—J
esús, ¿dónde coño estabas?, ¿por qué no me contestas al teléfono?
Victoria enfiló la calle Joaquín Costa con paso cansado y el móvil pegado a la oreja. Acababa de amanecer, pero la acera todavía guardaba sombras de la pasada noche, en la que la detective no había podido pegar ojo. Tras salir de la consulta de Sánchez de Andrade, anduvo durante un par de horas hacia el centro, de bajada, ordenando las ideas y los sentimientos. El par de horas que le costó recorrer la ciudad, pequeña Barcelona encajonada, de punta a punta, es decir, desde la clínica Alicia hasta la casa de Adela, donde esperaba encontrar a Genaro y a Jesús, seguramente a la luz de la tele.
Pero cuando llegó, allí no había nadie.
—Han salido corriendo —le dijo el mendigo de los perros.
—¿Sabe usted a dónde iban?
El tipo meneó la cabeza negativamente con los ojos fijos en su panza.
—Estando así —apartó de sí a los perros con un gesto parecido a la dulzura—, no podrás beber, tú.
—Claro que puedo —respondió ella, por si ayudaba, en algo y por otras razones que no se iba a explicar en ese momento—, ¿no le han dejado ningún recado para mí?
El gesto del mendigo volvió a negar.
—En la gasolinera de aquí al lado venden botellas, ¿sabes? —dijo—. A lo mejor quieres esperarlos conmigo, aquí. Y con una botella.
A Victoria la idea de sentarse a hacer tiempo con los perros y el vagabundo le revolvió el estómago. Si el olor a heces era duro de cualquier forma, en su estado se hacía insoportable.
—Te doy dinero para tu botella y me haces un favor, ¿vale?
Una nueva negativa, la cabeza como un badajo.
—No puede ser. A mí no me venden en la gasolinera.
—Pues vete a un supermercado.
—Es que no puedo ir tan lejos. Le dije a mi amigo que no me movería de aquí.
Por no mandarlo a la mierda, Victoria se dirigió hacia la gasolinera y volvió con una botella de whisky y una gran bolsa de patatas fritas.
—¿Cuál es el favor? —preguntó el Alemán.
—Cuando venga Jesús, mi compañero, el que se ha ido con tu amigo, el moreno flaco de los rizos, dile que me llame inmediatamente. ¿Entiendes?
—Siempre entiendo —contestó el otro con cierta ofensa en la ansiedad, alargando la mano—, y ya sé quién es tu compañero.
—Bien, muchas gracias.
—Oye —gritó el mendigo cuando vio que ya se iba—, ¿pero no quieres beber un poco conmigo o qué?
—Jesús, ¿dónde coño estabas? ¿Por qué no me contestas al teléfono?
—Jefa, déjalo, estoy en Castelldefels, luego te cuento. El hijoputa del loco este se ha quedado KO por un momento. Estamos en una casa de putas que se llama algo así como Sabor Cubano o Sabor Latino o Sabor Tuputoculo, que es de un amigo suyo. Tengo noticias…
—¿Y qué habéis hecho toda la noche en una casa de putas de Castelldefels?
—¿A ti qué te parece, preciosa? —El retintín conocido reconfortó a la detective—. Pues follar y follar.
—Jesús, no estoy de humor.
—Pues no me jodas tú a mí. No he hecho nada más que vigilar que el loco no saliera del cuarto en el que se ha encerrado con tres lumis que por lo visto lo conocen la mar de bien. Sólo ellas han conseguido que baje la guardia, deje de meterse pastis en el cuerpo y se despelote. Luego… pues se lo han trajinado hasta dejarlo fuera de servicio. Si no está dormido, está en coma.
—¿Me vas a explicar qué hacéis en Castelldefels? ¿Por qué no me has llamado? ¿Vas a venir o piensas quedarte allí?
—Mira, Vicky, me estás tocando los cojones. Son las seis de la mañana, no he dormido y a duras penas he logrado evitar que este majarón se presente en el antro del Croata y se líe a tiros con lo puto peor de los lupanares costeros. ¡No me jodas! Iré cuando pueda arrastrar a este despojo humano. Ahora mismo entro y lo arrastro.
—Y dale con el Croata. ¿Qué pinta aquí el Croata?
La voz de Victoria despedía alarma seria.
