A qué vienen esas prisas, Archilector. Ese es el problema que tiene la gente que dispone de un buen par de piernas, que siempre van corriendo a todas partes. En cambio, cuando a uno no le resulta tan fácil moverse, sólo lo hace en el momento preciso.
—El siguiente de la lista también ha sufrido un percance.
Sult se volvió y arqueó levemente una ceja.
—¿En serio?
—Todos lo han sufrido.
El Archilector frunció la boca y volvió a sentarse en el banco.
—¿Todos?
—Todos.
—Hummm —musitó Sult—. Interesante. Los Sederos están haciendo limpia, ¿no es así? La verdad, no esperaba que se mostraran tan implacables. Está claro que los tiempos están cambiando, ciertamente están... —se interrumpió y comenzó a torcer el gesto—. Cree que alguien les ha dado la lista de Rews, ¿me equivoco? Cree que uno de los nuestros se ha ido de la lengua. Por eso me ha pedido que viniera, ¿verdad?
¿No pensará que lo he hecho para ahorrarme los escalones?
—¿Todos asesinados? ¿Todos los nombres de la lista? ¿La misma noche que fuimos a arrestarlos? No creo demasiado en las coincidencias.
¿Y usted, Archilector?
Él tampoco, estaba claro. Su rostro había adquirido una expresión sombría.
—¿Quién ha visto la confesión?
—Yo, y mis dos Practicantes, por supuesto.
—¿Son de su total confianza?
—Absolutamente —se produjo un breve silencio. El bote iba a la deriva. Los soldados daban vueltas por la cubierta con los remos alzados y el hombre que estaba en el agua reía y los salpicaba.
—La confesión permaneció algún tiempo en mi despacho —murmuró el Archilector—. Es posible que algunos de mis subordinados la viera. Sí, es posible.
—¿Son de su total confianza, Eminencia?
Sult miró fijamente a Glokta durante un gélido instante.
—No se atreverían. Saben cómo me las gasto.
—Entonces sólo nos queda el Superior Kalyne —dijo Glokta bajando la voz.
El Archilector habló sin apenas mover los labios.
—Más vale que sepa por dónde pisa, Inquisidor, más vale. Se está usted metiendo en un terreno bastante resbaladizo. Pese a lo que pueda parecer, los idiotas no suelen llegar a Superiores de la Inquisición. Kalyne tiene muchos amigos, tanto dentro del Pabellón de los Interrogatorios como fuera de él. Amigos poderosos. Cualquier acusación contra él tiene que estar respaldada por pruebas muy concluyentes —Sult hizo una pausa esperando a que pasara de largo un grupo de señoras—. Muy concluyentes —susurró una vez que se alejaron—. Encuéntreme a ese asesino.
Eso se dice pronto.
—Por supuesto, Eminencia, pero me temo que mi investigación ha llegado a un punto muerto.
—No del todo. Todavía nos queda un as en la manga. Rews.
¿Rews?
—Pero, Archilector, a estas alturas ya estará en Angland. —
Sudando la gota gorda en las profundidades de un mina o algo por el estilo. Suponiendo que haya aguantado tanto
.
—No. Se encuentra aquí, en Agriont, encerrado bajo siete llaves. Pensé que sería mejor tenerlo cerca. —Glokta hizo todo lo posible por disimular su sorpresa.
Astuto. Muy astuto. Al parecer, los idiotas tampoco llegan a Archilectores
—. Rews será su señuelo. Haré llegar a Kalyne un mensaje a través de mi secretario informándole de que he decidido aflojar un poco las tuercas. Que voy a permitir que los Sederos sigan actuando, aunque bajo un control más estricto. Y que, como gesto de buena voluntad, he dejado libre a Rews. Si Kalyne es la fuente de la filtración, seguro que hará saber a los Sederos que hemos soltado a Rews. Seguro que enviarán al asesino para que le haga pagar por haberse ido de la lengua. Y seguro que usted podrá atraparlo cuando lo intente. Si el asesino no se presenta, tal vez tengamos que buscar a nuestro traidor en alguna otra parte, pero, en cualquier caso, no habremos perdido nada.
