La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos (22 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficcion, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 2 - Cosecha de esclavos
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—¿Ah, sí? —Darion lo dudaba. Ojalá su padre se despidiese y lo dejase pensar.

—Necesitas compañía, ¿verdad? Tiene que ser duro estar recluido durante tanto tiempo, lejos de tus semejantes.

—Tienes razón, padre —dijo Darion, con una desganada sonrisa—. Tienes toda la razón. ¿Cómo lo has adivinado?

—Soy tu padre, Darion. No puedes ocultarme nada. Te dije que a ti, como representante único de las Mil Familias, te resultaría duro estar rodeado de inferiores durante meses.

—Efectivamente, padre —recordó Darion—. Debería haberte escuchado. —Pero lo que deseaba con toda su alma era dejar atrás hasta el último representante de las Mil Familias (salvo a uno), y, a poder ser, para siempre. Un detalle que consideró impropio de comentar a su padre en aquel momento—. Quizá debería ser transferido al Ayrion III.

—No, no. —Gyrion rechazó de plano la idea de que su hijo se le uniese a bordo de su buque insignia—. No tendría sentido en medio de una operación esclavista. Pero creo que puedo ayudarte. El Ayrion III está estacionado a las afueras de la ciudad terrícola conocida como Oxford, como bien sabes. La ciudad está a punto de ser cosechada mientras hablamos, así que aún no han empezado las operaciones de alienología. Lo que significa…

Pese a los peligros de su situación, Darion sintió que el corazón le daba un vuelco ante la expectativa.

—Que puedo prescindir de uno de mis alienólogos durante un tiempo, así que imagino que podría convencer a alguien para que te venga a visitar, para recordarte la civilizada sociedad de la que has estado alejado. —Gyrion hablaba con la indulgencia de un padre—. ¿Te gustaría eso, hijo?

—Desde luego —dijo Darion.

Y más valía que pronto. Si se retrasaba demasiado, Darion recibiría a las visitas en una celda.

Tenía que actuar con rapidez. Mientras Travis desglosaba su informe. Antes de que Mowatt y Taber llamasen a nadie más. Mientras pudiese contar con que Antony y Jessica estarían cerca.

Mel no estaba orgullosa de lo que planeaba hacer, pero sintió que no le quedaba otra opción. No podía permitir que Jessie se implicase con el antiguo delegado del colegio Harrington, no del modo en el que tenía todos los visos de que iba a suceder: de forma romántica.

Odiaba esa palabra, «romanticismo». Era un fraude, una mentira. El romanticismo en aquellos días (en los previos a la enfermedad, en todas partes) significaba un par de botellas de sidra barata y un chaval baboso y lleno de granos metiendo mano debajo de la camiseta o la falda… con el consentimiento de la chica. El romanticismo significaba olvidarse de quién eras realmente, abdicar tu independencia para consentirle los caprichos y las fantasías a alguien. El romanticismo era la antesala del desengaño y la infelicidad. Pero Mel estaba empezando a divagar.

No era que Antony fuese una mala persona. No lo conocía desde hacía mucho tiempo (aunque, por supuesto, tampoco Jessie), pero parecía majo, un chaval decente. Mel tenía que reconocer que no parecía dispuesto a hacer daño de forma deliberada a Jessica. Pero seguía siendo un varón. Seguía siendo un chico. Y los chicos se convertían en hombres, y los hombres en padres, en padres como el suyo, así que en lo que se refería a las relaciones con chicas, los chicos llevaban las malas noticias en el ADN. Mel solo quería hacerle un favor a Jessica, salvarla de sus impulsos. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde. ¿Y si Antony se había quedado en el cuarto de Jessica el día anterior a pasar la noche, a aprovecharse de la naturaleza dulce y confiada de su mejor amiga? No. Lo dudaba. Por su experiencia con chicas que lo habían hecho con sus novios (o, como solía suceder después, exnovios), estas solían dar algunas señales características después, tenían una actitud un poco más altanera que antes, como si supiesen un secreto que tú no. Y Jessie no se había comportado de ese modo aquella mañana. Mel aún tenía la oportunidad de garantizar que su amiga no se comportaría de ese modo durante ninguna mañana en un futuro próximo.

