Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
Para treinta y cinco chicas,
La Selección
es una oportunidad que sólo se presenta una vez en la vida. La oportunidad de escapar de la vida que les ha tocado por nacer en una determinada familia. La oportunidad de que las trasladen a un mundo de trajes preciosos y joyas que no tienen precio. La oportunidad de vivir en un palacio y de competir por el corazón del guapísimo príncipe Maxon.
Sin embargo, para America Singer, ser seleccionada es una pesadilla porque significa alejarse de su amor secreto, Aspen, quien pertenece a una casta inferior a la de ella; y también abandonar su hogar para pelear por una corona que no desea y vivir en un palacio que está bajo la constante amenaza de ataques violentos por parte de los rebeldes.
Kiera Cass
La selección
La selección - 1
ePUB v1.0
theonika11.05.13
Título original:
The selection
Kiera Cass, 2012.
Traducción: Jorge Rizzo
Editor original: theonika (v1.0)
ePub base v2.1
¡Hola, papá!
Cuando llegó la carta, mi madre se puso eufórica. Ya había decidido que todos nuestros problemas se habían solucionado, que habían desaparecido para siempre. Pero su plan tenía un gran problema: yo. No creo que fuera una hija particularmente desobediente, pero ahí fue donde dije basta.
No quería pertenecer a la realeza. Y no quería ser de los Unos. No quería ni siquiera «intentarlo».
Me escondí en mi habitación, el único lugar donde no llegaba el parloteo que llenaba la casa, para pensar en algo que pudiera convencerla. De momento, tenía toda una serie de opiniones claramente formadas…, pero estaba segura de que no escucharía nada de lo que alegara.
No podía seguir dándole esquinazo mucho más tiempo. Se acercaba la hora de la cena y, al ser la mayor de los hermanos que seguíamos en la casa, me tocaba a mí ocuparme de la cocina. Me levanté de la cama y decidí enfrentarme al enemigo.
Mamá me lanzó una mirada, pero no dijo nada.
Ejecutamos una danza silenciosa por toda la cocina y el comedor mientras preparábamos pollo, pasta y unas rodajas de manzana, y poníamos la mesa para cinco. Si levantaba la vista de lo que estaba haciendo, ella me lanzaba una mirada furiosa, como si así pudiera avergonzarme y hacerme desear las cosas que ella quería. Era algo que hacía a menudo, como cuando me negaba a aceptar un trabajo en particular porque sabía que la familia que nos acogía se mostraba innecesariamente maleducada; o cuando quería que yo hiciera una limpieza a fondo porque no podíamos permitirnos pagar a un Seis para que se ocupara de ello.
A veces le funcionaba. A veces no. Y en esta ocasión no tenía ninguna oportunidad.
Mamá no me soportaba cuando me ponía tozuda. Pero aquello lo había heredado de ella, así que no tenía por qué sorprenderse. De todos modos, en este caso no se trataba solo de mí. Últimamente ella también había estado tensa. El verano llegaba a su fin, y muy pronto nos enfrentaríamos al mal tiempo. Y a las preocupaciones.
Mamá dejó la jarra de té frío en el centro de la mesa con un golpe de rabia. La boca se me hacía agua al pensar en el té con limón. Pero tendría que esperar; sería un desperdicio tomarme mi vaso ahora y luego tener que beber agua con la comida.
—¿Tanto te costaría rellenar el formulario? —dijo por fin, incapaz de contenerse ni un momento más—.
La Selección
podría ser una magnífica oportunidad para ti, para todos nosotros.
Solté un sonoro suspiro, convencida de que rellenar aquel formulario sería en realidad una experiencia próxima a la muerte.