—Un plan excelente, Eminencia.
Sult le miró con frialdad.
—Naturalmente. Tendrá que operar desde fuera del Pabellón de los Interrogatorios. Me ocuparé de hacerle llegar los fondos necesarios, haré que entreguen a Rews a sus Practicantes y le comunicaré el momento en que la noticia llegue a Kalyne. Encuentre a ese asesino, Glokta, encuéntrele y estrújele bien. Estrújele hasta que las pepitas crujan —el bote daba violentos bandazos mientras los soldados trataban de subir a bordo a su empapado compañero. De pronto, el bote se volcó y todos cayeron al agua.
—Quiero nombres —susurró Sult lanzando una mirada ceñuda a los soldados que chapoteaban en el agua—. Nombres, pruebas, documentos y gente que esté dispuesta a presentar una acusación ante el Consejo Abierto —se levantó del banco—. Manténgame informado —dicho aquello, se alejó a grandes zancadas en dirección al Pabellón de los Interrogatorios, arrancando leves crujidos a la gravilla del sendero. Glokta le siguió con la vista.
Un plan excelente. Me alegro de que esté de mi parte, Archilector. ¿Porque está de mi parte, no?
Los soldados habían conseguido sacar el bote volcado a la orilla y estaban de pie junto a él, chorreando y chillándose los unos a los otros. Del buen humor de antes ya no había ni rastro. Uno de los remos había quedado abandonado en el agua y flotaba a la deriva hacia el lugar en el que la corriente salía del estanque. Pronto pasaría bajo el puente y sería arrastrado por debajo de las murallas de Agriont hasta desembocar finalmente en el foso. Mientras avanzaba por el agua girando lentamente, Glokta lo siguió un rato con la vista.
Un error. Hay que cuidar los pequeños detalles. Es fácil pasar por alto las cosas pequeñas: un bote sin remos no sirve de nada
.
Dejó que su vista vagara por los rostros que poblaban el parque. Sus ojos se posaron en una atractiva pareja que se encontraba sentada en uno de los bancos que había junto al estanque. Un joven, con semblante serio y apenado, decía algo en voz baja a una muchacha. De pronto, la chica se levantó como un resorte y se alejó cubriéndose el rostro con ambas manos.
Ah, el dolor de la amante despechada. La pérdida, la rabia, la vergüenza. Crees que nunca conseguirás superarlo. ¿Qué poeta fue el que escribió que no había nada que doliera tanto como un corazón roto? Sentimentalismo barato. No le habría venido mal pasar algún tiempo en las mazmorras del Emperador
. Sonrió, abrió la boca y se lamió las encías que antiguamente ocuparon sus dientes delanteros.
Los corazones rotos se recuperan con el tiempo, los dientes rotos no se recuperan jamás
.
Glokta miró al joven. Contemplaba a la muchacha que se alejaba llorando con una leve expresión de regodeo.
¡El muy cabrón! Me pregunto si habrá roto tantos corazones como rompí yo en mi juventud. Ahora me parece casi increíble. Necesito lo menos media hora para hacer acopio del valor suficiente para ponerme de pie. De un tiempo a esta parte, a las únicas mujeres a las que hago llorar es a las esposas de los hombres que exilio a Angland...
—Sand.
Glokta se volvió.
—Lord Mariscal Varuz, qué honor.
—Oh, por favor, no te levantes —dijo el anciano soldado, sentándose en el banco con los movimientos ágiles y precisos de un maestro de esgrima—. Se te ve bien —dijo sin tan siquiera mirarle.
Bien lisiado, querrás decir
—. ¿Cómo estás, viejo amigo? —
Estoy lisiado, maldito asno pomposo. ¿Cómo me has llamado? ¿Amigo? Hace años que volví y en todo ese tiempo no has venido a verme ni una sola vez. ¿A eso le llamas amistad?
