La selección (31 page)

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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

BOOK: La selección
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Cuando me desperté, por la mañana, me sentí algo culpable. Incluso asustada. Solo porque no le hubiera devuelto a Maxon el tirón de oreja no quería decir que no pudiera presentarse en mi habitación en cualquier momento. Podrían habernos pillado. Si alguien tuviera la más mínima idea de lo que había hecho…

Aquello era traición, y en palacio solo tenían una respuesta para la traición. Pero había una parte de mí a la que no le importaba. En los confusos momentos del despertar reviví cada mirada en los ojos de Aspen, cada caricia, cada beso. ¡Lo echaba tanto de menos! Ojalá hubiéramos tenido más tiempo para hablar. Necesitaba saber qué pensaba Aspen, aunque la noche anterior me había dado algunas pistas. ¡Era tan increíble —después de intentar con tanto ahínco dejar de desearlo— que aún me quisiera!

Era sábado, y se suponía que debía ir a la Sala de las Mujeres, pero no podía soportar la idea. Necesitaba pensar, y sabía que con el incesante parloteo de allí abajo aquello sería imposible. Cuando llegaron mis doncellas, les dije que me dolía la cabeza y que me quedaría en la cama.

Fueron de lo más solícitas, me trajeron comida y me limpiaron la habitación haciendo el mínimo ruido posible. Casi me sentí mal por mentirles. Pero tenía que hacerlo; no podía enfrentarme a la reina y a las chicas, y tal vez a Maxon, mientras tuviera la mente tan bloqueada con la imagen de Aspen.

Cerré los ojos pero no dormí. Intenté averiguar cómo me sentía. Entonces alguien llamó a la puerta. Me giré en la cama y me encontré con la cara de Anne, que me preguntaba en silencio si debía responder. Me senté en la cama, me alisé el pelo y asentí.

Recé por que no fuera Maxon —temía que pudiera verme la expresión de culpabilidad en el rostro—, pero lo que no me esperaba era ver la cara de Aspen asomando por mi puerta. Noté que inconscientemente erguía más el cuerpo, y esperé que mis doncellas no se hubieran dado cuenta.

—Disculpe, señorita —le dijo a Anne—. Soy el soldado Leger. He venido a hablarle a Lady America sobre algunas medidas de seguridad.

—Sí, claro —repuso ella, sonriendo más de lo habitual e indicándole a Aspen que pasara. Por la esquina vi que Mary le hacía una mueca a Lucy, a quien se le escapó una risita mal disimulada.

Al oírlas, Aspen se giró hacia ellas y se tocó el sombrero.

—Señoritas.

Lucy bajó la cabeza y Mary se ruborizó tanto que sus mejillas se pusieron más rojas que mi pelo, pero no respondieron. Pese a que el aspecto de Aspen también parecía haber impresionado a Anne, esta al menos consiguió sobreponerse y hablar.

—¿Quiere que nos vayamos, señorita?

Me lo planteé. No quería que fuera demasiado evidente, pero estaba deseando disfrutar de cierta intimidad.

—Solo un momento. Estoy segura de que el soldado Leger no me necesitará mucho tiempo —decidí, y ellas salieron de la habitación rápidamente.

En cuanto desaparecieron por la puerta, Aspen habló:

—Me temo que te equivocas. Voy a necesitarte mucho tiempo —dijo, y me guiñó el ojo.

Meneé la cabeza.

—Aún no puedo creerme que estés aquí.

Aspen no perdió un momento: se quitó el sombrero y se sentó al borde de mi cama, acercando las manos, de modo que nuestros dedos se tocaran apenas.

—Nunca pensé que tuviera que dar gracias al Ejército, pero, si al menos me da la oportunidad de pedirte disculpas, le estaré agradecido para siempre.

Guardé silencio. No podía decir nada. Aspen me miró a los ojos.

