Read La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos Online
Authors: Andrew Butcher
Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga
Cuando la puerta tembló al recibir una serie de golpes, deseó que fuese Jess la que llamaba. Pero no lo era. Era Tilo.
—Mel, ¿estás ahí dentro?
—No.
—Venga. Mueve el culo, perezosa. ¿A que no sabes quién ha venido?
—El puñetero Winston Churchill.
—Simon Satchwell, recién fugado de la nave de los cosechadores.
Mel se puso en pie, salió y fue con Tilo a la sala de reuniones, donde los demás se encontraban ya a la espera de que Simon concluyese el proceso de descontaminación. Ella no podía esconderse en su habitación indefinidamente, por mucho que así lo quisiese, y por lo menos el centro de atención sería Simon y no ella. Se preguntó si sería capaz de mirar a Jessica a los ojos, si Jessica la miraría a ella y, de ser así, si lo haría con asco.
Tilo no paraba de hablar mientras caminaban.
—Pues eso, que el ojo vigía encontró a un chico vagando por las ruinas de Harrington y envió las imágenes al centro de seguimiento y resulta que llevaba las mismas ropas que nosotros antes de llegar aquí, el uniforme gris de esclavo de los cosechadores. Así que Mowatt y Taber se interesaron y le enseñaron la grabación a Travis, que seguía dando el parte, y Travis les dijo que era Simon y lo dejaron entrar en el Enclave porque creían que uno de nosotros podría darles información valiosa. Pero Taber no estaba convencido, así que Travis le dijo que o dejaba entrar a Simon o se largaría, y que estaba seguro de que los demás lo seguiríamos. Igual fue un poco presuntuoso.
—Lo dudo —dijo Mel.
—Vamos, que Taber cedió y el ojo vigía se puso en marcha y guió a Simon hasta aquí. Parece que estaremos todos juntos de nuevo otra vez.
—Me alegro tantísimo.
—Mel, ¿puedo preguntarte algo? Conoces a Travis desde hace mucho, ¿verdad?
—Desde antes que a nadie —afirmó Mel—, excepto a Jessica.
—¿Alguna vez te has enfadado con él?
—Un montón de veces.
—¿Y has seguido enfadada?
Mel sonrió, pese a sus problemas.
—Nunca.
Tilo suspiró, como si admitiese una especie de derrota.
—Eso pensaba.
Travis pensó que Simon, a cuyo alrededor se congregó todo el mundo en la sala de reuniones, tenía buen aspecto. Se alegraba de volverlo a ver. Se quitó un peso de encima; era como si alguien hubiese atendido a sus ruegos.
—Después de ser procesado —narró Simon—, me devolvieron las gafas y me encerraron en una celda a mí solo, no sé por qué. Eso de estar aislado no me gustó un pelo, la verdad. Entonces, la puerta se abrió de pronto y empezó a sonar la alarma, y yo no sabía qué hacer. Así que salí al pasillo y vi que no había nadie, ni guardias, ni cosechadores, ni vosotros.
—Estaríamos en otra planta o algo así —dijo Travis—. Nuestro amigo cosechador, Darion, desconectó los sistemas de seguridad.
Simon esbozó una débil sonrisa.
—Viene bien tener amigos en las altas esferas, Travis. Así que Darion, ¿eh?
—Queríamos encontraros a ti y al resto, Simon, de verdad. Pero, como ya te hemos dicho, no teníamos tiempo. Desde entonces, no ha pasado un minuto en el que no me haya sentido fatal por no poder buscarte. No sé si podrás perdonarme.
Simon pensó que Travis sonaba algo desesperado. Debía de estar cargando con una gran culpa. Merecía cargar con ella. Lo que había hecho era imperdonable.
—Te entiendo, Travis —dijo, sin embargo, como concediéndole su perdón—. Todos tenemos que tomar decisiones, ¿verdad? Y a veces, esas decisiones son duras. No creo que haga falta que pidas disculpas. Al final conseguí salir, ¿no? Aquí estoy.
—Sí. —Richie miraba a Simon como con incredulidad, sintiendo una admiración que hasta entonces había considerado inconcebible—. ¿Cómo te las apañaste para escapar, Simoncete? Y encima, solo. No me puedo creer que lo hayas conseguido.
Porque eres un pedazo de mierda sin cerebro
, pensó Simon.
—Estoy seguro de que tú también hubieses podido, Richie —dijo—, si te lo hubieses propuesto. —
Si alguna vez te propusieses algo, pedazo de imbécil
—. Sencillamente, me alejé de los cosechadores. Se me da bien eso de alejarme de la gente. Tuve un montón de práctica en el colegio. Debo admitir que esperaba que hubiese guardias, pero debían de estar persiguiéndoos. Así que, de algún modo, me ayudasteis a escapar, Travis.
