Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
—La verdad es que no.
—Oh, bueno, eres una Cinco. Supongo que tampoco puedes comprarte revistas.
Me dolió porque era cierto. A May le encantaba echar un vistazo a las revistas cuando teníamos ocasión de ir a alguna tienda, pero nosotras no teníamos absolutamente ningún motivo para comprarlas.
Kriss volvió a tomar la iniciativa y cambió de tema.
—Por cierto, America, hace tiempo que te quería preguntar a qué te dedicas.
—A la música.
—¡Deberías tocar para nosotras!
—En realidad —dije, con un suspiro—, había traído el violín para dedicarte algo por tu cumpleaños. Pensé que sería un buen regalo, pero ya tienes un cuarteto, así que imaginé…
—¡Oh, toca para nosotras! —suplicó Marlee.
—¡Por favor, America, es mi cumpleaños! —insistió Kriss.
—¡Pero si ya te han regalado un…!
Pese a mis protestas, Kriss y Marlee ya habían hecho callar al cuarteto y habían atraído a todo el mundo a la parte de atrás de la sala. Algunas de las chicas se sentaron en el suelo con sus vestidos extendidos, mientras que otras cogían sillas y se acercaban a nuestra esquina. Kriss se situó en el centro del grupo, con las manos apretadas de la emoción, y Celeste se quedó a su lado, sosteniendo con la mano la copa de cristal de la que aún no había bebido ni un sorbo.
Mientras las chicas tomaban posiciones, preparé el violín. El cuarteto de jóvenes que había estado tocando se acercó para acompañarme, y los camareros que había por la sala se quedaron quietos por fin.
Respiré hondo y me llevé el violín a la barbilla.
—Para ti —dije, mirando a Kriss.
Dejé el arco flotando sobre las cuerdas un momento, cerré los ojos y comencé a tocar.
Por un momento desaparecieron la malvada Celeste, la amenaza de Aspen en palacio, los rebeldes intentando invadirnos. No quedó nada más que una nota perfecta dejando paso a otra, como si fueran reticentes a perderse en el tiempo sin sus compañeras. Pero se agarraban unas a otras, y, mientras flotaban en el aire, lo que debía ser un regalo para Kriss se convirtió en un regalo para mí misma.
Quizá fuera una Cinco, pero no por ello me sentía inferior.
Toqué la pieza —tan familiar para mí como la voz de mi padre o el olor de mi habitación—, unos momentos, breves pero bellos, y luego dejé que llegara a su inevitable final. Di una última pasada al arco sobre las cuerdas y lo levanté.
Me giré hacia Kriss, esperando que le hubiera gustado su regalo, pero ni siquiera vi su rostro. Tras el grupo de chicas estaba Maxon. Llevaba un traje gris y una caja bajo el brazo, para Kriss. Las chicas estaban aplaudiendo educadamente, pero yo no percibía el sonido de sus aplausos. Lo único que veía era la atractiva expresión de sorpresa de Maxon, que poco a poco se convirtió en una sonrisa, una sonrisa que era solo para mí.
—Majestad —saludé, con una reverencia.
Las otras chicas se pusieron en pie para saludar a Maxon. Y en medio de todo aquello, oí un chillido de sorpresa.
—¡Oh, no! ¡Kriss, cómo lo siento!
Unas cuantas chicas miraban en la misma dirección, y, cuando Kriss se giró hacia mí, vi por qué. Su precioso vestido tenía una mancha por delante, del color del ponche de Celeste. Era como si la hubieran apuñalado.
—Lo siento, es que me he girado demasiado rápido. No era mi intención, Kriss. Deja que te ayude —se disculpó.
A oídos de cualquiera, probablemente parecería sincera, pero a mí no me engañaba.
Kriss se tapó la boca y se echó a llorar; luego salió corriendo de la sala, lo que puso fin a la fiesta. Maxon, en un gesto galante, fue tras ella, aunque en realidad a mí me habría gustado que se quedara.
Celeste se defendía ante cualquiera que quisiera escucharla, diciendo que había sido un accidente. Tuesday asentía, y aseguraba que lo había visto todo, pero entre las demás había tantas que levantaban la vista al cielo o ponían cara de hastío que el apoyo de Tuesday no valía para nada. Por mi parte, me limité a guardar el violín y me dispuse a marcharme.
Marlee me agarró del brazo.
—Alguien debería hacer algo con ella.
Si Celeste podía conseguir que una persona tan encantadora como Anna se mostrara violenta, o si pensaba que podía intentar quitarme el vestido, o hacer que alguien tan benevolente como Marlee estuviera a punto de dejarse llevar por la rabia, desde luego en la
Selección
no había sitio para ella.
Tenía que conseguir que la echaran de palacio.
—Te lo aseguro, Maxon: no fue un accidente.
Estábamos otra vez en el jardín, haciendo tiempo hasta la hora del Report. Me había llevado todo el día encontrar el momento de hablar con él.
—Pero parecía estar destrozada, y se deshizo en disculpas —rebatió él—. ¿Cómo no iba a ser un accidente?
Suspiré.