—Por favor, perdóname, Mer. Fui un tonto, y he lamentado aquella noche en la casa del árbol desde el momento en que bajé por la escalera. Fui un cabezota al no querer decir nada, y luego salió tu nombre en la
Selección
… No sabía qué hacer —se paró un momento. Parecía que tenía lágrimas en los ojos. ¿Podía ser que Aspen hubiera llorado por mí como yo había llorado por él?—. Aún te quiero. Muchísimo.

Me mordí el labio, conteniendo las lágrimas. Tenía que estar segura de una cosa antes de poder plantearme aquello siquiera.

—¿Qué hay de Brenna?

Su expresión cambió por completo de pronto.

—¿Qué?

Cogí aire, casi temblando.

—Os vi a los dos juntos en la plaza cuando me iba. ¿Has acabado con ella?

Aspen hizo una mueca, como intentando recordar, y luego se le escapó la risa. Se tapó la boca con las manos y se dejó caer atrás, sobre la cama, y se levantó al instante.

—¿Es eso lo que crees? Oh, Mer. Se cayó. Tropezó y yo la cogí.

—¿Tropezó?

—Sí, la plaza estaba atestada de gente apretujada. Ella se me cayó encima y bromeó con lo patosa que era, algo que, y tú la sabes, es cierto —pensé en la vez en que la había visto caerse de la acera sin motivo aparente—. En cuanto me la quité de encima, salí corriendo hacia el escenario.

Recordé aquellos momentos. El intento desesperado de Aspen por acercarse a mí. No estaba fingiendo. Sonreí.

—¿Y qué pensabas hacer exactamente cuando llegaras a mi altura?

Se encogió de hombros.

—En realidad no había pensado tanto. Estaba planteándome rogarte que te quedaras. Estaba dispuesto a ponerme en evidencia si con eso conseguía que no te subieras a aquel coche. Pero tú parecías tan enfadada…, y ahora entiendo por qué —suspiró—. No podía hacerlo. Además, quizás esto te hiciera feliz —miró alrededor, a la habitación, con todas esas cosas bonitas que, aunque fuera temporalmente, podía considerar mías, y entendí lo que quería decir—. Luego pensé que podría conquistarte cuando volvieras a casa —prosiguió, pero de pronto su voz se tiñó de preocupación—. Estaba seguro de que querrías salir de aquí y volver a casa lo antes posible. Pero… no lo hiciste.

Hizo una pausa para mirarme, pero afortunadamente no preguntó por la relación que había entre Maxon y yo. En parte ya lo había visto, pero no sabía que nos habíamos besado, ni que teníamos señales secretas, y yo no quería explicarle todo aquello.

—Luego llegó el sorteo de los reclutas, y pensé que sería injusto plantearse siquiera escribirte. Podía morir en el campo de batalla. No quería intentar que volvieras a quererme para luego…

—¿Volver a quererte? —pregunté, incrédula—. Aspen, nunca he dejado de quererte.

Con un movimiento decidido pero delicado, se echó adelante para besarme. Me puso la mano en la mejilla, acercándome a él, y volví a sentir lo mismo que en los dos últimos dos años. Daba gracias a Dios de que no se hubieran perdido en la nada.

—Lo siento muchísimo —murmuró, entre besos—. Lo siento, Mer.

Se apartó para mirarme, insinuando una sonrisa en medio de aquel rostro perfecto, y con una mirada que parecía preguntarme exactamente lo mismo que me planteaba yo: ¿y ahora qué?

Justo en aquel momento se abrió la puerta y, horrorizada, vi la expresión de asombro de mis doncellas al ver a Aspen tan cerca de mí.

—¡Gracias a Dios que han vuelto! —les dijo él, mientras me apretaba la mano con más fuerza contra la mejilla, y luego me la ponía en la frente—. No creo que tenga fiebre, señorita.

—¿Qué pasa? —preguntó Anne, corriendo a mi lado con cara de preocupación.

Aspen se puso en pie.

—Decía que se encontraba mal, algo de la cabeza.