No era ningún secreto que los rebeldes —las colonias subterráneas que odiaban Illéa, nuestro gran y relativamente joven país— lanzaban ataques sobre el palacio, violentos y frecuentes. Ya los habíamos visto en acción en Carolina. Habían calcinado la casa de uno de los magistrados, y habían destrozado los coches de unos cuantos Doses. Una vez incluso se había producido una fuga sonada de una prisión, pero, teniendo en cuenta que solo habían liberado a una adolescente embarazada y a un Siete que era padre de nueve hijos, no pude evitar pensar que en aquella ocasión habían hecho bien.
No obstante, aparte del peligro potencial, sentía que se me rompería el corazón solo de plantearme participar en la
Selección
. No pude evitar sonreír al pensar en todos los motivos que tenía para quedarme exactamente donde estaba.
—Estos últimos años, tu padre lo ha pasado muy mal —añadió ella, enfadada—. Si tuvieras la más mínima compasión, pensarías en él.
Papá. Sí, quería ayudarlo. Y a May y a Gerad. Y supongo que incluso también a mi madre. Cuando planteaba las cosas así, no había nada por lo que sonreír. La situación había ido empeorando durante demasiado tiempo. Me pregunté si papá lo vería como un regreso a la normalidad, si el dinero podría mejorar las cosas.
No es que nuestra situación fuera tan precaria que temiéramos por nuestra supervivencia, o algo así. No éramos indigentes. Pero supongo que tampoco era algo que nos quedara tan lejos.
Nuestra casta estaba a tres niveles de lo más bajo. Éramos artistas. Y los artistas y los músicos de piezas clásicas solo estaban a tres pasos de la basura. Literalmente. Teníamos que hacer malabarismos para llegar a fin de mes, y nuestros ingresos dependían mucho de la temporada.
Recordé que en un viejo libro de historia había leído que antiguamente las fiestas principales se concentraban en los meses de invierno. Algo llamado Halloween, seguido del Día de Acción de Gracias, luego Navidad y Año Nuevo. Una tras otra. La Navidad seguía en su sitio. Pero desde que Illéa firmó el gran tratado de paz con China, el Año Nuevo se celebraba en enero o febrero, dependiendo de la Luna. Y las diferentes celebraciones de recuerdo y de independencia de nuestro lado del mundo se habían convertido en la Fiesta del Agradecimiento, que tenía lugar en verano. Era la ocasión en que se celebraba la formación de Illéa, y con la que de hecho dábamos gracias por seguir ahí.
No sabía qué era eso de Halloween. Nunca había vuelto a celebrarse.
Así pues, al menos tres veces al año, toda la familia tenía un trabajo a tiempo completo. Mis padres podían crear sus obras, que los clientes compraban como regalos. Mamá y yo actuábamos en fiestas —yo cantando y ella al piano—, y no decíamos que no a ningún trabajo si podíamos hacerlo. Cuando era más pequeña, actuar frente a un público me aterraba. Pero ahora me hacía a la idea de que no era más que una música de fondo. Eso es lo que era a los ojos de nuestros clientes: una música hecha para que se oyera, pero sin que se viera.
Gerad aún no había descubierto su talento. Pero solo tenía siete años, así que todavía le quedaba algo de tiempo.
Muy pronto las hojas volverían a caer, y la inestabilidad regresaría a nuestro minúsculo mundo. Cinco bocas, pero solo cuatro trabajadores. Sin garantías de empleo hasta Navidad.
Si pensaba en aquello, la
Selección
me parecía una tabla de salvación, un punto seguro al que agarrarme. Aquella estúpida carta podía sacarme de la oscuridad, y conmigo tal vez también saldría mi familia.
Me quedé mirando a mi madre. Para ser una Cinco, estaba algo rellenita, lo cual era raro. No era nada comilona, y tampoco es que tuviéramos para atiborrarnos. Quizá fuera el aspecto normal de alguien que había tenido cinco hijos. Era pelirroja, como yo, pero tenía un montón de mechas de un blanco brillante que le habían aparecido de pronto unos dos años antes. En las comisuras de los ojos se le dibujaban líneas de expresión, aunque aún era bastante joven, y al moverse por la cocina observé que se inclinaba hacia delante como si llevara sobre los hombros un gran peso invisible.