Solo tenía que actuar con rapidez.

—¡Eh, Jessie! —Alcanzó a la chica rubia mientras regresaban a los dormitorios, tras abandonar la sala de reuniones—. ¿Podemos… —comenzó a preguntar en voz baja— hablar un rato?… —Después, articulando las sílabas en silencio—: En privado.

—Por supuesto. —Jessie tenía claro que a Mel le pasaba algo—. Te veo en un rato, Antony. —Él había estado acompañándola al mismo ritmo, con tanta precisión que parecían coreografiados—. ¿Qué pasa? —preguntó cuando las dos chicas se quedaron solas.

—Nada, es solo que… ¿podemos hablar? —Mel adoptó su expresión de pequeña niña desamparada, que había desarrollado expresamente para sus profesores masculinos cuando no había hecho los deberes—. Es que… no hemos hablado desde Harrington y necesito quitarme unas cuantas cosas de la cabeza.

—Tú y yo —dijo Jessica, mostrando su acuerdo—. ¿Quieres que vayamos a tu cuarto?

Estrechó la mano de su amiga y Mel se sintió pletórica y asqueada consigo misma al mismo tiempo, a partes iguales.

—Sí, pero escucha, debería… esta mañana no me ha dado tiempo a ducharme antes del desayuno.

Jessica olfateó el aire.

—Y yo que pensaba que solo era el aire reciclado del Enclave —bromeó.

—¿Me das un rato para darme una ducha primero? Pásate, no sé, en quince o veinte minutos.

A Jessica le parecía bien esperar, ya fuesen quince minutos o veinte, pero claro, Mel no tenía intención de ducharse en ese tiempo. En lugar de eso, en cuanto cerrase la puerta, se pondría en contacto con Antony. Gracias a Dios por el sistema de comunicación interna del complejo. Y gracias a Dios también, Antony ya se encontraba en su cuarto aunque, a juzgar por el motivo por el que Mel agradecía aquel hecho, quizá Dios no tuviese nada que ver con ello.

Antony escuchó atentamente. ¿Así que Mel tenía algo importante que decirle? ¿Pero no por la comunicación interna? ¿Tan delicado era el asunto? ¿Sobre Jessica? ¿Y si podía pasarse inmediatamente por el cuarto de Mel?

Ya estaba de camino. Porque, como Mel comprobó con el corazón en un puño, se preocupaba honestamente por Jessica. Igual que ella.

—¿Qué pasa? ¿Dónde está Jess? —preguntó el chico rubio en cuanto Mel le dejó pasar a su cuarto. Estaba ansioso, lo cual ayudaba. Significaba que no se había dado cuenta en absoluto de que su huésped no cerró la puerta del todo, dejándola sensiblemente entornada.

Jessica no tardaría en llegar.

—Ven y siéntate conmigo, Antony. —Mel lo condujo de la mano—. A la cama. A mi lado.

—Pero ¿Jessica está bien? No querría que estuviese… no sé, mal. ¿Qué era eso importante que tenías que decirme, Mel?

—Es algo sobre lo que ocurrió en Harrington, Antony —dijo Mel, haciendo que el chico frunciese el ceño, confundido—. ¿Te acuerdas de la fiesta? ¿La noche que llegaron los cosechadores?

—Claro que la recuerdo, por supuesto, pero no… —«No me siento cómodo», podría haber dicho. No se sentía a gusto sentándose en la cama al lado de Melanie Patrick, sintiendo sus rodillas tocando las suyas, aunque el cabello de Mel parecía más lustroso y oscuro que nunca, y sus ojos eran de un azul cautivador, y su túnica estaba dispuesta de un modo que revelaba su pálida piel, como crema, y en el pasado, no hace mucho tiempo, hubiese dado su brazo derecho (o el izquierdo, estaba dispuesto a negociar) para encontrarse en aquella posición… como en la fiesta.