—Mucho, Vicky, parece que mucho. El Genaro este está como una puta luciérnaga, pero algo toca. Más allá de su alucinación con el diablo, el tío ha hecho sus averiguaciones. Está empeñado en que tu Conseguidor es el mismísimo Satanás en la tierra y dice que le ha vendido su alma.
—Lo cual no me extrañaría…
—Según él, a las niñas las mataron, agárrate, los de la banda del Croata. No sé si lo hicieron a petición del calvo, o si fue por iniciativa propia y luego le vendieron el material al puto calvo escabechado. El caso es que dice que le ha vendido el alma al diablo y si mata a los hombres del Croata conseguirá olvidarse de sus penas.
—Jesús —lenta, cautelosamente—, ¿estás drogado?
—Estoy flipando, jefa, estoy flipando en color amapola, pero más sereno que un higo de ribazo. ¿Cómo coño quieres que me coloque con este majara agarrado a una puta Walter 9 milímetros?
—Por lo que más quieras, Jesús, por lo que más quieres que soy yo, no sé hasta qué punto está metido el Croata en todo esto, ya no sé qué pensar, pero no te acerques a él. Eso es muerte segura, eso es peor que mi Conseguidor y todos los conseguidores juntos. Jesús, escúchame bien, aléjate del Croata.
—Haré lo que pueda, Vicky, y no me digas lo que es el Croata porque acabo de recibir una clase magistral sobre sus actividades y te juro que no sé cómo podría reaccionar en el caso de echármelo a la cara. Puto pederasta. Lo puto peor.
—¿Qué sabes?
—Pues que tu viejo amigo el Croata es un industrial de la pornografía infantil, para empezar. Y que el calvo parece que, además de pajearse mirándola, se la compraba, digo yo que para distribuirla, que no se la iba a jalar entera él solito en su torre de marfil. Y no sólo eso, sino que el tío le traía el material, como dice el loco, o sea, las niñas y los niños necesarios para el asunto.
—¿Qué más? —La voz de Victoria salió erizada de cristales rotos y heridas frescas rompiendo alguna tela dura.
—Nada más, jefa, por ahora nada más… ¿Cómo estás tú?
—Cansada. Te llamo en un par de horas. Mantenme informada.
—Oye…
—Sí, Jesús, dime.
—Ahora ya sabemos muchas cosas, incluso más de las que me gustaría a mí saber, desde ya te lo digo…
—Por favor, ahora no, no empieces.
—No, jefa, no es eso. Es que hay algo que no me cuadra.
—Lo sé.
—¿Qué sabes?
—Jesús, no te cuadra por qué, teniendo el material que tú dices asegurado por el calvo, tuvieron que matar a las hijas de Adela Sánchez de Andrade, qué puñetera falta les hacía.
—Joder, jefa, te quiero.
La detective salió a la esquina de la calle del León con la de la Paloma y respiró una bocanada pútrida. Los primeros filipinos empezaban a ocupar sus puestos habituales para intercambiar durante el día entero conversaciones cantarinas en un lenguaje sonriente e indescifrable. Pensó que aquella gente tenía pinta de no dormir siquiera, y también pensó Un día me matarán, aunque, como siempre, no pudo explicarse por qué guardaba esa sensación entre sus precauciones más íntimas. Entró cerrando la puerta con llave, subió su pesadez al altillo como una forma de protegerse más y se sentó sobre el colchón. Una vez relajada, soltó sobre la cama todo el correo robado del buzón de Adela Sánchez de Andrade. Descartando las de suministros y toda la basura publicitaria, le quedaban las cartas enviadas por una misma entidad bancaria. Eran, en total, siete. Las abrió lentamente y ordenó por fechas los informes de movimientos.
Allí estaba todo. La extracción de 10.000 euros, seguramente los honorarios del loco drogadicto. La salida de sus propios honorarios. Y antes de eso, poco antes, catorce días, una transferencia de 100.000 euros de una cuenta a la de Adela, que aquel mismo día había ido a parar, por una nueva transferencia a otro lugar. Este último sitio no podía saber cuál era, pero no le costó atar cabos y saber que los 100.000 le habían llegado a la pelirroja directamente desde la cuenta de su santo padre, el mismo que le ingresaba 3.000 euros religiosamente el primer día de cada mes.