Sabía que cargaba con un gran lastre. Y sabía que aquella era la razón de que se mostrara tan manipuladora conmigo últimamente. Ya discutíamos bastante en situaciones normales, pero, al irse acercando en silencio el desolador panorama del otoño, se había ido volviendo mucho más irritable. Y yo sabía que a sus ojos me estaba portando como una insensata, al no querer siquiera rellenar un estúpido formulario.
Sin embargo, había cosas en este mundo —cosas importantes— de las que no me quería separar. Y veía aquel trozo de papel como algo que me separaba de todo lo que deseaba. Quizá fuera que lo que deseaba era una tontería. Puede que no fuera ni siquiera algo que pudiera llegar a tener. Aun así, era mío. No me veía capaz de sacrificar mis sueños, por mucho que significara mi familia para mí. Además, ya les había dado mucho.
Era la mayor, ahora que Kenna se había casado y que Kota se había ido; me había adaptado a mi papel todo lo rápido que me había sido posible. Lo había hecho todo por contribuir. Habíamos adaptado mis horarios escolares a los ensayos, que me llevaban la mayor parte del día, ya que estudiaba varios instrumentos además de canto.
Pero tras llegar la carta, todos mis esfuerzos dejaron de tener importancia. A los ojos de mi madre, yo ya era reina.
Si hubiera sido más lista, habría escondido aquella estúpida notificación antes de que papá, May y Gerad llegaran. Pero no sabía que mamá se la había guardado entre la ropa, y que a media comida la iba a sacar a relucir.
—A la familia Singer —anunció, con la carta en la mano.
Intenté arrebatársela, pero reaccionó muy rápido. En realidad, iban a enterarse antes o después, pero, si hacía aquello, todos se pondrían de su parte.
—¡Mamá, por favor!
—¡Yo quiero oírlo! —dijo May, ilusionada.
No me sorprendió. Mi hermana pequeña se parecía mucho a mí, solo que era tres años menor. Pero aunque físicamente éramos casi idénticas, teníamos personalidades opuestas. Ella, a diferencia de mí, era muy extrovertida y optimista. Y en los últimos tiempos parecía estar loca por los chicos. Todo aquel asunto le parecía de lo más romántico.
Sentí que me ruborizaba de la vergüenza. Papá escuchaba con atención, y May casi daba botes de alegría. Gerad, el pobrecito, seguía comiendo. Mamá se aclaró la garganta y prosiguió.
—«El último censo confirma que actualmente reside en su domicilio una mujer soltera de entre dieciséis y veinte años. Nos gustaría comunicarle la oportunidad que se le presenta de honrar a la gran nación de Illéa».
May volvió a soltar otro gritito y me agarró del brazo:
—¡Esa eres tú!
—Ya lo sé, boba. Déjame el brazo, que me lo vas a romper.
Pero ella seguía dando botes, sin soltarme la mano.
—«Nuestro querido príncipe, Maxon Schreave —prosiguió mamá—, alcanzará la mayoría de edad este mes. En esta nueva etapa de su vida, espera encontrar una compañera, contraer matrimonio con una auténtica hija de Illéa. Si su hija, hermana o tutelada desea optar a la posibilidad de convertirse en la prometida del príncipe Maxon y en princesa de Illéa, deberá rellenar el formulario adjunto y presentarlo en la Oficina Provincial de Servicios más próxima. Se escogerá aleatoriamente a una mujer de cada provincia, y las elegidas conocerán al príncipe.
»Las participantes se alojarán en Angeles, en el precioso palacio de Illéa, durante toda su estancia. Las familias de cada participante serán “recompensadas generosamente” —leyó, marcando cada sílaba para crear un mayor efecto— por su concesión a la familia real».