—Me pediste salir a bailar, ¿te acuerdas? —preguntó Mel—. Y yo te rechacé.

Y Antony lo recordaba, vaya que sí; la mayoría de chicos reservaban su lóbulo frontal exclusivamente para catalogar los rechazos…, pero que le mencionase aquel momento lo dejó aún más perplejo.

—Pensé que querías contarme algo sobre Jessica.

—Mentí —admitió Mel—. Es sobre mí. Y sobre ti, Antony.

—Pero no pensé qué… ¿de qué estás hablando? —Empezaba a sentirse incómodo.

—Debería haber bailado contigo. Fue una estupidez por mi parte decirte que no. Ahora me doy cuenta. Me doy cuenta de muchas cosas.

—¿Ah, sí? —Y cuando Mel apretó las rodillas y deslizó la mano sobre su muslo, mientras se inclinaba hacia él hasta el punto de sentir su cálido aliento sobre la piel y no poder ver más allá de sus ojos, fue entonces cuando se sintió realmente incómodo.

—Te quiero, Antony.

—Pero… —Retrocedió—. Me siento halagado, Mel, pero…

—¿Te ha dicho alguien alguna vez que tienes unos labios muy apetecibles, Antony?

—Pues es demasiado tarde, Mel.

—¿Demasiado tarde para decirte que tienes unos labios muy apetecibles?

—Demasiado tarde —dijo mientras le quitaba la mano de encima de su pierna— para hacer algo así. Lo siento. Lo siento de verdad, pero no… ya no siento hacia ti lo mismo que en aquel momento.

—¿Ah, no? —preguntó Mel, haciéndose la despistada. Por supuesto que no lo sentía. Y ella sabía por qué.

—No. Eres una chica fantástica, Mel, muy guapa y todo eso, pero… —Puede que en el pasado hubiese soñado con encontrarse en esa situación, pero la chica con la que quería estar entonces era rubia y tenía los ojos verdes, y en cualquier caso había mucho más en ella que un físico bonito, mucho más, y quería explorar y descubrir todos sus matices. Así que Mel, en realidad, no había mentido. Realmente, aquello tenía que ver con Jessica—. Mira, será mejor que me vaya. —Y empezó a ponerse en pie.

—No puedes. Todavía no. —Mel se levantó antes que él y lo sujetó por los hombros—. No hasta que…

Alguien llamó a la puerta.

—¿Mel? Soy yo. —Una voz procedente de la puerta. Los quince o veinte minutos ya habían pasado.

Y era demasiado tarde para echarse atrás. Mel estaba decidida. Envolvió a Antony en un sofocante abrazo de oso, juntó sus labios a los suyos como si estuviesen pegados con cola y tumbó al sorprendido chico sobre la cama. Y cerró los ojos para no tener que ver la expresión de dolor y desolación de su mejor amiga cuando Jessica abriese la puerta.

Mel lamentó no haberse podido tapar las orejas, además. El grito de su sorprendida amiga no le sentó nada bien a su autoestima.

—Mel, ¿qué estás haciendo? —Tampoco sus palabras. Mel esperaba que hubiese empezado con un «Antony, ¿qué estás haciendo?». Había una diferencia—. ¿Qué está pasando aquí?

Antony se la quitó de encima de un empujón y Mel rodó sobre la cama hasta quedar bocarriba. El chico intentó ponerse en pie por segunda vez y, en aquella ocasión, lo consiguió.

—Jessica…

—Jessie, no ha sido culpa mía. —Mel adoptó una actitud de mancillada inocencia—. Apareció de la nada diciendo que tenía algo importante que decirme…

—¿Qué? —preguntó Antony con incredulidad—. Eso fue lo que me dijiste tú a mí.

—Y después se me echó encima, Jess. No paraba de sobarme.

—Me trajiste aquí mintiéndome y luego fuiste tú la que se me echó encima.

—Está mintiendo, Jessie. No puedes confiar en él. —Mel se incorporó en la cama—. Ya has visto por ti misma lo que estaba pasando, ¿no?

