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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

La selección (28 page)

BOOK: La selección
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¿Hasta qué punto me cambiaría la vida en palacio?

¿Querría Maxon que cambiara? ¿Por eso iba por ahí besando a otras chicas? ¿Porque había algo en mí que no acababa de encajarle del todo?

¿Iba a resultar igual de irritante el resto de la
Selección
?

—Sonríe.

Me giré, y Maxon me tomó una foto. Di un respingo de la sorpresa. Aquella fotografía inesperada acabó con la poca paciencia que me quedaba, y aparté la cara.

—¿Algún problema? —preguntó Maxon, bajando la cámara.

Me encogí de hombros.

—¿Qué pasa?

—Solo que hoy no me apetece formar parte de la
Selección
—me limité a responder.

Maxon no pilló la indirecta. Se acercó y bajó la voz:

—¿Necesitas hablar con alguien? Yo podría tirarme de la oreja ahora mismo —se ofreció.

Suspiré e intenté mostrar una sonrisa educada.

—No, solo necesito pensar —respondí, y me dispuse a alejarme.

—America —dijo, en voz baja. Me detuve y me di la vuelta—. ¿He hecho algo malo?

Dudé. ¿Debería preguntarle por el beso a Olivia? ¿Tendría que decirle la tensión que sentía entre las chicas ahora que las cosas habían cambiado entre nosotros? ¿Debería decirle que no quería cambiar ni obligar a mi familia a que cambiara para entrar a formar parte de esto? Estaba a punto de soltarlo todo cuando oí una voz aguda detrás de nosotros.

—¿Príncipe Maxon?

Nos giramos, y ahí estaba Celeste, hablando con la reina de Swendway. Estaba claro que quería mantener aquella conversación colgada del brazo del príncipe. Le hizo un gesto, invitándole a que se uniera a ellas.

—¿Por qué no vas corriendo? —le pregunté, sin poder evitar un tono de fastidio en la voz.

Maxon me miró. La expresión de su rostro me recordó que aquello era parte del trato. Se suponía que tenía que compartirlo.

—Ten cuidado con esa —le hice una reverencia rápida y me alejé.

Me dirigí hacia el palacio. Por el camino me encontré a Marlee, que estaba sentada. No me apetecía estar con nadie, ni siquiera con ella, pero observé que estaba sola, en un banco junto a la fachada trasera del palacio, bajo un sol implacable. Como única compañía tenía a un joven soldado montando guardia a apenas unos metros.

—Marlee, ¿qué haces aquí? Ponte bajo una carpa antes de que se te queme la piel.

—Estoy bien aquí —respondió, con una sonrisa educada.

—No, de verdad —insistí, pasándole una mano bajo el brazo—. Acabarás del color de mi pelo. Deberías…

Marlee quitó la mano para que no la agarrara, pero habló con suavidad.

—Prefiero quedarme aquí, America. Lo prefiero.

Había una tensión en su rostro que intentaba enmascarar. Estaba segura de que no estaba enfadada conmigo, pero le pasaba algo.

—Como quieras. Pero ponte a la sombra enseguida. Las quemaduras pueden ser dolorosas —le advertí, intentando disimular mi frustración, y me dirigí hacia el palacio.

Una vez dentro, decidí ir a la Sala de las Mujeres. No podía desaparecer demasiado tiempo, y al menos aquella sala estaría vacía. Pero cuando entré me encontré a Adele sentada cerca de la ventana viendo la escena que se desarrollaba en el exterior. Al oírme entrar se giró y esbozó una sonrisa.

Me acerqué y me senté cerca.

—¿Escondiéndose?

—Algo así —repuso, sonriendo—. Quería conoceros a todas y ver a mi hermana otra vez, pero odio cuando estas cosas se convierten en funciones teatrales. Me ponen tensa.

—A mí tampoco me gusta. No me puedo imaginar haciendo cosas así toda la vida.

—Supongo —repuso, resignada—. Tú eres la Cinco, ¿verdad?

