Read Las palabras y las cosas Online
Authors: Michel Foucault
Lo esencial es que a principios del siglo XIX se haya constituido una disposición del saber en la que figuran a la vez la historicidad de la economía (en relación con las formas de producción), la finitud de la existencia humana (en relación con la escasez y el trabajo) y el cumplimiento de un fin de la Historia —sea disminución indefinida o viraje radical. Historia, antropología y suspensión del devenir se pertenecen de acuerdo con una figura que define, con respecto al pensamiento del siglo XIX, una de sus redes mayores. Se sabe, por ejemplo, el papel que desempeñó esta disposición para reanimar la buena voluntad, ya fatigada, de los humanismos; se sabe cómo hizo renacer las utopías de la perfección. En el pensamiento clásico, la utopía funcionaba más bien como un ensueño sobre el origen: la frescura del mundo debería asegurar el despliegue ideal de un cuadro en el que cada cosa estaría en su lugar, con sus vecindades, sus diferencias propias, sus equivalencias inmediatas; en esta primera luz, las representaciones no debían estar aún separadas de 1a presencia viva, aguda y sensible de lo que representan. En el siglo XIX, la utopía concierne al ocaso del tiempo más que al alba: pues el saber no está ya constituido al modo de un cuadro, sino al de la serie, el encadenamiento y el devenir: cuando llegue, con la noche prometida, la sombra del desenlace, la erosión lenta o la violencia de la Historia harán surgir, en su inmovilidad de roca, la verdad antropológica del hombre; el tiempo calendario) podrá muy bien seguir su marcha; será como vacío, pues la historicidad se habrá superpuesto exactamente a la esencia humana. El flujo del devenir, con todos sus recursos de drama, de olvido, de enajenación, se captará en una finitud antropológica, que encuentra allí a su vez su manifestación iluminada. La
finitud
con su verdad se da en el
tiempo
; y de golpe el
tiempo se acaba
. El gran sueño de un término de la Historia es la utopía de los pensamientos causales, así como el sueño de los orígenes es la utopía de los pensamientos clasificadores.
Durante mucho tiempo esta disposición fue constrictiva; y a fines del siglo XIX, Nietzsche la hizo centellear una vez más al incendiarla. Retomó el fin de los tiempos para hacer de ello la muerte de Dios y el errar del último hombre; retomó la finitud antropológica, pero para dar el salto prodigioso del superhombre; retomó la gran cadena continua de la Historia, pero para curvarla en el infinito del retorno. La muerte de Dios, la inminencia del superhombre, la promesa y el terror del gran año en vano retoman palabra por palabra los elementos que se disponen en el pensamiento del siglo XIX y forman su red arqueológica: de ello sólo queda que prendan fuego a todas estas formas estables, que dibujen con sus restos calcinados rostros extraños, imposibles quizá; y en una luz de la que no se sabe aún con justicia si reanima el último incendio o si indica la aurora, vemos abrirse lo que puede ser el espacio del pensamiento contemporáneo. En cualquier caso, es Nietzsche el que ha quemado para nosotros, y antes de que hubiéramos nacido, las promesas mezcladas de la dialéctica y de la antropología.
En su proyecto de establecer una clasificación tan fiel como un método y tan rigurosa como un sistema, Jussieu descubrió la regla de subordinación de los caracteres, del mismo modo que Smith había utilizado el valor constante del trabajo para establecer el precio natural de las cosas en el juego de las equivalencias. Y del mismo modo que Ricardo liberó al trabajo de su papel de medida para hacerlo entrar, más acá de todo cambio, en las formas generales de la producción, así Cuvier liberó la subordinación de los caracteres de su función taxinómica, para hacerla entrar, más acá de toda clasificación eventual, en los diversos planes de organización de los seres vivos. El lazo interno que hace depender las estructuras unas de otras no se sitúa ya en el nivel único de las frecuencias, se convierte en el fundamento mismo de las correlaciones. Fueron este desplazamiento y esta inversión lo que Geoffroy Saint-Hilaire debía traducir un día al decir: "La organización se convierte en un ser abstracto… susceptible de tomar numerosas formas".
