Las palabras y las cosas (39 page)

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Authors: Michel Foucault

BOOK: Las palabras y las cosas
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5. IDEOLOGÍA Y CRÍTICA

En la
gramática general
, en la
historia natural
, en el
análisis de las riquezas
se produjo, pues, hacia los últimos años del siglo XVIII, un acontecimiento que tiene, por doquier, el mismo tipo. Los signos cuyas representaciones eran afectadas, el análisis de las identidades y de las diferencias que podía pues establecerse, el cuadro a la vez continuo y articulado que se instauraba en la abundancia de similitudes, el orden definido entre las multiplicidades empíricas, no podían fundarse de ahora en adelante sobre el desdoblamiento solo de la representación en relación consigo misma. A partir de este acontecimiento, lo que valora los objetos del deseo no son ya solamente los otros objetos que el deseo puede representarse, sino un elemento irreductible a esta representación: el
trabajo
; lo que permite caracterizar un ser natural no son ya los elementos que pueden analizarse sobre las representaciones que uno se hace sobre él y sobre otros, sino una cierta relación interior de este ser a la que se llama su
organización
: lo que permite definir una lengua no es la manera en que ella representa las representaciones, sino una cierta arquitectura interna, una cierta manera de modificar las palabras mismas de acuerdo con el lugar gramatical que ocupan unas en relación con otras: su
sistema flexional
. En todos los casos, la relación de la representación consigo misma y las relaciones de orden que permite determinar más allá de cualquier medida cuantitativa, pasan ahora por condiciones exteriores a la representación misma en su actualidad. Para ligar la representación de un sentido con la de una palabra, es necesario referirse y recurrir a las leyes puramente gramaticales de un lenguaje que, fuera de cualquier poder de representar las representaciones, está sometido al sistema riguroso de sus modificaciones fonéticas y de sus subordinaciones sintéticas; en la época clásica, las lenguas tenían una gramática debido a que tenían la fuerza de representar; ahora representan a partir de esta gramática que es, para ellas, como un envés histórico, un volumen interior y necesario cuyos valores representativos no son sino la cara extema, centelleante y visible. Para ligar, en un carácter definido, una estructura parcial y la visibilidad de conjunto de un ser vivo, es necesario referirse ahora a las leyes puramente biológicas que, más allá de cualquier marca de filiación y como en retroceso con relación a ellas, organiza las relaciones entre funciones y órganos; los seres vivos no definen ya sus semejanzas, sus afinidades y sus familias a partir de su desplegada descriptibilidad; tienen caracteres que el lenguaje puede recorrer y definir, porque son una estructura que es como el envés sombrío, voluminoso e interior de su visibilidad: en la superficie clara y discursiva de esta masa secreta pero soberana emergen los caracteres, especie de depósito exterior a la periferia de organismos que ahora están anudados en sí mismos. Por último, cuando se trata de ligar la representación de un objeto de necesidad con todos aquellos que pueden figurar frente a él en el acto de cambio, es necesario recurrir a la forma y a la cantidad de un trabajo que determina su valor; lo que jerarquiza las cosas en los movimientos continuos del mercado no son los otros objetos ni las otras necesidades, sino la actividad que los ha producido y que, silenciosamente, se ha depositado en ellos; son las jornadas y las horas necesarias para fabricarlos, para extraerlos o para transportarlos las que constituyen su pesantez propia, su solidez mercantil, su ley interior y, por ello, lo que puede llamarse su precio real; a partir de este núcleo esencial, pueden realizarse los cambios y los precios del mercado, después de haber oscilado, encuentran su punto fijo.