—¿Ha empeorado su dolor de cabeza, señorita? —preguntó Mary—. ¡Está palidísima!

Seguro que sí. No tenía duda de que cada gota de mi sangre había abandonado mi cara en el momento en que nos habían pillado juntos. Pero Aspen había sabido mantener la calma y lo había arreglado en una fracción de segundo.

—Traeré los medicamentos —se ofreció Lucy, corriendo al baño.

—Perdóneme, señorita —se disculpó Aspen, mientras mis doncellas se ponían manos a la obra—. No quiero molestarla más. Volveré cuando se encuentre mejor.

En sus ojos veía la misma cara que había besado mil veces en la casa del árbol. El mundo a nuestro alrededor era completamente nuevo, pero aquella conexión entre nosotros era la misma de siempre.

—Gracias, soldado —dije, sin fuerzas.

Él hizo una pequeña reverencia y se dirigió a la puerta.

Enseguida tuve a mis doncellas revoloteando alrededor, intentando curarme de una enfermedad inexistente.

La cabeza no me dolía; me dolía el corazón. El deseo que sentía de que Aspen me abrazara me era tan familiar que daba la impresión de no haber desaparecido nunca.

Me desperté zarandeada por los hombros y me encontré con que era Anne, y que aún era de noche.

—¿Qué…?

—¡Por favor, señorita, tiene que levantarse! —dijo, agitada, presa del terror.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?

—No, no. Tenemos que llevarla al sótano; están atacándonos.

Aún estaba atontada; no tenía claro que lo que oía fuera cierto. Pero vi que Lucy, tras ella, ya estaba llorando.

—¿Han entrado? —pregunté, incrédula.

El llanto aterrado de Lucy me confirmó que así era.

—¿Qué hacemos? —pregunté.

Una ráfaga de adrenalina me despertó de pronto, y salté de la cama. En cuanto estuve en pie, Mary me calzó unos zapatos y Anne me puso una bata. Lo único que me venía a la cabeza era: «
¿Norte o sur? ¿Norte o sur?
».

—Hay un pasadizo aquí, en la esquina. La llevará directamente al refugio del sótano. Los guardias están esperándolas. La familia real ya debería estar allí, y también la mayoría de las chicas. Dese prisa, señorita.

Anne me arrastró al pasillo y empujó un tabique. Se abrió un trozo, como un pasaje oculto de una novela de misterio. Efectivamente, tras la pared había una escalera. En aquel momento, Tiny salió como una flecha de su habitación y se escabulló por el pasadizo.

—Muy bien, vamos —dije. Anne y Mary se me quedaron mirando. Lucy estaba temblando hasta el punto de que apenas se mantenía en pie—. Vamos —repetí.

—No, señorita. Nosotras vamos a otro sitio. Tiene que darse prisa antes de que lleguen. ¡Por favor!

Sabía que si las encontraban podían resultar heridas, en el mejor de los casos; en el peor, podían morir. No podía soportar la idea de que les pasara algo. A lo mejor me estaba sobrevalorando, pero si Maxon se había apartado de lo estipulado para hacer todo lo que había hecho hasta ahora, quizá le preocuparan mis doncellas, teniendo en cuenta lo importantes que eran para mí. Aunque estuviéramos peleados. Quizás aquello era contar con demasiada generosidad por su parte, pero no iba a dejarlas allí. El miedo me hizo actuar más rápido. Agarré a Anne del brazo y la empujé. Ella avanzó trastabillando, y no pudo detenerme mientras agarraba a Mary y Lucy.

—¡Moveos! —les ordené.

Echaron a caminar, pero Anne no dejaba de protestar.

—¡No nos dejarán entrar, señorita! Ese lugar es solo para la familia… ¡Nos echarán en cuanto lleguemos!

Pero a mí no me importaba lo que dijera. Fuera como fuera el refugio, seguro que no había ningún lugar más seguro que el elegido para esconder a la familia real.