—Como te lo cuento: veo a Celeste cada día, y esa fue su artimaña para arruinar el momento de Kriss cuando era el centro de atención. Es de lo más competitiva.
—Bueno, pues, si lo que intentaba era desviar mi atención de Kriss, fracasó. Me pasé casi una hora con ella. Y la verdad es que resultó bastante agradable.
No quería oír hablar de eso. Sabía que había algo pequeño y tenue entre nosotros, y no deseaba centrarme en nada que pudiera cambiarlo. Al menos hasta que supiera cuáles eran mis verdaderos sentimientos.
—¿Y qué hay de lo de Anna? —pregunté.
—¿Quién?
—Anna Farmer. Pegó a Celeste, y tú la echaste. ¿Te acuerdas? A Anna tuvieron que haberla provocado.
—¿Tú oíste que Celeste dijera algo? —respondió, escéptico.
—Bueno…, no. Pero conocía a Anna, y «conozco» a Celeste. Te lo aseguro: Anna no era de las que recurren de pronto a la violencia. Celeste debió de decirle algo muy cruel para que ella reaccionara de ese modo.
—America, soy consciente de que pasas más tiempo con las chicas que yo, pero ¿hasta qué punto puedes llegar a conocerlas? Sé que te gusta esconderte en tu habitación o en las bibliotecas. Me atrevería a decir que conoces más a fondo a tus doncellas que a cualquiera de las seleccionadas.
Probablemente tenía razón, pero yo no iba a ceder.
—Eso no es justo. Tenía razón con respecto a Marlee, ¿o no? ¿No te parece agradable?
Él puso una cara de circunstancias.
—Sí…, es agradable, supongo.
—Entonces… ¿por qué no me crees cuando te digo que lo que hizo Celeste fue un movimiento calculado?
—America, no es que crea que mientes. Estoy seguro de que a ti te lo pareció. Pero Celeste se disculpó. Y ella siempre se ha portado muy bien conmigo.
—Seguro que sí —murmuré.
—Ya está bien —dijo Maxon, con un suspiro—. Ahora no quiero hablar de las otras.
—Intentó quitarme el vestido, Maxon.
—He dicho que no quiero hablar de ella —repitió, airado.
Ahí se acababa la cosa. Levanté los brazos y los dejé caer con fuerza sobre las piernas. Estaba tan frustrada que habría querido gritar.
—Si vas a actuar de este modo, me voy a buscar a alguien que sí quiera mi compañía —dijo, y emprendió la marcha.
—¡Eh!
—¡No! —se giró y me habló más enfadado de lo que imaginé que lo vería nunca—. Se te olvida una cosa, Lady America. Harías bien en recordar que soy el príncipe de la Corona de Illéa. A todos los efectos, soy el dueño y señor de este país, y te equivocas si crees que me puedes tratar así en mi propia casa. No tienes por qué estar de acuerdo con mis decisiones, pero las «acatarás».
Se giró y se fue, sin ver —o sin importarle— las lágrimas que acudieron a mis ojos.
No dirigí la mirada hacia él durante la cena, pero fue difícil no hacerlo durante el Report. Lo pillé dos veces mirándome, y ambas se tiró de la oreja. No le devolví el gesto. En aquel momento no tenía ningunas ganas de hablar con él. Seguro que me volvería a reñir, y era algo que no necesitaba.
A continuación me dirigí a mi habitación, tan disgustada con Maxon que no podía pensar con claridad. ¿Por qué no me escuchaba? ¿Acaso pensaba que mentía? O, peor aún, ¿creía que Celeste estaba por encima de la verdad?
Supongo que no era más que el típico chico, y Celeste la clásica chica guapa, y que al final aquello sería lo que importaría. Por mucho que hablara de que deseaba una compañera para la vida, quizá lo único que quería era una compañera para la cama.
Y si era de esos, ¿por qué se molestaba siquiera en hacer todo aquello? ¡Tonta, tonta, tonta! ¡Le había besado! ¡Le había pedido que tuviera paciencia! ¿Y para qué? Ojalá…
Giré la esquina y llegué a mi habitación, y ahí estaba Aspen, haciendo guardia frente a mi puerta. Toda mi rabia se fundió y se convirtió en una extraña inseguridad. Los guardias, como norma, mantienen la vista al frente y no se distraen, pero él me estaba mirando con una expresión inescrutable.
—Lady America —susurró.
—Soldado Leger.
Aunque no era tarea suya, dio un paso adelante y me abrió la puerta. Entré despacio, casi con miedo de girarme, casi con miedo de que no fuera real. Por mucho que intentara quitármelo de la cabeza y del corazón, deseaba tenerlo a mi lado en aquel momento. Al pasar, le oí aspirar el aire junto a mis cabellos. Me dio un escalofrío.
Se me quedó mirando fijamente otra vez y cerró la puerta poco a poco.
Era inútil intentar dormir. Di vueltas en la cama durante horas, mientras los pensamientos sobre la estupidez de Maxon y la proximidad de Aspen libraban una dura batalla en mi mente. No sabía qué hacer sobre nada de lo que me pasaba. Mis reflexiones me consumían; ni siquiera me di cuenta de que, de tanto darle vueltas en la cabeza, seguía despierta a las dos de la madrugada.
