La selección (27 page)

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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

BOOK: La selección
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Intenté borrar cualquier expresión de mi rostro. Maxon parecía estar pasándolo fatal.

—Lo siento muchísimo. Nunca había besado a nadie. No sé lo que hago. Solo… Lo siento, America —soltó un profundo suspiro y se pasó la mano por el pelo varias veces, apoyándose en la baranda.

No lo esperaba, pero me sentí halagada.

Me había elegido a mí para su primer beso.

Pensé en el Maxon al que había descubierto últimamente —el que siempre tenía un cumplido a punto, el que me concedía el premio de una apuesta aunque la hubiera perdido, el que me perdonaba cuando le hacía daño, física o emocionalmente— y descubrí que mi opinión había cambiado.

Sí, aún sentía algo por Aspen. Aquello no podía evitarlo. Pero si no podía estar con él, ¿qué era lo que me impedía estar con Maxon? Nada más que mis ideas preconcebidas sobre él, que no se acercaban en absoluto a la realidad.

Me acerqué y le acaricié la frente con la mano.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy borrando ese recuerdo. Creo que podemos hacerlo mejor —bajé la mano y me apoyé en él, de cara a la habitación.

Maxon no se movió…, pero sonrió.

—America, no creo que se pueda cambiar la historia —dijo, pero al mismo tiempo cierta esperanza le iluminó el rostro.

—Claro que podemos. Además, ¿quién más va a saberlo, aparte de ti y de mí?

Me miró un momento, preguntándose si aquello estaba bien. Poco a poco vi que su expresión iba pasando de la prudencia a la confianza. Nos quedamos así, mirándonos a los ojos, hasta que recordé lo que acababa de decir.

—Qué voy a hacerle, si he nacido perfecta —susurré.

Él se acercó, me pasó un brazo alrededor de la cintura, poniéndose justo delante de mí. Su nariz me hacía cosquillas en la mía. Me pasó los dedos por la mejilla con tal suavidad que por un momento temí venirme abajo.

—Nada, supongo que no puedes hacer nada —murmuró.

Maxon me cogió la cara con la mano y acercó sus labios a los míos, dándome el más suave de los besos.

Aquella sensación de inseguridad hacía que el momento fuera aún más bonito. Sin necesidad de decir una palabra, entendí la emoción que suponía para él disfrutar de aquel momento, pero también el miedo que le provocaba. Y, por encima de todo eso, supe que me adoraba.

Así que aquella era la sensación que producía ser una dama.

Al cabo de un momento, se separó y preguntó:

—¿Mejor?

Solo pude que asentir. Maxon parecía estar a punto de dar una voltereta hacia atrás. Yo sentía algo parecido dentro del pecho. Era algo absolutamente inesperado, demasiado rápido, demasiado extraño. Mi estado de confusión debía de reflejárseme en la cara, porque Maxon se puso serio.

—¿Puedo decir algo?

Volví a asentir.

—No soy tan tonto como para creer que te habrás olvidado por completo de tu exnovio. Sé por lo que has pasado y que aquí no te encuentras precisamente en circunstancias normales. Sé que crees que hay otras más preparadas para mí y para esta vida, y no quiero presionarte para que intentes adaptarte a todo esto. Yo solo… Solo quiero saber si es posible.

Era una pregunta difícil de responder. ¿Estaría dispuesta a llevar una vida que nunca había deseado? ¿A observar cómo iba quedando con las otras para asegurarse de que no se equivocaba? ¿A aceptar la responsabilidad que tenía él como príncipe? ¿Estaría dispuesta a quererle?

—Sí, Maxon —susurré—. Es posible.

Capítulo 19

No le conté a nadie lo que había sucedido entre Maxon y yo, ni siquiera a Marlee ni a mis doncellas. Era como un secreto maravilloso que podía recordar en medio de alguna de las aburridas clases de Silvia o en alguna larga jornada en la Sala de las Mujeres. Y, para ser sincera, pensaba en nuestros besos —tanto en el incómodo como en el dulce— con mayor frecuencia de lo que me esperaba.