—Bastante bien, gracias, Lord Mariscal.
Varuz se rebulló intranquilo en el banco.
—Quisiera hablarte de mi actual pupilo, el capitán Luthar... no sé si lo conoces.
—Hemos sido presentados.
—Deberías ver sus formas —Varuz sacudió la cabeza con pesar—. Tiene talento, de eso no hay duda, pero nunca llegará a ser como tú, Sand. —
Nunca se sabe. Tal vez algún día llegue a estar igual de lisiado que yo
—. Pero tiene talento, suficiente para ganar incluso. Lo malo es que lo está malgastando. Lo desaprovecha. —
Oh, qué trágico. Me pone tan triste que me parece que voy a vomitar, ¿Qué he comido esta mañana?
»Es perezoso, Sand, y muy tozudo. Le falta coraje. Le falta dedicación. No pone el corazón en lo que hace, y el tiempo se está agotando. Me preguntaba si no te importaría, en caso de que no estés demasiado ocupado, por supuesto —Varuz miró a Glokta a los ojos durante un instante—, hacerme el favor de hablar con él.
¡Me muero de ganas! Soltarle una charla a ese asno llorica es el sueño de mi vida. Arrogante botarate, ¿cómo te atreves a pedirme nada? Labraste tu reputación con mis éxitos, y, cuando necesité tu ayuda, me dejaste en la estacada. ¿Y ahora acudes a mí y me llamas amigo?
—Cómo no, Mariscal Varuz, estaré encantado de hablar con él. Lo que sea por un viejo amigo.
—Estupendo, estupendo. ¡Estoy seguro de que tú le harás cambiar! Entrenamos todas las mañanas en el patio que hay junto a la Casa del Creador, en el mismo sitio donde solía entrenar contigo... —el anciano Mariscal se interrumpió azorado.
—Iré en cuanto me lo permitan mis obligaciones.
—Tus obligaciones, claro, claro... —Varuz ya había empezado a levantarse; era obvio que estaba deseando largarse. Glokta le tendió la mano, obligando al anciano soldado a detenerse un instante.
No hay de qué preocuparse, Lord Mariscal, no es contagioso
. Varuz se la estrechó fláccidamente, como si tuviera miedo de que fuera a romperse, y, luego, se excusó con un susurro y se alejó a buen paso con la cabeza erguida. Los empapados soldados del bote se inclinaron y lo saludaron mientras pasaba junto a ellos con gesto aturdido.
Glokta estiró una pierna y trató de decidir si debía intentar levantarse.
¿Para ir adónde? El mundo no se acabará si me quedo aquí un rato más. Qué prisa hay. Qué prisa
.
—¡Adelante! —bramó el Mariscal Varuz.
En un intento desesperado de conservar el equilibrio, Jezal enroscó la punta de los pies sobre el borde de la barra, avanzó bamboleándose hacia su maestro y lanzó un par de torpes ataques para que pareciera que tenía la cabeza puesta en lo que estaba haciendo. Las cuatro horas de entrenamiento diario le estaban pasando factura y su estado físico hacía tiempo que había superado ya el mero agotamiento.
Varuz frunció el ceño, desvío el acero romo de Jezal y empezó a avanzar por la barra con la misma soltura que si se tratara del sendero de un jardín.
—¡Atrás!
Jezal se apoyó en los talones, hizo unos ridículos movimientos con el brazo izquierdo para no perder el equilibrio y se trastabilló hacia atrás. De rodillas para arriba le dolía todo el cuerpo. Pero de rodillas para abajo era aún peor. Varuz, pese a tener más de sesenta años, no daba muestras de fatiga. Ni siquiera sudaba mientras se desplazaba por la barra como un danzarín, azotando el aire con sus aceros. Jezal, en cambio, jadeaba sin parar, estaba completamente desequilibrado, y, mientras paraba los ataques a la desesperada con su mano izquierda, tanteaba el aire con su pie derecho buscando apoyo en el tramo de barra que tenía detrás.