Este acontecimiento un tanto enigmático, este acontecimiento subterráneo que, hacia fines del siglo XVIII, se produjo en estos tres dominios al someterlos de un solo golpe a una misma ruptura, se puede pues ahora asignar a la unidad que fundamenta sus formas diversas. Se ve cuán superficial sería buscar esta unidad por el lado de un progreso de la racionalidad o del descubrimiento de un tema cultural nuevo. En los últimos años del siglo XVIII, no se ha hecho entrar los fenómenos complejos de la biología, de la historia de las lenguas o de la producción industrial en las formas de análisis racional a las que hasta entonces habían sido extraños; tampoco se inició un interés repentino —bajo la "influencia" de cierto "romanticismo" naciente— por las figuras complejas de la vida, de la historia y la sociedad; no se produjo una separación, bajo la instancia de sus problemas, de un racionalismo sometido al modelo de la mecánica, a las reglas del análisis y a las leyes del entendimiento. O, por mejor decir, todo esto se produjo en realidad, pero como un movimiento de la superficie: alteración y deslizamiento de los intereses culturales, redistribución de las opiniones y de los juicios, aparición de nuevas formas en el discurso científico, olas trazadas por primera vez sobre la superficie ilustrada del saber. De un modo más fundamental, y en el nivel en el que los conocimientos se enraizan en su positividad, el acontecimiento no concierne a los objetos propuestos, analizados y explicados por el conocimiento, ni tampoco a la manera de conocerlos o racionalizarlos, sino a la relación de la representación con lo que se da en ella. Lo que se produjo con Adam Smith, con los primeros filólogos, con Jussieu, Vicq d'Azyr o Lamarck, es un desplazamiento ínfimo, pero absolutamente esencial y que hizo oscilar todo el pensamiento occidental: la representación perdió el poder de fundar, a partir de sí misma, en su despliegue propio y por el juego que la duplica en sí, los lazos que pueden unir sus diversos elementos. Ninguna composición, ninguna descomposición, ningún análisis de identidades y de diferencias puede justificar ya el lazo de las representaciones entre sí; el orden, el cuadro en el cual se espacializa, las vecindades que define, las sucesiones que autoriza como otros tantos recorridos posibles entre los puntos de su superficie, no tiene ya el poder de ligar las representaciones entre sí o los elementos de cada una de ellas entre sí. La condición de estos lazos reside a partir de ahora en el exterior de la representación, más allá de su visibilidad inmediata, en una especie de trasmundo más profundo que ella y más espeso. Para volver al punto en que se anudan las formas visibles de los seres —la estructura de los vivientes, el valor de las riquezas, la sintaxis de las palabras— es necesario dirigirse hacia esta cima, hacia este punto necesario pero siempre inaccesible que se hunde, fuera de nuestra mirada, hacia el corazón mismo de las cosas. Retiradas hacia su esencia propia, asentadas al fin en la fuerza que las anima, en la organización que las mantiene, en la génesis que no cesa de producirlas, las cosas escapan, en su verdad fundamental, al espacio del cuadro; en vez de no ser más que la constancia que distribuye sus representaciones de acuerdo con las mismas formas, se enrollan sobre sí mismas, se dan un volumen propio, se definen un espacio
interno
que, para nuestra representación, está en el
exterior
. A partir de la arquitectura que ocultan, de la cohesión que mantiene su régimen soberano y secreto sobre cada una de sus partes, desde el fondo de esta fuerza que las hace nacer y permanece en ellas como algo inmóvil pero aún vibrante, las cosas se dan por fragmentos, perfiles, trozos, escamas, muy parcialmente, a la representación. Ésta no separa, de su inaccesible reserva, sino trozo a trozo de pequeños elementos cuya unidad sigue estando anudada allá abajo. El espacio del orden que servía de
lugar común a
la representación y a las cosas, a la visibilidad empírica y a las reglas esenciales, que unía las regularidades de la naturaleza y las semejanzas de la imaginación en el cuadriculado de las identidades y de las diferencias, que exponía la sucesión empírica de las representaciones en un cuadro simultáneo y permitía recorrer, paso a paso, de acuerdo con una sucesión lógica, el conjunto de los elementos de la naturaleza hechos contemporáneos de sí mismos… este espacio del orden va a quedar roto desde ahora: habrá cosas, con su organización propia, sus nervaduras secretas, el espacio que las articula, el tiempo que las produce; y después la representación, pura sucesión temporal, en la que ellas se anuncian siempre parcialmente a una subjetividad, a una conciencia, al esfuerzo singular de un conocimiento, al individuo "psicológico" que, desde el fondo de su propia historia, o a partir de la tradición que se le ha trasmitido, trata de saber. La representación está en vías de no poder definir ya el modo de ser común a las cosas y al conocimiento. El ser mismo de lo que va a ser representado va a caer ahora fuera de la representación misma.

Sin embargo, esta proposición es imprudente. Anticipa, en todo caso, una disposición del saber que no se establece definitivamente hasta fines del siglo XVIII. No debe olvidarse que si Smith, Jussieu y W. Jones han utilizado las nociones de trabajo, de organización y de sistema gramatical, no lo hicieron para salir del espacio tabular definido por el pensamiento clásico, ni para rodear la visibilidad de las cosas y escapar al juego de la representación que se representa a sí misma; lo hicieron sólo por instaurar una forma de enlace que fuera, a la vez, analizable, constante y fundada. Se trató siempre de encontrar el orden general de las identidades y de las diferencias. El gran rodeo que buscará, del otro lado de la representación, el ser mismo de lo representado, no se ha realizado aún; sólo ha quedado ya instaurado el lugar a partir del cual será posible. Pero este lugar figura siempre en las disposiciones interiores de la representación. Sin duda alguna, a esta configuración epistemológica ambigua corresponde una dualidad filosófica que indica su próximo desenlace.