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El espacio de los seres vivos gira en torno a esta noción y todo lo que había podido aparecer hasta entonces a través de la cuadrícula de la historia natural (géneros, especies, individuos, estructuras, órganos), todo lo que se había presentado a la vista toma a partir de entonces un nuevo modo de ser. Y en el primer rango, estos elementos o estos grupos de elementos distintos que la mirada puede articular cuando recorre el cuerpo de los individuos y a los que se llama
órganos
. En el análisis de los clásicos, el órgano era definido a la vez por su estructura y por su función; era como un sistema de doble entrada que, podía leerse exhaustivamente sea a partir del papel que representaba (por ejemplo, la reproducción), sea a partir de sus variables morfológicas (forma, tamaño, disposición y número): los dos modos de desciframiento se cubrían en lo justo, pero eran independientes uno de otro —el primero enunciaba lo
utilizable
, el segundo lo
identificable
. Lo que Cuvier trastrueca es esta disposición; levantando tanto el postulado del ajuste como el de la independencia, hace desbordar —y con mucho— la función con relación al órgano y somete la disposición del órgano a la soberanía de la función. Disuelve, si no la individualidad, sí cuando menos la independencia del órgano: es un error creer que "todo es importante en un órgano importante"; es necesario dirigir la atención "más bien a las funciones mismas que a los órganos";
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antes de definir éstos por sus variables, es necesario relacionarlos con la función que aseguran. Ahora bien, estas funciones tienen un número relativamente poco elevado: respiración, digestión, circulación, locomoción… Tan es así que la diversidad visible de las estructuras no surge ya del fondo de un cuadro de variables, sino del fondo de grandes unidades funcionales susceptibles de realizarse y de cumplir su cometido de diversas maneras: "Lo común a cada género de órganos considerado en todos los animales se reduce a muy poca cosa y no se asemejan con frecuencia sino por el efecto que producen. Esto ha debido sorprender sobre todo con respecto a la respiración que se efectúa en las diferentes clases por medio de órganos tan variados que su estructura no presenta ningún punto común".
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Al considerar el órgano en su relación con la función, se ve, pues, aparecer "semejanzas" donde no hay ningún elemento "idéntico"; semejanza que se constituye por el paso a la evidente invisibilidad de la función. Importa poco que las branquias y los pulmones tengan en común algunas variables de forma, de tamaño, de número: se asemejan porque son dos variedades de este órgano inexistente, abstracto, irreal, inasignable, ausente en toda especie descriptible y, sin embargo, presente en el reino animal por entero y que sirve para
respirar en general
. Se restauran así en el análisis de lo vivo las analogías de tipo aristotélico: las branquias son con respecto a la respiración en el agua, lo que los pulmones con respecto a la respiración en el aire. Es verdad que relaciones semejantes eran ya perfectamente conocidas en la época clásica; pero sólo servían para determinar las funciones; no se las utilizaba para establecer el orden de las cosas en el espacio de la naturaleza. A partir de Cuvier, la función, definida bajo la forma imperceptible del efecto por lograr, va a servir como término medio constante y permitirá relacionar entre sí conjuntos de elementos desprovistos de la menor identidad visible. Lo que para la mirada clásica no eran más que puras y simples diferencias yuxtapuestas a las identidades, debe ordenarse ahora y pensarse a partir de una homogeneidad funcional que lo sostiene en secreto. Hay
historia natural
porque lo Mismo y lo Otro sólo pertenecen a un único espacio; algo así como la
biología
se hace posible cuando esta unidad de plan empieza a deshacerse y surgen las diferencias en un fondo de una identidad más profunda y como más seria que aquélla.