No fue un insulto, sino que más bien me estaba preguntando si era de las suyas.

—Sí, soy yo.

—Recordaba tu cara. Estuviste encantadora en el aeropuerto. Eso es lo típico que habría hecho ella —dijo, señalando con un gesto de la cabeza hacia la reina. Suspiró—. No sé cómo lo hace. Es más fuerte de lo que se imagina la gente —añadió, y dio un sorbo a su copa de vino.

—Sí que parece fuerte, pero también elegante.

A Adele se le iluminaron los ojos.

—Sí, pero es más que eso. Mírala ahora.

Observé a la reina. Vi que escrutaba el jardín con la vista. Seguí su mirada; estaba observando a Maxon, que hablaba con la reina de Swendway, con Celeste al lado, y con uno de sus primos colgado de su pierna.

—Maxon habría sido estupendo como hermano —dijo—. Amberly tuvo tres abortos. Dos antes de él y uno después. Aún piensa en ello; de vez en cuando me lo dice. Y yo tengo seis hijos. Me siento culpable cada vez que vengo.

—Estoy segura de que ella no se lo toma así. Apuesto a que está encantada cada vez que la visita.

Ella se giró.

—¿Sabes lo que la hace feliz? Vosotras. ¿Sabes lo que ve en vosotras? Una hija. Sabe que, cuando todo esto acabe, habrá ganado una hija.

Me giré de nuevo y miré a la reina otra vez.

—¿Usted cree? Parece un poco distante. Yo ni siquiera he hablado con ella.

Adele asintió.

—Tú espera. Le aterra cogeros cariño y luego tener que ver como os vais. Ya lo verás cuando el grupo sea más pequeño.

Volví a mirar a la reina. Y luego a Maxon. Y luego al rey. Y de nuevo a Adele.

Me pasaban un montón de cosas por la cabeza: que las familias son familias, independientemente de la casta; que las madres tienen siempre sus propias preocupaciones; que en realidad no odiaba a ninguna de las chicas, por muy equivocadas que estuvieran; que todo el mundo debía de estar poniendo al mal tiempo buena cara, por un motivo u otro; y, por último, que Maxon me había hecho una promesa.

—Discúlpeme. Tengo que hablar con alguien.

Ella dio otro sorbito al vino y se despidió con un gesto de la mano. Salí corriendo de allí y volví a la luz cegadora de los jardines. Busqué un momento, hasta que vi al primo menor de Maxon corriendo tras él alrededor de los arbustos. Sonreí y me acerqué despacio.

Por fin Maxon se detuvo, levantando las manos, admitiendo su derrota. Aún entre risas, se giró y me vio. Siguió sonriendo, pero cuando nuestras miradas se cruzaron la sonrisa se borró.

Me miró a la cara, intentando averiguar de qué humor estaba.

Me mordí el labio y bajé la vista. Estaba claro que, si me importaba mi futuro como participante en la
Selección
, debía ser capaz de procesar muchas sensaciones nuevas. Por mal que me sentaran algunas cosas, tenía que intentar que no me afectaran en la relación con otras personas, especialmente con Maxon.

Pensé en la reina, atendiendo, al mismo tiempo, a todos a la vez, a unos monarcas extranjeros, a sus familiares y a un grupo de chicas revolucionadas. Organizaba eventos y respaldaba causas benéficas. Ayudaba a su marido, a su hijo y al país. Y en su interior seguía siendo una Cuatro, con todas sus preocupaciones, y no permitía que su antigua posición ni los dolores de cabeza propios de la actual interfirieran en su labor.

Sin levantar la cabeza miré a Maxon y sonreí. Él también me sonrió y le susurró algo al niño, que inmediatamente se giró y salió corriendo. Se puso en pie y se tiró de la oreja. Igual que yo.

Capítulo 20

La familia de la reina se quedó solo unos días, mientras que los invitados de Swendway permanecieron allí toda una semana. Les dedicaron una sección en el Report, en la que hablaron de relaciones internacionales y de las iniciativas para reafirmar la paz en ambas naciones.