La coexistencia, a fines del siglo XVIII, de la Ideología y de la filosofía crítica —de Destutt de Tracy y de Kant— reparte en la forma de dos pensamientos externos uno a otro, pero simultáneos, lo que las reflexiones científicas por su parte mantienen en una unidad que promete disociarse muy pronto. En Destutt de Tracy o en Gerando, la Ideología se da a la vez como la única forma racional y científica que puede revestir la filosofía y como único fundamento filosófico que puede proponerse a las ciencias en general y a cada dominio singular del conocimiento. La Ideología, ciencia de las ideas, debe ser un conocimiento del mismo tipo que los que tienen por objeto los seres de la naturaleza, las palabras del lenguaje o las leyes de la sociedad. Pero, en la medida misma en que tiene por objeto las ideas, la manera de expresarlas en las palabras y de ligarlas en los razonamientos sirve como Gramática y Lógica de toda ciencia posible. La Ideología no pregunta por el fundamento, los límites o la raíz de la representación; recorre el dominio de las representaciones en general; fija las sucesiones necesarias que aparecen allí; define los lazos que allí se anudan; manifiesta las leyes de composición y de descomposición que pueden reinar allí. Aloja todo saber en el espacio de las representaciones y, al recorrer este espacio, formula el saber de las leyes que organiza. Es, en cierto sentido, el saber de todos los saberes. Pero esta duplicación fundamentadora no la hace salir del campo de la representación; su fin es plegar todo conocimiento a una representación a cuya inmediatez uno no escapa jamás: "¿Os habéis dado cuenta alguna vez, con un poco de precisión, de lo que es pensar, de lo que se experimenta al pensar, sea lo que fuere?… Os decís:
pienso esto
, cuando tenéis una opinión, cuando formáis un juicio. En efecto, hacer un juicio, verdadero o falso, es un acto del pensamiento; este acto consiste en sentir que hay un lazo, una relación…
Pensar
, como veis,
es siempre sentir y nada más que sentir".
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Sin embargo, hay que advertir que, al definir el pensamiento de una relación por la sensación de esta relación o, más brevemente, el pensamiento en general por la sensación, Destutt cubre muy bien, sin salir de él, todo el dominio de la representación; pero llega a la frontera en la que la sensación, como forma primera, absolutamente simple de la representación, como contenido mínimo de lo que puede darse al pensamiento, oscila entre el orden de las condiciones fisiológicas que pueden dar cuenta de él. Aquello que, leído en un sentido, aparece como la generalidad más pequeña del pensamiento, aparece, descifrado en otra dirección, como el resultado complejo de una singularidad zoológica: "Se tiene tan sólo un conocimiento incompleto de un animal, cuando no se conocen sus facultades intelectuales. La ideología es una parte de la zoología y, sobre todo, en el hombre, esta parte es importante y merece ser profundizada".
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El análisis de la representación, en el momento en que alcanza su mayor extensión, toca con su borde más externo un dominio que sería poco más o menos —o mejor dicho, que será, pues no existe aún— el de la ciencia natural del hombre.

Por diferentes que sean por su forma, su estilo y su intención, la pregunta kantiana y la de los ideólogos tiene un mismo punto de aplicación: la relación de las representaciones entre sí. Pero tal relación —lo que la fundamenta y la justifica— no es planteada por Kant en el nivel de la representación, ni siquiera atenuada en su contenido hasta no ser ya más, en los confines de la pasividad y de la conciencia, que pura y simple sensación; Kant plantea su pregunta en la dirección de lo que la hace posible en su generalidad. En vez de fundamentar el lazo entre las representaciones por una especie de excavación interna que lo vacia poco a poco hasta llegar a la pura impresión, lo establece sobre las condiciones que definen su forma umversalmente válida. Al dar esta dirección a su pregunta, Kant esquiva la representación y lo que se da en ella, para dirigirse a aquello mismo a partir de lo cual puede darse toda representación, sea la que fuere. No son pues las representaciones mismas, según las leyes de un juego que les es propio, las que podrían desplegarse a partir de sí y por un solo movimiento descomponerse (por el análisis) y recomponerse (por la síntesis): sólo los juicios de la experiencia o las verificaciones empíricas pueden fundarse sobre los contenidos de la representación. Cualquier otro enlace debe fundarse, si ha de ser universal, más allá de toda experiencia, en el
apriori
que la hace posible. No se trata de otro mundo, sino de las condiciones que permiten la existencia de toda representación del mundo en general.

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