Esta referencia a la función, esta separación entre el plan de las identidades y el de las diferencias hacen surgir nuevas relaciones: las de
coexistencia, jerarquía interna, dependencia
con respecto a un
plan de organización
. La
coexistencia
designa el hecho de que un órgano o un sistema de órganos no pueden estar presentes en un viviente sin que otro órgano u otro sistema, de naturaleza y forma determinadas, lo estén también: "Todos los órganos de un mismo animal forman un sistema único todas cuyas partes se sostienen, accionan y reaccionan unas sobre otras; no puede haber modificaciones en una de ellas que no produzcan otras análogas en todas las demás".
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En el interior del sistema digestivo, la forma de los dientes (el hecho de que sean afilados o masticatorios) varia al mismo tiempo que "el largo, las dilataciones, los repliegues del sistema alimenticio"; más aún, para dar un ejemplo de coexistencia entre sistemas diferentes, los órganos digestivos no pueden variar con independencia de la morfología de los miembros (y en particular de la forma de las uñas): según que haya zarpas o cascos —asi, pues, que el animal pueda o no asir y desgarrar su alimento—, el canal alimenticio, los "jugos disolventes", la forma de los dientes no serán los mismos.
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Se trata de correlaciones laterales que establecen relaciones de concomitancia fundadas por necesidades funcionales entre los elementos de un mismo nivel: puesto que
es necesario
que el animal se alimente, la naturaleza de la presa y su modo de captura no pueden ser extraños a los aparatos de masticación y de digestión (y a la recíproca).
Existen siempre escalonamientos
jerárquicos
. Sabemos cómo el análisis clásico se vio llevado a suspender el privilegio de los órganos más importantes, a fin de considerar sólo su eficacia taxinómica. Ahora que ya no se trata de variables independientes, sino de sistemas ordenados unos por otros, se plantea de nuevo el problema de la importancia recíproca. Así, el canal alimenticio de los mamíferos no tiene simplemente una relación de covariación eventual con los órganos de la locomoción y de la prehensión: cuando menos en parte está prescrito por el modo de reproducción. En efecto, ésta, en su forma vivípara, no implica simplemente la presencia de órganos que le están ligados de inmediato; exige también la existencia de órganos de lactancia, la presencia de labios e igualmente la de una lengua carnosa; por otra parte prescribe la circulación de sangre caliente y la bilocularidad del corazón.
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El análisis de los organismos y la posibilidad de establecer entre ellos semejanzas y distinciones supone, pues, que se haya fijado la tabla, no de los elementos que pueden variar de especie a especie, sino de las funciones que, en los vivientes en general, se imponen, se arreglan y se ordenan unas a otras: no se trata ya del polígono de las modificaciones posibles, sino de la pirámide jerárquica de las importancias. Cuvier pensó primero que las funciones de existencia eran anteriores a las de relación ("pues el animal
es
primero, después
siente
y
actúa"
): suponía, pues, que la generación y la circulación deberían determinar en primera instancia un cierto número de órganos a los cuales estaba sometida la disposición de los otros; aquéllos formarían los caracteres primarios, éstos los secundarios.
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Después subordinó la circulación a la digestión, ya que ésta existe en todos los animales (el cuerpo del pólipo es en su conjunto sólo una especie de aparato digestivo), en tanto que la sangre y los vasos no se encuentran más "que en los animales superiores y desaparecen sucesivamente en los de las últimas clases".
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Más tarde, fue el sistema nervioso (con la existencia o inexistencia de una cuerda espinal) el que le pareció determinante de todas las disposiciones orgánicas: "Es, en el fondo, todo el animal: los otros sistemas sólo están allí para servirlo y conservarlo".
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Esta preeminencia de una función sobre las otras implica que el organismo obedece, en sus disposiciones visibles, a un
plan
. Un plan tal que garantiza el reinado de las funciones esenciales y enlaza a ellas, pero con un grado mayor de libertad, los órganos que aseguran los funcionamientos menos importantes. Como principio jerárquico, este plan define las funciones preeminentes, distribuye los elementos anatómicos que le permiten realizarse y los instala en lugares privilegiados del cuerpo: así, en el amplio grupo de los Articulados, la clase de los insectos parece dar una importancia primordial a las funciones locomotrices y a los órganos del movimiento; en las otras tres, en cambio, son las otras funciones vitales las que la tienen.