—Es muy generoso por tu parte que lo veas así, Simon —dijo Travis, a la vez que asentía.
—Me escondí en una especie de almacén —dijo Simon, siguiendo con su mentira—. Y en la pared había un plano de la nave. Lo utilicé para encontrar la salida. Me llevó tiempo y, obviamente, no quería correr el riesgo de que me encontrasen, pero por suerte estaba oscuro y finalmente encontré la escotilla de salida o lo que fuese. Regresé a Harrington. Y ya sabéis el resto.
—Increíble —dijo Richie con una sonrisa—. Simon, nunca pensé que diría esto, pero estás hecho un todo un hombre.
Cierra la maldita boca.
—En ningún momento —continuó Simon— dejé de pensar en vosotros. Quería volver a veros. —Y agradecía que el comandante Shurion no le hubiese entregado aquel dispositivo de comunicaciones para contactar con él, como quería al principio: hubiese aparecido durante el proceso de descontaminación, revelando a quién debía lealtad. Pero ya tenía el nombre. Darion. Descubriría más si fuese necesario y después, lo único que tenía que hacer era buscar el modo de contactar con el comandante de los cosechadores. No debería de ser muy difícil. Después de todo…
—Simon, eres tan valiente. —Jessica le dio un abrazo y lo besó, pero no en los labios—. No sabía que…
—Ah, Jessica… —Simon guiñó los ojos tras sus gafas—, hay un montón de cosas de mí que no sabes.
Había pasado la mayor parte de la noche en vela hasta tomar aquella decisión, pero por la mañana, Darion había concluido que no haría nada en absoluto. Habría quien encontraría irónica aquella situación: horas de deliberación y, al final de todas ellas, despreocupación. Pero quienes así pensasen no estarían familiarizados con Darion, nacido del linaje de Ayrion de las Mil Familias. El joven alienólogo era de naturaleza reservada y reflexiva, no era un hombre de acción; su crianza había tenido como objetivo enseñarle a valorar y preservar las cosas tal y como estaban, a no cuestionarlas y a no plantearse cambiarlas. A Darion le había costado un esfuerzo monumental ayudar a los terrícolas. Alterar su conducta habitual otra vez estaba, probablemente, más allá de sus posibilidades.
Además, quedarse quieto donde estaba y seguir con su vida tenía sentido desde el punto de vista táctico. Shurion podría interpretar cualquier cambio súbito en su ya establecida rutina como un acto incriminatorio… Darion estaba seguro de que el comandante sospechaba de él y creía que era el traidor, así lo deseaba. Permanecer a bordo de la Furion también le permitía seguir de cerca las operaciones esclavistas, para comprobar meticulosamente si entre los terrícolas cosechados por los recolectores se encontraba Travis Naughton.
Resultaba útil que los terrícolas tuviesen pelo, al contrario que su propia raza, para la que un aspecto hirsuto denotaba salvajismo y era una muestra clara de inferioridad. También era de gran ayuda que el pelo de los terrícolas fuese de una gama tan amplia de colores, de lo contrario Darion apenas hubiese podido distinguir a los alienígenas entre ellos. Aún no había visto a Travis, de pelo castaño, aunque eso no significaba necesariamente que el chico no hubiese sido capturado, con o sin sus compañeros de fuga. La cifra de prisioneros continuaba subiendo, hasta aproximarse al centenar. El procesamiento continuaba sin pausa y la información que proporcionaba iba a parar a los voraces bancos de datos de la Furion. Los criotubos no paraban de ocuparse y las celdas estaban llenas. En las proximidades estaba construyéndose un complejo para contener a los terrícolas hasta que fuese su turno de ser procesados. Por lo que Darion sabía, Travis podía encontrarse languideciendo en su interior.
Pero lo dudaba. Creía en lo que afirmaban los datos del procesamiento. Si la tecnología de los cosechadores había determinado que Travis Naughton era un líder, aceptaba sin rechistar la veracidad de aquella estimación. No es que dependiese por completo de los ordenadores: su evaluación personal del terrícola respaldaba aquel análisis. Aun en cautividad, Travis había demostrado ciertas cualidades que Darion reconoció como propias de un líder: rebeldía, confianza en sí mismo, fuerza de voluntad. Cualidades que envidiaba, cualidades que temía no poseer. Así que tenía fe en que Travis no se dejaría capturar de nuevo, hasta confiaba en que sería más listo que el agente de Shurion, aunque el espía se las apañase para entrar en contacto con él. Darion no tenía nada que temer a ese respecto. Una vez descartada la amenaza del traidor, no tenía nada que temer en absoluto. Shurion… Estaba en la puerta, activando el sistema de comunicación y solicitando permiso para entrar.