La escalera estaba iluminada cada pocos metros, pero, aun así, estuve a punto de caerme varias veces con las prisas. La preocupación no me dejaba pensar con claridad. ¿Hasta dónde habían conseguido penetrar los rebeldes anteriormente? ¿Sabían que existían esos pasadizos? Lucy estaba medio paralizada, y tuve que tirar de ella para que no se rezagara.

No sé cuánto tiempo tardamos en llegar abajo, pero por fin el estrecho pasaje se abrió, dando paso a una gruta artificial. Vi otras escaleras y otras chicas, todas ellas corriendo hacia lo que parecía una puerta de medio metro de grosor. Corrimos hacia el refugio.

—Gracias por traer a la joven. Ya pueden marcharse —les dijo un guardia a mis doncellas.

—¡No! Vienen conmigo. Se quedan —exclamé, con voz autoritaria.

—Señorita, tienen sus propios lugares donde resguardarse —respondió él.

—Muy bien. Si ellas no entran, yo tampoco. Estoy segura de que al príncipe Maxon le gustará saber que mi ausencia se debe a usted. Vámonos, señoritas —dije, tirando de las manos de Mary y Lucy.

Anne estaba paralizada de la sorpresa.

—¡Espere! ¡Espere! Está bien, entre. Pero si alguien tiene alguna objeción, será responsabilidad suya.

—No hay problema —repuse.

Di media vuelta con las chicas de la mano y entré en el refugio con la cabeza bien alta.

En el interior había un gran alboroto. Algunas chicas estaban reunidas en grupitos, llorando. Otras rezaban. Vi al rey y a la reina sentados, solos, rodeados de más guardias. A su lado, Maxon cogía a Elayna de la mano. Ella parecía algo agitada, pero evidentemente el contacto de Maxon la calmaba. Observé la posición de la familia real… tan cerca de la puerta. Me pregunté si tenía que ver con la imagen del capitán que se hunde con su barco. Harían todo lo posible por mantener aquel lugar a flote, pero, si se iba a pique, ellos serían los primeros en ahogarse.

Todo el grupo me vio entrar con mis doncellas. Observé las caras de confusión en sus rostros, asentí una vez y seguí adelante con la cabeza bien alta. Pensé que, mientras yo pareciera segura de mí misma, nadie cuestionaría mi decisión.

Me equivoqué.

Di unos pasos más y Silvia salió a mi encuentro. Parecía increíblemente tranquila. Estaba claro que aquello no la pillaba por sorpresa.

—Estupendo, un poco de ayuda. Chicas, id inmediatamente a los depósitos de agua de atrás y empezad a servir refrescos a la familia real y a las señoritas. Venga, en marcha —ordenó.

—No —dije, girándome hacia Anne y dándole mi primera orden de verdad—. Anne, por favor, llevad refrescos al rey, a la reina y al príncipe, y luego venid conmigo —me encaré a Silvia—. El resto se las puede arreglar solas. Han escogido dejar a sus doncellas a su suerte, así que pueden ir a buscarse ellas solitas el agua. Mis doncellas se sentarán conmigo. Adelante, señoritas.

Sabía que estábamos muy cerca de la familia real y que me habrían oído. Con la intención de mostrar cierta autoridad, puede que hubiera levantado demasiado la voz. Pero no me importaba que pensaran que era una maleducada. Lucy estaba más asustada que la mayoría de los presentes. Estaba temblando de la cabeza a los pies y, en su estado, no iba a permitir que tuviera que ponerse a servir a gente que no valía la mitad que ella. A lo mejor era consecuencia de mis años de experiencia como hermana mayor, pero sentía que debía proteger a aquellas chicas.

Encontramos un rinconcito al fondo de la sala. Quienquiera que se ocupara de mantener a punto aquel lugar no debía de haber pensado en la superpoblación que provocaría la
Selección
, porque no había suficientes sillas. Pero vi las reservas de comida y de agua, y tuve claro que bastarían para pasar meses allí abajo, en caso necesario.

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