Sabía que no me iba a enamorar de Maxon de la noche a la mañana. Mi corazón no me lo permitiría. Pero de pronto me encontré con que era algo que deseaba. Así que me planteé la posibilidad, solo para mí, aunque en más de una ocasión sentí la tentación de explicar mi secreto a los cuatro vientos.

En particular tres días más tarde, cuando, con la Sala de las Mujeres medio llena, Olivia anunció que Maxon la había besado.

No podía creerme lo destrozada que me sentía. Me quedé mirando a Olivia y preguntándome qué tenía ella que fuera tan especial.

—¡Cuéntanoslo todo! —la apremió Marlee.

La mayoría de las otras chicas también sentían curiosidad, pero Marlee era la más entusiasta. En el poco tiempo que había pasado desde su última cita con Maxon, cada vez demostraba un mayor interés por los progresos de las demás. No entendía cuál era el motivo de aquel cambio, y no tenía valor para preguntárselo.

Olivia no necesitaba que se lo pidieran. Se sentó en uno de los sofás y se colocó bien el vestido. Tenía la espalda muy erguida, sobre todo en comparación con su estado, habitualmente relajado, y colocó las manos sobre el regazo. Era como si estuviera practicando para ser princesa. Me venían ganas de decirle que un beso no significaba que fuera a ganar.

—No quiero entrar en detalles, pero fue bastante romántico —suspiró, bajando la barbilla hasta el pecho—. Me llevó a la azotea. Tienen un lugar que es como un balcón, pero me parece que lo usan los guardias. No sé. Desde allí se veía más allá de los muros, y la ciudad brillaba hasta donde se perdía la vista. En realidad no dijo nada. Simplemente me cogió y me besó —dijo, henchida de orgullo.

Marlee suspiró. Celeste parecía estar a punto de romper algo. Yo me quedé ahí sentada.

No paraba de repetirme que no debía preocuparme tanto; todo aquello formaba parte de la
Selección
. Además, ¿cómo podía estar segura de querer acabar con Maxon? La verdad era que tenía que estar contenta. Estaba claro que la maldad de Celeste había encontrado un nuevo objetivo, y después de todo aquel episodio con mi vestido —que, por cierto, había olvidado contar a Maxon— estaba encantada de ver que alguien me iba a tomar el relevo.

—¿Crees que será la única a la que ha besado? —me susurró Tuesday al oído.

Kriss, que estaba de pie a mi lado, oyó la pregunta y se apresuró a contestar:

—Él no besaría a cualquiera. Olivia debe de estar haciendo algo bien.

—¿Y si ha besado ya a la mitad de las chicas y todas se lo callan? A lo mejor es parte de su estrategia —se preguntó Tuesday.

—No creo que, si alguna se lo calla, eso tenga que considerarse necesariamente una estrategia —rebatí—. A lo mejor solo están siendo discretas.

Kriss aspiró con fuerza.

—¿Y si el hecho de que Olivia nos cuente esto no es más que algún juego? Ahora todas están preocupadas, y ninguna de nosotras se negaría a recibir un beso de Maxon. No hay modo de saber si está mintiendo o no.

—¿Creéis que lo haría? —pregunté.

—Si es así, ojalá se me hubiera ocurrido a mí primero —se lamentó Tuesday.

Kriss suspiró.

—Esto es mucho más complicado de lo que pensaba.

—Dímelo a mí —murmuré.

—A mí casi todas las chicas me caen bien, pero cuando oigo que Maxon hace algo con otra solo pienso en cómo podría hacerlo mejor que ella —confesó—. No me sale el instinto competitivo con vosotras.