Jessica negó con la cabeza y parpadeó como si quisiese quitarse una mota del ojo.

—Ojalá no lo hubiera hecho.

Antony miró hacia Mel, enfadado y dolido.

—¿Qué estás tramando, Mel? ¿Qué clase de juego…? —Después se volvió hacia Jessica, suplicante—. Todo esto es… no entiendo a qué está jugando Mel, Jessica, pero te prometo que no había venido por ella. No haría algo así.

—Vaya que sí. Es un chico, ¿no? —Mel también se puso en pie—. Son todos iguales. Van a por todo lo que lleve falda… o pantalones, siempre y cuando sea una mujer. No puedes confiar en ninguno de ellos, Jess. Sabes que siempre le he gustado.

—Pensaba… —dijo Jessica sin alterar su tono de voz, a la vez que dejaba de mirar a Mel para volver sus ojos hacia Antony— que estabas empezando a sentir algo por mí.

—Y así es —declaró el chico—. Es lo que siento. Y esperaba que tú sintieses lo mismo, así que, ¿por qué iba a fastidiarlo haciendo algo así, Jessica, liándome por las buenas con alguien que pensaba que era tu amiga? —Recalcó la última parte, acusando a Mel—. Jamás te haría daño. Esto es una especie de trampa retorcida. No has aparecido justo ahora por accidente, ¿verdad que no? Dime.

—No lo escuches, Jess —dijo Mel, burlona—. Está mintiendo. No lo necesitas ni a él ni a ningún chico…

—Jessica, créeme.

—¡Ya vale! Los dos. —La voz de Jessica restalló como el chasquido de un látigo. Era firme, autoritaria. Sonaba como si supiese exactamente lo que quería. Mel pensó que aquel tono no era propio de Jessica. En sus ojos brillaba una confianza que en el pasado, cuando Jessie vivía en su cómoda y segura casa con sus agradables y protectores padres, no llegaba ni a destello. Las circunstancias habían cambiado y Jessica Lane había cambiado con ellas—. No pasa nada, Antony. Te creo.

Mel sintió que le daba un vuelco el corazón.

—¿Que lo crees a él? Jessica, ¿antes que a mí? Pero… no, no puedes. Hemos sido amigas durante años.

—Y precisamente por eso sé cuándo estás mintiendo, Mel —dijo Jessica, grave—. Y por eso no entiendo lo que estabas intentando hacer aquí. ¿Querías separarnos? ¿Por qué querrías hacer algo así? ¿Por qué no iba una amiga a querer ver feliz a la otra?

—Y quiero que seas feliz, Jessie. —Las lágrimas empezaron a asomar por los ojos de Mel—. Por eso… No puedes ser feliz con Antony. No es su culpa. Los chicos…

—Mel. —Jessica pronunció su nombre como si fuese el de alguien que hubiese muerto recientemente—. Han pasado muchas cosas terribles. Ha habido muchos cambios. Pero jamás pensé que tú cambiarías. Pensé que estarías ahí para mí. Pensé que seríamos amigas para siempre. Pero parece que «para siempre» no dura tanto como parece.

—No digas eso, Jess. Lo siento…

—Antony, creo que ninguno de los dos debemos estar aquí. —Y se dirigieron hacia la puerta. Juntos.

—Tienes que aclararte, Mel —le recomendó Antony, sin el menor atisbo de odio en su voz. Mel deseó que lo hubiese. Se lo merecía.

—Jessie, por favor, no te vayas. No te vayas con él…

Pero lo hizo.

Mel se quedó tumbada sobre la cama durante lo que pudieron ser horas. Su gran plan había resultado ser un rotundo y sonado fracaso. En vez de separar a Jessica de Antony, sin pretenderlo, los había unido aún más. La ironía era una auténtica perra. Ella, Mel, era a la que Jessica había dado la espalda, y no estaba segura de cómo iba a afrontarlo. Sin Jessica en su vida, tendría que buscar a fondo otros motivos para seguir adelante.

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