Pensó: los movimientos bancarios son nuestro mejor retrato. Pensó: hago bien en no abrir las cartas que me manda el banco. Y pensó: ¿qué has hecho, Adela Sánchez de Andrade, qué coño has hecho, hija de la gran puta? Tú no estás loca; sí, tú estás muy loca pero no estás loca… Luego bajó, abrió la neverita de Jesús, descerrajó la chapa de la cerveza negra de un golpe seco en el canto de la mesa, como en sus mejores tiempos, y lenta, solemnemente, se la echó al cuerpo de un solo trago, de aquellos, de los antiguos.
Aún no eran las siete de la mañana.
—Y
o tengo mis ideas, amigo, tengo mis ideas que no serán muy cristianas pero son mis putas ideas, eso es lo que les dije a los tíos del Croata, yo tengo mis ideas y no me meto en los asuntos de los demás, eso les dije porque ellos me conocen y no quería que lo notaran, lo mío, ¿lo pillas?, que no notaran lo mío, ése era el puto centro de mi concentración para sacarles lo suyo, ¿no? porque yo a lo que iba era a sacarles lo suyo, a eso iba y con toda mi jeta, ya me entiendes, a jeta descubierta, a sacarles lo suyo por toda la cara, ¿no? Pero ponte cómodo, pavo, ponte cómodo, que éstas no te van a tocar… A menos que tú me pidas que te toquen, claro.
Sobre la cama, completamente desnudo y sentado a lo indio, Genaro es el mapa de los músculos humanos en un ejemplar macho. Jesús mira cómo las tres mujeres, también desnudas, fuman sentadas en fila sobre el suelo del dormitorio, a la derecha de la cama, y piensa que quiere quitarse la ropa. No le parecen putas, ni siquiera exactamente mujeres, más bien discretas piezas del mobiliario. Como tales, ni siquiera prestan atención a la perorata del matón.
—Y ellos, bueno, ellos son subnormales, ya me entiendes, yo soy un poco subnormal, incluso tú, colega, no te molestes, ¿eh?, pero incluso tú eres un poco subnormal, ¿me pillas?, incluso tú eres un poco subnormal, tío, porque si no, no estarías aquí conmigo, no te mosquees, pero ellos son subnormales completos, ellos son sólo carne, puta carne subnormal, por eso lo hacen, ¿no?, porque si no, no lo harían, ¿me pillas?, si tuvieran cabeza o alma o qué sé yo qué es lo que tienen los demás, y yo un poco también, y tú, si lo tuvieran se pondrían a vomitar antes de hacer lo que hacen, ¿no? Dime, ¿no te parece?
—A mí no me parece nada, tío.
—Es así, amigo, así van las cosas, ellos se encontraron con el encargo y nadie pasó a buscarlo, ¿entiendes lo que te digo? Se reían los muy cabrones, se reían al contármelo como los ogros de los cuentos. Mira tú, para que yo me ponga a acordarme de los ogros de los cuentos, yo que no me acuerdo de nada de cuando crío, mira tú si debían de parecer ogros los muy cabrones cuando se reían.
Jesús se ha sentado en el suelo, en el lado izquierdo de la cama, y se desabrocha lentamente los botones de la camisa que el sudor le ha pegado al cuerpo. Empieza a ahogarse y no quiere entender.
—Para ellos no era más que un paquete, un encargo cobrado que se les quedó en las manos, ya te digo, hijos del infierno, peores que el diablo, Él me perdone, nadie pasó a buscarlo y ellos son sólo carne, puta carne subnormal…
—¿A buscar el qué?
—Hostias, no me jodas, pringao… perdona, tío, pero no me jodas a estas alturas, ellos hicieron su trabajo, tenían que traer el paquete, y te juro, que lo sé por experiencia, que no era un paquete fácil, ya me entiendes, joder, que dos crías no son un par de kilos de farlopa, yo qué sé, ¿cuánto pesan dos crías?, ¿diez kilos cada una?, ¿veinte? Y aunque pesaran cincuenta kilos, tú imagínate que pesaran cincuenta kilos cada una, que ya es exagerar, dos crías de cien kilos no son cien kilos de coca, nada que ver colega, nada que ver, no es un paquete fácil, ya te digo, ¿no? Ellos hicieron su trabajo, y está claro que lo hicieron bien, hasta ahí lo hicieron bien, ¿no?, trajeron el paquete.