Cuando se fueron, llegó otra cosa: la tranquilidad. Ya llevaba un mes en palacio, y me sentía como en casa. Mi cuerpo se había acostumbrado al nuevo clima. La calidez del palacio era estupenda, como estar de vacaciones. Septiembre ya casi había acabado, y por las noches refrescaba mucho, pero hacía mucho más calor que en casa. Aquel enorme lugar, con sus diferentes espacios, ya no era un misterio para mí. El sonido de los zapatos de tacón sobre el mármol, de las copas de cristal al brindar, de los guardias desfilando…, todo aquello empezaba a ser tan normal como el zumbido de la nevera o las patadas que le daba Gerad a la pelota de fútbol junto a mi casa.

Las comidas con la familia real y los ratos pasados en la Sala de las Mujeres eran elementos habituales de mi día a día, pero los momentos intermedios siempre eran nuevos. Pasaba más tiempo ensayando mi música; los instrumentos de palacio eran mucho mejores que los que tenía en casa. Debía admitir que me estaban malacostumbrando. La calidad del sonido era infinitamente mejor. Y la Sala de las Mujeres había adquirido un poco más de interés, ya que la reina se había presentado un par de veces. En realidad aún no había hablado con ninguna, pero se sentaba en una cómoda butaca con sus doncellas al lado, observando cómo leíamos o conversábamos.

En general, los ánimos también se habían calmado. Nos estábamos acostumbrando las unas a las otras. Por fin descubrimos las preferidas de la revista que había publicado nuestras fotografías. Me quedé impresionada al ver que era de las que iba en cabeza. Marlee era la primera de la clasificación, seguida de Kriss, Tallulah y Bariel. Cuando Celeste se enteró, no le habló a Bariel durante días, pero nadie hizo ni caso.

Lo que aún provocaba tensión eran ciertos rumores que corrían por ahí. Si una había estado con Maxon recientemente, enseguida corría a contar su breve encuentro. Por el modo en que hablaban todas, daba la impresión de que Maxon iba a tomar seis o siete esposas. Pero no todas estaban tan eufóricas ante sus encuentros.

Por ejemplo, Marlee había salido varias veces con Maxon, lo cual tenía a muchas chicas intranquilas. Aun así, nunca volvió tan emocionada de ninguna de esas citas como tras la primera.

—America, si te cuento esto, tienes que jurar que no se lo dirás a nadie —me dijo un día mientras salíamos al jardín.

Debía ser algo importante. Esperó a que estuviéramos a una distancia prudencial de la Sala de las Mujeres y fuera de la vista de los guardias.

—Por supuesto, Marlee. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Es solo… que quiero que me des tu opinión sobre una cosa —soltó, con aspecto preocupado.

—¿Qué pasa?

Ella se mordió el labio y me miró.

—Es Maxon. No estoy segura de que vaya a funcionar —confesó, y bajó la mirada.

—¿Qué te hace pensar eso? —pregunté, preocupada. Ahora que ya lo había soltado, seguimos caminando.

—Bueno, para empezar, yo no… No «siento» nada, ¿sabes? No hay chispa, no hay química.

—Maxon puede ser un poco tímido. Tienes que darle tiempo —era cierto. Me sorprendía que ella no lo supiera.

—No, quiero decir que… no creo que «a mí» me guste.

—Oh —eso era muy diferente—. ¿Ya lo has intentado? —qué pregunta más idiota.

—¡Sí! ¡Con todas mis fuerzas! No paro de buscar el momento en que diga o haga algo que me haga sentir que tenemos algo en común, pero nunca llega. Creo que es guapo, pero eso no basta como base para una relación. Tampoco sé siquiera si le atraigo. ¿Tú tienes alguna idea de lo que…, de lo que le gusta?

Lo pensé.

—En realidad no. Nunca hemos hablado de lo que busca, en cuanto al aspecto físico.