—Algo así le decía yo a Tiny el otro día —dijo Tuesday—. Sé que es algo tímida, pero es muy elegante y creo que sería una gran princesa. No puedo enfadarme con ella si tiene más citas que yo, aunque desee la corona para mí.

Kriss y yo cruzamos una breve mirada, y me di cuenta de que ambas habíamos pensado lo mismo. Tuesday había dicho «corona» no «a él». Pero lo dejé estar, porque el resto de su planteamiento me resultaba familiar.

—Marlee y yo hablamos de eso todo el rato. De las cualidades que vemos la una en la otra.

Nos miramos las unas a las otras, y algo había cambiado. De pronto no sentí tantos celos de Olivia, ni siquiera me caía tan mal Celeste. Todas vivíamos aquello de un modo diferente, y quizás incluso por motivos distintos, pero al menos todas lo vivíamos juntas.

—Quizá tuviera razón la reina Amberly —dije—. Lo único que hay que hacer es ser una misma. Preferiría que Maxon me enviara a casa por ser yo misma a que me eligiera por ser quien no soy.

—Es verdad —coincidió Kriss—. Y al final treinta y cuatro tendrán que irse. Si yo fuera la última que queda, querría saber que cuento con el apoyo de las demás, así que deberíamos

apoyarnos las unas a las otras.

Asentí. Tenía razón, y esperaba poder hacerlo.

En aquel momento, Elise entró en la sala como una exhalación, seguida de Zoe y Emmica. Solía ser muy tranquila y sosegada, y nunca levantaba la voz. No obstante, esta vez se dirigió a nosotras con un chillido.

—¡Mirad esto! —gritó, señalando dos bonitas peinetas cubiertas en piedras preciosas que debían valer miles de dólares—. Me las ha regalado Maxon. ¿No son preciosas?

Aquello hizo que una nueva oleada de excitación (y de decepción) se extendiera por la sala: mi recién conquistada confianza desapareció.

Intenté no sentirme decepcionada. Al fin y al cabo, ¿no había recibido regalos yo también? ¿No me había besado? Aun así, a medida que la habitación se iba llenando de chicas y las historias iban pasando de boca en boca, sentí que lo único que quería era esconderme. Quizá fuera un buen día para pasarlo a solas con mis doncellas.

Justo en el momento en que me planteaba abandonar la sala, entró Silvia, algo agitada e ilusionada al mismo tiempo.

—¡Señoritas! —dijo, pidiendo silencio—. Señoritas, ¿están todas aquí?

Todas respondimos con un sonoro «sí».

—Gracias a Dios —añadió, calmándose un poco—. Sé que es algo precipitado, pero acabamos de enterarnos de que el rey y la reina de Swendway vienen tres días de visita y, como sabrán, estamos en buenas relaciones con su familia real. Además, al mismo tiempo, la familia de nuestra reina vendrá a conocerlas, así que vamos a tener el palacio bastante lleno. Tenemos muy poco tiempo para prepararnos, así que libérense las tardes de obligaciones. Clases en el Gran Salón inmediatamente después del almuerzo —anunció, y dio media vuelta para marcharse.

Era como si el personal de palacio hubiera tenido meses para los preparativos. Levantaron unas carpas enormes en los jardines, con mesas llenas de comida y vino repartidas por el césped. El número de guardias era mayor del habitual, y a ellos se les unieron numerosos soldados de Swendway que habían traído consigo los reyes. Supuse que hasta ellos sabían la amenaza que se cernía sobre el palacio.

Había otra carpa con tronos para el rey, la reina y Maxon, así como para los reyes de Swendway. La reina de Swendway —cuyo nombre no podría pronunciar ni aunque en ello me fuera la vida— era casi tan guapa como la reina Amberly, y ambas parecían ser buenas amigas. Todos se instalaron cómodamente bajo la carpa, salvo Maxon, que estaba ocupado saliendo con todas las chicas y con sus familiares recién llegados.

