es cierto —admitió Clara—. Pero no hay ninguna prueba que demuestre responsabilidad alguna de los receptores. Debemos ser conscientes de que la muerte de Luca tiene todo el aspecto de haber sido provocada por un receptor, pero también es posible que haya muerto por causas naturales, o que su crisis cardíaca fuese inducida por otra razón.
—No hay qué, por ejemplo?
—Veneno, o posiblemente un shock —sugirió Clara, aunque sin parecer del todo convencida.
—Pero si suponemos que detrás del asunto hubo un receptor, como muchos indicios nos llevan a pensar —dijo Jon con calma—, ¿podría haber ocurrido sin que tú lo supieras?
Todos aquellos que estaban sentados a la mesa volvieron sus ojos hacia Clara. Ella miró al techo durante un instante y luego se encogió de hombros.
—Es una posibilidad que no puedo excluir —aceptó—. Pero la encuentro del todo inverosímil. Tenemos un sentimiento grupal muy fuerte, y un acto de traición es inconcebible. Además, todos hemos disfrutado de las ventajas de estar cerca de Luca, no sólo debido a su personalidad y sabiduría, sino también en un sentido puramente práctico, entrenándonos con él. Sin su cooperación como transmisor, nuestros poderes como receptores no habrían alcanzado el alto nivel del que podemos jactarnos. Katherina es, quizás, el ejemplo más brillante. Si Luca no la hubiera tomado bajo su tutela y no hubiesen entrenado juntos casi a diario, ella no sería uno de los Lectores más expertos que hoy tenemos.
Katherina asintió con la cabeza.
—¿Podría tratarse de alguien externo al grupo? —sugirió Jon—. ¿Alguien a quien no conocéis?
—En teoría podría tratarse de un
cuentapropista
suelto —dijo Clara después de hacer una breve pausa reflexiva—. Pero por lo general los
cuentapropistas
, sobre todo si no están bien entrenados, no son lo bastante fuertes para matar a alguien. Debes recordar que ellos a menudo no tienen ni idea de cuáles son sus poderes, ni mucho menos para qué podrían emplearlos. Tarde o temprano, ellos terminan con nosotros, a menos que vayan a parar al psiquátrico, o a lugares peores todavía…
—¿Y no podría ocurrir por casualidad? Si, como dices, ellos no conocen sus propias capacidades, ¿no podría un
cuentapropista
matar a alguien por casualidad?
—Es muy improbable —se apresuró a decir Clara. Su mirada vagó durante un momento de Jon a Katherina, antes de seguir—. Esto requiere un desarrollo gradual en el efecto, lo que a su vez presupone mucho entrenamiento y autocontrol.
—¿Y nadie ha abandonado el grupo después de haber alcanzado las capacidades necesarias? ¿Alguien que pudiera tener razones para buscar venganza?
—No —contestó Clara con firmeza.
Jon observó a la gente que estaba visible a la luz de la lámpara. Algunos de ellos susurraban, otros esperaban expectantes con los brazos cruzados, como desafiándolo a presentar una nueva y mejor argumentación.
—En consecuencia, si el móvil no es la venganza ni el poder —resumió Jon—, entonces ¿cuál es?
Se hizo un silencio absoluto. Algunos de los sentados alrededor de la mesa intercambiaron miradas, pero la mayoría estaban dirigidas a Clara.
—En realidad, yo no he excluido ni la venganza ni el poder —afirmó ella, y por primera vez se percibió un matiz áspero en su voz—. Simplemente dije que resultaba más que improbable que cualquiera de nosotros hubiese actuado llevado por ese tipo de motivos. En nuestra opinión, esto tiene que ver con alguien que quiere impedir la unión de la Sociedad. Alguien que tiene mucho que perder, en términos de poder o de prestigio. La elección del momento no es casual. Los ataques han reaparecido justo ahora, después de veinte años y con la perspectiva próxima de una reconciliación final. —Suspiró—. A mí no me sorprendería que la persona o personas que están detrás de los ataques fueran las mismas de hace veinte años. Alguien que en esa época conquistó una cierta posición, y ahora tiene miedo de perderla.
Jon miró fijamente a Clara. La mujer, habitualmente tan jovial, no se rió, se limitó a observar sin pestañear. Los demás la examinaron primero a ella, luego a Jon, como si apostaran a ver quién parpadearía primero.
—¿Piensas en Kortmann? Es una acusación seria —dijo Jon por fin.
—Es que se trata de una situación seria. Estamos siendo amenazados, y nuestras propias vidas corren peligro.
—Hasta ahora han sido los transmisores quienes han sufrido las pérdidas más grandes —advirtió Jon—. Lee murió anoche. La policía sostiene que se trata de un suicidio, pero Kortmann piensa de otra manera.
Clara sacudió la cabeza, como si ella ya lo supiese, pero muchos de los miembros comenzaron a murmurar, mirándose asombrados.
—No me sorprende —dijo ella—. Aunque muchos de nosotros no conocíamos bien a Lee, sentimos mucho lo que le pasó, pero esto no cambia nuestras sospechas. Lee era demasiado joven para haber participado en los episodios de entonces, y esto de por sí ya podía representar un riesgo para los implicados. Quizás encontró algo inconveniente en el camino…
—Tal vez sólo se quitó la vida —insistió Jon—. La policía encontró una nota de suicidio con su propia firma.
—La cuestión ya no es si él se suicidó o no —dijo Clara—. Aunque no haya sombra de duda de que fuese así. Kortmann no es el único que tiene contactos en la policía. —Sonrió—. La verdadera pregunta es qué lo impulsó a hacerlo.
—No parecía un tipo que se dejara llevar hasta semejante extremo —apuntó Jon.
—Mayor razón entonces para mi escepticismo —rebatió Clara, y luego calló de improviso, sin añadir nada, a pesar de que parecía estar a punto de continuar hablando.
Jon tenía la sensación de haber pasado algo por alto. Clara lo observaba fijamente, expectante, con una expresión casi inquisitiva, como si ella le hubiese entregado la primera parte de una frase que él debía completar.
—Olvidas que el hombre al que estás acusando fue el que propuso esta reunión.
—En absoluto —respondió Clara, sonriendo irónicamente—. Nada más conveniente que encargar una investigación a alguien que no pertenece a la Sociedad, alguien que ni siquiera es consciente de sus poderes y que piensa que puede influir. —Jon iba a protestar, cuando Clara lo detuvo levantando la mano con ligereza—. Pero, según creo, es él quien ha calculado mal, Jon. Puede resultar que haya tomado exactamente la decisión correcta, pero por motivos incorrectos. De hecho, tu exigencia de hacer participar a Katherina en la investigación nos ha convencido de que eres la persona apropiada para el trabajo.