La confianza del alienólogo se evaporó como el agua en un desierto. Shurion nunca había entrado antes en sus aposentos. Dudaba que se tratase de una visita de cortesía. Si aparecía escoltado por guardias, significaba que todo había terminado.
Sin embargo, no podía dejar al comandante esperando en el pasillo. Ordenó a la puerta que se abriese.
—Comandante Shurion. Qué sorpresa. —Darion dejó escapar una risa nerviosa, aliviado. Shurion estaba solo.
—Pero no muy agradable, ¿no es así, lord Darion? —El cosechador, ataviado de negro, se adentró en la habitación. Su gesto era casi tan oscuro como su armadura.
Era evidente que Darion aún tenía que ser cauteloso. Sintió sus músculos tensarse, sus dedos temblar.
—No sé a qué se refiere.
—¿Quizá esperaba otra visita? Por ejemplo, la del visitante de la que se me ha informado esta mañana que vendría de un momento a otro a la Furion, procedente de la Ayrion III.
—¿Ah, sí? —Ya tardaba en llegar—. Bien, en ese caso, comandante Shurion, agradecería que me explicase qué hace aquí, ya que tengo preparativos que hacer.
—Seré breve, lord Darion —dijo Shurion, lacónico—, y seré franco. No apruebo la presencia a bordo de cualquier nave, mucho menos a bordo de una a mi mando, de un visitante como el que estamos a punto de recibir. No creo que sea apropiado y si tuviese alguna autoridad a ese respecto, la impediría.
—Pero mi padre le supera en rango.
—Es mi deber y un honor seguir las órdenes del comandante de la flota Gyrion —dijo Shurion, como si le hubiesen arrancado aquellas palabras bajo tortura—. No obstante, puede que tanto usted, lord Darion, como su compañero quieran pasar su tiempo juntos en otro lugar que no sea esta nave.
Vaya que sí
, pensó Darion. Aquella podía ser una inesperada ventaja.
—¿Tiene alguna ubicación en mente, comandante Shurion? —preguntó.
—Hay un emplazamiento terrícola de considerable tamaño, para los primitivos estándares de este planeta, claro, cerca del campamento de esclavos. Pertenecía a una familia de aristócratas terrícolas, por lo que tengo entendido. Ya hemos retirado los cadáveres. Pueden dirigirse ahí. —Shurion pronunció la última frase con todo el desdén que se atrevió a transmitir—. Ningún cosechador decente se plantearía siquiera residir entre los miserables y escuálidos muros de una cultura atrasada, por supuesto, pero por algún motivo dudo que a dos alienólogos como ustedes les preocupe lo más mínimo ese detalle. De hecho, imagino que se sentirán como en casa —dijo mientras miraba con condescendencia las obras de arte alienígenas, las miniaturas de formas de vida ajenas a los cosechadores, las vasijas cambiantes—, dada la malsana decoración con la que encuentra aceptable adornar este sitio.
—Estos artefactos son una parte vital de mis estudios —se defendió Darion—, como ya sabe, comandante Shurion.
El comandante dirigió su mirada hacia el yelmo de los recuerdos de Lacrima. Cruzó la habitación hasta llegar a él.
—Estas abominaciones —masculló—, son los restos sucios y viciados de sociedades conquistadas e impuras. Me ofende el mero hecho de mirarlos. Tocarlos —dijo mientras levantaba el brillante cristal verde con expresión de asco— me pone enfermo.
Alarmado, Darion mostró sus manos a modo de advertencia.
—Por favor, comandante Shurion, ese objeto es extraordinario.
—¿Extraordinario? Estas atrocidades deberían estar extintas. ¿Cómo puede rodearse de semejante corrupción, lord Darion? Creo que hasta constituiría una ofensa criminal, un acto contra los cosechadores.
—Tonterías, comandante Shurion. Le he dicho que, por mi trabajo como alienólogo, necesito…
—No necesita acumular esta vil chatarra en sus aposentos, lord Darion, eso lo sé. —Shurion entrecerró sus ojos escarlata y lo miró como un depredador—. Guarda estos objetos porque así lo quiere. Podría decirse que tal acto está motivado por una retorcida admiración hacia estos miserables y grotescos ornamentos…
—Tonterías. Y ahora, por favor, comandante Shurion, el yelmo de los recuerdos…
Shurion sonrió sin una pizca de humor.
—Por supuesto que son tonterías, lord Darion, porque si no lo fuesen, también me vería tentado a pensar que su dueño podría ser lo bastante tonto e iluso como para llegar a simpatizar con razas impuras e inferiores como la de los terrícolas. Y si llegase a creer eso…
—Tenga cuidado con lo que dice, comandante Shurion —protestó Darion a la desesperada, con el corazón bombeando a toda velocidad a causa del miedo—. Recuerde quién soy. Pertenezco a las Mil Familias, al linaje de Ayrion el Temerario. No olvide su lugar.