—¡Y eso es otra cosa! Nunca charlamos. Él habla y habla, pero nunca parece que tengamos nada que decirnos. Nos pasamos mucho tiempo en silencio, viendo alguna película o jugando a las cartas.

Parecía cada vez más preocupada.

—A veces a mí también me pasa. Nos sentamos y nos quedamos callados, sin decir nada. Además, sentimientos así no siempre surgen de la noche a la mañana. A lo mejor los dos os lo estáis tomando con calma —dije, intentando infundirle seguridad.

Marlee parecía estar a punto de echarse a llorar.

—Sinceramente, America, creo que el único motivo de que yo siga aquí es que le gusto mucho a la gente. Creo que a él le importa demasiado la opinión pública.

Aquello no se me había ocurrido, pero ahora que lo había dicho sonaba plausible. Tiempo atrás yo no habría dado importancia a lo que pensara el público, pero Maxon adoraba a su pueblo. Seguro que, a la hora de escoger a la que tenía que ser su princesa, lo tendría en cuenta mucho más de lo que la gente pensaba.

—Además —susurró—, todo entre nosotros parece tan… vacío.

Entonces llegaron las lágrimas.

Suspiré y la abracé. Lo cierto era que yo quería que se quedara, que estuviera allí, conmigo, pero si no quería a Maxon…

—Marlee, si no quieres estar con Maxon, creo que tendrías que decírselo.

—Oh, no. No creo que pueda.

—Tienes que hacerlo. Él no desea casarse con alguien que no le ame. Si no sientes nada por él, tiene que saberlo.

Ella negó con la cabeza.

—¡No puedo pedirle que me eche! Necesito quedarme. No podría volver a casa… Ahora no.

—¿Por qué, Marlee? ¿Qué es lo que te retiene?

Por un momento me pregunté si las dos compartíamos el mismo oscuro secreto. A lo mejor ella también necesitaba distanciarse de alguien. La única diferencia entre nosotras era que Maxon conocía mi secreto. ¡Yo quería que lo dijera! Deseaba saber que no era la única que había acabado allí por un cúmulo de ridículas circunstancias.

Sin embargo, las lágrimas de Marlee cesaron casi con la misma rapidez que habían empezado. Se sorbió la nariz un par de veces y levantó la cabeza. Se alisó su vestido, echó los hombros atrás y se giró hacia mí. Se esforzó en sonreír y por fin habló:

—¿Sabes qué? Supongo que tienes razón —dijo, echando a andar—. Estoy segura de que, si le doy tiempo, funcionará. Tengo que irme. Tiny me espera.

Marlee volvió al palacio casi a la carrera. ¿Qué bicho le había picado?

Al día siguiente, me evitó. Y el siguiente también. Decidí sentarme en la Sala de las Mujeres a una distancia prudencial y saludarla cada vez que nos cruzáramos. Quería que supiera que podía confiar en mí; no la obligaría a hablar.

Tardó cuatro días en dedicarme una sonrisa triste, ante la que me limité a asentir. Daba la impresión de que eso era todo lo que tenía que decir de lo que le rondaba por la cabeza.

El mismo día, mientras estaba en la Sala de las Mujeres, vinieron a decirme que Maxon solicitaba mi presencia. Mentiría si no admitiera que estaba flotando cuando salí de la sala y fui a echarme en sus brazos.

—¡Maxon! —suspiré, lanzándome hacia él.

Cuando me eché atrás, él se mostró vacilante y yo supe por qué. El día que nos habíamos alejado de la recepción preparada para los reyes de Swendway y habíamos entrado en palacio para hablar le había confesado lo que me costaba gestionar mis sentimientos. Le pedí que no volviera a besarme hasta que estuviera más segura. Me di cuenta de que aquello le dolía, pero había aceptado mi decisión y aún no había roto su promesa. Era demasiado difícil descifrar aquellos sentimientos cuando actuaba como si fuera mi novio, y evidentemente no lo era.

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