Parecía encantado de ver a sus primos, incluso a los pequeños, que no dejaban de tirarle de la casaca y salir corriendo. Llevaba una de sus muchas cámaras e iba persiguiendo a los críos, haciéndoles fotos. Casi todas las chicas de la
Selección
lo contemplaban encandiladas.

—America —me llamó alguien. Me giré y a mi derecha vi a Elayna y Leah hablando con una mujer casi idéntica a la reina—. Ven a conocer a la hermana de la reina —dijo Elayna. Había algo en su tono que no podía definir, pero que me puso algo nerviosa.

Me acerqué y le hice una reverencia a la dama, que se rió.

—Deja eso, cariño. Yo no soy la reina. Soy Adele, la hermana mayor de Amberly.

Me tendió la mano y se la estreché. En ese momento se le escapó el hipo. La mujer tenía algo de acento, y había en ella algo reconfortante, que me recordaba a mi casa. Estaba algo inclinada hacia delante y sostenía una copa de vino casi vacía en la mano. Por la pesadez de su mirada era evidente que no era la primera que se tomaba.

—¿De dónde es usted? Me encanta su acento —dije.

Entre las chicas había alguna del sur que hablaba de forma parecida, y aquellas voces me parecían increíblemente románticas.

—Honduragua. En la costa. Nos criamos en una casa diminuta —afirmó, mostrando un espacio de un centímetro entre el pulgar y el índice—. Y mírala ahora. Mírame a mí —dijo, señalando su vestido—. Menudo cambio.

—Yo vivo en Carolina, y mis padres me llevaron a la costa una vez. Me encantó —respondí.

—Oh, no, no, no, niña —intervino ella, agitando la mano. Elayna y Leah parecían estar aguantándose la risa. Evidentemente no les parecía correcto que la hermana de la reina nos hablara con tanta familiaridad—. Las playas del centro de Illéa son una basura comparadas con las del sur. Tienes que ir a verlas algún día.

Sonreí y asentí, pensando que me encantaría viajar más por el país, aunque dudaba que pudiera hacerlo. Poco después, uno de los muchos hijos de Adele se acercó y se la llevó, y Elayna y Leah estallaron de risa.

—¿No es graciosísima? —preguntó Leah.

—No sé. Parece agradable —respondí, encogiéndome de hombros.

—Es vulgar —respondió Elayna—. Deberías haber oído todo lo que dijo antes de que llegaras tú.

—¿Qué es lo que tiene de malo?

—Yo pensaba que con el paso de los años le habrían dado unas cuantas clases para que aprendiera a mantener la compostura. ¿Cómo es que Silvia no se ha encargado de ella? —preguntó Leah, con una sonrisita socarrona.

—No olvides que es una Cuatro de nacimiento. Igual que tú —le espeté.

De pronto, la sonrisa socarrona desapareció, y debió de recordar que Adele y ella no eran tan diferentes. Elayna, en cambio, siempre había sido una Tres y siguió hablando.

—Puedes estar segura de que, si gano, haré que mi familia reciba la educación pertinente o que los deporten. No permitiría que ninguno de ellos me hiciera pasar esa vergüenza.

—¿Qué es lo que ha sido tan embarazoso? —pregunté.

Elayna chasqueó la lengua.

—Está borracha. El rey y la reina de Swendway están aquí. Deberían de haberla metido entre rejas.

Decidí que ya tenía bastante y me alejé a buscar una copa de vino. Cuando la tuve, miré a mi alrededor y la verdad es que no veía ni un solo lugar al que me apeteciera retirarme. La recepción era preciosa, de lo más interesante y, para mí, un motivo de tensión insoportable.

Pensé en lo que había dicho Elayna. Si acabara viviendo en el palacio, ¿esperaría que mi familia cambiara? Miré a los niños que correteaban, a la gente reunida en pequeños corrillos. ¿No querría que Kenna fuera exactamente como era, que sus hijos disfrutaran de todo aquello como mejor les pareciera?

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