Las tres putas se levantan lentamente ejecutando una coreografía que si la hubieran ensayado no sería mejor. Tres cuerpos flacos de animalillos sin ningún interés por la alimentación. Salen de la habitación en silencio y dejan un rastro de humo y una sensación de medicamentos caducados.
—Pero el problema, y éste es el puto problema central, ¡escúchame y deja a las tías en paz!, el puto problema central es que nadie vino a recoger el paquete y estos tíos son subnormales y no tienen más que carne y ojos, que si no, ya te digo, ¿no?, si no vomitarían, pero no se puede tener un paquete así metido en un almacén, ya me entiendes, no se les puede dejar a estos tíos un paquete así a fondo perdido, porque dos crías son un regalo para una panda de subnormales que han hecho bien su trabajo, ¿no?, son el regalo, se las quedan, ¿no? Si nadie las recoge, se las quedan, porque es un paquete perdido, ¿no?
Jesús se quita la camisa con tanto brío que le duele y se incorpora a medias.
—¿Las crías eran el paquete? ¿Me estás diciendo que el puto paquete del que me hablas eran las dos niñas?
—Pero ¿tú eres tonto o estás colocado?
—Tonto.
—Ya.
—¿Me lo repites?
Jesús se levanta de un salto y el puñetazo deja en la pared que le queda a la espalda un golpe difuso de sangre. Genaro no lo ve. Golpear una pared es una imbecilidad que no entra en sus registros.
—Joder, amigo, porque te manda el que te manda, que si no… que si no… Les encargaron traerse a las crías, ¿me sigues ahora?
—Sí.
Otro puñetazo, con las mismas consecuencias.
—Les encargaron traerse a las crías y los muy putos se trajeron a las crías, porque otras cosas tendrán los del Croata, otras muchas cosas, ya te digo, anda que no hace tiempo que los conozco, otras cosas tendrán, pero los tíos cumplen como dios, ¿no? Si les dices trae ese paquete, puedes jurar que ya tienes ese paquete, ¿me sigues? El paquete. La cuestión es que ese paquete, esta vez, eran las dos crías, ¿me sigues? Joder, tío, ¿me sigues o no me sigues? Eran dos crías, y el encargo, por lo que cuentan era gordo, robarse dos crías de un parque y traerlas, eso no es sólo mensajería, amigo, no es un servicio de mensajería de aquellos como decir que el calvo tiene el material, pasa a recogerlo y tráetelo para aquí, eso es róbate dos crías por encargo, secuéstrate dos niñas rubias y mantenlas mientras las recojo.
—Te sigo.
—Los tíos hicieron su trabajo. Pero ¿tú conoces o no conoces a los tíos del Croata, joder? Son lo puto profesional en carne y hueso, amigo, lo puto profesional, ellos no son humanos, ¿sabes?, son putas máquinas, eso son, y ése es el problema, que son putas máquinas. Si tú les dices tráeme ese paquete, ellos cumplen, colega, puedes jurar que si tú les dices tráeme ese paquete, ahí tienes tu puto paquete, ¿lo pillas? Tú lo has pedido, y ahí tienes tu puto paquete porque tú has pedido que te traigan tu puto paquete, ¿no?, pues lo que no puedes hacer es olvidarte del jodido paquete, porque si el paquete son esos cien kilos de coca, pues ya ves, te has quedado sin tu puta mercancía, y te joden la pasta, y eso que pierdes, pero si el paquete, ¡sígueme, tío, sígueme!, si el paquete son dos crías, si el puto paquete son dos crías rubias y jugosas con todo lo que tienen dos crías en manos de unos bestias que están acostumbrados a tirarse a cuarenta negritas secas por cuatro duros, la droga gratis, y tú no pasas a recogerlo, ellos se van a meter las dos crías igual que se meten los cien jodidos kilos de cocaína entre pecho y espalda, se las van a pulir, y yo tengo mis ideas, que no son muy católicas, pero estarás conmigo en que dos jodidas crías no son como cien kilos de mercancía, que estás pasmao, que dos jodidas crías son un paquete de recogida inmediata, hostias, que no puedes dejar en manos de estos tíos tu paquete de crías sin recoger, mecagontodo, que se las comen en dos días, estos hijosdeputa, que no tienen alma, hostias, ¡que son putos perros!