La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (25 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—Los Josués pueden funcionar con un único piloto —dijo Taber—, aunque hay espacio para tres en la cabina de control de su interior, a la que se puede acceder desde unas escotillas frontales y traseras. Una batería de cámaras y sensores proporcionan un flujo constante de información a los operarios, convirtiéndose en sus ojos y sus oídos y evitando así la necesidad de que sean ellos los que tengan que otear el exterior, lo que los haría vulnerables al enemigo. Estas cañoneras que veis en las secciones frontal y trasera, así como en los laterales, una vez activados los sistemas de asalto del Josué, pueden funcionar como lanzacohetes, lanzallamas o ametralladoras, en función de lo que elija el operario. La torreta puede girar trescientos sesenta grados, y las dos armas —añadió, señalando los dos cañones que apuntaban hacia delante en perfecta armonía— pueden moverse y estacionarse de forma independiente. Incluso pueden apuntar hacia arriba para hacer frente a ataques aéreos, una capacidad muy útil dada la posibilidad de entablar combate con esas vainas de batalla, ¿eh?

—Muy impresionante, capitán Taber —aceptó Travis—. Me pregunto por qué no ha desplegado los Josués hasta ahora.

Taber reaccionó con cierta incomodidad a aquella crítica velada.

—Por dos motivos perfectamente válidos desde un punto de vista militar, señor Naughton.

—Mis científicos y yo ya nos hemos ocupado con éxito del primero de ellos —interrumpió la doctora Mowatt—. A la tripulación del Josué le resultaría engorroso llevar trajes protectores durante la operación y hasta comprometería su eficacia, poniendo en peligro sus vidas. Sin embargo, mientras el virus de la enfermedad aún flote en el aire, todo adulto que se aventure a la superficie no tiene otra opción que ponérselo. En vista de ello, lo que hemos hecho ha sido diseñar e instalar en la cabina de los VAJ una versión en miniatura del sistema medioambiental que protege el Enclave de un ataque biológico. Las cabinas de control son ahora completamente independientes, capaces de reciclar oxígeno e invulnerables a ataques biológicos. En otras palabras, nuestra tripulación será capaz de operar en la superficie con total seguridad, motivo por el cual hemos esperado hasta este momento para enseñaros los Josués, ahora que podemos desplegarlos, al menos en teoría.

—¿En teoría? —Travis reaccionó en cuanto oyó la palabra.

—Nuestro segundo problema —dijo Taber—, son los escudos de los alienígenas. No puedo enviar a los Josués mientras esos escudos sigan en pie.

Travis negó con la cabeza, frustrado.

—Pero ¿y los chicos que podríamos rescatar? Si los Josués son tan fantásticos… ¿por qué no hace nada por ellos?

Simon miró a Travis con intensidad mientras escuchaba sus palabras. Porque, caramba, menuda labia gastaba Travis Naughton. Era de lo más convincente. ¡Pero qué indignado sonaba! No era de extrañar que él, Simon, se hubiese dejado llevar por su cantinela de ayudar a los demás, engañado por aquello de hacer lo correcto. Travis debería haber sido actor. Porque todo aquello no era más que una actuación. Simon estaba convencido de ello. Tenía que serlo, ¿verdad? Porque, ¿acaso no era el mismo muchacho de ojos azules que discutía entonces con Taber acerca de rescatar a unos chicos (chicos a los que, por cierto, no conocía, a los que nunca había visto y a los que nunca había hecho una promesa), el mismo Travis que había abandonado a Simon, su supuesto amigo, dejándolo a su suerte a bordo de la nave de los cosechadores, solo una vez más?

Vaya si lo era.

Había confiado en Travis. Había confiado en él más que en nadie. Eso era lo que le dolía. Y Travis le había fallado como todos los demás, como la vida, y Travis debía sufrir por ello, debía ser castigado por sus actos y darse cuenta de ellos. La guapa de Jessica también, y Mel, estuviese donde estuviese, y Tilo, y Clive y Coker, sobre todo Coker, todos ellos verían y comprenderían que Simon Satchwell no era solo el blandengue de las gafas, un debilucho, una víctima. Podía cambiar las cosas. Y no iba a permitir que nadie le tosiese, nunca más. Tenía nuevos y poderosos amigos. Tenían que verlo. Tenía que mostrárselo.

Sin embargo… ¿y si estaba equivocado con respecto a Travis?

Cabía la posibilidad de que la versión de su supuesto protector sobre los acontecimientos que tuvieron lugar a bordo de la nave de los cosechadores durante la fuga fuese, bueno, cierta. No era del todo imposible que Travis hubiese querido buscarlo pero que también hubiese otros que dependían de él. Podía haberse dado el caso de que sintiese genuina culpa y arrepentimiento por haber dejado atrás a Simon, al verse obligado a velar por los demás. El alivio y la alegría de Travis al ver a Simon de nuevo podían, era una posibilidad, ser auténticos.