—¡Y adelante! —Jezal cambió de dirección, sintió un agudo dolor en las pantorrillas y lanzó un golpe contra el exasperante anciano. Pero Varuz, en lugar de retroceder, se coló por debajo de las desesperadas estocadas de Jezal y le barrió los pies con el dorso del brazo.
Jezal soltó un alarido mientras el patio daba una vuelta de campana por encima de su cabeza. Se golpeó la pierna contra el borde de la barra, cayó de bruces sobre la hierba y su barbilla se estampó contra el césped haciendo que le castañetearan los dientes. Rodó un trecho por el suelo y, finalmente, se quedó de espaldas, boqueando como un pez recién sacado del agua, y con la pierna palpitando en el lugar donde había recibido el impacto de la barra. A la mañana siguiente habría añadido un feo moratón a su colección.
—Horroroso, Jezal, horroroso —gritó el veterano soldado aterrizando en la hierba de un ágil salto—. ¡Se tambalea usted más que si estuviera andando por la cuerda floja! —Jezal se dio media vuelta en el suelo, soltó una maldición y se puso trabajosamente de pie—. ¡Este bloque de roble macizo es lo bastante ancho como para perderse en él! —para demostrarlo, el Lord Mariscal le dio a la barra un tajo que hizo saltar numerosas astillas.
—Creí que había dicho hacia delante —se quejó Jezal.
Varuz enarcó bruscamente las cejas.
—¿Realmente cree usted, capitán Luthar, que alguien como Bremer dan Gorst proporciona a sus contrincantes información fiable sobre sus intenciones?
¡Bremer dan Gorst tratará de vencerme, maldito viejo! ¡Y se supone que usted me está ayudando para que sea yo quien le venza a él! Eso era lo que pensaba Jezal, pero no era tan imbécil como para soltarlo. Se limitó a permanecer en silencio, sacudiendo la cabeza.
—¡No, desde luego que no! ¡Hace todo lo que esté en su mano para engañar y confundir a su contrincante, como deben hacer todos los grandes espadachines! —el Lord Mariscal caminaba de un lado para otro, negando con la cabeza. Jezal volvió a plantearse la posibilidad de mandarlo todo a paseo. Estaba harto de caer exhausto en la cama todas las noches a una hora a la que debería estar empezando a emborracharse. Estaba harto de despertarse amoratado y dolorido todas las mañanas y tener que afrontar cuatro interminables horas de carrera, barra de equilibrio, mazo y formas. Estaba harto de que el comandante West le diera golpes en el trasero. Y, por encima de todo, estaba harto de tener que sufrir el escarnio de aquel viejo idiota.
—... una actuación decepcionante, capitán, muy decepcionante. De hecho, estoy convencido de que va usted a peor...
Jamás ganaría el Certamen. Nadie lo esperaba, y él menos que nadie. ¿Por qué no mandarlo todo a paseo y retomar sus juegos de cartas y sus noches de juerga? ¿Acaso no era lo único que le pedía a la vida? Pero entonces, ¿qué le diferenciaría de tantos otros miles de jóvenes vástagos de la nobleza? Hacía mucho que había decidido que quería llegar a ser alguien. Un Lord Mariscal tal vez, y, luego, Lord Chambelán. Alguien grande e importante en todo caso. Quería disponer de un sitial en el Consejo Cerrado y tomar decisiones trascendentales. Quería que todo el mundo le adulara, le sonriera y estuviera pendiente de cada una de sus palabras. Quería que, al verle pasar, la gente susurrara: «¡Mira, mira, ese es Lord Luthar!». ¿Se conformaría con ser durante el resto de su vida una versión más rica, inteligente y apuesta del teniente Brint? ¡Puaj! No quería ni pensarlo.