Suspiré. Mis doncellas tendrían que trabajar especialmente duro al día siguiente para ponerme en condiciones.
De pronto vi una luz procedente del pasillo. Tan sigilosamente que daba la impresión de que estaba soñándolo, Aspen abrió la puerta, entró y la cerró tras él.
—Aspen, ¿qué estás haciendo? —susurré mientras él cruzaba la habitación—. ¡Te vas a meter en un buen lío si te pillan aquí!
Siguió avanzando en silencio.
—¿Aspen?
Se detuvo frente a mi cama y, delicadamente, dejó en el suelo el bastón que llevaba.
—¿Le quieres?
Miré en lo más profundo de los ojos de Aspen, apenas visibles en la oscuridad. Por una fracción de segundo, no supe qué decir.
—No.
Él retiró las sábanas con un movimiento a la vez elegante y violento. Yo debería haber protestado, pero no lo hice. Me puso la mano tras la cabeza, y me empujó hacia él. Me besó desesperadamente, y todas las cosas buenas del mundo encontraron por fin su sitio. Ya no olía al jabón que hacían en su casa, y estaba más fuerte que antes, pero cada movimiento y cada contacto me resultaban familiares.
—Te matarán por esto —suspiré en un momento en que sus labios se perdían por mi cuello.
—Si no lo hago, me moriré igualmente.
Intenté reunir las fuerzas necesarias para decirle que parara, pero sabía que no lo intentaba con demasiada convicción. En aquel momento sentía que había mil cosas que no estaban bien —el estar rompiendo tantas reglas; el que Aspen, por lo que yo sabía, tuviera otra novia; el que entre Maxon y yo hubiera ciertos sentimientos—, pero no podía preocuparme de eso. Estaba enfadada con Maxon, y Aspen me confortaba enormemente. Dejé que sus manos recorrieran mis piernas arriba y abajo.
Me asombré de lo diferente que era la sensación. Nunca antes habíamos tenido tanto sitio. Y aunque me dejara llevar, sentía todo lo que me pasaba por la cabeza. Estaba enfadada con Maxon, con Celeste, incluso con Aspen. ¡Demonios, estaba enfadada con Illéa! Mientras nos besábamos sin parar, me eché a llorar.
Aspen siguió besándome, y muy pronto descubrí que parte de las lágrimas también eran suyas.
—Te odio, ¿sabes? —dije.
—Lo sé, Mer. Lo sé.
Mer. Cuando me tocaba así y me llamaba con aquel nombre, sentía como si estuviera en otro mundo. Pese a todo mi disgusto, Aspen me hacía sentir en casa.
Seguimos así casi quince minutos, hasta que recordó que debía marcharse.
—Tengo que volver. El guardia que hace las rondas esperará verme ahí fuera.
—¿Qué?
—Hay guardias que hacen rondas aleatoriamente. Puede que tenga veinte minutos, o quizás una hora. Si hacen una ronda corta, podría tener menos de cinco minutos.
—¡Pues date prisa! —le apremié, poniéndome en pie de un salto con él para ayudarle a alisarse el pelo.
Agarró su bastón y los dos atravesamos la habitación a la carrera. Antes de abrir la puerta, tiró de mí para besarme de nuevo. Fue como una inyección de luz del sol corriendo por mis venas.
—No puedo creerme que estés aquí —dije.
Aspen sacudió la cabeza.
—Créeme, yo fui el primer sorprendido.
—Eso lo dudo —sonreí, y él también—. ¿Cómo acabaste en la guardia del palacio?
Se encogió de hombros.
—Parece que tengo una predisposición natural. Mandan a todo el mundo a un centro de entrenamiento en Whites. ¡America, estaba todo nevado! No los cuatro copos que solemos ver nosotros. Allí dan instrucción y alimento a los nuevos guardias, y los ponen a prueba. También te inyectan cosas. No sé lo que es, pero gané mucho volumen en poco tiempo. Ahora soy un buen luchador, y hasta más inteligente. Obtuve la mejor nota de nuestra clase.
—Eso no me sorprende nada de nada —dije, sonriendo con orgullo.
Volví a besarle. Aspen siempre había sido demasiado brillante como para vivir la vida de un Seis.
Abrió la puerta y echó un vistazo al pasillo. No parecía que hubiera nadie.
—Tengo mucho que contarte. Hemos de hablar —le susurré.
—Lo sé. Y hablaremos. Llevará tiempo, pero volveré. Esta noche no. No sé cuándo, pero pronto.
Volvió a besarme, con tanta fuerza que casi me hizo daño.
—Te he echado de menos —me susurró en la boca, y volvió a ocupar su puesto.
Volví a la cama como en una nube. No podía creerme lo que acababa de hacer. Una parte de mí —una parte muy contrariada— tenía la convicción de que Maxon se lo merecía. Si quería proteger a Celeste y humillarme, desde luego yo no formaría parte de la
Selección
mucho tiempo más. Si ella podía saltarse las reglas, a mí no habría nada que pudiera detenerme. Problema resuelto.
De pronto sentí la fatiga, y me dormí casi al instante.