Simon estaba confundido, hecho un lío. En la nave de los cosechadores se sentía totalmente convencido. La versión del comandante Shurion acerca de lo que había ocurrido le persuadió de la cabeza a los pies; todo debía ser tal y como lo describió el cosechador; y que Simon se las devolviese todas juntas a Travis y al resto era lo mínimo que estos merecían. No se puede traicionar a un traidor. Y lo que habían hecho era imperdonable. Sin embargo, lejos de la influencia de Shurion, rodeado por todos los demás, con Travis presente, diciendo lo que diría Travis, haciendo lo que haría Travis, siendo él mismo, Simon dudó. Aunque el hecho de que lo hubiesen abandonado lo dejó a las puertas de la muerte, parte de él quería volver a creer en Travis y estar integrado con sus iguales. Parte de él quería perdonar.

Se estaba librando una batalla en su interior. Por un lado, la amargura por el trato que había sufrido recientemente y durante años; por otra parte, la lealtad que había sentido hacia Travis desde antes de la llegada de la enfermedad. ¿Quién era el auténtico merecedor de su confianza, Travis o el comandante Shurion? ¿Cuál era su lugar? Tenía que estar seguro, convencido, antes de tomar una decisión que no podría deshacer. Así que miró a Travis con intensidad mientras escuchaba sus palabras.

—Entonces supongo que solo nos queda una opción, ¿no es así? —decía el muchacho de pelo castaño—. Es tan obvio que me sorprende que no lo hayamos hecho hasta ahora. —Todo el mundo, incluidos Mowatt y Taber, lo miraban con asombro—. Queremos dejar los escudos de los cosechadores fuera de combate para dar a los Josués la oportunidad de darles a las naves, ¿no es así? Pues muy sencillo, solo tengo que dejar que me vuelvan a capturar…

9

—No me gusta —dijo el capitán Taber después de que todos se congregasen de nuevo en la sala de reuniones.

Mel también se contaba entre ellos, tan pálida y lánguida que los demás concluyeron que, tal y como Jessica les había hecho creer, estaba enferma. La chica de cabello moreno no hizo nada para refutar aquella suposición. Respondió a las preguntas de sus amigos sobre su salud afirmando que se encontraba bien, de verdad, y pidiendo disculpas por haberse perdido la reunión hasta entonces; dijo que se sentaría a escuchar y que enseguida se pondría al corriente de lo que había pasado durante su ausencia. Cuando tuvo que elegir silla, optó por la que estaba más apartada de Jessica, alejándose todo lo posible sin llegar a abandonar la mesa. Jessica no le había preguntado cómo se encontraba. De todas formas, nadie pareció notar la tensión que había entre las dos. Había asuntos más importantes que atender.

—No me gusta esa idea en absoluto —reiteró Taber.

—Con todo respeto, señor, no le tiene que gustar —apuntó Travis—. La cuestión es si el plan puede funcionar o no, y yo creo que sí puede. Me dirijo a la colina Vernham, me encuentro voluntariamente con los recolectores, vuelvo al interior de la nave de los cosechadores, contacto con Darion de nuevo y lo convenzo para que sabotee o anule los escudos de algún modo.

—De algún modo —enfatizó Tilo—. ¿Así convencerás a Darion de que nos vuelva a ayudar? Por lo que nos has contado hasta ahora, Travis, antes tampoco es que fuese todo un revolucionario. ¿Qué te hace pensar que reunirá el valor para jugarse la vida por segunda vez para ayudar a unos terrícolas inferiores? Podrías acabar en un criotubo… y no conseguir nada. —Hablaba como si estuviese preocupada por lo que le pudiese suceder a Travis, aunque evitase su mirada.

—Tilo tiene razón, Travis —afirmó Jessica—. Para empezar, ¿cómo puedes estar seguro de que te enviarán a la misma nave? Y aunque así sea, no sabemos si descubrieron la traición de Darion después de que huyésemos. Puede que él mismo esté encerrado mientras hablamos, y lo único que podrá sabotear desde allí es tu plan. Es demasiado arriesgado. Es demasiado… impredecible.

—¿Y qué no lo es en estos días? —dijo Travis.

—¿Y si el comandante Shurion, o un evaluador, o alguien te reconoce antes de que puedas ponerte en contacto con Darion? —Antony defendía la postura de Jessica—. Y además, ¿cómo piensas dar con él?