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En el control regional que ejerce sobre los órganos menos fundamentales, el plan de organización no desempeña un papel tan determinante; se liberaliza, en cierta forma, a medida que se aleja del centro, autorizando modificaciones, alteraciones, cambios en la forma o utilización posible. Se le encuentra de nuevo, pero convertido en algo más flexible y más permeable a otras formas de determinación. Es fácil de comprobar esto entre los Mamíferos a propósito del sistema de locomoción. Los cuatro miembros motores forman parte del plan de organización, pero a título de carácter secundario solamente; así, pues, jamás son suprimidos, ausentes o sustituidos, pero "algunas veces están disfrazados como en el caso de las alas del murciélago y las aletas posteriores de las focas"; hasta puede darse el caso de que "se desnaturalicen en el uso común, como las aletas pectorales de los cetáceos… La naturaleza ha hecho una aleta de un brazo. Veis aquí que siempre existe una especie de constancia en los caracteres secundarios de acuerdo con su disfraz".
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Se comprende cómo pueden las especies, a la vez, asemejarse (para formar grupos como los géneros, las clases y lo que Cuvier llama ramificaciones) y distinguirse unas de otras. Lo que las acerca no es una cierta cantidad de elementos que pueden superponerse, es una especie de foco de identidad que no puede analizarse en niveles visibles porque define la importancia recíproca de las funciones; a partir de este núcleo imperceptible de las identidades, los órganos se disponen y a medida que se alejan de él ganan en flexibilidad, en posibilidades de variación, en caracteres distintivos. Las especies animales difieren por la periferia, se asemejan por el centro; lo inaccesible las enlaza, lo manifiesto las dispersa. Se generalizan por el lado de lo que es esencial para su vida; se singularizan por el lado de lo que es más accesorio. Mientras más se quiera reunir los grupos extensos, más necesario resulta profundizar en lo oscuro del organismo, hacia lo poco visible, en esta dimensión que escapa a lo percibido; mientras más se quiere cercar la individualidad, más necesario es salir a la superficie y dejar centellear, en su visibilidad, las formas que toca la luz; pues la multiplicidad se ve y la unidad se oculta. En suma, las especies vivientes "escapan" a la abundancia de los individuos y de las especies, no pueden ser clasificadas sino porque viven y a partir de lo que ocultan. Medimos la inmensa reinversión que todo esto supone en relación con la
taxinomia
clásica. Ésta se construyó por entero a partir de cuatro variables de descripción (formas, número, disposición, tamaño) que eran recorridas, como por un solo movimiento, por el lenguaje y la mirada; y en esta exposición de lo visible, la vida aparecía como el efecto de un corte —simple frontera clasificatoria. A partir de Cuvier, lo que fundamenta la posibilidad exterior de una clasificación es la vida en lo que tiene de no perceptible, de puramente funcional. Ya no hay, sobre la gran capa del orden, la clase de lo que puede vivir; sino que, surgiendo de la profundidad de la vida, de lo más lejano para la mirada, la posibilidad de clasificar. El ser vivo era un lugar de la clasificación natural; el hecho de ser clasificable es ahora una propiedad de lo vivo. Así desaparece el proyecto de una
taxinomia
general; así desaparece la posibilidad de desarrollar un gran orden natural que iría, sin discontinuidad, de lo más simple y de lo más inerte a lo más vivo y a lo más complejo; así desaparece la búsqueda del orden como suelo y fundamento de una ciencia general de la naturaleza. Así desaparece la "naturaleza" —y queda entendido que todo a lo largo de la época clásica, no existió como "tema", como "idea", como recurso indefinido del saber, sino como espacio homogéneo de las identidades y de las diferencias ordenables.