—Bueno, la respuesta corta es que no lo sé. —Travis rió sin ganas—. No lo sé. No lo sé. No lo sé. Pero lo que sí sé es que tenemos que hacer algo y creo que lo que propongo es un «algo» constructivo. —Miró a todos los presentes alrededor de la mesa, como si suplicase—. Quiero decir, ¿y si soy capaz de encontrar a Darion? ¿Y si neutraliza los escudos? Los Josués podrían convertir sus malditas naves en chatarras y dar el pistoletazo de salida para el contraataque de la raza humana. Eso merece algún que otro riesgo, ¿o no? ¿Doctora Mowatt? ¿Capitán Taber?

La directora científica se volvió hacia su colega, el militar.

—Podríamos enviar un ojo vigía con él para seguir la situación lo mejor posible.

Taber parecía estar cavilando tras su mirada cansada.

—Una vida a cambio de la oportunidad de una victoria significativa. Quizá tenga razón, señor Naughton. Su plan tiene sentido desde un punto de vista militar. Pero ¿y si lo descubren o reconocen? ¿Y si lo torturan hasta revelar la ubicación del Enclave?

Tilo se estremeció al pensar en la combinación de «Travis» y «tortura».

—Ni siquiera saben que este lugar existe —dijo Travis—. ¿Cómo iban a obligarme a decirles dónde se encuentra?

Taber deliberó.

—Me encantaría volver a combatir, enfrentarme al enemigo de una vez.

—Entonces ya sabe lo que tiene que decir —lo apremió Travis.

—No debe emprender la misión solo —dijo Taber—. Si le sucediese algo…

—Pero ¿eso es un sí?

—Yo iré con Travis —dijo Antony—. Me ofrezco voluntario.

Mel pudo ver la admiración y el cariño en el rostro de Jessica cuando esta miró al antiguo delegado del colegio Harrington mientras le estrechaba la mano. Otra puñalada en su corazón.

—Gracias, Antony —dijo Travis mientras asentía.

—No puedo dejar que acapares toda la gloria para ti solo, ¿no? —Antony rió, un poco nervioso.

—A mí también me gustaría ir —solicitó una nueva voz, haciendo que seis pares de sorprendidas cejas adolescentes se levantasen al unísono. Ofrecerse a afrontar un peligro garantizado era algo que nadie esperaba de Simon Satchwell—. ¿Por qué me miráis así? —
Si ellos supiesen…

—No. No tienes por qué, Simon. Pero te agradezco que te ofrezcas a ello —dijo Travis.

—¿Crees que no estoy a la altura?

—Claro. Quiero decir, por supuesto que lo estás. Nos gustaría mucho que vinieses con nosotros, ¿no es verdad, Antony? —Antony expresó que sí, que, de hecho, le encantaría—. Pero acabas de escapar de la nave de los cosechadores. Quizá deberías descansar un poco antes de… Puede que sea lo mejor, Simon. ¿No lo cree, capitán Taber?

En público, el capitán Taber afirmó que al señor Satchwell le vendría mucho mejor un periodo prolongado de descanso. En privado, seguro que pensaba que no querría que un debilucho como el señor Satchwell estuviese implicado en la operación que estaba a punto de tener lugar.

—Si tan seguro estás, Travis —dijo Simon. Bueno, si iba a contactar con el comandante Shurion, tendría que encontrar otra manera—, Richie podría ir con vosotros.

Para este, ofrecerse voluntario sí que era un concepto totalmente alienígena. Pero iba a tener que decir que sí.

—Bueno, yo…

Todos tenían sus miradas clavadas en él. Naughton. Morticia. Tony Clive, el niño pijo. Quería decir que sí… parte de él, al menos. La parte a la que su madre siempre pensó que le vendría bien ingresar en las fuerzas armadas. La parte que era capaz de sentir orgullo y valor, que sospechaba que había cosas que estaban bien y cosas que estaban mal. La parte que había mantenido oculta durante años, como un prisionero en una celda, una celda cuya llave no había encontrado hasta ahora. Quizá la había perdido. Y Richie se encogió de hombros y cerró la boca, frunció el ceño y bajó la cabeza hasta mirar a la mesa. Maldito Satchwell, por sacar a la luz su cobardía.

—Bueno, pues entonces vamos nosotros dos y ya está. —El tono de decepción en la voz de Naughton era evidente.

—Quizá debería acompañaros una de las chicas —propuso la doctora Mowatt—. Los cosechadores parecen una cultura bastante sexista. Quizá presten menos atención a una mujer.

—Yo voy. —Tilo y Jessica hablaron al unísono.

—No, para nada. —Travis y Antony también, y por el mismo motivo. Mel vio sus respectivas miradas clavadas en sus novias. Nadie la miraba a ella.

—Pero Travis…

—Pero Antony…

—Iré yo. —Mel habló con tanta decisión que todo el mundo se la quedó mirando—. Quiero ir. No quiero quedarme aquí. —No con Jessica. Quería estar lo más lejos posible de ella.

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